La OTAN extiende la guerra imperialista a Asia

Escribe Jorge Altamira

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No han pasado seis meses desde la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la guerra se ha extendido al sudeste de Asia y concretamente a China y su entorno geopolítico. En un caso como en el otro el escenario bélico ha sido construido en forma sistemática por parte de la OTAN, incluida la violación de compromisos y acuerdos internacionales. En el caso de Ucrania se trata de las promesas de neutralidad del país como contrapartida de la obtención de su independencia, enseguida después de la disolución de la Unión Soviética. De la formación inicial de la Comunidad de Estados Independientes, entre Ucrania, Bielorrusia y Rusia, se pasó a la presión para integrar a Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, en un modelo similar al seguido con los Estados desprendidos de la ex Yugoslavia, donde también se anuncian guerras, como amenazan Serbia y Kosovo. La OTAN ha estado detrás de los golpes de Estado que voltearon a los gobiernos prorrusos y de la guerra ulterior contra las regiones que desafiaron estos resultados. Este desarrollo político quebró, contradictoriamente, la intención de Rusia de integrar ella misma la OTAN, su expulsión del llamado G-8 y, más adelante, ha llevado a la crisis terminal del G-20. La integración de los ex Estados ‘socialistas’ a la economía y la política mundiales perdió rápidamente su carácter ‘pacífico’, para adoptar ahora el de una guerra mundial en desarrollo.

Lo mismo ha ocurrido en los mares vecinos a China, donde se ha instalado la 7° Flota de Estados Unidos, acompañada, recientemente, por la firma de una alianza militar contra China entre Estados Unidos, Australia y Japón. El acuerdo Nixon-Mao, de 1972, que reconocía a Pekín como el único representante de China y le otorgaba el acceso al Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho a veto, se ha convertido en un simple papel. Estados Unidos ha emprendido una acelerada militarización de Taiwán, a la que pretendió con anterioridad convertir en una cuña de la restauración capitalista de China, como ya lo había hecho con Hong Kong, una de las principales plazas financieras internacionales y fuente de financiamiento económico del territorio continental. La cadena de producción de semiconductores (chips), piezas fundamentales del proceso electrónico, arranca con el diseño en EE. UU., sigue con una fase de manufactura en Taiwán y culmina en la propia China. La industria más importante de China, Foxcom, que produce los componentes del iPhone de Apple, es de capitales taiwaneses. El núcleo principal de las cadenas de producción internacionales son las que ligan a China y Estados Unidos. El desarrollo de las escalas de valor añadido de la producción de China ha llevado a un conflicto irremediable con el capital internacional y con las potencias imperialistas.

La visita de la presidenta de la Cámara de Diputados de EE. UU., Nancy Pelosi, segunda en la sucesión presidencial, a Taiwán, en un avión de las fuerzas armadas norteamericanas, tuvo lugar a pesar de las advertencias de China a EE. UU. de que ella constituía una violación del reconocimiento del gobierno de Pekín como único representante de China, o sea, incluida Taiwán. El viaje se realizó a pesar de la oposición de un sector del gobierno norteamericano y de lo altos mandos, que entendieron que acercaba a China con Rusia en el marco de una guerra irresuelta en territorio europeo. El gobierno de Pekín ha rechazado la incorporación de Ucrania a la OTAN y las sanciones contra Rusia, pero ha evitado un choque abierto con Washington y la Unión Europea (aunque ha roto toda relación comercial con Lituania por facilitar las exportaciones a Taiwán por parte de capitales alemanes, desde su territorio). Con el propósito de Washington de llevar la guerra de Ucrania a Moscú, Biden advirtió a XI Jinping contra la continuidad de la alianza de China con Rusia y, en una instancia última, con proporcionar ayuda militar –aunque es Rusia, en realidad, la que provee armamento sofisticado a China-. El viaje de Pelosi ha mostrado la intención de un sector del “establishment” norteamericano de forzar a Pekín a abandonar su rol de mercado alternativo para el petróleo ruso y la utilización del yuan chino y el rublo ruso para esquivar las sanciones financieras contra Rusia. Ha dejado al desnudo, por implicancia, la intención de intensificar las acciones militares de la OTAN en Ucrania, cuyo ejército y fuerzas territoriales ya utilizan enteramente armamento de EE. UU., Gran Bretaña y Alemania, lo que derriba por completo la especie de que en Ucrania se esté librando un combate por la independencia nacional. Se trata de misiles de largo alcance, aviones de combate y de un creciente uso de la inteligencia artificial para detectar y destruir objetivos enemigos.

La respuesta de China al viaje de Pelosi fue una exhibición de capacidad extraordinaria para bloquear el estrecho que separa a la isla del territorio continental, o sea, bloquear integralmente a Taiwán. China utilizó fuego real y disparó misiles en torno a la isla, con todas las características de un simulacro de invasión. Dejó planteada, por estos medios, la posibilidad de cortar el comercio internacional en una de las zonas más concurridas del mundo. Repitió esta operación varios días después, cuando una delegación de legisladores estadounidenses se trasladó a Taiwán, nuevamente en transporte militar. El vicealmirante de la 7° Flota, Karl Thomas, desaprobó la falta de respuesta militar de EE. UU. a las operaciones de China, caracterizando que se estaba aceptando una “nueva normalidad”. El desafío público a la conducta del alto mando militar norteamericano pone al descubierto el desarrollo de una crisis política inconfundible en el régimen político estadounidense.

Estos enfrentamientos han expuesto una tendencia que ya se ha manifestado con la irrupción de la pandemia, que es la crisis en las cadenas de producción internacionales que marcaron el punto alto de la llamada ´globalización´. Se trata de una escalada de la guerra económica, porque convierte a las alianzas en enfrentamientos. Esto ocurre cuando la economía internacional transita por una nueva etapa de la crisis financiera, ocasionada por el sobreendeudamiento de Estados, de un lado, y empresas y bancos, del otro, en un marco de caída de la liquidez y el financiamiento internacionales. La exportación de capitales por parte de China, para superar el estrechamiento del mercado interno y contrarrestar la caída de la tasa de beneficio, ha sido acompañada por una política de bloques comerciales que acentúan el conflicto con Estados Unidos y la Unión Europea. Los acuerdos conocidos como la Ruta de la Seda buscan una salida para a las grandes constructoras, que atraviesan en China una crisis monumental. La constructora Evergrande, con una deuda impagable de 300.000 millones de dólares, no ha podido presentar un plan de reestructuración, lo que ha afectado a todo el mercado inmobiliario y a los bancos, y ha dejado un gigantesco stock de edificios y viviendas sin terminar. Las auditoras de la compañía están siendo acusadas de fraude contable. El PBI se ha estancado y se asiste a una salida creciente de capitales. De otro lado, se asiste a una cadena de defaults de los países involucrados en la Ruta de la Seda. El desarrollo del capitalismo en China enfrenta un enorme impasse. Se desarrolla una lucha despiadada por el reordenamiento económico mundial, que es como el capital busca contrarrestar su proceso de disolución.

La guerra imperialista, en tanto explosión extrema de las contradicciones capitalistas, plantea objetivamente la creación de situaciones revolucionarias y contrarrevolucionarias. Ambas tendencias están presentes, en diverso grado y en diferentes países. Las rebeliones populares se conjugan con motines fascistas, como el asalto al Congreso norteamericano.

De aquí la importancia de la caracterización de la guerra. Se da la curiosidad, entonces, de que la guerra imperialista es vista por el conjunto de la izquierda como una guerra antiimperialista. Un sector interpreta que se trata de la lucha por la independencia de Ucrania frente a la invasión rusa; el otro, que se trata de la independencia de Rusia, amenazada por la guerra de la OTAN. Trasladado a China, para unos es la justa lucha de ésta por la reunificación nacional, para otros es un asalto contra la autodeterminación de Taiwán. Cada uno de los bloques imperialistas estaría librando un combate por los derechos nacionales. De aquí que unos y otros levanten consignas nacionalistas, aunque de signo contrario. La frase “la guerra imperialista contra Rusia y China”, deja en el pincel la caracterización de la guerra que libran Rusia y China. Pero estas últimas, donde se ha impuesto la restauración capitalista, van a la guerra en defensa de las clases que han impuesto esa restauración, no en defensa de los trabajadores explotados por aquellas. En este sentido concreto, libran una guerra imperialista en sus propios términos. En el caso de Rusia es una guerra de sometimiento de Ucrania y un mayor sometimiento de los trabajadores de Rusia; de parte de China sería de sometimiento de Taiwán y el sometimiento mayor de la clase obrera de China. Sobre esta base, no se excluyen nuevos acuerdos con la propia OTAN. En este sentido, de nuevo, concreto, es una guerra imperialista mundial que apela como respuesta a la revolución socialista internacional. La guerra en curso no exime, de un modo u otro, a ninguna nación del planeta.

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