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La izquierda francesa cae en la pasividad política (“attentisme”) mientras acusa de inmadurez política al movimiento de huelga y a los Chalecos Amarillos. Lutte Ouvrière, por ejemplo, habla de “retroceso político” de la subjetividad de las masas (Lutte de Classe, n° 204), por lo que hay que esperar, para proponer una “política”, a que “la clase obrera entre en lucha” (ídem), o esté madura políticamente, y mientras tanto, prepararse para las “municipales 2020”. ‘Hay 2020’, para Lutte Ouvrière. Para LO hay que construir una “verdadera huelga victoriosa” – la ilusión de la “grand soirée”, en cambio, es, dice, de inspiración anarquista. Todo parecido con el aparato del PO no es coincidencia. Varias corrientes de la huelga y los chalecos amarillos, desde mucho antes, levantan la consigna de “Asamblea Constituyente, poder al pueblo” y “Fuera Macron”. La misma izquierda se ubica por fuera del problema de la crisis de dirección, y recae en los planteos criticados por Trotsky en “Clase, Partido y Dirección”.
La izquierda francesa está dividida entre aquellos que reclaman una independencia política formal, que consiste en una variante del neutralismo político – “no apoyamos a estos ni tampoco a los otros, ni, por eso mismo, planteamos una alternativa de poder, que solamente aprovecharían uno de ellos (Macrón-Le Pen; Macri.CFK)”. Y aquellos que rechazan el frente único de clase, porque no sería conforme a una alternativa “anticapitalista” o, peor, esconde el peligro de que se convierta en un Frente Popular. Estamos ante una izquierda temerosa, que se repliega sobre sí misma por el peligro a ser contaminada. Denuncia una conciencia estatista en el proletariado, no de clase, pero ella misma caracteriza a la salud, la educación, la vivienda, las jubilaciones, el turismo popular, como “un bien público”, o sea que debe estar contemplado en el presupuesto anual del estado capitalista.
Se trata de una versión a escala del argumento del oficialismo del PO y el PTS en Bolivia o Chile: sin Partido no hay perspectiva de lucha por el poder, incluso en situaciones revolucionarias o pre-revolucionarias. Pero la congruencia de un partido con una situación revolucionaria depende de la política de ese partido en esa situación revolucionaria. La guerrilla sandinista había quedado reducida a su mínima expresión y dividida en tres, en 1977/8, pero llegó al poder en 1979 a partir de que llamó a la insurrección frente a Somoza.
Así, para el PTS en Francia (Révolution Permanente) pedir la renuncia de Macron “sin una alternativa política como en el pasado” (refiriéndose a la unidad de la izquierda con Mitterand), sería hacerle el juego a Le Pen (fascismo). Este dislate sólo se entiende a partir de la caracterización de que mientras la ‘revuelta’ popular se extiende por el mundo, lo que está políticamente en ascenso es el fascismo. Si el razonamiento se llevara hasta el final habría que concluir que una victoria obrera contra Macron, en la presente huelga, sería funcional al lepenismo, en las elecciones que no podrían dejarse de adelantar. Incluso despreciando el método de hacer política asustándose a sí mismo, León Trotsky abogó abiertamente por la toma del poder de sus propios enemigos, el socialista Blum y el comunista Cachin, que para nada querían, sin embargo, derrocar a la burguesía incluso si era en ‘beneficio propio’.
Por último, desde el NPA advierten que el “Gobierno de trabajadores” es poco entendido y por eso debe ser desechado. Plantean “Que se vayan todos” (Qu’ils s’en aillent tous!”, 17/12), la ‘grande soirée’ que ahuyenta su primo Lutte Ovriére.
La conexión del planteo de gobierno obrero y la huelga, es que impulsa la formación de comités de base y comités de huelga como organizaciones de doble poder. Se trata de trabajar una necesidad que tiene la huelga para triunfar con la explicación de la estrategia de poder que plantean la huelga y la crisis política abierta por ella. El llamado a crear comités sin una perspectiva política es un método espontaneísta de abordar la situación, o más vulgarmente, llevar a los obreros por las narices a formar comités, sin la menor conciencia de lo que estos comités representan o pueden llegar a representar. Es sobre la permanencia de este espontaneísmo, que los Le Pen, de un lado, o los Mélenchon (izquierda insumisa soberanista), del otro, pueden sacar partido.