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El comentario generalizado acerca de la vuelta atrás en el proceso judicial entablado contra Lula hace seis años, es que expresa el cambio de los ‘vientos políticos’ en Brasil. La gestión de la pandemia, por parte de Bolsonaro, ha plantado una catástrofe social inmensa. El alto mando militar, comprometido en este gobierno hasta los tuétanos, necesita organizar una retirada ‘indolora’. De otro lado, el desangre financiero ocasionado por la pandemia inviabiliza la mayor parte del plan de ajuste del ministro Guedes, como lo acaba de demostrar el congelamiento de tarifas de la nafta y el descabezamiento de la directiva de Petrobras. No sorprende, entonces, que el Procurador General de Brasil, designado por Bolsonaro, no haya interpuesto una apelación a la decisión de uno de los ‘jueces supremos’ del país, que acaba de invalidar el proceso judicial y las condenas contra Lula por ‘errores de procedimiento’ – se lo debió haber juzgado en Brasilia, decidió Edson Fachin, no en Curitiba. Lula recupera sus derechos políticos por caminos ‘impensados’, o sea por fallas ‘técnicas’ – casi un indulto, porque no ha sido absuelto de ninguno de los crímenes que le fueron atribuidos, que en cualquier caso ahora han devenido ‘abstractos’. Los métodos ‘podridos’ (para tomar prestada una ‘boutade’ reciente de CFK) usados para condenarlo, ahora sirven para exonerarlo. Los juristas del kirchnerismo han estado explorando vías como ésta para sacar a su jefa de los tribunales. El fiscal Stornelli busca zafar de una condena por espionaje calificado como ‘mafioso’, cuestionando la jurisdicción de Lomas de Zamora – la Curitiba del gran Buenos Aires.
El ‘indulto’ procesal puede venir con una yapa, porque una Sala del Tribunal Supremo había comenzado a tratar, días antes, algo un poco más grueso: la impugnación de las pruebas acumuladas contra Lula, debido a que fueron obtenidas por medios ilegales. Se trata de la denuncia, con veracidad comprobada, de que el juez Sergio Moro, el curitibense que condenó a Lula a doce años de prisión por un departamento recibido en dádiva, se había complotado con los fiscales del caso para obtener pruebas o evidencias a través de escuchas ilegales y otras formas de espionaje. Al cierre de este artículo, la Sala estaba empatada 2 a 2, con posibilidades a favor de Lula. Si esto llegara a ocurrir, todas las pruebas quedarían invalidadas e incluso debiera ser causal de un proceso a Moro. Como se puede ver, la Justicia supera a cualquier prestidigitador, pues puede convertir en la nada las pruebas que ella misma declaró incontrovertibles.
Siguiendo ‘el hilo’, como se dice ahora, el culebrón remonta más allá. Ocurre que hace un mes, el Fiscal General de Bolsonaro decidió desmantelar el grupo de tareas que ha investigado el Lava Jato – el famoso escándalo de coimas organizado por la compañía Odebrecht para quedarse con la obra pública de Brasil, Perú, El Salvador, Panamá, Argentina, Bolivia, Venezuela, varios países de África y Cuba. El Lava Jato es la matriz de los procesos subsiguientes contra Lula, y contra varios dirigentes del PT que fueron condenados a prisión. El escándalo no fue descubierto, sin embargo, en un lavadero de autos sino por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, que finalmente zanjó la corruptela mediante la aplicación de una multa de unos cuatro mil millones de dólares a Odebrecht. La compañía mandó a retiro a los inculpados, reestructuró sus finanzas, cambió de nombre y ahora ha quedado definitivamente liberada de cualquier investigación ulterior. Para dar un ejemplo, en estos momentos está en la picota el gerente financiero de Pemex por negociados con Odebrecht, sin que esto afecte a la brasileña. La ‘prosperidad’ de Odebrecht ocurrió bajo los mandatos de Lula, 2003/13, cuando la compañía acaparó los contratos con Petrobrás con sus debidos sobreprecios.
Como se puede ver, asistimos a una cadena de indultos, cuyo propósito es recuperar la ‘normalidad’ de las grandes constructoras brasileñas, con pesos pesados como Camargo Correa o Andrada Gutierrez. Si se nos permitiera hacer ‘reduccionismo económico’, el famoso Unasur no fue sino la superestructura política que debía servir a la construcción de rutas del Atlántico al Pacífico por parte de los pulpos brasileños. El desmembramiento del grupo de tareas del Lava Jato fue visto, en su momento, como un anticipo de los ‘indultos’ de ahora. La ofensiva norteamericana contra Odebrecht permitió romper el monopolio de Petrobrás en las licitaciones de exploración petrolera, en las que ahora campean las compañías norteamericanas, y quebrar la tutela de las constructoras brasileñas en las licitaciones que convoca Petrobrás. Lula puede alegar, no sin cierta razón, que ejerció un gobierno nacionalista, sólo si admite que gobernó para estos sectores. En otro ‘reduccionismo económico’, la caída de Odebrecht precipitó la caída de los gobiernos encabezados por el PT.
No faltan sino que sobran quienes en Brasil opinan que el ‘indulto’ judicial a Lula (un contrasentido pero real), responde a la necesidad de Bolsonaro de negociar reciprocidades para hacer frente a los avanzados procesos de corrupción contra sus hijos, fogoneados ‘a la Magnetto’ por la red O Globo. En Río de Janeiro operan milicias comandadas por la cría del Presidente, que han tomado el control de la distribución de vacunas, un entuerto político que hace empalidecer a la toma del Capitolio por las tropas de Trump. De otro lado está la decisiva cuestión militar. Lula no fue a la cárcel por una condena judicial sino por una orden militar a los jueces. El comandante en jefe de aquél momento exigió por twitter al Tribunal Supremo la condena de Lula, que se impuso, precisamente, por sólo un voto. Las muertes por la pandemia, en cualquier pais que respete las normas judiciales, son suficientes para condenar a varios centenares de milicos o más, por incumplimiento de los deberes de funcionario público. Asistimos a los pasos de un minué, que debería llevar a un repliegue militar ‘sin heridos’. Veremos.
Por último, mientras la alcahuetería criolla que gobierna desde Buenos Aires asegura que Brasil goza de una salud financiera envidiable, los pontífices de Londres advierten que un default está más cerca que lejos. Es que Brasil, con un ‘envidiable’ mercado de capitales ‘local’, en reales, tiene una deuda de un billón de dólares, carga también, por otro lado, con una deuda externa privada de un billón y medio de dólares efectivos (la de Argentina es de ochenta mil millones). Lo único que necesita el “país hermano” es una suba de la tasa de interés internacional para poner a la mitad de las compañías en default, acompañada de una salida de dinero de reales a dólares, para voltear la arquitectura que se ha venido montando en las últimas tres décadas.
Los jueces, los políticos, los banqueros y los militares están moviendo sus fichas en Brasil. Ahora recuerdan que Lula ganó la tapa de la revista Time y que Obama lo llamó “el hombre”.