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Algunos comentaristas han referido un “tufillo pos-imperialista” en la Cumbre de las Américas prevista para el 6 al 10 de junio en Los Ángeles. El faltazo anunciado por México, Bolivia, Honduras y algunas naciones del Caribe es presentado como el final del orden del “patio trasero” que ha impuesto, históricamente, el imperialismo norteamericano. Se vuelve al mismo relato que presidió la ‘contracumbre’ que tuvo lugar en Mar del Plata, en 2005, donde la multitud mandó ALCA-rajo, la propuesta de Clinton primero y George Busch después, de establecer un tratado de libre comercio desde Canadá a Argentina. La crisis histórica del sistema interamericano, que instaló definitivamente la victoria de la Revolución Cubana, es confundida con una ínfula emancipatoria de parte de los gobiernos del Sur, sin reparar que todos ellos atraviesan una crisis terminal.
El reclamo contra la exclusión del evento de Venezuela, Nicaragua y Cuba, por parte de Biden, es una maniobra de corto alcance. La iniciativa la asumió el presidente de México, que viene lidiando con los gobiernos norteamericanos por la enorme crisis migratoria y la no menor de la ingerencia de la DEA, el organismo de espionaje del narcotráfico. México pretende que Biden anule el llamado “artículo 42”, que cerró las fronteras de EEUU con el pretexto de controlar la difusión del Covid. Centenares de miles de personas se agolpan en la frontera entre Guatemala y México, de un lado, y entre México y Estados Unidos, del otro. Se trata de una bomba de reloj, cuyas agujas corren con la velocidad de la crisis mundial y la guerra imperialista en Europa. En cuanto al narcotráfico, López Obrador ya ha advertido a las autoridades norteamericanas contra cualquier tentativa de capturar a militares mexicanos involucrados en la protección del comercio de drogas, con el propósito de juzgarlos en Estados Unidos. En los entretelones se cuela el afán de Estados Unidos de contener la presencia creciente de China en su vecino, desde donde penetra en el mercado norteamericano a través de la tercerización que caracteriza el comercio entre Estados Unidos, México y Canadá. La crisis entre la metrópoli imperialista y su ‘patio trasero’ se manifiesta en la multiplicidad de organismos que proliferan al costado de la OEA, como ocurre con esta Cumbre, con el Celac y otros. En la última Cumbre, reunida en Lima en 2018, Donald Trump declaró su ausencia con aviso, debido a la presencia del trío de las dictaduras, algo que no ocurrió cuatro años antes, cuando Obama estrechó manos con Raúl Castro. El ciclo pos-imperialista no es más que un culebrón que los protagonistas repiten en forma periódica con distinto formato.
La moneda de este culebrón tiene también otra cara. Biden no puede invitar a ‘las dictaduras’ porque no quiere hacer más aguda su derrota en las elecciones que tendrán lugar en su país en noviembre próximo. Por este motivo, discute con Venezuela y con Cuba, al margen de la Cumbre, un ‘deshielo’ muy conveniente. En el caso de Maduro se trata, nada menos, que de la privatización del petróleo venezolano y el alcance de la dolarización en Venezuela. En el caso de Cuba, ha reanudado la posibilidad de que reciba remesas desde Miami y vuelos a distintas partes de la Isla. Cuba enfrenta una crisis humanitaria como consecuencia de la pandemia, de la guerra y de la política de ajuste del gobierno, que está agravando la crisis migratoria. Este ‘acercamiento’ de parte de Biden a Venezuela y a Cuba, ha descongelado las negociaciones del chavismo con la oposición ‘escuálida’, en la cual López Obrador oficia de mediador en el distrito federal de México. El mexicano debe considerar un ‘desaire’ que él deba recibir a los chavistas en México, para favorecer la penetración de las petroleras y bancos norteamericanos en Venezuela, mientras Biden se preserva políticamente excluyendo a Maduro de Los Ángeles.
En medio de este embrollo “parió la abuela”. Al inefable Alberto Fernández no se le ocurrió nada mejor que proponer una “contracumbre” nada menos que en Los Ángeles, como si se tratara de La Matanza (Cristina dixit). La torpeza del planteo se magnifica cuando es sabido que AF quería ir a Los Ángeles con el propósito de tener una reunión con Biden, como ha logrado obtener el trumpista Bolsonaro, que no se vio en la necesidad de suspender el saqueo ambiental en la Amazonía. El vapuleado presidente de Argentina ha perdido la coordinación neurológica. Ahora ha degradado ese dislate con la propuesta de pronunciar, cena mediante, un discurso ‘antiimperialista’. Atado al FMI, mientras se siente supervisado por su compañera en el Ejecutivo, AF se ha convertido en “perro en cancha de bochas” internacional. Para sumar incoherencias, ha ordenado a YPF a sumarse al boicot al petróleo ruso, que India y China importan con descuentos de ‘hot sale’.
La Cumbre sorprende a Biden con otra novedad: la crisis en Colombia. El aliado latinoamericano de la OTAN y asiento de bases militares del Comando Sur ha visto volar por los aires a la camarilla uribista, para entrar en tres semanas de desasosiego entre Petro, el centroizquierdista que supo conseguir, y Hernández, el Otanista de último momento. A la incertidumbre política que suma este escenario a la Cumbre que se inaugura el 6 de junio, se añade la multiplicación de bandas armadas del narcotráfico y el aumento incesante de asesinatos de militantes populares. La crisis migratoria alcanzará su propia cumbre de millones de personas.
El culebrón de la Cumbre expone la enormidad de la crisis de régimen en Estados Unidos -más bien, la declinación del imperialismo norteamericano y mundial- en el momento en que este imperialismo se encuentra empeñado en cambiar regímenes en otras latitudes, como Rusia o China. Estados Unidos ha entrado en una guerra mundial con un gobierno cada vez más débil. Pretende unificar a América Latina detrás de la guerra de la OTAN, cuando esta guerra potencia la crisis histórica de los regímenes latinoamericanos. Es de este modo, como parte de la guerra de la OTAN, que se deben interpretar las presiones de Estados Unidos contra la presencia comercial de China en América Latina. Pero el mercado chino es, para muchas economías latinoamericanas y sus respectivas oligarquías, el último cable a tierra para la supervivencia. El culebrón de Los Ángeles deforma la amplitud y la agudeza de una crisis histórica, que condena al fracaso total a las tentativas burguesas relativamente nacionalistas, los centroizquierdismos en sube y baja y las veleidades democratizantes.