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En uno de sus últimos actos públicos como presidente de la FIFA, el 2 de diciembre de 2010, Joseph Blatter leyó cinco letras que causaron asombro en el mundo del fútbol: Qatar, un territorio de apenas 11.571 kilómetros cuadrados -la mitad de la superficie de la provincia de Tucumán- sería la sede del mundial 2022. Si bien la lengua oficial es el árabe, el idioma inglés domina pues es el lugar del mundo que alberga más extranjeros en su suelo.
En la cuarta ronda de las votaciones, cuando los otros candidatos -Corea del Sur, Japón y Australia- ya habían quedado en el camino, Qatar venció por 14 a 8 nada menos que a los Estados Unidos.
La noticia fue el principio del fin de una era en la FIFA, la mayor multinacional del deporte y de los grandes negocios del fútbol, y la cuenta regresiva del poder de Blatter. Lo que siguió a aquella decisión de la FIFA fue polémica y escándalo. El “FIFA Gate” se destapó porque, en los Estados Unidos -que estaba deseoso de organizar su segunda Copa del Mundo, tras la de 1994- comenzó una investigación sobre "soborno, fraude y corrupción" en la FIFA y, sobre todo, sobre las elecciones para las Copas del Mundo de 2018 y 2022. De la investigación casi no quedaron sobrevivientes. Cayeron casi todos los dirigentes involucrados.
A pesar de estos antecedentes, el mundial de Qatar se transformó en una realidad y se pusieron en marcha todos los mecanismos económicos para la realización del mismo. Se realizaron gigantescas inversiones en infraestructura que, como ya ocurrió en otros países del mundo, sólo cumplirán funciones durante el desarrollo del propio mundial. Se estima que las inversiones fueron aun superiores a las que se realizaron en el mundial del 2018 en Rusia, pero con la particularidad de que, como ocurrió en África 2010, los estadios creados para ese evento ni siquiera serán utilizados en lo sucesivo para albergar fútbol. Se ha creado un inmenso escenario futbolístico en un país donde el fútbol es una cuestión minoritaria y secundaria entre sus propios habitantes, pero allí, durante 30 días, se realizarán negocios multimillonarios, donde todas las multinacionales del deporte y de las redes televisivas han de tomar parte.
Muchas organizaciones de derechos humanos denunciaron la gran cantidad de muertos en accidentes de trabajo y la utilización de mano de obra precarizada proveniente de Nepal, India y Bangladesh para las obras. Aunque el ingreso en dólares “per cápita” de Qatar es uno de los más altos del mundo, se puede decir junto a ello que es la capital mundial de la precarización laboral, de donde son deportados todos los trabajadores que inicien la organización de reclamos pues rige una “ley de residencia” similar a la que existió en Argentina a principios del siglo XX para los inmigrantes.
Este será el mundial más “internacionalista”. Además de los 32 países participantes, distribuidos en 8 grupos que disputarán 64 partidos, será seguido por más espectadores que todos los mundiales anteriores. Además contará con los máximos adelantos tecnológicos, con la inclusión, por primera vez en un Mundial, del VAR .
Argentina llega al mundial en “estado de gracia”, a diferencia del mundial de Rusia, cuando cambió tres veces de técnico, la AFA casi no existía y se vivía como un síndrome salir siempre segundos. Ahora, en cambio, la selección nacional llega invicta en varias decenas de partidos, con el triunfo de la Copa América y con una conformidad absoluta con su técnico y sus jugadores, lo que ha despertado una gran expectativa.
Vamos a vivir, durante 30 días, dos sensaciones cruzadas. El 18 de noviembre, fecha de inicio del torneo, habrá sido precedido por la inmensa lucha del neumático, la de los docentes santafesinos, la de los médicos residentes y las de los desocupados. Esto muestra una enorme tendencia a profundizar las luchas de la clase obrera frente a un gobierno en crisis y con una inflación imparable: nadie postergará por el mundial las reivindicaciones pendientes, aunque “Kelly” Olmos se ilusione con ello.
Por otro lado, como en todos los mundiales, como millones de trabajadores quieren que gane el equipo argentino, desde el mismo gobierno se alentará un fuerte chauvinismo y una defensa de la marca “Argentina”. Pero como decía un gran creador de la música uruguaya, refiriéndose al carnaval, “El tamboril se olvida y la miseria no”. Sepa el gobierno que lo mismo ocurrirá con este mundial de Qatar.
Hasta la próxima.