Declaración del Grupo Independencia Obrera, 23 de marzo de 2023.
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El mundo aguarda la ofensiva de primavera en la guerra de Ucrania. A un año de iniciado el conflicto preparado por la OTAN durante más de una década, Rusia ha fracasado en su intento de una operación relámpago que debía llevar a sus tropas hasta las puertas de Kiev. El conflicto se ha estancado. El intento del bonapartista Vladimir Putin por romper el anillo tendido por la OTAN que ha llevado el frente del imperialismo estadounidense y sus aliados a las fronteras rusas con la potencial adhesión de Ucrania al Tratado del Atlántico Norte se ha convertido en una guerra de largo aliento. Putin actúa en defensa de los intereses del capitalismo encarnado por la oligarquía nacional y en defensa del espacio económico interior de su país y de Asia Central, su área de influencia económica. Ambos son trofeos que el presidente Joseph Biden aspira a conquistar.
Por su naturaleza de clase esta es una guerra opuesta a los intereses de los trabajadores de Rusia y de Ucrania porque divide el frente del proletariado de ambos países respecto de su más profundo interés común: derrocar al capitalismo y restablecer un estado obrero en ambos. Es contraria además a los intereses del proletariado internacional castigado por los desequilibrios económicos que ocasiona, por el riesgo de su extensión, estamos ante una guerra mundial, y de una catástrofe nuclear por el potencial uso de armas atómicas “tácticas”. Los que apoyan la operación militar del bonapartismo restauracionista en Rusia, el gobierno de Putin, con el argumento de que la intervención es para “desnazificar” Ucrania, mienten. Los movimientos neo nazis campean a sus anchas a ambos lados de la frontera de Ucrania. Kiev ciertamente ha creado batallones, como el Azov, para integrar a las milicias y grupos nazis paramilitares al ejército regular de Ucrania. Pero los mercenarios de la empresa Wagner contratados por Putin no van a la zaga de los militares del Azov. El gobierno de Putin ha creado el discurso de la eliminación de la presencia neo nazi en Ucrania para dar cobertura “progresista” a una intervención militar reaccionaria e intentar una identificación con el papel de la URSS en la segunda guerra mundial. Sólo la acción del proletariado de Ucrania y Rusia contra la restauración capitalista y por la revolución socialista podrán “desnazificar” la región.
El gobierno de Putin por añadidura tiene una larga tradición de represión contra otros pueblos como lo demuestra el envío de tropas para sofocar la rebelión en Kazajistán en 2020 producida por la subida del precio del gas y de otros productos de primera necesidad, o las intervenciones en Afganistán, Osetia del Sur, o Chechenia así como la represión interna contra cualquier tipo de protesta. La ocupación de Ucrania por parte de Rusia se hace de la mano de la iglesia ortodoxa y en defensa de los intereses de la oligarquía restauracionista del capitalismo. Es un intento declarado por Putin de recuperar las fronteras de Rusia anteriores a la revolución socialista de 1917, es decir las fronteras del imperio zarista. Fue la revolución bolchevique la que con la acción de su ejército y la lucha contra las potencias invasoras estableció las fronteras de Ucrania y la liberó del yugo de otras nacionalidades, y le dio su carácter de república socialista. Algo que Putin crítica abiertamente.
Los movimientos neo nazis en Ucrania han jugado un papel fundamental en el triunfo del movimiento denominado Euro Maidán para el derrocamiento del gobierno pro Moscú de Víctor Yanukóvich en 2014. No solo sembrando el terror con francotiradores que se dedicaron a matar opositores de izquierda al gobierno y opuestos al movimiento pro Unión Europea (UE). Fueron los responsables directos del incendio del edificio de la central sindical en Odessa en el que murieron al menos 36 personas en mayo de 2014 (https://www.elmundo.es/internacional/2014/05/02/5363ae2b268e3e5d248b4573.html). El conflicto se agudizó con la lucha en la zona ruso parlante, el Donbas, por la autonomía respecto del gobierno de Kiev. Las aspiraciones de autonomía de las provincias de Donetsk y Lugansk dieron paso a una guerra en el este de Ucrania que dejó en ocho años 14.000 muertos antes de la invasión Rusa. Las fuerzas de choque contra las milicias del Donbas fueron las brigadas de los nacionalistas neo nazis armadas por el ejército de Ucrania y el imperialismo estadounidense.
Para detener esa guerra Moscú, Berlín y París iniciaron una negociación en territorio de Bielorrusia en la que se materializaron los acuerdos de Minsk. La cuestión central de estos acuerdos era garantizar un estatuto de autonomía para ambas provincias ruso hablantes del Donbas. La caída del presidente Yanukóvich, afín a Moscú, durante las manifestaciones del movimiento Euromaidán desembocó en los enfrentamientos militares y la formación de milicias en ambas provincias que se auto proclamaron repúblicas independientes, pero que Moscú no reconoció entonces. La ex canciller alemana Angela Merkel admitió en una entrevista concedida al periódico Zeit el 7 de diciembre de 2022 (https://www.zeit.de/thema/angela-merkel) que puso todos los obstáculos posibles al desarrollo de los acuerdos de Minsk para dar tiempo a la OTAN para preparar una guerra contra Rusia desde Ucrania.
Del otro lado del espectro político las fuerzas que defienden el esfuerzo militar de Kiev afirman que es la lucha de la democracia contra el régimen dictatorial de Putin. El régimen de Ucrania no es ni siquiera una democracia parlamentaria burguesa, como no podía ser de otra forma en la era de la descomposición del capitalismo. Ha proscrito los partidos de izquierda en la oposición acusándolos de pro rusos, campea la corrupción en el seno del gobierno. El último ejemplo es la crisis política desencadenada por la sobre facturación de material para el ejército por parte de ministros del gabinete de Volodimir Zelensky. Los oligarcas ucranianos siguen siendo los rentistas del estado que les ha cedido en las privatizaciones pos soviéticas los resortes de la economía nacional. Este es un discurso oportunista desarrollado por la UE y Washington para encubrir sus objetivos reales. En cualquier caso las democracias parlamentarias son regímenes de dominación de la burguesía sobre los trabajadores y se debe luchar por su derrocamiento para la instauración de gobiernos obreros.
El imperialismo estadounidense en descomposición tiene como objetivo el derrocamiento del régimen ruso para apropiarse de su espacio económico. Moscú es la llave de Asia Central, una de las regiones más ricas del mundo, en la que existe una contigüidad con los intereses de China. Controlar las economías de Rusia y de Asia Central tiene por objetivo anexar mercados que posterguen la tendencia al derrumbe del capitalismo. El objetivo último de esta escalada es la eliminación de China como un competidor mundial. El imperialismo está en una encrucijada mortal. La tasa decreciente de beneficios, la imposibilidad de rentabilizar capitales de una dimensión sin precedentes, el peso de una deuda colosal que supera los 85 billones de dólares a escala global, el inmenso endeudamiento de los estados, son obstáculos insalvables y el impulso más profundo para esta guerra que ha adquirido desde su comienzo una dimensión mundial.
La quiebra de bancos como el Silicon Valley, el Signature y el First Republic en Estados Unidos y del Credit Suisse en Suiza son el resultado colateral de la insolvencia generalizada de empresas como buena parte de las “tecnológicas”, y de la desvalorización de la deuda pública emitida por los bancos centrales del mundo para inyectar dinero a una economía en quiebra. El aumento de los tipos de interés por los bancos centrales como la Reserva Federal y el Banco Central Europeo han desvalorizado la deuda que tienen los bancos como inversión y reserva. Pero esa caída de valor supone una reducción de la solvencia de los bancos que tienen contabilizadas esas inversiones a su valor nominal y no al valor real. Cuando las quieren vender para tapar una salida de depósitos, por ejemplo, tienen que asumir pérdidas colosales. El empuje a la guerra está también presente en esto.
Bajo la consigna de ¡Ni Putin ni OTAN, abajo la guerra! otra parte de la izquierda se ha agrupado en España y a escala internacional. Esta división en dos bloques a los que se coloca en pie de igualdad oculta que el discurso de la defensa de la democracia, de la lucha por la defensa de la libertad de Europa, es una pantalla detrás de la cual se abroquelan los objetivos del imperialismo estadounidense y sus aliados, que constituyen la principal fuerza destructiva de los medios de producción y de las fuerzas productivas de la humanidad y cuyo único objetivo es garantizar la continuidad en la reproducción ampliada del capital a costa de vidas humanas. El gobierno de Putin no ha tomado ninguna distancia de este objetivo porque la naturaleza de su intervención militar es para la preservación de los intereses de la pandilla capitalista de los oligarcas a quienes el bonapartismo restauracionista ha cedido la explotación de la economía privatizada tras la caída de la URSS. Putin defiende la restauración del capitalismo en Rusia y en todas las regiones ex soviéticas. Por parte de Moscú es una guerra en defensa de esos intereses.
El planteo “ni el uno ni el otro” proclama una prescindencia frente a los dos protagonistas de la guerra. Pero un planteo internacionalista no puede ni debe confundirse con el abstencionismo: para los revolucionarios, la lucha contra la guerra imperialista debe ser una declaración de guerra contra sus gobiernos. El reto de las organizaciones de izquierda es plantear la lucha contra el capitalismo, contra el imperialismo, en cada país. Por el boicot –por medio de huelgas y manifestaciones de masas- a los preparativos belicistas; por la huelga y el piquete contra la carestía infernal provocada por la guerra. Por la expropiación del capital, por el establecimiento de gobiernos obreros en cada nación de Europa. Por la rebelión de los soldados en los ejércitos de Ucrania y Rusia contra la guerra imperialista por el derrocamiento del capitalismo en ambos países por el establecimiento de gobiernos obreros en ambas naciones contra los gobiernos restauracionistas del capital. El abstencionismo, por el contrario, se desliza al pacifismo: proponer que haya un alto el fuego para emprender negociaciones diplomáticas es un engaño para mantener en marcha el aparato bélico. El fracaso de las mediaciones sirve luego de justificación política a la escalada militar. Esta maquinación, externa a los hechos reales, se postula para evitar el despertar revolucionario de las masas trabajadoras contra la guerra, la única herramienta que puede acabar realmente con ella.
“Como se ve, la guerra no es simplemente un acto político, sino también un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, el desenvolvimiento de éstas por otros medios”, afirmó en 1832 el general prusiano Carl von Clausewitz. Es el impulso político del imperialismo a conquistar el espacio económico de Rusia y Asia Central para su propia supervivencia lo que llevó a Washington a desechar los compromisos expresados por George Bush padre ante Mijaíl Gorbachov en 1991 sobre una supuesta línea infranqueable para la OTAN hacia el este de Europa. Uno tras otro los ex estados obreros de Europa del Este, miembros en el pasado del Pacto de Varsovia, se agruparon en la OTAN bajo el paraguas de Washington para cercar a Rusia y amenazar sus fronteras con armas nucleares. La defensa de los intereses económicos del capitalismo ruso bajo el cual no se ha consolidado una verdadera burguesía, en el sentido histórico, tras el derrumbe del estado obrero degenerado en 1989, y las aspiraciones territoriales de un imperialismo subalterno, promovieron una invasión que ha echado leña al fuego del nacionalismo ucraniano. Nacionalismo que el propio José Stalin1, entonces Comisario para las Nacionalidades, alimentó desde el principio cuando en 1923 en el 12 Congreso del PC, mientras Vladimir Lenin yacía enfermo2, comenzó a socavar la independencia del soviet de Ucrania.
Esta invasión ha servido a los intereses del imperialismo quien planificó detenidamente el escenario de una guerra en territorio de Ucrania, con asesores militares y despliegue de objetivos tácticos tras la caída del régimen pro ruso en 2014. Kiev pone la carne de cañón para combatir a Rusia y en esa lucha se siega de forma sistemática la vida de la tropa formada por trabajadores de Ucrania y de Rusia, contra sus propios intereses de clase. Pero la destrucción de medios materiales y vidas humanas es un acicate para el capitalismo que ya apuesta a la inversión en la reconstrucción de Ucrania. Mientras, la maquinaria bélica que está formada por los ejércitos y por las infraestructuras industriales que la apoyan, se convierten en un elemento que tiende a la autonomía porque mientras los hombres combaten y mueren de forma creciente en el frente de guerra las armas se consumen y es necesario reponerlas. La industria de guerra crece como una espiral ascendente y crea su propia necesidad de acelerar la reproducción ampliada de su capital, beneficios a costa de la sangre de los trabajadores.
La autonomización de esta infraestructura bélica es un elemento dialéctico de empuje a la mundialización de la guerra. La aceleración de la producción de armas está en la esencia misma de la escalada bélica que a su turno se convierte en un empuje hacia la agudización del choque de ejércitos en el frente. La inmensa masa de capital desviado hacia la industria bélica se erige en freno de cualquier ficción sobre una paz en esta guerra. En este escenario es fundamental señalar que los clientes de estas infraestructuras industriales, de la producción de armas, son los estados capitalistas. En esta operación hay una tendencia larvada hacia el capitalismo de estado en la industria de armas que se ha expresado en las guerras mundiales pasadas. El pertrechamiento del ejército de Ucrania pone de relieve esta tendencia en el seno de la UE y de la OTAN.
En el primer aniversario de la guerra de la OTAN, lejos de acotarse una salida, el enfrentamiento se ha ido profundizando, de una guerra ofensiva breve se pasó a una guerra de ocupación, del envío de materiales defensivos, se pasó a materiales ofensivos como misiles de largo alcance, o los tanques Leopard II y Abram y a este material seguirán los aviones F16 aunque algunos portavoces ministeriales lo nieguen. El consejero delegado de Lockheed Martin ha anunciado que se están haciendo los preparativos para aumentar la producción de los cazas con capacidad nuclear ante el posible suministro a Ucrania. El aniversario de la guerra se ha visto rodeado de manifestaciones solidarias de los gobiernos aliados del imperialismo en materia de armamento para Kiev. Un nudo crítico es el suministro de munición de 155 milímetros, el estándar de la artillería de la OTAN.
La producción de armamento marcha a todo vapor y las industrias no dan abasto con los pedidos. La Fábrica de Municiones de Granada en España (FMGranada, perteneciente al grupo eslovaco MSM) ha aumentado su producción en un 300% en un año, indicando que la guerra está gastando más de lo que se produce (https://www.google.com/amp/s/amp.lasexta.com/noticias/internacional/guerra-agota-municion-planeta-fabricas-triplican-produccion-balas-pero-suficiente_2023022463f8ce6cb3856000015e4a61.html). El Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores, el “socialdemócrata” español Josep Borrell, ha hecho un llamamiento para la entrega inmediata de munición para artillería a los miembros de la UE. La otra industria de munición en España, Explosivos de Álava (Expal), también trabaja a marchas forzadas. En noviembre de 2022 la alemana Rheinmetall adquirió a Maxam -grupo Nobel- esta industria bélica en suelo español. La UE estudia un programa de compras conjuntas de munición propuesto por Estonia para alimentar el frente ucraniano. La guerra circunscripta a Ucrania es en realidad una guerra mundial. El desarrollo paulatino de esa guerra entraña además una tendencia al capitalismo de estado en la industria militar de Europa. En este contexto un acuerdo de cese del fuego basado en una delimitación territorial, es decir una partición, desembocaría en un equilibrio precario que saltaría por los aires a poco de andar.
El frente imperialista no es monolítico. La guerra ha formalizado una profunda fractura entre los países a escala internacional conformando un gran bloque de apoyo a la guerra que sin embargo no es homogéneo. La dependencia energética de Alemania del gas ruso ha provocado un serio problema a la industria de ese país que ha perdido competitividad por la disparada de los precios de la energía. La industria alemana depende de sus mercados exteriores, en particular de China, un objetivo de largo alcance de la guerra en Ucrania. También la industria francesa, en particular la del automóvil, tiene una fuerte dependencia del mercado chino. La escalada de la guerra en Ucrania tiene para Washington la perspectiva de una apropiación del mercado interior chino. La tendencia hacia este objetivo fue develado por el viaje de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwan. El Aukus el acuerdo bélico entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos, ha tejido pactos con Japón con el objetivo de estrechar el cerco sobre China. En una decisión que pone fin a más de 60 años de abstención Japón inició su rearme. A Pekín estos movimientos no le pasan desapercibidos, ha incrementado sus maniobras militares en el Mar de la China y sabe que el imperialismo se ha retractado de considerar a Taiwan como una parte integral de China y destinada a la reunificación. Ahora ese objetivo es una causa más de guerra.
Rusia es uno de los principales productores mundiales de fertilizantes, con la consecuencia de que las sanciones económicas a Moscú han creado un desabastecimiento de fertilizantes y los precios de este insumo han crecido de forma exponencial junto con el precio del gas, con su traslado a los productos de la agricultura. Ucrania y Rusia son dos grandes productores de cereales. Una consecuencia del enfrentamiento bélico es la escasez mundial de cereales. Esta ha generado hambrunas en varias regiones, como es el caso del norte de África. El incremento del precio de los combustibles se ha trasladado a la producción agraria e industrial.
Esta cadena de efectos provoca un descalabro en la economía mundial con hambrunas, carestía de los productos básicos y crisis políticas en distintos gobiernos. La ofensiva de la OTAN bajo el impulso de Washington no es un frente unido y homogéneo. Polonia, como los países bálticos, son una punta de lanza de Estados Unidos en Europa. Sin embargo sus economías están colonizadas por Alemania, que apostó al suministro energético de Moscú para hacer viable su actividad industrial. Las industrias agroalimentarias en Ucrania están bajo el control de capitales alemanes. En diciembre de 2021 se acabó en Ucrania la moratoria para la propiedad privada del suelo, algo sobre lo cual el propio Putin advirtió en su último mensaje en diciembre de ese año señalando que habría una cascada de inversiones extranjeras en el suelo más fértil de Europa. Empresas de Francia como la petrolera Total tienen importantes inversiones en Rusia. La guerra supone una ruptura creciente del profundo entrelazamiento de los intereses industriales y comerciales en la etapa de descomposición del imperialismo.
Estos intereses contradictorios que han llevado a una brutal dependencia energética de Europa de otras fuentes alternativas de suministro energético, entre ellas Estados Unidos, más caras y en muchos casos bajo el control político de Washington, contribuyen a crisis en los gobiernos y enfrentamientos entre los distintos países de Europa y fomentan la inquietud social dentro de ellos. El aumento del costo de vida es un motor colosal que empuja a la movilización de los trabajadores. Es lo que pasa en el Reino Unido, con una situación virtual de huelga general no declarada desde hace meses. Francia es una usina de conflictos sindicales y luchas en defensa de derechos sociales como las pensiones. De la ola de enfrentamientos no se libran puntos tan distantes entre sí como Sri Lanka o Perú, Argentina o Nueva Delhi. Los conflictos y enfrentamientos sociales giran a escala global alrededor de la guerra imperialista.
Países que dependían del trigo ucraniano o del petróleo y gas ruso se encuentran al borde del estallido y de la disolución como Egipto, Líbano, o buena parte de África, amenazados o ya con hambrunas. La crisis también está presente dentro mismo de Estados Unidos en una situación crónica que bordea la guerra civil y una economía sostenida con respiración asistida, donde arrecian huelgas y conflictos. La sociedad estadounidense no manifiesta entusiasmo por la guerra. Por el contrario existe una verdadera resistencia en un ala importante del Partido Republicano a la escalada militar en Europa. Bajo la presidencia de Donald Trump la OTAN fue arrinconada por Washington al extremo que el presidente francés Emanuel Macron dijo de ella que estaba “en muerte cerebral”. Muy por el contrario llevaba con mano firme una escalada contra los intereses comerciales e industriales de China que apuntaban inevitablemente a una provocación militar.
Luego de la salida catastrófica de Afganistan y de Irak, Estados Unidos no puede ofrecer en su frente interno ninguna gloria en defensa de la democracia y de progreso en la lucha contra el terrorismo o contra regímenes autoritarios. Desde ese punto de vista su discurso de liberación y pacificación no puede entusiasmar a nadie. Por añadidura, todavía queda por librarse la batalla electoral de 2024 que puede devolver a la Casa Blanca a los Republicanos quienes pueden optar por abandonar la lucha en el frente europeo y desencadenarla en China. Esto agudizaría los conflictos con los aliados europeos. Éstos están ciertamente inquietos por una descomunal avalancha de subsidios y beneficios fiscales a la industria en general, a la fabricación de semiconductores y las energías renovables en Estados Unidos anunciado por Biden. Las medidas suponen una ventaja comparativa para el capital estadounidense y constituyen una amenaza a la industria y a las energías renovables europeas. El imperialismo no duda en usar a sus lacayos europeos de felpudo para limpiarse los pies. El desarrollo de las contradicciones en el seno del bloque imperialista impide descartar una ruptura en el frente Europeo en materia de apoyo a la guerra en Ucrania.
El desarrollo de la guerra ha fracturado el flujo de mercancías no sólo por el enfrentamiento bélico, sino además por la cadena de sanciones contra Rusia que son medidas de guerra adoptadas por países que no se declaran formalmente en guerra con Rusia, pero la libran a través de los trabajadores ucranianos, su carne de cañón. El gas, el petróleo y los alimentos son el ejemplo más claro. Como trasfondo de esta situación que empuja a las masas al combate por sus condiciones de vida, por el salario para hacer frente a la escalada de los precios, está el deterioro de la economía mundial. No sólo la posibilidad de la suspensión de pagos de los países más endeudados como Argentina, sino la posibilidad de estallidos sociales a consecuencia de los tarifazos y la escasez de alimentos. El capitalismo lleva en sus entrañas la tendencia a la crisis.
Un régimen económico que se basa en la producción y circulación de mercancías está expuesto de forma permanente a que su beneficio, el plusvalor, no se pueda generar si esas mercancías no se realizan en el mercado. Es decir no se venden. El conjunto del cuadro político económico en el escenario de la guerra supone la consolidación de bloques, la interrupción del flujo de mercancías, la sobrecarga de la deuda, el empuje hacia el incremento de la escalada militar por el efecto de la industria y las infraestructuras militares. Un escenario de esta naturaleza empujará de forma creciente a las masas trabajadoras hacia la defensa de sus intereses. Pero el gran obstáculo para este fin es la propia guerra y las condiciones que impone a las masas. La guerra detrae recursos de forma creciente sustrayéndolos de la protección de la sociedad. El incremento del presupuesto militar a nivel mundial supone un empobrecimiento de las masas, el deterioro de la sanidad, la educación, la protección social y las pensiones.
Detrás de cada conflicto, de cada huelga, de cada movilización de los trabajadores está la presencia de la guerra y sus efectos. Los aparatos sindicales burocráticos, en España esencialmente Comisiones Obreras (CCOO) y la Unión General de Trabajadores (UGT) se han esmerado en frenar todas las luchas de los trabajadores. La intervención más relevante en este sentido ha sido el levantamiento de la huelga de los trabajadores del metal en Cádiz en diciembre de 2021. Pero su papel en impedir la confluencia de las luchas para evitar una huelga general ha sido clave en desviar la protesta de los trabajadores para preservar al Gobierno de coalición. Junto con el gobierno pretenden canalizar la protesta por los efectos de la privatización de la sanidad hacia el terreno electoral haciendo recaer esta situación sobre los gobiernos autonómicos del Partido Popular, cuando ellos tienen la llave para frenar esta situación derogando la ley 15/97.
Unidas Podemos ha operado frente a la guerra de Ucrania como pantalla de izquierda afirmando que no se debe enviar material y equipo militar a Ucrania. También ha convocado en Madrid a un encuentro europeo en 2022 por la paz en Ucrania llamando a las negociaciones de paz. Mientras tanto alegan que su carácter minoritario en la coalición les impide frenar la política de su aliado, el PSOE. Recordemos que Pablo Iglesias se llena la boca con la mención a los militares demócratas, y que fue quien impulsó la designación de José Julio Rodríguez, ex Jefe del estado Mayor de la Defensa, como secretario general de Podemos en Madrid. Para Unidas Podemos se trata de evitar que los trabajadores tomen en sus manos la lucha contra la guerra en una coincidencia profunda con la burocracia sindical.
La única clase que puede acaudillar al conjunto de la sociedad para poner fin a esta situación, convocando a las masas de trabajadores a la lucha contra la guerra, y contra cada gobierno nacional por un gobierno de los trabajadores y el socialismo, es el proletariado. Es necesario construir la independencia política de los trabajadores respecto de la burguesía y sus partidos. Los trabajadores deben construir su propia organización política independiente de la burguesía para poder librar ese combate. La única barrera al desarrollo de la guerra es el internacionalismo proletario, la lucha en cada país por el socialismo. Solo una sociedad basada en la cooperación entre los trabajadores puede poner fin a la explotación humana, a la dictadura del capital, a los objetivos del imperialismo.
El Colectivo Autónomo de Trabajadores Portuarios (CALP por sus siglas en italiano) de Génova en Italia ha convocado una exitosa manifestación contra el tráfico de armas a finales de febrero. Se oponen al embarco de armas para Ucrania y bajo la consigna de Guerra a la Guerra, señalan que las exportaciones de armas del gobierno Melloni violan la ley 185 de 1990 que establece que no se pueden exportar armas a países en guerra. La resistencia de los trabajadores portuarios en Europa contra el envío de armas se tiene que generalizar. España está exportando municiones, armas, blindados, y transportes a Ucrania. El presidente Pedro Sánchez tiene una larga experiencia en materia de guerra por su colaboración con las Naciones Unidas y la OTAN al comienzo de su carrera política que se desempeñó en Bosnia.
Los trabajadores españoles se tienen que organizar en contra de la guerra que ha pegado un salto cualitativo tras la visita del presidente Biden a Kiev y Varsovia. La respuesta rusa ha sido calificar a esta guerra como un reto a su existencia. El abandono del tratado nuclear New Start por parte de Rusia supone aproximar el peligro de una guerra nuclear en territorio de Europa. La OTAN no sólo no va a retroceder ante esta amenaza, sino que la puede impulsar porque tienen asumido el uso de armas nucleares tácticas, es decir aplicadas en el frente de batalla con alcance limitado. La única posibilidad de frenar la barbarie de la guerra es el derrotismo revolucionario, los fusiles se deben orientar contra los oficiales porque los trabajadores de Ucrania y de Rusia deben tomar el poder para construir una sociedad socialista. Los trabajadores de España y del resto de Europa también están frente a un reto existencial, o triunfan sobre las burguesías comprometidas con la guerra o serán carne de cañón de la barbarie desatada. Solo la Federación de Repúblicas Socialistas de Europa desde Lisboa hasta Vladivostok pondrá fin definitivo a esta pesadilla.
Notas:
1https://www.marxists.org/glossary/events/g/e.htm#georgian-incident 2https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1922/dec/testamnt/autonomy.htm