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Leandro Suárez fue liberado en agosto de 2020 de la Unidad N°19 del Servicio Penitenciario Federal, la Colonia Penal de Ezeiza, a la que había ingresado en 2014.
Según las crónicas periodísticas hoy tiene 29 años. De esos incuestionables datos surgen varias conclusiones.
Primero que, al iniciar su vida en prisión, Leandro Suarez apenas superaba los 20 años.
Eso en el mejor de los casos, ya que un abrumador porcentaje de la población carcelaria adulta, conformada casi en su totalidad por excluidos sociales, está sometida a un encierro carcelario antes de cumplir los 18 años.
También es evidente que, siempre en el mejor de los casos, los cinco años y diez meses que Leandro Suarez estuvo en prisión representan gran parte de su joven existencia.
¿Quiénes gobernaron durante ese lapso de tiempo?
La respuesta echa por tierra el verso de “la grieta”.
El artículo 18 de la Constitución Nacional prescribe que “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas…”.
Desde las usinas ideológicas del orden social vigente llaman a esa disposición constitucional “fin resocializador de las penas”. La base material demuestra que, como es costumbre, se trata de “papel pintado”.
Seamos serios. El 54% de los niños son pobres en la Argentina.
¿Puede pretenderse resocializar a una persona a la que, estando “en libertad”, se le negó toda posibilidad concreta y real de socializarse?
Esa posibilidad que se niega durante “la libertad”, ¿puede brindarse en el contexto del encierro carcelario inherente al orden social vigente?
El 7 de Noviembre pasado, mediante varios disparos de arma de fuego, estando en compañía de una niña de 15 años que pertenece a su mismo segmento social, Leandro Suárez asesinó brutalmente a un semejante.
En el marco de una múltiple incursión delictiva atacó ferozmente a su víctima con varios disparos de arma de fuego.
Sin contemplaciones, Leandro Suárez ultimó a un trabajador y, a raíz de ese crimen, todos los voceros de los partidos políticos patronales se dirigieron acusaciones cruzadas.
De un lado de "la grieta" vociferaron por “las puertas giratorias” y la liberación de delincuentes. Del otro hablaron de la utilización de la tragedia con fines electoralistas. Sin embargo, con el repugnante cinismo que los caracteriza, exhibieron acuerdos.
Coincidieron en que hay que agravar las penas, reducir los “beneficios” liberatorios, limitar las excarcelaciones etc etc.
Sin exteriorizar ningún tipo de vergüenza volvieron a efectuar esas históricas e inconducentes “propuestas”. Pero con el agravante de que lo han hecho en el contexto de una superpoblación carcelaria que constituye una verdadera crisis humanitaria.
Todo un delirio en el que, sin “grietas”, desprecian el dolor ajeno encubriendo que, en este sistema social, la cárcel deriva en el perfeccionamiento criminal de las personas (jóvenes y pobres) encarceladas.
Unos y otros esconden que, al ser “liberadas”, la enorme mayoría muy difícilmente tengan otro destino que operar como mano de obra barata y eslabón vulnerable del narcotráfico, la trata de personas, las patotas sindicales etc etc etc…
La falsa grieta dejó al desnudo otro acuerdo implícito.
Ni los “nacionales y populares” ni los “republicanos” se detuvieron en las raíces sociales que ponen al desnudo la absoluta desintegración del orden social capitalista. Se cuidaron de no relacionar a la llamada inseguridad con esa realidad incontrastable.
Obviamente junto a ellos cerraron filas los “liberales” que enarbolaron la propuesta (¿liberal?) de “meter balas”.
En vez de utilizar la terrible tragedia con la que todos se llenan la boca deberían recordar la esencial idea que exteriorizó el Marqués de Beccaria: “prevenir el delito es mejor que tener que castigarlo” (Del delito y de las Penas. Año 1764).
Naturalmente, para ello resulta imprescindible acabar con el orden social en cuyo seno germinan las fuentes antisociales de los delitos.
Es que, como se ha dicho: “El menosprecio del orden social se manifiesta más claramente en su extremo, la delincuencia. Si las causas que hacen al obrero inmoral operan de manera más poderosa, más intensa que habitualmente, éste se convierte en un delincuente, tan seguramente como el agua calentada a 80 grados Reaumur (100 grados centígrados) pasa del estado líquido al estado gaseoso. Bajo la acción brutal y embrutecedora de la burguesía, el obrero se convierte precisamente en una cosa tan desprovista de voluntad como el agua; está sujeto exactamente con la misma necesidad a las leyes de la naturaleza para él, hasta cierto punto, toda la libertad cesa...” (La situación de la Clase Obrera en Inglaterra, Federico Engels, Pág. 185, Ed. 1892.)
Subrayar lo anterior no solo es un deber revolucionario.
Es, en definitiva, el modo de exteriorizar un sincero y sentido respeto por la irremediable pérdida de una vida y por el inconsolable dolor de sus afectos.