Tiempo de lectura: 5 minutos
La guerra imperialista se ha agravado considerablemente luego de la operación relámpago que condujo a la recuperación de un extenso territorio en el noreste del país por parte del ejército de Ucrania. La llamada “guerra de desgaste” emprendida por Rusia sufrió un revés estratégico que expuso el límite infranqueable de una guerra de anexión. El operativo fue planificado, organizado y dirigido por la OTAN o, más precisamente, el Pentágono norteamericano. El revés sufrido en el terreno desató la primera gran crisis política en Rusia, que se manifestó en la oposición pública de numerosos parlamentarios, en el pedido de renuncia de Putin y en las críticas feroces de los sectores más chovinistas del establishment ruso.
En las últimas horas, Putin ordenó la convocatoria de 300 mil soldados de la reserva y dejó abierta la posibilidad de una movilización general. En respuesta a la envergadura de la intervención militar en la guerra, lanzó advertencias explícitas de represalias nucleares. Convocó, asimismo, a referendos de anexión en las zonas ocupadas, que la prensa califica de “ruso-parlantes”. Se trata, en verdad, de una imposición del propio Putin, porque la población de esas regiones ha manifestado el deseo de establecer un régimen político federal, que asegure las autonomías dentro de Ucrania.
El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, fue quien indudablemente elevó las apuestas más que nadie, al plantear que Estados Unidos debía desactivar las bases de lanzamiento nuclear de Rusia por medio de un bombardeo nuclear preventivo. Biden apenas le fue a la zaga: en el discurso en la Asamblea de la ONU advirtió a Putin de que podía recibir una respuesta nunca vista después de la segunda guerra mundial, en alusión a las bombas atómicas descargadas por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki. El escenario estratégico es contundente: no hay retorno al status quo previo a la invasión rusa. La eliminación de la influencia geopolítica de Rusia requiere un cambio de régimen político en Moscú. No basta con el retiro del ejército ruso de los territorios ocupados en el este: también debe desocupar Crimea y, eventualmente, la base naval de Sebastopol, en el Mar Negro. En la cuenta hay otros rubros –la devolución de las regiones separatistas de Georgia y el corte de toda influencia en el Cáucaso sur. Armenia y Azerbaiján entrarían en la zona de influencia de la OTAN, con una cuota eventual para Turquía. Estaría en juego también la base rusa en Siria, donde la intervención militar de Putin puso fin a la guerra impulsada por las llamadas fuerzas “islamistas”. Este esquema de situación, con obvias variantes o modificaciones, deja al desnudo las limitaciones de los planteos de China e India a Putin, en la reciente reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai. El señalamiento del Primer Ministro de India al presidente de Rusia -“esta no es época de guerras”- o el distanciamiento de Xi Jing Pin de la “alianza sin límites” con Rusia, han sido movimientos prematuros. La pelota está en el campo de la OTAN que, hasta nuevo aviso, reclama una rendición sin anestesia de parte de Putin.
De todos modos, Ucrania y Europa del Este ocupan una sola parte de la pantalla. La ofensiva norteamericana contra China no ha perdido ímpetu: el boicot a la industria tecnológica de Pekín y a la producción de semiconductores -el insumo vital de la Inteligencia Artificial- gana fuerza todos los días. La flota norteamericana sigue operando en el estrecho de Taiwán, para respaldar la decisión de retirar el reconocimiento de la isla como parte de la República Popular. Por las dimensiones de las fuerzas en juego, la guerra en el Indo-Pacífico supera en mucho lo que se ha puesto en juego en Ucrania. Si Xi Jinping no quiere ir más lejos en la aventura del Kremlin, todavía le queda calcular las consecuencias que tendrá para China un cambio de régimen en Moscú. La Unión Europea no ha avanzado siquiera un esbozo de plan para alcanzar un cese de hostilidades o una paz siquiera precaria. De nuevo, no hay posibilidad de retorno a la situación previa a la invasión.
Es que, bien mirado, la OTAN ha organizado esta guerra con todos sus detalles desde hace largo tiempo. Ha armado y entrenado al ejército ucraniano, por lo menos durante una década. Ha puesto en la agenda la incorporación de Ucrania a la OTAN, luego de haber rechazado la misma solicitud de parte de Putin. Ha desarrollado un estado de guerra permanente contra las llamadas regiones separatistas; en marzo de 2021, Zelensky reclamó a la OTAN iniciar una ofensiva de reocupación de esos territorios. Por último, y quizás lo más importante, Biden hizo cancelar la entrada en operaciones del gasoducto NordStream 2, definitivamente construido, bloqueando la alianza económica e industrial entre Alemania y Rusia, tejida laboriosamente por Ángela Merkel. La Unión Europea y Alemania se quejan ahora por el cierre de los grifos del NordStream 1, cuando son los responsables únicos y exclusivos de la falta de gas en el próximo invierno, que deberán comprar a precios veinte veces superiores a las gasificadoras de gas licuado transportado por barco. Putin entró por un aro en esta provocación, alentado por el éxito de sus operaciones anteriores: el ingreso a Siria, la derrota infligida a Georgia, la ocupación de Crimea sin resistencia extranjera y la necesidad de poner fin a las provocaciones de la OTAN contra las regiones separatistas. Todo esto es la expresión más completa del callejón sin salida al que la restauración capitalista ha llevado a Rusia y del carácter reaccionario y contrarrevolucionario de la nueva oligarquía rusa que emergió del partido comunista de la Unión Soviética.
La etapa otoño-invierno de la guerra está llamada, en estas condiciones, a desarrollar una cadena de crisis a repetición. De un lado, el período de frío y lluvias empeorará la situación de las tropas en el terreno, pero dará preeminencia a los misiles de largo alcance y precisión. En el plano político, la crisis de gobierno en Rusia se verá acompañada con las crisis en la Unión Europea por el desabastecimiento de energía, una carestía insoportable, movilizaciones y huelgas –como ya ocurre en Gran Bretaña, Francia y España. Muchos “otanistas” advierten que la crisis europea podría desbordar a los regímenes existentes y alterar la “unidad” de la que se jacta la OTAN. Todo esto en un marco internacional que apunta a la recesión y al aumento de las guerras comerciales, a partir de las subas drásticas de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal. Japón ha comenzado a revaluar el yen, con alzas de tasas, para cortar la salida de capitales, pero es una amenaza fenomenal a una economía que cuenta con la tasa de deuda pública más alta del mundo –un 350% del PBI.
La crisis política en Rusia requiere una atención especial, porque no apunta, por ahora, a desatar una situación revolucionaria, dado que el protagonista fundamental es la derecha, incluso fascista, del régimen. El desarrollo de la guerra ha mostrado la impostura de quienes reivindican la independencia de Ucrania, contra Rusia, que no es más que un apoyo a la guerra de la OTAN, que sostiene la guerra con un paquete de 100 mil millones de dólares; la de la izquierda rusófila que ha presentado a Putin como un baluarte contra el imperialismo mundial; y del pacifismo en general, que no entenderá nunca que las guerras son inevitables en tanto exista el imperialismo capitalista.
No existe una campaña internacional contra la guerra imperialista en nombre del internacionalismo de la clase obrera. En Argentina tampoco, donde los parlamentaristas usan el parlamento para cualquier ocurrencia que les dé visibilidad, pero para nada contra esta guerra de manifiesto carácter mundial. Esta campaña es más urgente que nunca, cuando todos los bandos en disputa coinciden en hacer uso de la guerra nuclear.
LEER MÁS
Escala la guerra imperialista Por Jorge Altamira
Reveses y reperfilamientos en la guerra de Ucrania Por Leib Erlej