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Theresa May tuvo que abandonar el cargo de primera ministra cuando el parlamento de Gran Bretaña no le aceptó el acuerdo que había sellado con la Unión Europea para consumar el Brexit. Lo mismo le ocurrió a su sucesor, Boris Johnson, cuando pretendió declarar la salida de Gran Bretaña de la UE sin acuerdo alguno con ella. Los intentos de Johnson de resolver la crisis sin llamado a elecciones, a través de una decisión del partido conservador, fracasaron. La City de Londres denunció que una ruptura catastrófica con la UE desataría una crisis financiera imparable. Este panorama no fue superado a pesar del realineamiento de los bancos y los fondos de inversión para ajustarse a una salida de la UE. El impasse político condujo a elecciones generales anticipadas, que el mismo Johnson acaba de ganar por algo parecido a una goleada. ¿Se va entonces el Reino Unido de la UE con un portazo? Nada de eso; para ganar las elecciones, Johnson rectificó el tiro y aseguró que conseguiría el prometido retiro del país por medio de un acuerdo favorable. Los votos indican que BJ consiguió el apoyo tanto de quienes hace cuatro años votaron, en un referendo, por la salida de GB, como de quienes votaron en contra. Varios voceros de la Unión Europea negaron que hubiera indicios de que lo que conocen de la propuesta de Johnson ofrezca una posibilidad de acuerdo para la salida.
Aunque el desenlace electoral es muy claro, no lo es el político. Incluso con una mayoría holgada, el parlamento no votaría una salida de GB de la UE sin un acuerdo con ésta. Los partidarios de permanecer en la UE libran una batalla de retaguardia contra la salida, apoyando a los conservadores que defienden una salida pactada, en oposición a una unilateral. El nudo de la crisis no se ha roto; lo que ha cambiado es que el impasse en que había entrado el régimen parlamentario se trocó en un régimen encabezado por un primer ministro plebiscitario. Esto podría ser el prólogo de una crisis de un alcance mucho mayor si Johnson no encuentra una salida de compromiso con la UE y tiene que enfrentar el desafío de ordenar una ruptura unilateral.
El planteo de una salida unilateral no encuentra resistencias solamente en la City de Londres; es lo que ocurre también con Escocia y con Irlanda del Norte. Para los escoceses, el Brexit significa quedar sometidos a un nacionalismo inglés que los asfixiaría económicamente. Para Irlanda del Norte, significaría perder los beneficios de una eliminación de la frontera económica con la República de Irlanda. En uno y otro lugar, la votación fue abrumadoramente mayoritaria para los intereses nacionales, o sea seguir en la UE. La primera ministra de Escocia ya adelantó que llamaría a un referendo para votar la salida de ese espacio del Reino Unido, mientras que Irlanda del Norte trocaría la ciudadanía británica por una unidad nacional con la República de Irlanda. Estas perspectivas secesionistas entran en el juego de presiones recíprocas entre Gran Bretaña y la UE. Continúa en el tablero, por lo tanto, la posibilidad de más de una secesión – la de GB de la UE, y la de Escocia e Irlanda del Norte del Reino Unido.
La caracterización de las elecciones no puede dejar de lado el hundimiento del partido Laborista y de su líder del ala izquierda, Jeremy Corbyn. Es el punto central del resultado electoral. Porque la cuestión de fondo, detrás del zarandeo del Brexit, es el impasse del Reino Unido, que era lo que pretendía resolver la integración a la UE hace cincuenta años, en primer lugar. Gran Bretaña, y en especial Inglaterra, es un territorio social devastado, que disimula mediáticamente la City de Londres y su desarrollo inmobiliario. Esta situación explica el ascenso de Corbyn a la dirección del Labour Party, en oposición a todo su aparato. Esto mismo explica su hundimiento: con un Servicio Nacional de Salud, que durante décadas representó la mayor conquista del proletariado desde la segunda guerra, al borde de la bancarrota y la privatización, Corbyn y su grupo fueron incapaces en impulsar una movilización de clase en su defensa, y en combatir el enfrentamiento nacionalista por un enfrentamiento de clase. El hundimiento de la Participación Pública Privada, como herramienta capitalista para desarrollar la obra pública, abría el horizonte de la nacionalización integral como una salida de masas, bajo el control de los trabajadores. Corbyn, por el contrario, entró en la lid del Brexit con una posición favorable a la salida, que nunca llevó adelante tampoco en forma consecuente, porque ella era la bandera de la derecha nacionalista inglesa, por un lado, y por la presión del liberalismo de la City, por el otro. Mientras que la victoria de Johnson no resuelve, a término, el impasse del Reino Unido, el laborismo de izquierda ha sido arrastrado al derrumbe por su complicidad con ese mismo impasse, es decir, con el régimen de la burguesía imperialista en decadencia.
La decadente Albion es el ejemplo más contundente de la pérdida de iniciativa histórica del capital, lo mismo vale para la desintegración de la UE. Que el oportunismo de izquierda sea arrastrado al derrumbe por estos mismos tutores, sólo puede probar la vitalidad del capitalismo para los necios. Estas consideraciones elementales de conjunto deben servir de guía para desarrollar una vanguardia revolucionaria. Al fin y al cabo, el ascenso de la izquierda laborista había marcado un intento de la juventud obrera y precarizada por rescatar para el proletariado su organización más antigua. Es necesario un balance para encarrilar ese intento en pos de un objetivo revolucionario claro.