Escribe Osvaldo Coggiola
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La ampliación del Frente de Izquierda (FIT) argentino, ahora transformado en FIT-Unidad, la convocatoria y realización por parte del FIT-U de una conferencia “latino-americana y de los EEUU”, de la que fue excluido el Partido Obrero (PO) - Tendencia, originado en la exclusión de 1200 militantes del PO (incluidos numerosos dirigentes y cuadros históricos del partido), cualesquiera que hayan sido los resultados de dicha conferencia, han dejado explícitamente planteado el debate y los acontecimientos que condujeron a la división del PO como un problema político de alcance internacional, que va más allá de las fronteras del agrupamiento, la CRCI, al que el PO pertenece, o pertenecía en el pasado reciente. Implica, en primer lugar, como es obvio, a todas las corrientes que forman parte del FIT-U y, más en general, a las corrientes internacionales que se reivindican de la izquierda clasista y marxista, en especial trotskista.
Los otros hechos que abonan esa caracterización han sido las votaciones, por parte de legisladores del FIT-U, de leyes que sancionan el delito de opinión (nada menos que en relación a las críticas al Estado de Israel, equiparadas en Argentina al antisemitismo por el Congreso Nacional), o la facilitación de quorum parlamentario para el voto de leyes privatizantes y reaccionarias. Ambas actitudes han sido caracterizadas por el PO “oficial” como “errores”, y debidamente “autocriticadas”, sin abrir ningún debate al respecto en la izquierda. En uno de los casos se esgrimió el increíble argumento de que el diputado implicado (del PO del Chaco) poseería una fuerte personalidad, lo que impediría que fuese “teledirigido” por su partido. Esto significa que bastaría exhibir un certificado de “personalidad” (probablemente expedido por un psicólogo) para que cada diputado o senador votase lo que le viniera en gana (su partido tendría ya redactada una “autocrítica” para cada caso, por si alguien levanta la perdiz; en los casos que mencionamos el perro perdiguero fue, exactamente, el PO-Tendencia).
O sea, significa vía libre para los peores contubernios parlamentarios, bastando que una hipócrita (o cínica) autocrítica sea pronunciada después de embolsar los dividendos políticos o financieros de la operación. De modo notable, pero tal vez “dialéctico”, los defensores de semejante oportunismo rampante excluyeron a más de un millar de militantes del PO (e hicieron intervenir al Estado en la operación, fraguando un nuevo estatuto partidario, que nadie discutió, oficialmente registrado) en nombre del “centralismo democrático” que, en su peculiar interpretación, significaría: para los militantes, centralismo estricto; para los parlamentarios, viva la Pepa. Obsérvese que esa metodología pone al PO y al FIT-U muy a la derecha del PT brasileño (que llegó a sancionar, hasta a excluir, a representantes parlamentarios suyos, por quebrar la disciplina política de la agremiación), partido contra el cual, sin embargo, los partidos del FIT-U tiraron mierda desde todos los ángulos posibles en la conferencia internacional de marras.
Se trata de una crisis internacional, inclusive en las cuestiones que, formalmente, son apenas “nacionales”. La votación sobre judaísmo=Israel, obviamente, implica la proscripción directa de toda actividad solidaria con la lucha del pueblo palestino contra el Estado sionista, y no es necesario ser “trotskista” para comprender la gravedad (y el reaccionarismo) de semejante voto, por muy “autocriticado” que haya sido. Lo que no impidió que un partido de la CRCI, el DIP de Turquía, cuya área geográfica de actividad lo pone en contacto directo con la lucha nacional palestina, haya considerado la actitud del PO “oficial” (votar porquerías y después autocriticarse, si alguien se aviva) como “loable” y “ejemplo a ser seguido”, intentando una justificativa moral en substitución de una posición socialista (marxista) de combate a los errores y traiciones, sobre todo en cuestiones de principio. Que fue exactamente la actitud, frente a ese voto, de militantes antisionistas y antiimperialistas palestinos e israelíes.
Tal vez sea consecuencia de la conferencia supra citada que la filial brasileña de uno de los partidos del FIT-U, el PTS, haya decidido importar esa metodología, de manera ciertamente creativa. Pues esa filial ha declarado como “error”, anticipadamente, el voto en un ex comandante de la Policía Militar (PM) de Rio de Janeiro como candidato por el PSOL a vice- alcalde de la capital carioca, la misma corporación en la que se reclutan los mandantes y ejecutores del asesinato de Marielle Franco, militante y representante parlamentaria (municipal) del mismo PSOL. Dicha filial, que apoya al PSOL “desde afuera” (pues no fue permitida su afiliación a la sigla), o sea, ni siquiera puede esgrimir el argumento de la disciplina partidaria, se apresta ahora a votar por el coronel/candidato, o sea, a cometer el “error” ya anticipado por ella misma, pues a eso la obliga la presencia de un par de miembros del grupo en la lista electoral encabezada por el susodicho. O sea, en buen romance, que vendieron los principios (y hasta la decencia) a cambio de algunos segundos en la propaganda electoral de la televisión (pues no pasa de eso).
Esto es peor que el hecho de que otra corriente brasileña (llamada MES) vinculada a otro partido del FIT-U, que tiene un papel dirigente en el PSOL de Rio Grande do Sul, sea corresponsable (al menos) por la alianza electoral del partido con la derecha ecológico/evangélica, la llamada REDE- Sustentabilidad, en la Gran Porto Alegre, donde el PSOL impulsa la candidatura a intendente de um empresario “verde” (y reaccionario): por lo menos, en este caso, los candidatos implicados en la composición electoral no son representantes represivos directos del Estado. Anótese de pasaje que la más conocida representante brasileña del Secretariado Unificado (SU) de la IV Internacional, ex candidata presidencial del PSOL, es ahora miembro destacada de la mencionada REDE, al mismo tiempo en que el SU “apadrina” a tres corrientes o grupos diferentes dentro del propio PSOL: todas las corrientes “trotskistas” internacionales (con la excepción de la LIT-CI, que se recusó a participar en la “conferencia latino-americana” debido a las condiciones vergonzosas que le propusieron, y de las organizaciones que se pautan políticamente en el programa de la CRCI) están directamente implicadas en los negociados político-electorales argentino-brasileños (o del Cono Sur); el trotskista asiático, africano o europeo que se quiera hacer el oso en la materia va a tener que mudarse de planeta.
La degeneración teórico-programática de la IV Internacional, fuertemente combatida por el Partido Obrero y otras organizaciones trotskistas en el pasado, se ha transformado en degeneración política. O el trotskismo reacciona, internacionalmente, o se suicida. La “conferencia internacional” mencionada inicialmente fue una expresión de ese proceso, incluyendo ribetes grotescos. En “Prensa Obrera”, actualmente órgano del Partido Obrero “oficial”, se anunció triunfalmente que “participaron más de 50 organizaciones latinoamericanas de 15 países, incluido EEUU” (sic, parece que el “imperio” – ¡así lo llaman! Star Wars ha extendido su influencia mucho más allá de donde George Lucas la imaginaba – se mudó al sur). La conferencia comenzó con un par de días de exposiciones desconectadas de varias de las “50”, lo que no podía ser de otro modo, pues no se realizó con base en debates previos de sus participantes, ni de documentos político/programáticos conocidos con la debida antelación, frente a los que hubiera que tomar posición (aceptar, corregir, rechazar), sino en base a un rejunte de frases y consignas dado a conocer en la víspera, un verdadero “mínimo común denominador” negociado, pero no discutido, por sus convocantes.
Y concluyó con un día entero de reyertas faccionales porteñas de los mismos convocantes, demostrando que la convocatoria no pasaba de un frágil compromiso inconsecuente, y que la conferencia, bajo la supuesta pretensión de articular una acción revolucionaria desde Alaska hasta Tïerra del Fuego, era incapaz de organizar siquiera una acción reivindicativa común en el territorio delimitado por la Avenida General Paz, la Avenida Costanera y zonas aledañas. Quien se dé al trabajo de recorrer las publicaciones o los medios digitales de los convocantes posteriores a la conferencia, no encontrará allí el desarrollo de una actividad, ni siquiera un “espíritu”, unitario/a, sino una sarta de puteadas y chicanas mutuas por los más variados asuntos, algunos hasta nimios, todos transformados en casus belli, sin la menor tentativa de realizar un planteo superador estratégico o de frente único, y afirmándose sectariamente en su propia autoconstrucción, lo que da pábulo y espacio a una “charca discutidora” pequeño- burguesa, inconsecuente y políticamente parásita, en las redes sociales, sólo recomendable (o ni siquiera eso) para gente que cultiva chismes o no tiene nada que hacer.
Es en este marco que cabe considerar un documento producido por un dirigente (o comisionado por los dirigentes) del PO oficial - Pablo Giachello es su nombre - con pretensiones “teóricas”, que busca colgar el sambenito de “revisionista” al PO-Tendencia, supuestamente culpable de “mecanicismo” (contra el que Giachello enarbola la “dialéctica”), con el evidente objetivo de justificar las sanciones adoptadas contra aquel y la negativa de reconocerle el derecho de tendencia al interior del PO (derecho que, Giachello aparenta no saberlo, nunca fue negado a los revisionistas de verdad en el socialismo internacional). El PO-Tendencia respondió, con un extenso documento, a los principales desatinos teóricos y políticos contenidos en esa pieza literaria, por lo que no insistiremos en las argumentaciones allí contenidas. Que nos sea permitido, sin embargo, llamar la atención para algunas cuestiones. La cruzada “dialéctica” de Giachello es puesta bajo el signo “del concepto desenvuelto por León Trotsky en el III Congreso de la Internacional Comunista en 1921. Nos referimos a la unidad dialéctica entre el ingreso del capitalismo a su fase de declinación histórica y de crisis recurrentes cada vez más profundas, por un lado, y el perfeccionamiento, por el otro, de las aptitudes de la burguesía para articular una clara y premeditada estrategia contrarrevolucionaria..., etc.”. Por lo que parece, tal concepto habría sido ignorado durante los últimos 99 años, con consecuencias trágicas en todos los rincones y procesos políticos del planeta, de las que ahora seríamos redimidos por Giachello y sus “inspiradores” (tal vez no sea esa la palabra correcta), que pretenden montar un corcel infinitamente más grande que sus (cortas) piernas. Como decían los viejos griegos (que algo de dialéctica entendían), “Zeus enloquece a aquellos a los que quiere perder”.
Si bien leído, y sin segundas intenciones, la “unidad dialéctica” que Giachello nos propone (o interpreta, a partir de un texto de Trotsky) no es una “unidad de contrarios”, que se interpenetran y entran en conflicto hasta producir una síntesis superadora, sino una simple relación de causa y efecto. Que, no por ser puramente lógica, carece de importancia (¡muy por el contrario! Sin lógica, no hay dialéctica, así como sin la mecánica newtoniana, que usamos varias veces al día, no existiría la teoría dialéctica de la relatividad). Al ingresar el capital en su período de declinación histórica, manifestada en crisis cada vez más profundas y recurrentes, y en fenómenos de regresión en todos los planos de la actividad humana, se ve obligada, so pena de caerse sola, a perfeccionar sus métodos de dominio frente a la sombra amenazante de la revolución que, a veces, toma cuerpo, puños incluidos.
En primer lugar a ampliarlos, aunque no le guste (en general, no le gusta), incluyendo desde la admisión de la “democracia pura” (que Engels ya denunciaba, en 1884, como el probable “último refugio de la reacción, feudal incluida”), hasta la llegada al poder de un “pintor de paredes” (como Churchill lo llamaba en privado, aunque en público lo tratase de estadista) a la cabeza de un movimiento bárbaro/plebeyo llamado de nazismo, o cosas todavía peores (“Cosas vederes, Sancho, que non crederes”, como decía proféticamente el Quijote). La “relación dialéctica” que propone Giachello, es la misma que existe entre la creciente obesidad de un tipo (que puede comprometer su salud, y hasta su vida) y la conciencia creciente del mismo tipo acerca de la necesidad de hacer dieta, que demuestra que el tipo es capaz de razonar lógicamente, no la unidad relacional “dialéctica” entre obesidad y delgadez.
La base de ese movimiento pendular no es la inteligencia cada vez más aguda de la burguesía (que no sabemos si provoca admiración en Giachello, aunque sí lo parece), sino la lucha de clases, que es la base de la dialéctica social. La burguesía es una clase cada vez más bestial, lo que se evidencia en sus representantes políticos: basta comparar a Jefferson con Trump, a Voltaire con Macron o, más cerca, a José Bonifacio (padre conservador del Brasil independiente y excepcional científico y escritor) con Bolsonaro, que no consigue hablar, quien dirá escribir, correctamente en la lengua portuguesa. O a Churchill (un estratega de la reacción imperialista inglesa) con Boris Johnson, una bestia cuadrada.
La burguesía ha llegado a renunciar al pensamiento político propio, subcontratando para la tarea a “sofisticados” think tanks que son, en general, nidos de animales, capaces de las elucubraciones más bárbaras (con bibliografía y notas de pie de página), contentándose en ser representada políticamente por “comunicadores sociales”, muchas veces oriundos de la farándula. Guiada por un instinto de conservación ciego (y burro, cada vez más burro) su movimiento, cualesquiera que sean sus recursos y estaciones intermediarias, nos conduce y nos hunde cada vez más directamente en la barbarie. Lo que pasó con la pandemia actual (su explosión, ligada a la destrucción ambiental ciega y guiada por el lucro, su expansión y mortalidad fulminante, sus efectos devastadores sobre la población, y económicamente deletérios sobre sectores enteros de la burguesía) no fue obra del acaso ni de la fatalidad, sino de la creciente brutalidad burguesa.
Esa marcha hacia la barbarie, por detrás de las apariencias, que sólo puede ser detenida (y destruida) por la revolución proletaria, cuyos métodos y mecanismos deben ser comprendidos y dominados, es lo que explicó Trotsky en ese congreso de la Internacional Comunista. A Trotsky, como a todos los teóricos revolucionarios, hay que leerlo, entenderlo y reinterpretarlo para las actuales condiciones históricas y políticas, no repetirlo o citarlo como un papagayo. El problema principal, para Trotsky, era que el proletariado revolucionario europeo, debido a su juventud e inexperiencia, no conseguía elevarse políticamente a la altura de su tarea histórica, factor agravado por la cooptación de parte de sus direcciones históricas. En ese sentido, no contaba todavía con estrategas (colectivos, o sea, partidos) capaces de compararse a los de la burguesía, aunque éstos fueran, como el inglés Lloyd George, perfectos ignorantes, como Trotsky lo afirma explícitamente en el informe citado:
“Lloyd George tiene llena la cabeza de las viejas costumbres de engañar y violentar a los trabajadores, empezando desde las más finas y astutas hasta las más sangrientas; que ha sabido recoger toda la experiencia... sobre la antigua historia de Inglaterra y que ha desarrollado y perfeccionado sus medios gracias a la experiencia de estos últimos años de turbaciones. Míster Lloyd George es, en su género, un estratega excelente de la burguesía amenazada por la historia. Y estamos, obligados a reconocer, sin disminuir el valor presente ni mucho menos los méritos futuros del partido comunista inglés (¡tan joven aún!) que el proletariado inglés no posee todavía un estratega semejante. En Francia, el presidente de la república, Millerand, que perteneció al partido de la clase obrera, así como el jefe del gobierno Briand, que antaño propagó entre los obreros la idea de la huelga general, han puesto, al servicio de los intereses de la burguesía, a título de jefes contrarrevolucionarios distinguidos, la rica experiencia de la burguesía francesa, la misma que ellos atacaron desde el campo proletario. En Italia, en Alemania, vemos con qué esmero atrae a su seno la burguesía (para colocarlos a su cabeza) a los hombres y a los grupos que acumularon experiencia sobre la lucha de clases sostenida por la burguesía para su desarrollo, para su riqueza, poder y conservación”.
Como se ve, la preocupación de Trotsky era con la calidad de la dirección política del proletariado, y con las presiones a las que éste estaba sometido. La “astucia” política de los líderes de la burguesía inglesa no derivaba de la experiencia política reciente, que sólo la acentuaba, sino de toda la historia de Inglaterra (que, a esa altura, ya contaba con 700 años). Las advertencias de Trotsky no lo llevaban a formular, explícita o implícitamente, una “ley dialéctica del crecimiento cualitativo de la inteligencia política de la burguesía cuanto más jodida se encuentra”. A Trotsky le preocupa el proletariado, al PO oficial, la burguesía. Al punto de Giachello afirmar que sus métodos políticos alcanzan, em nuestra era histórica, grados inéditos
de “refinamento” (“ha pulido y refinado enormemente sus estrategias”, es la expresión que usa): no sabemos si en esa categoría incluye los campos de concentración y exterminio del nazismo alemán en Europa central y oriental, del imperialismo inglés en África y Oriente Medio, del imperialismo francés en Indochina y Madagascar, del imperialismo japonés en China y Corea, y los bombardeos (atómicos o “convencionales”) del imperialismo yanqui en casi todos los continentes. ¡Cuánta “inteligencia”, cuánta “finura”!
Pocos años después del citado III Congreso de la IC, la burocratización de la Internacional fue condición (no única, pero esencial) de la degeneración del Estado Soviético. La inmadurez del proletariado revolucionario y sus direcciones se transformó, en un viraje cualitativo amparado por una represión asesina en vasta escala (direcciones enteras de algunos partidos comunistas fueron físicamente liquidadas, para no hablar del bolchevismo ruso), en “crisis de dirección del proletariado”, categoría que Trotsky puso en la base de la “crisis de la humanidad” en el programa de fundación de la IV Internacional, sin que le pasara por la cabeza, ni el papel, la idea de atribuir esa crisis, el retraso de la revolución mundial, al “perfeccionamiento de las aptitudes políticas de la burguesía”...
Esa es la historia y la dialéctica viva de la humanidad combatiente por su emancipación del yugo de clase, no el vals ideológico, con el demonio revisionista acechando a cada paso, que Giachello y sus mandantes intentan “teorizar”. Que es una perfecta huevada desde su propia base, a saber, qué diablos fue el “revisionismo”. Según Giachello: “La tendencia revisionista había surgido antes, a principios de siglo XX, en el seno de la socialdemocracia. El cuestionamiento de la teoría del colapso vino de la mano de Bernstein y fue el punto de partida de una política revisionista que llevaba a la conclusión lógica de que la superación del capitalismo se procesaría por la vía de reformas sucesivas en los marcos de la democracia capitalista, y no por la vía de la acción revolucionaria del proletariado contra el capital y su Estado. La Primera Guerra y la revolución de Octubre, y más en general todo el posterior desarrollo catastrófico del siglo XX, constituyeron un revés ilevantable para la tesis bernsteiniana. Es necesario tener en cuenta, sin embargo, que el revisionismo surgido en la socialdemocracia se producía en momentos donde la civilización capitalista se encontraba en su etapa culminante, en la víspera de su ingreso a su fase imperialista”.
Para decirlo suavemente, en ese párrafo hay más errores que palabras. El revisionismo surgió a finales del siglo XIX, no “en la víspera del ingreso a la fase imperialista”, sino en pleno desarrollo de ella (la misma Berlín que vió nacer al revisionismo bernsteiniano había sido el teatro, diez años antes – 1885 – de la división de África por las potencias imperialistas). Su cuestionamiento a la teoría del colapso fue la conclusión (no la premisa, o “punto de partida”) de un ataque en regla a toda la teoría marxista, comenzando por la propia dialéctica, y llegando a la apología de la expansión “civilizadora” imperialista (en primer lugar, la alemana, lo que no era un detalle secundario, porque revelaba su base nacionalista contra los imperialismos más antiguos y consolidados). Al afirmar que es “necesario tener en cuenta que el revisionismo se producía en momentos donde la civilización capitalista se encontraba en su etapa culminante” (Giachello no dice para qué es necesario tenerlo en cuenta, se lo decimos nosotros) el revisionismo aparece como una especie de consecuencia (necesaria o inevitable) de esa “culminación”.
Ese es el punto clave, porque es completamente falso. La base real del revisionismo (como la base real de cualquier fenómeno político/social) no estaba en sus propias palabras: Marx ya advertía que el peor error que se puede cometer es juzgar a una persona (o partido, o corriente del pensamiento) por lo que dice de sí misma. El revisionismo tomó como base, o pretexto explícito, los desarrollos en el capitalismo metropolitano que, según su interpretación, desmentían las tesis marxistas, la agudización de las contradicciones capitalistas (y por ende, claro, su colapso) y el aumento de la miseria social (acompañado por la concentración de la riqueza en el polo opuesto). Revelaba, con eso, su débil asimilación (la de todo un sector de la socialdemocracia) de la teoría y el programa marxistas. ¿Pero cómo? ¿Eso no tenía una base
material? nos responderá el “marxista” (mecanicista, para emplear una palabra de la que Giachello está enamorado). La “base material” – la madurez del capitalismo en su fase monopolista, la consolidación de toda una serie de conquistas sociales y salariales por la acción del movimiento sindical y las reformas parlamentarias, las ventajas derivadas de la “redistribución” de los superlucros obtenidos por la explotación imperialista – producía “naturales tendencias oportunistas” en el proletariado y el movimiento obrero, para usar las exactas palabras de Rosa Luxemburgo en sus textos de combate contra el revisionismo. Para combatir esas tendencias existía, exactamente, el partido político de la clase obrera, la socialdemocracia, que representaba sus intereses estratégicos, no inmediatos (o “sindicales”). El revisionismo no surgió en el movimiento sindical (sus dirigentes, en buena parte burócratas, le dijeron a Bernstein que se callara la boca, que estaba abriendo el juego, los estaba “quemando”) sino exactamente, en el partido.
Para Rosa, el oportunismo obrero/sindical era, hasta cierto punto, “natural” (no encomiable, desde luego); el revisionismo teórico/político en el socialismo, en cambio, no lo era en absoluto. Por eso lo combatió con todas sus fuerzas, teóricamente, políticamente y hasta moralmente: en Reforma y Revolución Rosa trata a los revisionistas de “ignorantes”, “presuntuosos” y hasta de “gallinas”, y si eso hacía públicamente, por escrito, cabe sólo imaginar lo que decía, verbalmente, en privado (Rosa, cuando quería, podía ser muy boca sucia, en polaco, alemán o yiddish). Las citas de Rosa, Giachello, te las dejo para otra ocasión, no quiero ahora cansar al lector con citas largas interpretadas de modo talmúdico.
El revisionismo fue combatido por militantes y dirigentes socialistas alemanes (como Rosa Luxemburgo, Kautsky, Bebel, Parvus), franceses (como Jean Jaurès y Jules Guesde), italianos (como Labriola), rusos (como Plejánov, Martov, Lenin, Trotsky) y hasta argentinos (como Lallemant) y fue derrotado. Sí, Giachello, FUE DERROTADO, leíste bien. “Pero no”, te van a soplar tus caciques, “no fue derrotado, apenas retrocedió un poco y entró en astuta letargia”, y se remanifestó con toda su fuerza en la capitulación de la Internacional Socialista frente a la guerra imperialista, se hizo pelotas de nuevo, pero reapareció y reapareció (Giachello hasta tiene una listita) reencarnando astuta y sucesivamente hasta su ectoplasma actual, Altamira y el PO- Tendencia que, arteros, no niegan la “teoría del colapso” (no se puede, está comprobadísima) pero no la acompañan con la “ley dialéctica del crecimiento de la astucia política de la burguesía”, o sea, la anulan sin decirlo, son unos turros, son peores que Bernstein.
El revisionismo fue derrotado. Una parte (mayoritaria) de sus vencedores capituló frente a la guerra imperialista en 1914, se transformó en socialchauvinista. La victoria se transformó en derrota. Pero otra parte, minoritaria, mantuvo los principios internacionalistas y combatió por ellos durante la guerra. La derrota se transformó en victoria. La mayoría de éstos últimos, sin embargo, no aprobó “transformar la guerra imperialista en guerra civil”. La victoria se transformó en derrota, nuevamente. Pero una minoría de la minoría, el bolchevismo, no temió serlo y transformó la guerra imperialista en revolución proletaria en el país más grande del planeta. La derrota volvió a transformarse en victoria. Y la historia no terminó ahí (el problema con la historia es que, a diferencia de una película, nunca acaba). Y todo eso no hubiera sucedido si el revisionismo no hubiese sido derrotado previamente, entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Esa es la dialéctica viva de la historia y de la vida, Giachello, no las gansadas que te hacen escribir.
Después de la Revolución de Octubre, el siguiente avatar artero del revisionismo fue, según Giachello, el economista social-revolucionario Nikolai Dimitrievich Kondratiev, que participó del gobierno de Kerensky, pero después de la revolución ocupó cargos académicos y hasta políticos en el gobierno soviético (fue uno de los teóricos de la NEP), cuando expuso en un artículo su teoría de los “ciclos” u “ondas” largas del desarrollo capitalista, que negaba (implícitamente) la teoría marxista del colapso, al suponer un eterno ajuste del capitalismo en torno a sí mismo,
mediante un proceso de revolución de su base científico/tecnológica, que se realizaría cada medio siglo (“ondas largas de innovación tecnológica”, que Kondratiev intentó probar en un segundo artículo, inconcluso). Como se sabe, Trotsky se opuso a esa teoría (pero abriendo el debate, con propuestas para continuarlo) en un artículo llamado “La curva del desarrollo capitalista”, así como también lo hicieron representantes de la ciencia soviética (Oparin, Préobrazhenski, Varga y otros), con ángulos y métodos diversos, pero todos rescatando la idea de la declinación histórica del capitalismo. Kondratiev fue fusilado en una cárcel stalinista en 1938, aunque probablemente Stalin no tuviera la menor idea acerca de sus teorías. A esa altura, ellas no eran más discutidas en la URSS, donde no se discutía más nada, ni siquiera en el partido comunista, donde fracciones y tendencias estaban prohibidas.
En el segundo posguerra, especialmente en la década de 1960, las teorías de Kondratiev fueron retomadas por académicos occidentales (Garvy, Schumpeter, Arrighi, Gunder Frank, Wallerstein, Freeman, Aglietta, hasta Hobsbawm) de los más variados matices políticos, incluyendo uno trotskista (Mandel), y transportadas para los más diversos campos (historia de las guerras, historia de la cultura, etc.). Habría bastante que decir sobre ese furor por las “ondas largas”, que también se hizo presente en el “marxismo académico”, inclusive el hecho de presentar una “teoría ya lista” para fenómenos de difícil comprensión, incluyendo las crisis económicas, alimentando la ilusión de una salida automática (capitalista) de esas crisis, por la acción de fuerzas que habrían escapado a la comprensión de Marx. En los últimos años, la teoría de los “ciclos largos” cayó bastante en desuso, entre otros motivos porque su cronología no se adaptó a la crisis iniciada en los años 1970, con la desvalorización y declaración de inconvertibilidad del dólar, pues preveía el surgimiento de un “ciclo largo expansivo”, sin crisis importantes, a partir de la segunda mitad de los años 1990 (no es preciso comentar).
El que viste y calza hizo una presentación de esas cuestiones, cuando todavía la teoría provocaba furor, en el artículo “Ciclos largos y crisis económicas”, publicado en En Defensa del Marxismo nº 6, en julio de 1993, y el año anterior en Brasil, en la revista Estudos. Defendiendo, claro, la idea de la declinación histórica del capitalismo y la teoría del colapso. No usé el término “catastrofismo” (por estar asociado, en los medios de divulgación científica, a las teorías que postulan la incompatibilidad del género humano con la sobrevivencia de la naturaleza y la Tierra) como sí lo hizo el compañero Pablo Rieznik, en artículos publicados en otra etapa del debate, cuando sus contornos políticos se hicieron más precisos. Poco me importa que aquel artículo no sea recordado ni citado en los debates actuales del PO al respecto, que espero que continúen (democráticamente): que quede claro que el PO, hace 30 años, ya se ocupaba críticamente de esa teoría y otras semejantes (la “teoría de la regulación”), cuando nadie, en los ambientes académicos y de la izquierda, levantaba un dedo contra ellas (el PTS llegó a publicar una entrevista a Giovanni Arrighi que sólo era posible leer después de limpiarle la baba).
Porque la tradición del PO es, justamente, la del pensamiento crítico y serio, no es posible dejar pasar la idea de que los acontecimientos y procesos posteriores a las formulaciones trotskistas de 1938 (el Programa de Transición) no pasaron de evoluciones ciegas, no debidamente iluminadas por los descubrimientos antirrevisionistas de los maestros ciruela surgidos del 26º Congreso del PO. Estamos hablando de una guerra mundial (60 millones de muertos), inúmeras guerras regionales (otro tanto), revoluciones, guerras civiles y contrarrevoluciones inéditas en la historia, y del combate en ellas de la corriente política más perseguida de la historia, la IV Internacional, perseguida por el nazifascismo, el stalinismo y la democracia burguesa. En ese cuadro convulsivo se produjo la crisis mundial del stalinismo, con la casi liquidación de los partidos comunistas y la disolución de los Estados obreros burocráticos, en un medio siglo que incluyó revoluciones, contrarrevoluciones y guerras intestinas, el proceso central de nuestra etapa histórica, al que Giachello menciona y pretende liquidar en dos tristes renglones, sin siquiera mencionar el programa discutido y aprobado por la CRCI en 2004, que le dedica toda su primera parte. Estamos ante una camarilla que no consigue salir de la órbita de su propio ombligo.
La actual vanguardia obrera y juvenil que lucha es un producto de esa historia. Para Giachello, “la elaboración de la teoría de las ‘ondas largas’ ofició como el sustento teórico de toda la orientación política de adaptación que había orientado a la IV Internacional luego de la muerte de Trotsky”. No es preciso ser un investigador para saber que la afirmación es ridícula. Una cosa es la crisis y dispersión de la IV Internacional, que recorrió etapas concretas que es preciso reconstruir para someter a un balance, otra completamente diferente es sustentar que su historia no fue más que un concurso de capituladores y cretinos variados desde la muerte del “Gran Jefe”. Si esto así fuera, Trotsky habría sido el más grande fracasado de la historia, porque todo su esfuerzo no le habría servido más que para formar una banda de inútiles.
La colección de desatinos que estamos aquí exponiendo (no de modo exhaustivo) ¿constituye un “revisionismo”? Ni por asomo, no llega a tanto (no llega ni cerca). Constituye apenas el balbuceo primario de un aparatito burocrático. Que es necesario barrer para reabrir una vía a la lucha por la refundación de la IV Internacional. En su pronunciamiento al respecto, el PO- Tendencia ha planteado: “La salida para la militancia revolucionaria del PO y el FIT es: 1. Reincorporación de los compañeros expulsados, investigación de los procedimientos utilizados, el derecho de tendencia y un congreso extraordinario; 2. Preparar un Congreso programático de delegados de todos los partidos del FIT, acerca de la crisis mundial y las tareas”. Es necesario llevar esta propuesta al plano internacional, preparando conferencias continentales (virtuales, inclusive) y una conferencia mundial.