La cuestión de la hiperinflación y la de la huelga general

Escribe Jorge Altamira

Los precios, en marzo, suben mucho más.

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De lectura de los diarios de la fecha se obtiene la impresión de que no advierten el significado del índice de inflación de febrero, un 6,6%, que será todavía mayor en marzo. Ese porcentaje descomunal indica que la inflación ha adquirido una dinámica propia, que los economistas oficiales llaman “inercial”. La inflación “inercial” es un peldaño hacia la hiperinflación. La hiperinflación se convierte, a su turno, en la vía para salir del proceso inflacionario, porque equivale a “la muerte del dinero”. El circulante depreciado es sustituido por otra moneda y por otro régimen financiero y monetario.

El mecanismo hiperinflacionario ha sido instalado por las autoridades nacionales y populares y por el FMI mediante la indexación del los precios estructurales – transporte, combustibles, servicios públicos, salud, alquileres. Toda la política acordada con el FMI es inflacionaria. Es más que una calesita, es una montaña rusa. Como, por otro lado, no hay una sobreproducción de bienes, no puede operar una fuerza contrarrestante al alza de precios. La capacidad instalada de la industria está al límite, la sequía reducirá la oferta agraria y, por último, la presión alcista de precios a nivel internacional penetra en el país por medio de las exportaciones. Es lo que ocurre con los automotores y el petróleo.

La llamada brecha cambiaria introduce otro factor inflacionario, esto porque estimula las importaciones, cuyos precios están subsidiados, para producir manufacturas que se venden al tipo de cambio paralelo. Además, merma las módicas reservas del Banco Central y por lo tanto aumenta la presión devaluatoria.

Argentina reúne todas las condiciones potenciales de de una hiperinflación como consecuencia de la deuda del Banco Central con la banca local (Leliqs); son 12 billones de pesos que se renuevan por incapacidad de pago pero que producen decenas de miles de millones de pesos por intereses mensuales. En definitiva, sólo haría falta un detonante para desatar una hiperinflación.

Los datos que se han conocido no han merecido ningún pronunciamiento de parte de la burocracia sindical, que se siente conforme con el sistema de paritarias rotativas existente. El resultado de estas paritarias es, sin embargo, nefasto, porque no incluye a trabajadores informales; el convenio sólo abarca la mitad de las cláusulas de salarios y condiciones laborales (la otra mitad no remunerativa se discute por empresa); y, en definitiva, tampoco ha impedido la desvalorización del salario formal. El básico de convenio es inferior a la canasta familiar e incluso del soltero.

Pero el aumento inflacionario ha afectado a alimentos más que a cualquier otro rubro. De modo que en la canasta relevante para el 40% de la población, abajo de la línea de pobreza, la carestía fue en febrero del 10 %. A pesar de esta situación no hay en el movimiento obrero ningún debate acerca de la huelga general. La razón es la pertinaz oposición del FIT-U y de otras izquierdas a esta perspectiva. Esta actitud abstencionista está a contramano de toda la historia del movimiento obrero combativo y socialista. Nadie en esta izquierda se planta, precisamente, con este planteo.

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