Unicef: “hablemos sin saber”

Escribe Analía Pascual

Tiempo de lectura: 5 minutos

El documento de Unicef denominado “Evitar una generación perdida a causa del covid-19” que propone la reapertura de las escuelas, motivó un “cruce” entre Macri y Trotta. El ex presidente abogó por la reapertura en plena pandemia a lo que Trotta respondió que... en eso están desde agosto. Ninguna grieta por aquí.

Lo notable del asunto, en cambio, es que, a pesar del carácter científico de la nota, de los datos aportados no se desprende que deban reabrirse las escuelas sino todo lo contrario.

El documento parte de reconocer que “los niños y los adolescentes representan un 11% del total de infecciones por COVID-19” y que “el número de niños infectados está aumentando en muchos países”. Posteriormente señala que en realidad no saben si los niños son menos propensos al contagio: “El número relativamente bajo de casos registrados entre los niños y los adolescentes ha dado pie a la conjetura de que este grupo de edad es menos susceptible al virus. Sin embargo, esto podría deberse a que a las poblaciones más jóvenes se les hacen menos pruebas, o a que los jóvenes y los adolescentes tienen distintos niveles de exposición al virus” . Como se ve, ninguna certeza. Surge entonces la pregunta: ¿los casos relativamente bajos en niños y jóvenes podrían deberse a las medidas de confinamiento que incluyeron el cierre de escuelas? ¿el aumento de niños infectados tendrá alguna relación con la reapertura de escuelas en Europa en esta segunda ola? No lo sabemos, pero no hay estudios que permitan afirmar lo contrario.

Tampoco hay certezas con relación a las secuelas: según admite Unicef, “las consecuencias que la COVID-19 puede tener sobre los niños tanto a largo plazo como durante el resto de su vida siguen sin estar claras”; pero, por las dudas, recomienda exponerlos al contagio en las escuelas...

Otro dato a tener en cuenta, con relación al porcentual de niños infectados, es que se eleva notablemente en los países de ingresos bajos y medios. Según un estudio llevado a cabo por el propio organismos “la proporción de casos entre menores de 20 años variaba entre nada menos que el 23% de los casos de Paraguay y tan solo el 0,82% de España”. Es decir que en países como Argentina, uno de cada cuatro niños podría estar enfermo, lo que representa un promedio de 2-3 niños en cada una de las burbujas planificadas por el Consejo Federal para el retorno en pandemia.

Otro argumento tirado de los pelos es el que señala que “las escuelas no son el principal medio de transmisión comunitaria”, afirmación basada en un estudio del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades. En el mismo estudio se reconoce, sin embargo, que los “brotes importantes de Covid-19 en las escuelas, ocurren y pueden ser difíciles de detectar debido a la relativa falta de síntomas en los niños”. Agrega: “Existe evidencia publicada contradictoria sobre el impacto del cierre/apertura de escuelas en los niveles de trasmisión de la comunidad” o sea… puede que sí, puede que no. Por último, el informe afirma que “es poco probable (sic) que las escuelas sean entornos de propagación más eficaces que otros entornos ocupacionales o de ocio con densidades similares de personas”, pero, digamos, la alternativa no es mantener a estudiantes y docentes fuera de las aulas para ir al Casino sino garantizar el confinamiento, que es, por ahora y con certeza, la única medida efectiva contra el contagio como lo demuestran las decisiones de países como Italia, Austria y Grecia, que han cerrado las escuelas frente a los estragos de la segunda ola.

El informe agrega que “los niños no son los principales transmisores del virus en las comunidades, pero pueden infectarse unos a otros y contagiar a los grupos de edad más avanzada” y que “los niños mayores de 14 años pueden ser tan contagiosos como los adultos”. Es decir, los niños se contagian entre ellos y pueden contagiar a docentes, auxiliares, padres. Pero el informe de Unicef omite cualquier referencia a esos actores. ¿Considera que los chicos están solos en las escuelas o lisa y llanamente no les importa la salud y la vida de los demás miembros de la comunidad educativa?

La invisibilización de los docentes en el informe de Unicef se refuerza cuando señala que “se interrumpió la educación de casi un 90% de los estudiantes de todo el mundo, perjudicando a más de 1.500 millones de niños” y que “Los estudiantes de los países de ingresos bajos han perdido más días de escuela que los estudiantes de los países de ingresos altos”. Pero la educación no se interrumpió, se garantizó una continuidad pedagógica gracias al enorme esfuerzo de los docentes, los estudiantes y sus familias, quienes incluso debieron pagar de su propio bolsillo los costos de conectividad.

Es cierto, como señala el informe, que “los niños pobres son los más afectados (porque) no pudieron acceder a la educación a distancia durante el cierre de las escuelas” y que “el acceso desigual a los recursos educativos digitales y la ayuda de los progenitores está acentuando la brecha digital y las desigualdades entre los jóvenes”. Este planteo es agitado por la prensa y todo el arco político patronal para exigir, no que el Estado garantice dispositivos y conectividad gratuita, sino la reapertura de las escuelas. ¿Cómo creen que la exposición al contagio mediante la presencialidad en pandemia resolvería la brecha digital? ¿Volviendo al ´más equitativo´ lápiz y papel?

Otro argumento en favor de la apertura que plantea Unicef es que “para muchos niños la escuela es la única fuente de nutrición y asistencia psicosocial”. Estamos de acuerdo. Por eso los docentes exigimos que se universalice el SAE y se adecúe al contexto de pandemia tanto su nivel nutricional como su distribución. Por eso luchamos siempre por la permanencia y la ampliación de los gabinetes pedagógicos en cada escuela. Pero el presupuesto a la medida del FMI no prevé, lamentablemente, ninguna ampliación de los Equipos de Orientación ni del servicio alimentario.

El aumento de la pobreza y la pérdida de potencial para encontrar empleo en el futuro son otros elementos que utiliza el documento para forzar la presencialidad en pandemia. Pero son precisamente los niños pobres, mal nutridos, los que más riesgo corren, como el propio documento reconoce cuando señala que “se han registrado casos graves y fallecimientos sobre todo entre los niños con morbilidades asociadas”. Unicef estima “alrededor de dos millones de muertes de menores de cinco años (...) a lo largo de un período de doce meses” debido a la desnutrición y a la falta de acceso a la salud. ¿Cómo podría la presencialidad en pandemia ser la solución a la pobreza y a la mortalidad infantil? En Argentina, docentes pobres damos clases a niños pobres, que pasan del hacinamiento de sus casas al hacinamiento en el aula, en escuelas sin conectividad, ni recursos, ni condiciones de seguridad e higiene, con comedores que les ofrecen, sólo a algunos, un plato de fideo, arroz o polenta. A los que deciden, no les importa el aprendizaje para la elevación intelectual de los niños pobres. Las escuelas son para ellos centros de capacitación de recursos humanos: aprenden allí “las habilidades blandas” de la obediencia y la precarización como regla. Ese es el verdadero sentido de lo que el documento expresa cuando afirma que “los beneficios netos de mantener las escuelas abiertas son superiores a los costes que se derivan de cerrarlas”.

Los que verdaderamente defendemos la educación nos basta para rechazar el retorno a las escuelas mientras dure la pandemia la circulación de un virus mortal. Los docentes y estudiantes somos los más interesados en volver a las escuelas, pero no a costa de nuestras vidas.

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