“Tecnofeudalismo”, el credo del inmovilismo ante la decadencia capitalista y la guerra

Escribe Marcelo Ramal

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Yanis Varoufakis fue ministro de Finanzas del gobierno izquierdista griego de Siriza, que protagonizó en 2015 una capitulación histórica ante la troika del FMI, el Banco Europeo y la Comisión Europea. El ajuste para pagar la deuda pública, que Syriza y Varoufakis aceptaron, le valieron a la clase obrera y a los explotados griegos un retroceso social e incluso humanitario sin precedentes. Desde entonces, Varoufakis ha repartido su tiempo entre conferencias y textos dirigidos a justificar aquella capitulación. Recientemente, se ha destacado por caracterizar al actual orden capitalista como un tecnofeudalismo, en relación al lugar de las grandes corporaciones digitales en la economía mundial. Ya nos ocupamos de ello en estas páginas (El capital digital no es “tecnofeudalismo” - Política Obrera). Pero en un reciente artículo publicado en el portal UnHeard”, Varoufakis va más lejos: presenta a ese capital digital como una forma de centralización económica estatal (“Las grandes tecnológicas son los nuevos Soviets-Ahora vivimos en una economía planificada” - UnHeard).

Varoufakis asegura que “las siete magníficas” -Apple, Google, Meta, Nvidia, Amazon, Microsoft y Tesla- han creado “un nuevo tipo de capital (que) destruye los mercados, el hábitat del capital”. Citando a alguno de los CEOs tecnológicos, el economista griego señala que estas firmas “no sólo han eliminado la competencia para monopolizar, sino que han eliminado el mercado mismo”. A partir de allí, Varoufakis se entretiene describiendo al consumidor “prisionero” de las big tech, que han extendido sus tentáculos hasta dominar, por medio de las páginas de retail (compra-venta de productos de consumo final), a los diferentes circuitos de distribución y venta de mercancías. De todos modos, para caracterizar al retail digital como una “extinción del mercado” Varoufakis no necesitaba esperar a las big tech: bastante antes de ellas, el supermercadismo representó una formidable concentración del capital comercial.

Desde el punto de vista del proceso del capital en su conjunto, la centralización del capital mercantil ha conducido a una fuerte reducción de los gastos de circulación. Pero ni los monopolios digitales, ni otras formas anteriores de centralización del comercio, abolen “al capitalismo y al mercado”, como pretende Varoufakis. Marx ya había observado que la concentración del capital progresa de un modo contradictorio, por un lado, agrupando el capital en núcleos cada vez más poderosos y, en ese trabajo, promoviendo la emergencia de nuevos capitales y ramas en los intersticios del gran capital. Mucho después, Lenin caracterizó al capital monopolista, no como el “fin del mercado” sino como una forma “más aguda y exacerbada” de la competencia, donde la disputa por los mercados conduce al choque político y militar entre los estados nacionales que albergan a las corporaciones capitalistas.

Varoufakis, en cambio, nos presenta al reinado de las “Siete Magnificas” digitales como una “economía planificada”. Sin decirlo, reitera la posición de la socialdemocracia reformista y revisionista de finales del siglo XIX, que caracterizaba a la emergencia de los monopolios como una armonización del mercado mundial bajo la dirección del capitalismo -en extremo, como lo llegó a señalar Kautsky, un “monopolio único”, donde el capitalismo termina con la anarquía mercantil y extiende la planificación y organización industrial empresarial desde la fábrica al conjunto de la vida social Naturalmente, este derrotero de armonía excluía la posibilidad de las guerras. Es significativo que, en su texto, Varoufakis apenas roce la cuestión de la guerra. Sólo señala, al pasar, que las Big Tech han intervenido en las operaciones de inteligencia militar en Ucrania o en Gaza. Pero no caracteriza a la guerra mundial como manifestación de la decadencia capitalista y del estallido de las contradicciones de un régimen social agotado. Sólo bajo ese prisma puede caracterizarse el lugar histórico de los monopolios digitales. Desprovisto de él, Varoufakis es sólo una colección de informaciones manipuladas y desaciertos conceptuales.

En primer lugar, la presentación de las Big Tech como una “economía planificada” omite la feroz competencia existente entre las propias tecnológicas por la captura de los mercados donde intervienen. Hasta hace poco tiempo, por los smartphones o los computadores. Ahora, en torno del desarrollo de la inteligencia artificial, los motores de búsqueda o el propio rubro de retail (venta minorista) Entre otros casos, puede citarse la disputa de Amazon con e-Bay, Wall Mart, Ali Baba o la china Temu por el retail; entre Tesla y el coloso chino BYD, por el mercado de autos eléctricos; en la IA, la guerra de declarada por la china DeepSeek contra las Big Tech americanas, que generó a comienzos de año un terremoto bursátil en Wall Street. No hay en esto nada parecido al “fin del mercado” o de la competencia-mucho menos una “planificación”.

En ausencia de ese análisis, Varoufakis se concentra en denunciar la manipulación que ejerce el capital digital sobre los consumidores -“el algoritmo te ha entrenado para conocerte mejor (…) conoce tus hábitos de gasto”. Varoufakis alude al modo como las tecnológicas orientan la información y las promociones que llegan a cada potencial comprador, en base a sus conductas anteriores de consumo. Pero en esto, no hay nada que los monopolios de consumo masivo no hayan ejercido antes a través de diversas maniobras -la publicidad, los estudios de mercado, los incentivos a la compra de determinada marca, y la lista podría ser interminable. Al quejarse por las manipulaciones en la “nube”, Varoufakis se erige como un defensor tardío de la tesis de la “soberanía del consumidor”, algo que no ha existido nunca bajo el capitalismo -sea éste digital o analógico. Varoufakis se ha intoxicado con una de las principales tesis de los economistas académicos, a saber, la de los mercados que funcionan ´desde la demanda´. La presentación de la vida social como un “universo de consumidores” es funcional a la mayor mistificación del orden social vigente -presentar al vinculo mercantil como una relación entre iguales y, por lo tanto, como la consagración de la libertad humana. En cambio, Marx señalaba que “en la libre competencia no se pone como libres a los individuos, sino que se pone libre al capital”. Varoufakis Invoca la “libertad de consumir” del pequeño burgués ofuscado, sin tomarse el trabajo de liberar a la sociedad humana del yugo del capital.

En oposición a esa ficticia primacía del consumo, el marxismo demostró que las necesidades humanas no son una entelequia - se encuentran históricamente condicionadas por el desarrollo de las fuerzas productivas. O sea, la producción condiciona al consumo, y no al revés. “El hambre es hambre, pero el hambre que se satisface con carne guisada, cuchillo y tenedor, es un hambre muy distinta del que devora carne cruda con ayuda de manos, uñas y dientes” sostuvo Marx en los “Elementos fundamentales para la Crítica de la Economia Política”. Varoufakis brama por el despotismo del gran capital sobre el consumidor atomizado, sin cuestionar las bases sociales de esa manipulación -el monopolio capitalista de los medios de producción.

El capital comercial abocado a la distribución de mercancías de consumo final asimiló, tardía pero certeramente, las leyes que la competencia capitalista le había impuesto al capital industrial: la división técnica del trabajo, la potenciación del trabajo vivo por medio de la ciencia y la técnica aplicada al proceso de trabajo; la articulación a gran escala. Pero la planificación rigurosa que rige al interior del capital mercantil no puede confundirse con el “fin del mercado” o la planificación económica, como lo hace groseramente Varoufakis. El “orden” de los grandes capitales comerciales, digitales o no, termina en el punto exacto donde comienza el mercado. Las tecnológicas no suprimen la anarquía mercantil, como cree Varoufakis -solo la potencian a una escala superior. Las paginas web y los centros comerciales están pletóricos de mercancías invendibles y, por lo tanto, no evitan la tendencia a la crisis y a la sobreproducción. Cuanto más estricta y organizada es la articulación de la producción y el comercio al interior del monopolio capitalista, más brutales son los choques entre las diferentes corporaciones por prevalecer en el mercado.

Varoufakis, en definitiva, ha decretado el fin de la competencia allí donde ésta se expresa asoma en su forma más encarnizada.

Big Techs y Gosplan

Queda claro, a partir de lo anterior, el absurdo de llamar a los modelos de negocio de las Big Tech como “sistemas de planificación económica que conectan a vendedores y compradores, fuera de cualquier cosa que se asemeje a un mercado”- Varoufakis escribe una contradicción en sus términos, porque una conexión de “compradores y vendedores” no tiene nada que ver con una economía planificada, sino, justamente, con un….mercado. Esa “conexión” une hoy a los compradores con Amazon o Mercado Libre. Ayer, lo hacía con los supermercados; más atrás, la “conexión” se producía en la feria del barrio, o sea, en la feliz idea de reunir a todos los puestos de venta en un mismo perímetro, algo que a nadie se le ocurriría equiparar con una forma de socialismo. La articulación de “compradores” y vendedores” corresponde al capitalismo y al mercado. El regulador social de esa conexión es la ley del valor. Por el contrario, una “economía planificada” en el marco de un estado obrero desarrollaría un equilibrio entre la producción y las necesidades sociales sobre bases sociales antagónicas -y sobre la violación conciente de la ley del valor. Si, en ese cuadro, sobreviven aún las relaciones mercantiles o los propios precios, ello se deberá principalmente a la presión del mercado mundial capitalista sobre el estado obrero. La burocracia stalinista fue el vehículo conciente de esa presión contra las masas soviéticas, y sobre esa base constituyó su status privilegiado de casta parásita. Pero para Varoufakis, la burocracia sería “feudalista” – los usurpadores del Estado obrero revestirían un carácter precapitalista. Varoufakis no nos dice desde cuándo regiría ese “feudalismo soviético”. Es una forma sinuosa de gambetear una definición política sobre la Revolución de Octubre y su usurpación posterior . Cuando liquidó las bases sociales del Estado Obrero, la burocracia adquirió una forma social muy definida -la de una oligarquía capitalista. Lo que los Estados de la OTAN le confiscaron a esa oligarquía, al inicio de la guerra de Ucrania, no son tierras o títulos nobiliarios, sino 500.000 millones de dólares de capital monetario, trabajo no retribuido a los obreros rusos. Vaorufakis despacha a “los Soviets” con una frase que podría haber tomado de los libros de Mises o Hayek -el “fracaso del experimento soviético”. Quiere encerrar a una de las mayores revoluciones de la historia humana adentro de la probeta del académico o de la política pequeño burguesa , para quienes las masas son un campo de maniobras en función de la defensa de sus privilegios sociales. Sería bueno que Varoufakis caracterizara a su propio “experimento” woke, o sea, a la convalidación de un ajuste que llevó a la clase obrera griega a la peor condición de su historia.

Atormentado por las “Tecnos”, Varoufakis ensaya una explicación digital para el “frustrado experimento soviético”: el Gosplan no fue exitoso, nos dice, …”porque carecía de los algoritmos, centros de datos y fibras ópticas” que existen hoy. Una explicación tecnológica de la degeneración del estado obrero y de la restauración capitalista, la cual, por cierto, ni siquiera es original. Varios izquierdistas contemporáneos -incluso “trotskistas” argentinos- se anotan en la lista de los que han mandado al tacho al proceso histórico vivo y a la lucha de clases para juzgar el derrotero de la revolución de Octubre. Bien mirada, esta explicación “digital” lleva a considerar a la revolución de 1917 como un error histórico, porque habría carecido de la tecnología necesaria para emprender la planificación (ver. https://politicaobrera.com/revista/12919-la-escuela-austriaca-y-sus-criticos-de-izquierda) Pero Varoufakis no dice -o desconoce- que la burocracia stalinista fue enemiga acérrima de la programación y de sus científicos y matemáticos, a quienes persiguió. La planificación -y las propias herramientas tecnológicas- chocaban con la arbitrariedad de la burocracia, y no al revés.

La alusión denostativa a “los Soviets”, en definitiva, le sirve a Varaoufakis para dejar en claro que no levanta perspectiva socialista alguna frente a la presente crisis mundial.

Fin del capitalismo

Naturalmente, si no está planteada la abolición del capitalismo es porque, para Varoufakis, las “big tech” ya se han tomado el trabajo de hacerlo. Pero el economista griego ni siquiera se ha asomado a la verdadera conexión existente entre las Big Tech y la abolición del capitalismo.

Para denostar al capital digital, Varouafakis diferencia al “capital de Edison y Ford (que) era “productivo” -coches, electricidad, turbinas- del “capital de la nube de Jeff Bezos, que no produce nada, excepto el enorme poder de encerrarnos en su feudo de nube”. Romantiza al “capital productivo” y al hacerlo, manipula la historia. Como capitalista, Edison dejó el lugar de inventor independiente para convertirse en expropiador de invenciones ajenas, producidas por sus técnicos asalariados. Para constituir una corporación en regla, se asoció con alguien “no productivo”, el J.P. Morgan. Ford, en cambio, rechazó financiarse a través de bancos, pero ello le valió un estancamiento y su desplazamiento relativo del mercado. Más allá de este hecho, el “productivo” Ford era un fascista inveterado, y le enviaba fondos a Hitler en los años 30. Ya pasando a las Big Tech, Musk y Tesla están en el mercado de los “productivos” autos eléctricos, no solo en la nube. Por otra parte, y para potenciar el “capital en la nube”, todas ellas deben proveerse fuentes energéticas y de minerales -capital productivo- para acelerar su expansión. Varoufakis, en este punto, nos pasea por el macaneo liso y llano.

Como ocurre con los economistas vulgares, sustituye la forma social del proceso capitalista -la explotación del trabajo asalariado por el capital- con alguna diferenciación de tipo físico-material -bienes, servicios o, en este caso, algoritmos. Marx, en cambio, desarrolló la unidad entre producción y consumo, por un lado, y entre las diferentes formas funcionales del capital -productivo, comercial, monetario- del otro.

La producción capitalista de algoritmos, programas y otras formas del conocimiento objetivadas como capital sólo cobra sentido como formas de potenciar el rendimiento del trabajo para la producción de mercancías, cuyo último destino es el consumo humano. En el final de la cadena de la IA existen alimentos, vestimenta -necesidades humanas directas. Naturalmente, esa nueva potencia productiva acentúa el abismo existente con el consumo siempre limitado de las masas. Desde el punto de vista del carácter del capital invertido, la definición “Inteligencia Artificial” es en sí misma mistificadora, porque la Inteligencia está asociada al carácter creador y conceptual del trabajo humano vivo -otra cosa es la posterior vinculación de los conceptos o informaciones previamente elaborados por la mente humana a través del uso de algoritmos. Lo primero, es capital creador de valor -capital variable. Lo segundo, o sea, la mal llamada “Inteligencia” Artificial, es trabajo humano objetivado, o sea, capital constante. El desarrollo de la IA comporta un salto extraordinario en la proporción de trabajo pasado o muerto -no creador de valor- respecto del trabajo vivo. La conclusión de todo esto es la acentuación de las contradicciones que conducen al capitalismo a las crisis: un exceso de capital -sea bajo la forma de mercancías, de medios de producción o de capital dinerario- para las posibilidades de valorización a la tasa de ganancia reclamada por los capitalistas. En una economía dominada por el capital ficticio -o sea, por valores y pagarés fundados en meras promesas de beneficios futuros- el derrotero de estas crisis es el estallido de las burbujas bursátiles. Esto es lo que los analistas prevén, precisamente, en relación al actual boom de las IA. Mal que le pese a Varoufakis, las Big Tech no serán parteras de un “nuevo orden” o planificación económica, sino de una gran crisis capitalista.

Pero las IA y la economía digital son, al mismo tiempo, una poderosa señal del agotamiento del capitalismo como organización social: la liquidación del tiempo de trabajo como regulador social del valor, a partir del aumento fantástico en el propio rendimiento del trabajo, convierte a la economía de mercado y a la ley del valor en un trasto. “Lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que éste trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva, general , su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia como cuerpo social”, Marx, Grundisse, escribió esto a casi doscientos años de la IA…). Al llegar a este estadio, la sobrevivencia del capitalismo reposa en el empeño brutal por sostenerlo por parte de la clase que se sirve de un orden social agotado. Esa tentativa se traduce en despotismo político, guerras, masacres y genocidios.

La concentración de la producción y el mercado digitales crean las premisas de una extraordinaria socialización del trabajo. En las gigantescas estructuras articuladas de Amazon, Meta o Google están las bases para una reorganización socialista. Pero la reasunción social de ese fantástico acerbo exige la “expropiación de los expropiadores”, la conquista del Estado y del poder político por parte de la clase obrera.

Cuando Varoufakis compara a las Big Tech con los soviets, lo que nos pone de manifiesto es su oposición cerril a que la actual crisis mundial conduzca a una salida revolucionaria. Para Varoufakis, el mundo ha quedado en manos de una suerte de Gran Hermano digital e imbatible. Es una forma de justificar el inmovilismo y el conservadurismo políticos: lo único que resta es perorar a favor de un capitalismo “sano” -una suerte de impotente vuelta al pasado. En el plano político, el ataque simultáneo a las Big Tech y a “los Soviets” es una forma sinuosa de acomodarse al imperialismo europeo, en momentos en que éste rumia su fastidio frente a los arreglos de Trump y de Putin. En la guerra mundial, la izquierda democratizante de Europa juega en el campo de su propio imperialismo, el cual funge de “democrático” mientras se rearma hasta los dientes.

De cara a la crisis mundial, los Varoufakis esconden la cabeza. Califican a la corriente política y empresarial del fascismo internacional como tecnofeudal, para no emprender una lucha contra el capitalismo; oponen a las Big Tech con un capitalismo pasado pretendidamente competitivo o “productivo”, al que quieren resucitar con regulaciones o exhortaciones. Pero las contradicciones planteadas por el capital digital miran hacia adelante, no hacia atrás: el dilema planteado es entre la guerra y la barbarie, de un lado, y el socialismo del otro. La clase obrera y la humanidad no necesitan “algoritmos”- éstos ya existen, sólo deben serle arrebatados al capital. Lo que necesitamos es un partido, o sea, la comprensión histórica de las tareas por delante a través de un programa y una organización.

Revista EDM