La Selección de nadie, la Selección de todos

Escribe Marcelo Ramal

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Los festejos populares por la conquista de la copa del Mundo 2022 han superado todo lo conocido en materia de celebraciones futbolísticas. La movilización callejera no solo ocupó el Obelisco y la 9 de Julio. Tuvo lugar en todos los cascos céntricos de las ciudades del país, y, más allá, en los barrios más recónditos y humildes. La celebración superó, por supuesto, a la “fiesta” del Mundial de la dictadura (1978) pero también a los festejos de 1986. Es bueno preguntarse ¿por qué?.

En un país signado por un derrumbe político y social de proporciones gigantescas, la selección 2022 despertó una simpatía popular inusitada. Alguien se ha tentado en afirmar que la selección es “el contraejemplo” de aquel derrumbe. De ningún modo: la crisis nacional tampoco dejó indemne al fútbol, y esta selección es la mejor demostración de ello. Scaloni, el DT triunfante, asumió esta responsabilidad por descarte. Scaloni era un oscuro ayudante de campo del anterior cuerpo técnico del seleccionado, tempranamente eliminado del Mundial 2018. Sin técnicos dispuestos a aceptar el reto, Scaloni fue asumiendo en forma creciente las responsabilidades de convocar a jugadores para los amistosos, hasta que fue provisoriamente confirmado. En conferencias de prensa, los periodistas llegaron a preguntarle si tenía “título habilitante”. Luego, ante las primeras victorias, nadie se animó a reemplazarlo. La Scaloneta, por lo tanto, surgió en medio de una tierra arrasada, no demasiado diferente al país que representa - un 50% de pobreza, una deuda pública del 130% del PBI y una degradación histórica del salario y las jubilaciones.

El equipo que Scaloni debió presentar para Qatar sufrió ese mismo derrotero oscuro. Los “históricos” fueron cayendo bajo el peso de la edad y las lesiones. Aparecieron jugadores de extrema juventud, que se cargaron al equipo sin que nadie creyera demasiado en ellos.

La Scaloneta, en definitiva, no puede ser atribuida a ningún burócrata de la AFA o a algún estamento del poder político. Fue un “accidente histórico”, parido por un conjunto de pibes sin demasiados pergaminos y un `hombre quieto” (Scaloni), parafraseando al film de John Ford. Por eso mismo, ni los Fernández de un lado, ni los Macri del otro, se animaron a explotar sus éxitos en el Mundial. Alberto Fernández desistió del viaje a la final, temeroso de despertar un repudio popular infinito por “subirse” al carro de la selección. Él, y Cristina Kirchner, tuvieron que limitarse a los tuits de rigor. Del otro lado, Mauricio Macri, devenido en burócrata de la FIFA, se pasó un mes en Qatar asistiendo en soledad a los partidos, y se cuidó muy bien de no aparecer al momento de los festejos y las medallas. La módica “Scaloneta”, en ese sentido, fue la “selección de nadie”.

Contradictoriamente, fue esa distancia del poder político la que le permitió convertirse en la Seleccíon “de todos”. En la fantasía de muchos jóvenes, los Enzo; Alexis o Julián resultaban demasiado parecidos a ellos mismos –aun cuando los veinteañeros de la selección ya recogen miles de euros por mes en sus clubes de la UEFA. Nunca un festejo futbolero fue tan grande. Nunca estuvo tan distante de los de arriba. La alegría popular de este domingo no le aportará ningún respiro a un régimen político en estado de disolución. Las jornadas callejeras que se vienen, en cambio, irán por las “finales que perdimos”, como dice la canción que popularizó el Mundial. Pero no las finales del fútbol, sino las que tienen que ver con el destino de los oprimidos del país.

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