A 83 años de la "Kristallnacht"

Escribe Norberto Malaj

Tiempo de lectura: 4 minutos

A fines de septiembre de 1938, Inglaterra y Francia acordaron en Munich lo que dio en llamarse la política de ´apaciguamiento´ de Hitler. Con ella los ´demócratas´ de Europa occidental creían que evitarían una guerra con Hitler. En marzo de 1938 Alemania había anexado Austria. Los primeros intentan calmar al Führer facilitándole ahora el desmembramiento de Checoslovaquia, la principal república industrializada de Europa Oriental.

En Francia gobernaba el ´frente popular´ que integraban el PS y el PC. Éste había preservado todos los pactos previos del imperialismo galo, de modo que violan el mismísimo tratado de “defensa mutua” que ataba la seguridad nacional de Francia a Checoslovaquia. El PS y el PC francés anticipan así lo que luego Stalin hará bajo el pacto Ribbentrop-Molotov (1939/41): permitir la ocupación de media Europa Oriental por Hitler a cambio de la ´promesa´ de éste de no ocupar la URSS (Stalin tomó esto al pie de la letra y en su nombre sacrificó al PC polaco y no preparó a la URSS frente al ataque demoledor que Hitler lanzaría en junio de 1941).

Lo anterior viene a cuento de lo que pocas veces se dice. La “solución final” contra los judíos fue pavimentada precisamente por ese pacto. La famosa “noche de los cristales rotos” (la Kristallnacht), de la que en estos días se conmemoran 83 años, se desató “apenas cinco semanas más tarde. Vale la pena volver a enfatizar la correlación crítica entre el apaciguamiento, la política seguida por Inglaterra y Francia hacia la Alemania nazi, que culminó con el acuerdo de Múnich de 'paz en nuestro tiempo' y los eventos de noviembre” (Adam J Sacks, City University of New York, Haaretz, 10/11). El mismo investigador recuerda: hasta “los líderes nazis se sorprendieron de que sus enemigos estuvieran ofreciendo un país inocente en bandeja de plata. Los aliados occidentales habían destrozado el mapa de Europa como un cristal”.

La Kristallnacht fue un ataque contra los judíos alemanes mucho más grave que los conocidos pogromos que habían sufrido antes los judíos en la Rusia zarista (y que la revolución bolchevique erradicó). “Los pogromos en la Rusia prerrevolucionaria, a diferencia de la Kristallnacht, rara vez tenían como objetivo las sinagogas o presentaban la profanación ritual de la Torá; no se dirigieron exclusivamente a los judíos, centrándose ocasionalmente en otros grupos étnicos como los armenios o los políticos revolucionarios, y fueron provocados tanto por la dislocación económica como por el antisemitismo”. En la Kristallnacht en una sola noche los propios nazis reconocieron 91 muertes. De esta cifra “quedan excluidos los más de 700 suicidios provocados por la violencia, el miedo intenso y la claustrofóbica falta de vías de escape, así como las decenas de miles de judíos a menudo ancianos enviados a campos de concentración en ese momento… La imagen definitoria registrada por la mayoría de los sobrevivientes fue la ropa de cama desparramada: los colchones arrojados por las ventanas, una violación del dormitorio, el espacio vital más íntimo. Innumerables casas de judíos fueron destruidas, algunas confiscadas por la fuerza, junto con el incendio de 1000 sinagogas” (ídem).

El propio nombre de Kristallnacht tiene una connotación antisemita. Por “noche de cristales rotos” se refiere “a cristalería, que indica ´vidrio fino, caro o de lujo´. Su asociación de judíos con su riqueza perdida, en lugar de sus medios de vida, lugares de culto, salud o vidas perdidos, fue una capa adicional de connotaciones deliberadamente antisemitas” (ídem). La mayoría judía de Alemania y Polonia, los dos países con mayor concentración judía de Europa central antes de la guerra, era proletaria.

En su momento, la Kristalnacht no provocó ninguna reacción en las naciones democráticas, ni siquiera en el ascendiente movimiento sionista. Por un lado, Occidente acompañaba el odio nazi contra los judíos sólo unos decibeles detrás de aquél. Esto vale especialmente para Inglaterra como para EE.UU., donde amplios círculos de las clases dominantes se abanderaron con la prédica antijudía. Contra lo que se suele sostener la inacción y el silencio cómplice de los demócratas´ fue pasmoso. El cubano Leonardo Padura rememora en el comienzo de su libro Herejes el caso de un barco procedente de Bélgica al que no se le permitió hacer puerto ni en La Habana ni en New York y es obligado a regresar a Europa con sucarga´ de más de mil judíos; los que encontrarán su fin en las cámaras de gas de Hitler. EE.UU., entre otras cosas, protagonizó una “vergonzosa traición a los académicos judíos desesperados de Europa durante el Holocausto”, denunció Laurel Leff, profesora de estudios judíos de la Northeastern University en Boston autora de un libro publicado en diciembre de 2019 sobre el tema (Haaretz, 20/1/20).

Por el otro, mientras se producía la Kristalnacht y hasta varios años después, el movimiento sionista pactaba con Hitler la entrada de mercancías alemanas en Palestina para quebrar el bloqueo que Inglaterra implanta en la época. Desde la gran huelga general palestina iniciada en 1936, Inglaterra toma distancias del movimiento sionista, al que había alentado tras la Declaración Balfour. Los sionistas que entonces comienzan a girar en la órbita yanqui hacían pingües negocios con el hitlerismo (lo denuncia en un texto una confesa sionista: Hanah Arendt).

La Kristalnacht fue desatada en un evento del partido nazi, en la misma ciudad de Munich, cuando se conmemoraba el fallido golpe de estado de Beer Hall, el putch de Hitler de 1923.

Recordamos la “noche de los cristales rotos” alzando nuestra voz contra todas las Kristalnacht del presente, en particular el apartheid sionista de Palestina.

Si noviembre de 1923 pavimentó el camino de noviembre de 1938, 51 años después —en 1989—, en otro noviembre famoso, las masas alemanas se desquitan finalmente contra otra ignominia del capital y sus cómplices de la burocracia stalinista. La barrida del Muro de Berlín —más allá del desenlace transitorio de la unificación capitalista de Alemania— constituye un principio de reconstrucción de una de las clases trabajadoras más poderosas y con mayor tradición de lucha de Europa. La partición de este proletariado en la posguerra, la división del país y la erección del muro en 1961 fue un intento por hacer pagar al pueblo alemán la felonía del ascenso del fascismo, cuya responsabilidad compitió en un 100% al imperialismo mundial y a la burocracia totalitaria de Stalin.

Sólo la revolución socialista a escala mundial acabará con todos los muros, las Kristallnacht y toda opresión sobre la tierra.

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