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La celebración a los campeones del mundo ha sido calificada como histórica, en términos de movilización de masas. El circuito que supuestamente debía recorrer la selección en un micro albergó una cifra calculada entre los 4 y 5 millones de personas. Pero pasadas unas cuatro horas desde su salida, los organizadores tomaron la decisión de cancelar la caravana, y subir a los campeones a un helicóptero con rumbo a Ezeiza. Algunos presentaron a esa interrupción como el resultado inevitable de la movilización desbordante, que dificultaba la marcha del ómnibus. No está claro que esa fuera la razón: aunque la marcha era tortuosa, el micro desplegaba su andar. Pero su destino estaba en disputa: se dijo que, ya suspendida la llegada al Obelisco, iba a improvisarse un palco para la multitud en el codo de la AU 25 de mayo y la 9 de Julio. Más allá, en la Casa Rosada estaba preparada una ornamentación y un buffet para los jugadores, que ahora tendrá que repartirse entre los empleados de “la casa”. La suspensión de la caravana dejó broncas y frustraciones. Al final del día, los manifestantes que permanecían en el Obelisco terminaron desalojados por la policía de la Ciudad.
Desde el mismo momento en que fue concebida, la caravana triunfal de la selección estuvo pegada a la mortal crisis política del gobierno. Alberto Fernández se privó de concurrir a Qatar, aun siendo invitado por Qatar y por el propio Macron. Pero reclamó, a la vuelta de la selección, el gesto elemental de que la Selección ´pasara´ por la Rosada, o sea, quiso ejercer un principio básico de autoridad estatal. El que practican, por ejemplo, los directores de colegios cuando le entregan un diploma a un egresado.
La negativa de los campeones a concurrir es una monumental desautorización política. Alguien puede afirmar que “sólo se trata de un evento deportivo”. Pero para gobiernos y partidos que manipulan sistemáticamente al fútbol en función de sus propósitos, ese argumento no vale: ahora,tienen que beber de su propia medicina.
En ese cuadro, el vacío al titular del ejecutivo es una crisis de proporciones. El modo a través del cual se tejió esa crisis caracteriza al gobierno. En primer lugar, quien operó activamente para impedir la concurrencia a la Rosada fue el kirchnerismo, temeroso de que el “saludo a los campeones” le diera ínfulas a Alberto Fernández en las luchas intestinas del oficialismo y en las próximas candidaturas. Para ello, la Cámpora explotó otra enemistad de Fernández: la que tiene con Tapia, el presidente de la AFA, desde los tiempos de Tinelli y su derrumbe. Refrendando la existencia de esa interna, Tapia saludó por tuit al kicillofista Berni, mientras repartía palos a las fuerzas de seguridad nacionales o porteñas. El fútbol es un nido de camarillas políticas, cruzadas por la propia crisis de gobierno y de Estado. Sólo bastaron esas viejas reyertas, y la operación de la Cámpora, para producirle el vacío a Alberto Fernández.
En un plano más general, las cinco millones de personas que manifestaron en esta jornada mostraron, junto a su alegría, la enorme orfandad política de un pueblo que, sin embargo, se presentó en las calles como una potencia gigantesca. Esa potencia deberá encontrar los planteos, el programa y las luchas que le resulten propios – la agenda de una victoria deportiva no llena esa gran aspiración. En medio de una demostración de masas, el gobierno que esperaba un “respiro” por el mundial no pudo organizar una caravana de bienvenida – y, ni siquiera, una ceremonia oficial. Todos los que desde mañana deban defender el salario o el derecho al trabajo con sus propias fuerzas, deben tomar nota de lo que enseña esta jornada crucial.