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Hace un par de semanas, el ejército ucraniano de la OTAN fingió una operación militar de envergadura en la región de Kherson, en el sur del Donbass, sólo para lanzar un ataque relámpago en el norte, en Kharkov, donde ocupó sin resistencia miles de kilómetros cuadrados de territorio. Luego de que los generales rusos se jactaran de haber defendido con éxito el sur -el último eslabón de territorio que comunica a Rusia con la península de Crimea- , un nuevo asalto de Ucrania-OTAN tomó una parte de la misma Kherson. La anexión de las regiones de Lugansk y Donesk, votada por la Duma rusa, quedó puesta en ridículo. El vocero de prensa de Putin tuvo la ocurrencia de informar que desconocía los límites geográficos de los territorios anexados, que han ido cambiando de mano y que es objeto de una ofensiva fulminante antes de que comience el invierno. La Duma de Putin ha sido incapaz de definir en términos exactos el territorio que pretende anexar.
La OTAN no solamente ha explotado a su favor la extensión de las líneas de suministro del ejército ruso para atacar sus puntos más débiles y romper su cadena logística. El generalato ruso ha respondido a cada ataque de la OTAN con uniforme ucraniano, mediante la retirada. El sueño de Putin se ha hecho realidad: tiene un cuerpo de oficiales de características zaristas. La incompetencia del alto mando del Kremlin es objeto de furiosas críticas en los medios de comunicación de Rusia. En estas condiciones, no debiera sorprender que la convocatoria a nuevos reclutas haya sido respondida con la deserción. La oligarquía de Moscú busca nuevos contingentes en las naciones más pobres de la Federación y entre los sectores empobrecidos, como hacía Nicolás “El Sangriento” en la guerra contra Japón. El colapso político del régimen putiniano se encuentra a la orden del día. Algunos ‘ensayistas’ de Occidente ya aventuran que el desplome de Putin podría iniciar una desintegración nacional de Rusia y una guerra mundial de mayor alcance por la apropiación de sus despojos.
Los reveses de Rusia en Ucrania han puesto en la agenda la posibilidad del inicio de una guerra nuclear; Putin lo ha planteado abiertamente. En la prensa se menta la utilización de bombas atómicas “tácticas”, a usar en el frente de batalla, como si esto no fuera el inicio de una guerra nuclear. El efecto radioactivo de esos artefactos ‘menores’ alcanzaría a gran parte de Europa y, alternativamente, a Rusia. La respuesta de la OTAN a esta amenaza catastrófica ha sido la complicidad. Tanto Biden como su secretario de Estado, Anthony Blinken, advirtieron que Putin estaba ‘bluffeando’ o que recibiría una réplica adecuada a la circunstancia. Los estados mayores de la OTAN están simulando modelos de un eventual uso de armas nucleares. Aunque pareciera obvio que la OTAN pretende el retiro de Rusia de Ucrania, no ha dicho si pretende obtener ese objetivo por medio de un acuerdo político o una rendición. Es decir que sólo admitiría una capitulación de Putin. Esto es alentar que se sucedan ataques nucleares y ulteriormente la capitulación. Entre “un acuerdo de Versalles” (1918), que de todos modos produjo el desangre financiero de Alemania, y la ocupación de Berlín (1946), Biden acaricia esta alternativa, aunque lleva a una guerra nuclear ‘corta’.
Abonan esta estrategia política los atentados sufridos por los gasoductos NordStream 1 y 2, encargados de abastecer de gas a la Unión Europea. Jeffrey Sachs, un alto miembro del establishment norteamericano, acaba de presentar pruebas de que esos ataques terroristas fueron ejecutados por EE. UU. y Polonia. Sachs dirigió el equipo de economistas que planificó la privatización de la propiedad estatal de la Unión Soviética en tiempo record. No es un “outlier” –un ‘rebelde sin causa’ de la élite-. El significado de esos sabotajes es estratégico, porque pone fin a cualquier posibilidad de que un acuerdo de cese de la guerra permita reanudar la provisión de gas a Europa de parte de Rusia. Sin un ancla económica internacional en Europa, Rusia enfrenta la desintegración nacional. China no puede funcionar como un sustituto estratégico de Europa, porque no está en sus planes cortar lazos con la economía mundial. El fracaso de Rusia en Ucrania ya ha producido un distanciamiento con la camarilla de Putin.
Los sabotajes de EE. UU. y Polonia a los dos gasoductos colocan a la Unión Europea bajo la dependencia de la provisión de gas de ultramar, varias veces más caro que el ruso, y de las gasieras norteamericanas (gas no convencional). La guerra de Estados Unidos contra Rusia apunta a una recolonización de Europa. El imperialismo norteamericano apunta a una capitulación de Putin, no a un retiro de Rusia de Ucrania por medio de un acuerdo con Rusia.
En esta línea extrema de la guerra de la OTAN, la crisis europea no cesa de agravarse. Alemania acaba de establecer un presupuesto de 200.000 millones de euros para subsidiar el precio de gas de hogares y empresas. No sólo es una parva de dinero que no pueden reunir los socios de la UE, sino que satura el mercado internacional de capitales, porque los subsidios se financiarán por medio de deuda. Es lo que intentó hacer Liz Truss, cuando Gran Bretaña no tiene espaldas para tomar deuda internacional de envergadura, acompañada de una reducción de los impuestos a las ganancias y a los ingresos de los grandes capitales, sin recurrir a un aumento severo de la tasa de interés. El gobierno de Biden ha iniciado una política de suba violenta de tasas de interés, para financiar a EE. UU. con más deuda internacional y capturar los excedentes comerciales y el ahorro del resto del mundo. Por primera vez desde 2005, la cuenta de capital en América Latina es negativa, debido a la salida de 70.000 millones de dólares en lo que va de 2022. La guerra imperialista mundial tiene un efecto demoledor sobre las naciones más débiles y sobre la masa de los trabajadores.
La guerra solamente puede terminar mediante la destrucción del imperialismo y la victoria del socialismo. Acuerdo o rendición, el escenario bélico se agravará, a la par de la crisis mundial y de las rivalidades capitalistas. Por primera vez se presenta el riesgo de guerra atómica, en primer lugar porque es un peligro que emerje de la guerra misma que se encuentra en desarrollo; en segundo lugar, por la disposición de Rusia y de la OTAN de dirimir en duelo en este terreno y preparándose para ello. Mientras la anexión de Ucrania por parte de Rusia se desmorona, la anexión de Ucrania de parte de la OTAN está en auge. Estados Unidos gobierna a la OTAN como un monarca a sus vasallos. En Alemania y en la República Checa hay movilizaciones crecientes contra la guerra. En Francia y en Gran Bretaña especialmente hay grandes huelgas contra la carestía, la desvalorización de salarios e incluso el empleo. Lo mismo en Estados Unidos. América Latina es un polvorín.
Es urgente una movilización sistemática contra la guerra. Las consignas: Abajo la guerra imperialista. No a la guerra nuclear –crimen de lesa humanidad. Por la unión internacional de los trabajadores, por un gobierno de trabajadores.