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Los corresponsales acreditados en Washington coinciden en subrayar la facilidad -por no decir impunidad- con la cual los grupos supremacistas y fascistoides afines a Trump irrumpieron esta tarde en el Capitolio, para frustrar la sesión del Senado que debía certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales. Aunque esa victoria está refrendada por una diferencia de 7 millones de votos y 74 electores, la incursión de los trumpistas ha postergado la consagración de Joe Biden como presidente, a sólo dos semanas de su asunción legal. Con independencia de que las fuerzas federales logren controlar el putsch, ha quedado instalada una fractura vertebral en el corazón del Estado y del régimen politico estadounidense. En el Capitolio, se han vivido los primeros episodios de una guerra civil.
Los periodistas citados señalaban la sugestiva tardanza de la Guardia Nacional, que demoró más de dos horas en actuar en los hechos del Capitolio. Pero la escalada de los fascistas sobre la sesión del Senado estaba virtualmente “cantada”, a partir de varios acontecimientos. Apenas un día antes, los demócratas se alzaban con la elección senatorial en Georgia, pero con resultados ajustadísimos – Jon Ossof, el candidato de Biden, lograba el 50,2% de los votos, incluso con el espaldarazo que implicaba la previa victoria presidencial. Trump, en ese cuadro, declaraba que “jamás reconocería” los resultados presidenciales, y llamaba al Senado a “discutir” los resultados electorales de todo el país. Aunque la mayoría de los republicanos desconoció el llamado, una fracción nada despreciable de senadores cuestionó los resultados de Arizona – la tensión en el Senado, por lo tanto, ya estaba instalada con anterioridad a la irrupción de los supremacistas. El propio Trump llamó a sus partidarios a movilizarse. La escalada fascista, por lo tanto, no actuó como una banda “descontrolada”, sino como una fracción del Estado.
Cuando Trump llamó a sus partidarios a sosegarse y a “volver a casa”, subrayó sin quererlo al carácter paraestatal de la asonada. En efecto: el instigador contaba también con la autoridad suficiente como para organizar la retirada. Las reacciones populares contra el putch fascista en las principales ciudades parecen espontáneas – los líderes demócratas apenas atinaron a asegurar su propio resguardo.
La embestida sobre el Capitolio no sólo deja un escenario incierto en lo inmediato, cuando el Congreso aún debe certificar la victoria de Biden. En perspectiva, anticipa el escenario de confrontaciones sociales y de guerra civil en ciernes que servirá de telón de fondo a la presidencia de Biden. Con estos hechos, Trump “avisó” con qué armas piensa disputar las próximas batallas políticas, como las elecciones de medio término planteadas para el 2022. Del otro lado de las movilizaciones fascistas, late la amenaza de la rebelión popular que ganó las calles contra la violencia estatal racistas. Esta polarización social y política tiene lugar en medio del descontrol pandémico, de una crisis social sin precedentes –y con instrumentos asistenciales desmantelados-; y de una exacerbación de la lucha por el mercado mundial, con el capitalismo norteamericano y su Estado en su mayor retroceso. Que el antagonismo entre revolución y contrarrevolución sacuda al centro económico y político del capitalismo mundial, retrata, no a un país, sino a una etapa histórica.