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En las últimas horas, la comisión investigadora establecida por el Congreso de Estados Unidos para clarificar los hechos del 6 de Enero de 2021 (el asalto al Capitolio) destaca la responsabilidad central e ineludible del expresidente Donald Trump como promotor y organizador principal del putch, motorizado en el terreno por diferentes milicias armadas ultraderechistas, como los infames Proud Boys (grupo supremacista norteamericano). En concreto, el comité delega al Departamento de Justicia (parte del Poder Ejecutivo) elevar cargos e iniciar un proceso judicial contra el expresidente y dar pasos para impedir que pueda asumir cargos públicos (Fox News 23/12). Trump y sus partidarios desconocen la legitimidad de la investigación (y, dicho sea de paso, la validez de su derrota electoral). En escasas semanas, los republicanos recuperarán la mayoría en el la Cámara de Diputados.
La alianza de Trump con esa base social fascista ya se había expresado unos años antes en oportunidad de las protestas de Charlottesville, a donde se habían congregado una gran cantidad de neonazis y supremacistas. También se habían convocado allí contramarchas de organizaciones de izquierda. Luego de días de choques violentos, un neofascista usó su auto para embestir una de las columnas, asesinando a tres personas y dejando varios otros heridos. En medio de la conmoción nacional, Trump se negó a repudiar a los fascistas.
En el golpe del 6 de Enero, Trump también evitó condenar a los protagonistas. La toma del Congreso tenía el objetivo explícito de frenar el proceso de traspaso de poder. Hubo escasa resistencia de las fuerzas policiales y militares ante las milicias que se aprestaban a abrirse paso a la fuerza. Pocos meses antes, por el contrario, las movilizaciones de Black Lives Matter, incluso en Washington DC, fueron duramente reprimidas. Sin lugar a dudas, Trump contó con la complicidad de funcionarios de varios ministerios e incluso del Pentágono.
Hay un operativo muy amplio para evitar a como dé lugar que Trump vuelva a la Casa Blanca. Es un fin perseguido por el Partido Demócrata, sectores republicanos y también gran parte de la burocracia estatal a cargo de la política exterior norteamericana. Sucede que, si bien el establishment estadounidense da licencia absoluta a los presidentes y demás cargos electos para hacer y deshacer en materia de política interna (en tanto y en cuanto no lesionen los intereses de alguno de los poderosos lobbies capitalistas), la política exterior es una línea roja. Es por ello que los ´izquierdistas´ demócratas, como Alexandria Ocasio-Cortez, pueden hablar todo el día de tal o cual demanda pero jamás se atreven a criticar el militarismo imperialista.
Pero Trump cruzó esta línea al entorpecer la estrategia norteamericana en Siria, lo que le valió una ruptura con el mando militar, plasmada en la renuncia del Secretario de Defensa, el Gral. Jim “Perro Loco” Mattis. El expresidente siguió una política exterior, de manera errática e inconsistente, que tenía como norte desescalar o cerrar la mayor cantidad posible de los frentes que EEUU abrió a lo largo del mundo. La motivación es concentrar todos los recursos en la preparación de una gran guerra contra China en el futuro próximo. Esta opinión es sostenida por históricos estrategas del imperialismo, como Kissinger. La línea estratégica que tanto el Pentágono como el Departamento de Estado decidieron para EEUU consiste en cambio en una suerte de ´ni un paso atrás´: no ceder un sólo milímetro y apostar por descarte a la escalada sin techo en cada frente. Así es como hay que entender la guerra organizada en Ucrania, el gran campo de batalla en el Medio Oriente, las provocaciones cada vez mayores en torno a Taiwán, los intentos de expandir la OTAN a lo que resta del continente europeo y al mismo tiempo arrastrarla hasta el Pacífico, etc.
No debe sorprender que una de las líneas que siguieron los demócratas durante las últimas elecciones de medio término fue denunciar que una victoria republicana y más especialmente del trumpismo impondría un curso derrotista en Ucrania. Los demócratas están jugando con la idea de proscribir a Trump para salvaguardar su política de guerra y no como un acto democrático compulsivo. Evitaron un enfrentamiento con él y le permitieron completar su mandato con total normalidad en el momento del putch (Política Obrera 16/1/21), del mismo modo que no levantaron un dedo para frenar el copamiento de la Corte Suprema con jueces oscurantistas ni evitaron que éstos le abran la puerta a la anulación de los derechos reproductivos.
En paralelo a la guerra que inflaman en Ucrania, los demócratas en el poder están encabezando una guerra contra la clase obrera norteamericana, en medio de una caída generalizada de los salarios. Junto con los republicanos, hicieron pasar una ley para ilegalizar el derecho a la huelga de los ferroviarios y un retroceso en sus condiciones de trabajo (WSWS 20/12).
El intento demócrata de intervenir en la interna republicana, allanándole el camino al gobernador de Florida, Ron De Santis, inaugura un capítulo nuevo en la crisis política estadounidense. Su desenlace afectará el curso general que el imperialismo seguirá en el próximo período.