El asesinato de un científico iraní y el golpismo en la transición presidencial de Estados Unidos

Escribe Jorge Altamira

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El asesinato de Mohsen Fakhrizadeh, calificado como “el cerebro” del plan nuclear iraní, por parte de varios comandos asesinos enviados por Netanyahu, el primer ministro de Israel, no constituye una simple repetición de crímenes similares ya ejecutados en el pasado. Ocurre en un contexto excepcional, en primer lugar porque la prensa internacional reveló, hace quince días, la intención de Trump de bombardear el sitio nuclear de Nataz, lo que habría podido desencadenar una guerra generalizada en el Medio Oriente.

Tiene lugar, además, luego de una reunión secreta entre Mark Pompeo, el secretario de Estado de Trump, Mohammed ben Salman, el jefe de estado de Arabia Saudita, y Netanyahu, en donde se discutió, con toda seguridad, la política frente a Irán en medio de la transición del gobierno de Trump a Biden, que debería culminar el 20 de enero próximo, y por sobre todo las medidas de protección militar contra una represalia iraní a los crímenes del sionismo, en especial luego de la enorme destrucción causada al complejo petrolero saudi por los disparos de cohetes ejecutados por las guerrillas que combaten en Yemen, en respuesta a los bombardeos que sufren de parte de Arabia Saudita.

De acuerdo, de nuevo, a los medios de comunicación, el ataque militar norteamericano al centro atómico iraní tuvo que ser abortado por los altos mandos militares de Estados Unidos, contra la voluntad de Trump. La prensa israelí, por su lado, informa sin sombra de duda que la ejecución del atentado contra Fakhrizadeh fue ocultado a Ben Ganz, el ministro de Defensa de Israel. Ganz es, además, el próximo presidente ‘in pectore’ del país, en virtud de un pacto de rotación que acordó con Netanyahu. Los hechos describen el establecimiento de una camarilla internacional de características para estatales, entre Trump-Netanyahu-Ben Salman.

Desde el punto de vista de la política internacional, pareciera que el ‘establishment’ de Trump pretendiera, con estas acciones criminales, acorralar a Biden, que ha hecho conocer el propósito de reanudar las negociaciones acerca del plan nuclear de Irán. Para ello exige, sin embargo, que Teherán destruya el plutonio que ha acumulado desde que Estados Unidos rompió en forma unilateral los acuerdos con Irán y otras seis potencias, y cancele sus planes de investigación y desarrollo de reactores de imprescindible uso civil. Se trata, claro, de un planteo sin futuro por dos razones obvias: la primera, es que Biden no puede ofrecer ninguna garantía de cumplimiento de acuerdos, luego de lo hecho por Trump, y mientras Netanyahu siga gobernando Israel; la segunda, es que Arabía Saudita y los países del Golfo han acumulado sus propios arsenales, en la frontera misma con Irán. El gabinete de Biden, por si faltara algo, está poblado de agentes del gobierno israelí, ahora en faceta demócrata. Como consecuencia de las sanciones que Trump impuso contra los persas, la exportación de petróleo iraní cayo de dos millones de barriles diarios a ciento cincuenta mil, en tanto que los pulpos petroleros internacionales abandonaron sus planes de inversión en el país. En el marco del bloqueo, Irán registró, sin embargo, una expansión importante de la industria (para “sustituir importaciones”), así como un avance en la dominación económica por parte de los entes estatales dirigidos por la camarilla clerical.

La dimensión más importante de la ejecución criminal protagonizada por los comandos sionistas, reside sin embargo en su significado para la política doméstica norteamericana, incluida la transición presidencial. En los últimos días Trump ha decapitado al alto mando militar que se opuso a emplear el ejército en la represión del movimiento Black Lives Matter; fue el último episodio de una repetida purga en el Pentágono. La prensa estadounidense viene señalando que Trump está llenando de agentes suyos la “planta permanente” del Estado. El reemplazo del ministro de Defensa Mark Esper por Cristopher Miller, fue acompañado por la elevación del Comando de Operaciones Especiales a la condición de cuarta arma de las Fuerzas Armadas – Aviación, Ejército, Marina. El COE comprende a los comandos de elite de las distintas armas, que se encargan de atentados, secuestros y asesinatos a lo largo de todos los continentes. De aquí en más el COE reporta en forma directa al Presidente, cuando hasta ahora las órdenes del poder ejecutivo en este terreno debían pasar por el filtro del estado mayor conjunto. En este contexto, un bombardeo al sitio nuclear de Nataz y sus eventuales consecuencias, habrían creado una situación golpista con referencia a la transición presidencial, que Trump sigue cuestionando. La campaña de Trump contra las elecciones recientes; las reuniones conspirativas con Ben Salman y Netanyahu; el intento de bombardear Iran; la purga del alto mando militar; el nuevo status para el Comando de Operaciones Especiales; todo esto conforma un diseño golpista, que trasciende el abandono de funciones por parte de Trump en enero.

La presentación de la presidencia de Biden como un “back to normal” (retorno a la normalidad) es completamente infundada, aunque Biden represente al poderoso establishment que entiende que Trump es una amenaza a la ‘estabilidad’ internacional e incluso a la hegemonía del imperialismo norteamericano. Netanyahu, por caso, ya está planeando incumplir el acuerdo de rotación presidencial; en la Lista Común, como se designa al frente de los partidos árabes de Israel, ha surgido una corriente favorable a apoyar a Netanyahu y su política. La guerra que se desarrolla en Libia y la guerra desatada por el turco Erdogan contra la población armenia en Azebaidjan; los choques en el Mediterráneo oriental, en torno a los yacimientos de gas, con la participación destacada de Francia, Israel, Turquía y Egipto, son parte de un enorme desequilibrio mundial con epicentro en Estados Unidos.

Hace tiempo que la cuestión de las nuevas guerras imperialistas se encuentra en la agenda de la IV Internacional. La crisis humanitaria, social y política desatada por la pandemia ha reforzado esta cuestión, en especial cuando se anuncian cada vez con más fuerza los choques que suscita la producción y la distribución de las vacunas contra el Coronavirus. La pandemia ha mostrado todo el alcance destructivo que tiene la explotación capitalista del medio ambiente. Ahora se suma la depredación del espacio cercano.

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