CABA, la ciudad precarizada

¿De qué trabajarías si no tenés trabajo? Esa pregunta resonó mil veces en los comedores populares durante la crisis de 2001. “De lo que sea”, decían las mujeres -enfermeras, trabajadoras de comercio, textiles, empleadas- que se volcaron al servicio doméstico ante la falta de trabajo. No existía Rappi ni ninguna aplicación donde las empresas te proponen una “sociedad” que, en realidad, consiste en imponer un régimen de explotación salvaje a sus empleados. Trabajar “de lo que sea” equivalía a limpiar casas o cuidar ancianos y niños. El Informe de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires, publicado días atrás, pone sobre la mesa la vigencia de ese “de lo que sea”.

El resultado de las encuestas muestra un crecimiento del empleo, pero al rascar un poquito las cifras dicen dos cosas: 1) lo que crece es el empleo precario, informal y de monotributo; 2) los nuevos empleados son mayormente mujeres y se concentra en el servicio doméstico.

“En relación con el primer trimestre del 2019, la población ocupada tiene un incremento del 2,6% y son las mujeres las que hacen el mayor aporte al indicador”, expone el Informe. El trabajo femenino creció un 3,8 respecto de un 1,5 de los varones.

En la consulta por el tipo de empleo el informe sostiene que, entre 2020 y 2023, el trabajo “cuentapropista” creció 22%. Si se compara con 2019, creció un 29%.

Lo que la estadística llama “trabajo independiente” no es otra cosa que trabajo en negro o tercerizado. Las empresas encubren la relación laboral bajo el régimen de monotributo para no pagar ni el salario bajo convenio ni los aportes patronales, ni respetar las conquistas que contempla la Ley de Contrato de Trabajo (duración de la jornada, licencia por vacaciones, enfermedad o estudio, aguinaldo), incluidas las indemnizaciones por despido. Eso se llama flexibilización laboral, no independencia de los trabajadores.

La pérdida de la relación de dependencia implica también la caída de la recaudación en aportes patronales, que tendrá grave impacto en las futuras jubilaciones y en las obras sociales.

Que haya más trabajo -aunque sea precario y en negro- debería suponer un crecimiento de los ingresos y de la capacidad de consumo de las familias porteñas. Sin embargo, el crecimiento permanente de la inflación lleva a que un guarismo no tenga relación con el otro. La inflación le gana al salario y los trabajadores siguen engrosando la franja de los pobres: trabajadores ocupados pobres.

Para el patrón, pero en tu casa

Con la declaración del “fin de la pandemia” muchas empresas no regresaron o regresaron solo parcialmente a la presencialidad. La bimodalidad entre trabajo remoto y trabajo presencial también significa un ahorro para los patrones, que trasladan el costo de conectividad a Internet, la electricidad e incluso equipamiento tecnológico a las familias.

En su casa, los y las trabajadoras comparten durante la misma jornada las tareas de cuidado y las laborales como asalariados. Esta conjunción de tareas recae sobre todo en las mujeres que desde 2020 ven acentuada la doble explotación. En la ciudad de Buenos Aires, donde una familia necesita 253 mil pesos para no ser pobre -sin contar el costo del alquiler-, crecen el trabajo en negro y precario. Crecen las empresas que se ahorran cargas sociales y trasladan los costos de producción a su personal.

Desde Política Obrera Caba llamamos a defender a los trabajadores mediante el pase a convenio de todo el personal tercerizado y monotributista, por un aumento de emergencia de 200 mil pesos y una lucha decidida por el respeto a la jornada de 8 horas y un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar.

Para esto debemos organizarnos en cada lugar de trabajo, con plenarios y asambleas independientes de las distintas vertientes de la burocracia sindical.

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