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En un reciente artículo de Jorge Altamira sobre la "seguridad alimentaria" y el pasaje de la izquierda a posiciones “desarrollistas”, tangencialmente -porque no es el tema central de la nota- se realizan afirmaciones equivocadas sobre el agro que considero necesarias revisar:
“El campo argentino pierde fertilidad debido al monocultivo, falta de rotación y exceso de química. Bien mirado, funciona como una ‘maquiladora’ agraria de la química internacional, o sea que metaboliza la genética y el agrotóxico”.
La realidad es que el campo argentino NO EXISTE EL MONOCULTIVO. De lo contrario, no se explica la enorme expansión de los cultivos de trigo y de maíz entre otros. Según datos del Censo Nacional Agropecuario, de 2018, se implantaron 11.387.000 hectáreas con cereales, más de 8 millones con forrajeras anuales y perennes, 1,7 millón de has en cultivos industriales, frutales y legumbres, 1,1 millón de girasol y de soja 12 millones de hectáreas.
La campaña de 2018/19 marcó una cosecha récord de trigo -19 millones de toneladas-, y marchamos a un nuevo récord en la presente cosecha, que se calcula en unos 21 millones de toneladas; la cosecha maíz también fue récord, en 2018/19, con 57 millones de toneladas y nuevamente marchamos a otra cosecha récord de maíz, que algunos estiman que superará a la producción de soja. Entonces, ¿dónde está el monocultivo?
La supuesta pérdida de fertilidad por monocultivo, falta de rotación y exceso de químicos es otra afirmación errada: la enorme expansión de la producción agraria se ha logrado justamente con la aplicación de técnicas avanzadas (siembra directa, semillas transgénicas, semillas híbridas, fertilizantes, agroquímicos, etc.), las que incluyen la rotación de cultivos: los capitalistas agrarios se han volcado a la rotación trigo-soja, no por ideales “agro-ecológicos” sino porque resulta un 15% más rentable, por ejemplo, que el solo cultivo de maíz. Según el censo de 2018, hubo casi 3 millones de hectáreas de soja de segunda implantación - no sobre soja sino combinada con otro cultivo. En cuanto al exceso de la química, sería al revés: si se pierde fertilidad, harían falta más fertilizantes químicos (nitrógeno, azufre, fósforo) para reponer lo que se llevan las cosechas. La supuesta pérdida de fertilidad es desmentida por la realidad: no solo se expande la superficie cultivada, sino que sistemáticamente también vienen creciendo los rendimientos por hectárea (el trigo pasó de 3,12 a 3,14 por hectárea). El rendimiento promedio nacional de soja alcanzó en la cosecha de 2018/19, un récord de 3.000 kilos por hectárea, superando al récord anterior de 2016/17.
Por último, respecto a los llamados agrotóxicos: obviamente todos los productos químicos pueden ser tóxicos, también los medicamentos pueden ser tóxicos (por eso tienen contraindicaciones y efectos secundarios), pero no por eso planteamos el regreso al uso exclusivo de hierbas naturales. También son altamente tóxicos y contaminantes la nafta y el gasoil. Sin embargo, no planteamos el retroceso a la carreta. Sin embargo, hay en la izquierda una corriente "agroecologista”, “eco-socialista” (PTS, MST, etc.) que plantea la vuelta la pequeña producción, al “campesinismo” (1), a la producción "familiar" sin "agrotóxicos" (todo un gran verso: la horticultura “familiar” platense utiliza químicos sin control y superexplota mano de obra), etc., todo lo cual no es más que es una utopía reaccionaria.