Escriben Cesar (Mar del Plata) y Joaquín (Villa Crespo)
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“Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo” George Orwell
Ha regresado el fascismo? La pandemia de coronavirus, la crisis del capitalismo mundial y las tendencias al Estado de excepción -no solo en la Argentina- nos lleva a que este interrogante nos aceche nuevamente.(1) Preocupaciones de este presente incierto nos interpelan a revisitar nuestro pasado traumático y a preguntarnos sobre las características del régimen político adoptado por la última dictadura en la Argentina y América Latina.
La indagación acerca de la presencia del fascismo en América Latina ha sido emprendida por diversos autores en el ámbito académico y formó parte de la polémica que se siguió en el campo político en las décadas de los sesenta y setenta. La polémica en torno al carácter de las dictaduras en Brasil (1964) en Chile y Uruguay (1973) y en Argentina (1966 y 1976) revive, en cierta medida, la anterior polémica acerca de la naturaleza del fascismo. En su momento el fenómeno fascista desconcertó a los teóricos de la Tercera Internacional, lo cual se expresó en una táctica errática de algunos partidos comunistas europeos en aquella etapa. Adicionalmente, se debe agregar la enorme importancia de las elaboraciones de León Trotsky (1932, 1940 y 2013) en torno a este problema. En suma, el problema de la génesis y estructura del fascismo nunca ha dejado de ser objeto de controversia entre los marxistas.
De esta manera, es común derivar en enfoques que niegan la posibilidad de establecer comparaciones entre diferentes experiencias cuando se trata de analizar el fascismo. Así, cuando se habla de la necesidad del movimiento de masas pequeñoburgués o bien del uso intensivo y extensivo de la demagogia o de la presencia del líder carismático para legitimar el uso del término fascismo, se recurre para ello a ejemplos históricos, en especial ejemplos extraídos de los sucesos alemanes e italianos y estos ejemplos operan como constructos rígidos que no pueden ser modificados. En otras palabras, no se desprende de estos análisis la delimitación estructural de los elementos secundarios.
A partir de este trabajo pretendemos romper con un esquema de clasificación más propios de la vieja “matemática moderna” con sus diagramas de Venn que de un análisis social.(2) En este sentido, en la reconstrucción teórica del objeto fascista se ha dado preeminencia a aspectos, singulares o secundarios de los procesos históricos europeos y se ha descuidado las características estructurales del fascismo. Entonces un primer interrogante a dilucidar es el siguiente: ¿El fascismo es solo una expresión histórica de la Europa de preguerra o es un universal concreto de la etapa de disgregación del capitalismo imperialista?, en consecuencia, ¿el fascismo está acabado y ya no es un fenómeno de cuidado?
La ausencia del análisis estructural y el predominio de una historia literal ha llevado a que algunos discursos políticos solo aceptan conceptualizar de fascistas el caso de Italia o de Alemania. Pareciera que el método aplicado en esos casos haya sido el de la inducción, en virtud del cual se han enlistado los caracteres comunes y en base a ello se ha construido una categoría: la de fascismo. Cada uno de esos rasgos se ha erigido espontáneamente en preeminente y su simple ausencia ha desautorizado a hablar del fascismo para otros casos. Resulta obvia la limitación en la que nos encorseta esa definición historicista restringiéndonos al fascismo italiano. De forma similar otras definiciones nos restringirán al fascismo europeo.
Las aportaciones de un grupo de intelectuales -durante las décadas de los sesenta y setenta en América Latina- que trataron de aprehender los procesos dictatoriales introduciendo el concepto de fascismo desde diferentes usos, nos pueden incorporar un conjunto de nociones para ampliar nuestra aproximación al objeto de estudio. (Trindade 1983)
Las principales contribuciones de aquellos aportes los podemos separar en tres grupos:
Nos proponemos en este trabajo abrir un debate en la izquierda sobre el carácter que adoptaron las diferentes dictaduras latinoamericanas en relación con el fascismo. Para ello abordaremos críticamente los diferentes análisis sobre el fascismo. Es nuestra intención dotar a la izquierda revolucionaria de nuevas herramientas de análisis de organizaciones y regímenes políticos tanto pasados como contemporáneos a fin de re caracterizarlas tras ese cristal. Pretendemos alertar sobre la peligrosidad de agrupamientos ideológicos que se presentan como novedosos y que en nombre de la “libertad” encubren un accionar fascista con los que algunos dirigentes que se pretenden revolucionarios coquetean ya sea desde su incomprensión política o desde un perverso electoralismo extremo.
Lo que se abre en el análisis previo es la necesidad de tener claros categorías umbrales y el alcance de las caracterizaciones para no confundir el mote fascista como herramienta de descalificación del adjetivo fascista como caracterización y a la vez como ese adjetivo se combina con sustantivos que marcan la mayor peligrosidad, alcance y poder del caso. En tal caso resulta necesario poder diferenciar al fascismo fuera del poder y en el poder. A su vez, cuanto pueden los fascistas al llegar al poder a imponer de manera de manejar el estado constituyendo un régimen fascista en el sentido estricto del término compuesto. O aún más una mutación hacia el fascismo como método o intento de perpetuación en el poder.
Frecuentemente, en ciencias sociales uno se encuentra con dificultades para definir un término a fin de establecer una especie de compartimento estanco donde “encajar”, o no. Otras veces a la luz de una discusión política se adjetiva presurosamente al adversario o enemigo político. Seguramente el calificativo fascista pica en punta entre los términos utilizados en dicho sentido.
Hay que puntualizar que el fascismo no es un modo de producción diferente del capitalismo, ya que tanto el fascismo, como el capitalismo en general, se basan en la propiedad privada de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado, con la consiguiente división de la sociedad en dos clases fundamentales: la burguesía y el proletariado.
Lo anterior no significa que el fascismo no proponga modificaciones a los modelos de acumulación tradicionales en el capitalismo, como se verá más adelante. El fascismo es un fenómeno esencialmente político, aunque posea importantes implicaciones económicas, que inciden en las formas mediante las cuales la burguesía en general y principalmente su fracción hegemónica (el gran capital financiero, industrial y comercial) impone su dominación a las clases dominadas, en particular al proletariado; asimismo implica también una redefinición de las relaciones dentro del bloque dominante.
Es por ello que ante el avance de la organización proletaria fracciones crecientes de la burguesía se pasarán al fascismo, que posiblemente no fuera de su preferencia original, con el fin de mantener en pié al sistema capitalista y como medio de eliminar cualquier iniciativa autónoma de la clase trabajadora. A la vez el fascismo es una herramienta para las disputas interburguesas internacionales.
Ser parte de una organización trotskista nos brinda una autoridad única para discutir de forma crítica al fascismo. Trotsky fue indiscutiblemente de los teóricos que vio en forma más temprana y abordó con mayor preocupación el surgimiento del fascismo y su avance. No sólo intentó poner al combate contra el fascismo en los primeros lugares de la agenda de la clase obrera italiana, alemana y mundial, sino que también intentó persuadir a la pequeña burguesía italiana sobre la peligrosidad potencial del apoyo que le brindaban.
Sin embargo, dentro del marco histórico señalado, el fascismo no substituye a la democracia parlamentaria en cualquier circunstancia, para ello, es necesario que exista un grado de desorganización social tal, que los mecanismos tradicionales de la legitimación del poder burgués hayan perdido su eficacia, impidiendo que la fracción dominante en lo económico imponga su hegemonía política.
Hay que recalcar que dicho límite, que llamaremos el umbral del fascismo, no sólo es función de la acción proletaria, sino también de la coyuntura económica. De esta manera, habrá situaciones en las que una débil burguesía, como la de Europa oriental antes de la Segunda Guerra Mundial, no requerirá de la presencia de un poderoso movimiento obrero para instaurar el fascismo, su estrecho umbral del fascismo se vio determinado por su propia debilidad.
Pensamos que ni la simple variante política (crisis de hegemonía política) ni la sola variante económica (crisis económica) permiten, aisladamente, explicar el surgimiento del fascismo. Es cierto que lo que subyace en el fondo es la extracción de plusvalía y la reproducción del capital en mejores condiciones para la burguesía, pero a la vez, el fascismo se da en condiciones políticas y sociales tales que limitan la reproducción del sistema en los marcos de la democracia parlamentaria y el bonapartismo.
Tanto el fascismo como el capitalismo monopolista de Estado constituyen, en lo económico, intentos por contrarrestar la caída de la tasa de ganancia y conseguir una mayor racionalidad en el caos productivo. No es un hecho fortuito que la primera gran oleada fascista surja en el periodo que va de 1919 a 1938, periodo en el que las sucesivas crisis económicas provocaron graves conflictos sociales. (Kershaw 2013)
En el caso del fascismo la caída de la tasa de ganancia se trata de contrarrestar mediante dos medidas fundamentales. Primero, la disposición económica del Estado, en beneficio del capital monopólico. Segundo, mediante la sobre explotación de la clase obrera, adquiriendo, dicha sobre explotación la forma de pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, para lo cual es necesario la destrucción de las organizaciones de clase de los proletarios, utilizando para ello la represión y el terror (lo cual no implica que también se puede echar mano de medios ideológicos de manipulación). (4)
"El fascismo no estalla como un trueno – dice Poulantzas (1971)- en día sereno y se puede hablar de un proceso de fascistización en la medida en que no se trata de un simple desarrollo de los gérmenes contenidos en la democracia parlamentaria". El fascismo no es la simple sustitución de un gobierno burgués por otro, sino que implica un cambio profundo en la forma del Estado capitalista.
Podemos identificar tres vías de acceso del fascismo al poder estatal:
A cada una de estas tres vías corresponde un proceso de fascistización con peculiaridades específicas. Veamos a continuación un análisis más detallado de cada uno de los casos señalados.
Es importante distinguir la existencia de contradicciones importantes entre la pequeña burguesía y el capitalismo, sobre todo en periodos de crisis, así como la manipulación que de dichas contradicciones ha sabido hacer el gran capital. En los casos donde el fascismo instó con el apoyo masivo de la pequeña burguesía los partidos fascistas elaboraron en los inicios del proceso de fascistización, un amorfo proyecto político económico que nunca tuvo oportunidades reales, ni intenciones, de prosperar -dado su carácter de clase secundaria, la pequeña burguesía es incapaz, estructuralmente, de implementar un proyecto viable de reconstrucción de la sociedad- este proyecto poseyó, al principio, tintes anticapitalistas y más específicamente anti monopólicos.
Los movimientos reaccionarios de clase media han pululado en toda época del capitalismo, pero sólo han logrado volverse masivos cuando la crisis económica azota fuertemente a dichas clases medias y cuando los intereses del gran capital han requerido del apoyo de un movimiento fascista. En esas condiciones la gran burguesía se encargará de proporcionar los medios adecuados para el desarrollo de esos movimientos reaccionarios de clase media. Así sucedió en Italia y en Alemania. En Italia, casi desde la fundación de los fascio di combattimento el movimiento fascista recibió el apoyo financiero y político de importantes grupos de capitalistas. Sin embargo, ni en Alemania ni en Italia, que son los casos típicos del ascenso del fascismo al poder por la vía electoral, los fascistas fueron capaces de llegar al poder por su propia fuerza electoral, sino que en ambos casos esto fue posible en virtud de una alianza con los partidos tradicionales (conservadores y liberales) de derecha.
A la luz de los acontecimientos que se dieron durante la pandemia del mismo año y los comportamientos de los altos mandatarios de EEUU y Brasil se vio cómo regímenes que en principio hubieran sido calificados de no fascistas viran a fuerza de medidas represivas y grupos de choque apañados por el estado decididamente hacia el fascismo. ¿Constituyen al promediar el año 2020 regímenes fascistas? La respuesta podría ser aún no. Subrayando aún. Querrá decir que seguramente lo serán, no se sabe. Pero es la mutación que deben hacer si quieren permanecer en el poder. Es de destacar que desde el acto en la embajada de Brasil cuando nadie creía en la posibilidad de que Bolsonaro llegara al poder Altamira lo dio como una franca posibilidad. Y poco tiempo después ante el ballotage nos posicionamos contra Bolsonaro por el #EleNão. Algo había de diferente en ese desempate con respecto al que ganara casi cuatro años antes Macri. No fue revisionismo. Fue que se vio algo diferente a la interna interburguesa. Se vio un peligro latente. Peligro que cada vez se torna más palpable.
El desarrollo del fascismo y la propia dictadura fascista revisten en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada país. En unos países, principalmente allí, donde el fascismo no cuenta con una amplia base de masas y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide inmediatamente a acabar con el parlamento y permite a los demás partidos burgueses, así como a la socialdemocracia, cierta legalidad. En otros países, donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el fascismo establece el monopolio político ilimitado, bien de golpe y porrazo, bien intensificando cada vez más el terror y el ajuste de cuentas con todos los partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el momento en que se agudeza de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar -sin alterar su carácter de clase- la dictadura terrorista abierta con una burda falsificación del parlamentarismo. (Dimitrov 1935)
La polarización del bloque dominante en torno a su fracción hegemónica, que comúnmente es la gran burguesía pero que eventualmente puede incluir a los terratenientes. Como uno de los objetivos del régimen fascista es la restitución de la hegemonía política de la fracción más poderosa económicamente y la redistribución de la plusvalía en su favor, se requiere, entre otras cosas, de la polarización del bloque dominante en torno a esa fracción hegemónica en lo económico; así también, la Tercera Internacional lo definió como la dictadura del gran capital. (7) Esta polarización implica la imposición más estrecha de los intereses de dicha fracción, con la consiguiente pérdida de capacidad de negociación de las clases dominadas y la reducción de esta capacidad para las fracciones no hegemónicas· del bloque dominante.
La destrucción de las organizaciones de clase del proletariado. Como el otro objetivo del fascismo es lograr la sobre explotación del trabajo en condiciones tales que la resistencia obrera no lo permitiría dentro de los marcos de la democracia burguesa, se impone la destrucción de sindicatos y partidos obreros. La destrucción de las organizaciones de clase del proletariado puede complementarse con la formación de corporaciones de obreros y patrones, sin que esto signifique que el corporativismo sea un requisito esencial para el fascismo, puesto que los objetivos señalados pueden alcanzarse sin la constitución de corporaciones, sin embargo, la formación de corporaciones puede proporcionar al Estado fascista instrumentos de legitimación más expeditos que el simple sometimiento de los obreros por la fuerza.
Mariátegui mostró cómo el fascismo no era una "excepción" italiana o un "cataclismo", sino un fenómeno internacional "posible dentro de la lógica de la historia", del desarrollo de los monopolios en el imperialismo y de su necesidad de derrotar la lucha del proletariado. Mariátegui vio el fascismo como una respuesta del gran capital a una crisis social profunda, como la expresión de que la clase dominante no se siente ya suficientemente defendida por sus instituciones democráticas por lo que culpa ante las masas de todos los males de La Patria (8) , al régimen parlamentario y a la lucha revolucionaria, y desata el culto a la violencia y al nuevo orden del estado fascista, concebido como estructura autoritaria vertical de corporaciones. Vislumbró cómo el triunfo del fascismo estaba inevitablemente destinado a exasperar la crisis europea y mundial.
Dado que el principal instrumento del Estado fascista para el sometimiento de los trabajadores es la fuerza, el uso extensivo de ésta requiere del control por parte del Estado de todas las esferas de la actividad social y no sólo de lo económico y lo político, puesto que, de otra forma, esferas no políticas pueden llegar a ser politizadas por el descontento de los trabajadores y convertirse en focos de subversión del orden fascista. Por totalitarismo queremos significar la pérdida de la independencia relativa de la sociedad civil y los aparatos ideológicos frente a los aparatos políticos del Estado; es la incorporación de la sociedad civil a la política: la intervención del Estado en todos los ámbitos de las relaciones sociales.
Thalheimer coincidentemente con Bauer, inspirados en el bonapartismo descrito por Marx en el 18 Brumario, no equiparan a ese régimen con el fascismo agregándole el dominio social destacando que el apoyo de las masas en el fascismo como sólo una de las expresiones posibles de la crisis del capitalismo, pero no necesariamente la terminal. (Kershaw 2004: 49)
Estos aportes resultan centrales en la discusión que buscamos dar, ya que pone el centro en un dominio que excede al dominio político propio del bonapartismo, el dominio social, y ubica al apoyo de las masas en un lugar accesorio.
La represión y el terror en contra de la oposición, aún de la democrático burguesa. Por ser la fuerza el principal instrumento del poder fascista, éste requiere de la represión sistemática de cualquier intento de oposición. La oposición al régimen fascista puede provenir del proletariado sometido a una sobreexplotación, pero también puede provenir de fracciones de la burguesía a las que la polarización del bloque dominante ha afectado en sus intereses. Aun los regímenes fascistas que llegaron al poder por la vía de la línea de masas necesitaron de la fuerza como un recurso indispensable para su sostenimiento, puesto que el apoyo de las masas tendió rápidamente a deteriorarse al dejar incumplidas, el gobierno fascista, las promesas hechas a las masas pequeñoburguesas.
¿Qué ofrece a las masas el fascismo victorioso? El fascismo prometió a los obreros un «salario justo», en realidad les colocó a un nivel de vida aun más bajo, más miserable. Prometió trabajo a los parados; en realidad les proporcionó mayores torturas de hambre y trabajo forzado de esclavos. En realidad, el fascismo convierte a los obreros y a los parados en parias de la sociedad capitalista, desprovistos de todo derecho, destruye sus sindicatos, les arrebata el derecho a la huelga y de prensa obrera, los enrola por la fuerza en las organizaciones fascistas, les roba los fondos de los seguros sociales, convierte las fábricas y los talleres en cuarteles, donde reina el despotismo desenfrenado de los capitalistas. El fascismo prometió a la juventud trabajadora abrirle un camino ancho hacia un porvenir esplendoroso. En realidad, trajo a la juventud despidos en masa de las empresas, campamentos de trabajo y ejercicios militares incesantes con vistas a una guerra de conquista. El fascismo prometió a los empleados, a los pequeños funcionarios, a los intelectuales, asegurarles la existencia, acabar con la omnipotencia de los trusts y con la especulación del capital bancario. En realidad, los lanzó a una mayor desesperación e inseguridad en el día de mañana, los somete a una nueva burocracia formada por sus partidarios más obedientes, crea una dictadura insoportable de los trusts, siembra en proporciones nunca vistas la corrupción y la descomposición. El fascismo prometió a los campesinos arruinados y depauperados acabar con el vasallaje de las deudas, suprimir el pago de las rentas e incluso expropiar sin indemnización la tierra de los terratenientes en favor de los campesinos sin tierra y arruinados. En realidad, entrega al campesinado trabajador a la esclavitud sin precedentes de los trusts y del aparato del Estado fascista y aumenta hasta lo indecible la explotación de las masas fundamentales del campesinado por los grandes terratenientes, los bancos y los usureros. (Dimitrov 1935)
Otro punto es el de la centralización del poder político. Dicha centralización, del poder político en torno a la fracción hegemónica, así como la implementación de la política de destrucción de la resistencia obrera y la implantación del terror policiaco por el Estado fascista requiere de la centralización del poder gubernamental en torno a la figura del ejecutivo. El carácter carismático del líder no es un rasgo esencial, puesto que, como veíamos anteriormente, el acceso del fascismo al poder no requiere forzosamente de un poderoso movimiento de masas. Los casos de España y Portugal son muy ilustrativos en este sentido: ni Franco ni Salazar fueron antes de su llegada al poder líderes que arrastraran a las masas con su peculiar personalidad como Hitler y Mussolini.
La dictadura fascista de la burguesía es un poder cruel, pero precario.
¿En qué consisten las causas principales de la precariedad de la dictadura fascista? El fascismo, que pretende superar las divergencias y las contradicciones existentes en el campo de la burguesía, viene a agudizar todavía más estas contradicciones. El fascismo intenta establecer su monopolio político, destruyendo por la violencia los demás partidos políticos. Pero la existencia del sistema capitalista, la existencia de diferentes clases, la agudización de las contradicciones de clases conduce inevitablemente a sacudir y derribar el monopolio político del fascismo. No es el país soviético en el que la dictadura del proletariado es ejercida también por un partido único, pero donde este monopolio político responde a los intereses de millones de trabajadores y se apoya cada vez más sobre la construcción de la sociedad sin clases; en un país fascista, el partido de los fascistas no puede mantener por mucho tiempo su monopolio, porque no está en condiciones de proponerse la misión de suprimir las clases y las contradicciones de clase. Suprime la existencia legal de los partidos burgueses, pero algunos de ellos siguen viviendo ilegalmente y el Partido Comunista avanza, incluso dentro de la ilegalidad, se templa y dirige la lucha del proletariado contra la dictadura fascista. De este modo, el monopolio político del fascismo tiene necesariamente que derrumbarse bajo los golpes de las contradicciones de clase. Otra de las causas de la precariedad de la dictadura fascista estriba en que el contraste entre la demagogia anticapitalista del fascismo y la política del enriquecimiento más rapaz de la burguesía monopolista permite desenmascarar el fondo de clase del fascismo, quebrantar y reducir su base de masas. Además, la victoria del fascismo provoca el odio profundo y la indignación de las masas, contribuye a revolucionarlas e imprime un poderoso impulso al frente del proletariado contra el fascismo. Llevando a cabo la política del nacionalismo económico (autarquía) y apropiándose la mayor parte de los ingresos de la nación para la preparación de la guerra, el fascismo socava toda la economía del país y agudiza la guerra económica entre los Estados capitalistas. Imprime a los conflictos, que surgen en el seno de la burguesía, un carácter violento y no pocas veces sangriento, minando así la estabilidad del poder estatal fascista a los ojos del pueblo. Un poder, que asesina a sus propios partidarios, como aconteció en Alemania el 30 de junio del año pasado, un poder como el fascista, contra el cual lucha con las armas en la mano otra parte de la burguesía fascista (putsch nacionalsocialista de Austria, las luchas violentas de distintos grupos fascistas contra los gobiernos fascistas de Polonia, Bulgaria, Finlandia y otros países), este poder no podrá mantener durante mucho tiempo su autoridad a los ojos de las extensas masas pequeñoburguesas. La clase obrera tiene que saber aprovechar las contradicciones y conflictos existentes en el campo de la burguesía, pero no debe hacerse ilusiones de que el fascismo puede asfixiarse por sí solo. El fascismo no se derrumbará automáticamente. Sólo la actividad revolucionaria de la clase obrera hará que los conflictos, que surgen inevitablemente en el campo de la burguesía, se aprovechen para minar la dictadura fascista y derribarla. (Dimitrov 1935)
Durante el auge del fascismo y antes de la segunda guerra mundial que terminaría con un desprestigio total y global de la ideología fascista tanto teóricos burgueses como marxistas se ocuparon del fascismo.
Trotsky (1932) en el The militant (brevísimo texto publicado a partir de una carta a un camarada inglés fechada el 15 de diciembre de 1931) debate con la Comintern si es correcto considerar fascista a la dictadura de Primo de Rivera (9) (España 1923-1930). El sostiene que no es correcto ya que a diferencia del movimiento fascista italiano no fue “un movimiento espontáneo de grandes masas, con nuevos dirigentes surgidos de la base. Es de origen plebeyo y está dirigido y financiado por las grandes potencias capitalistas. Se formó en la pequeña burguesía, en el lumpen-proletariado y hasta cierto punto también en las masas proletarias;”. En cambio, Primo de Rivera era un aristócrata que ya ocupaba un alto cargo militar, formaba parte del andamiaje burocrático del estado y había sido gobernador de Cataluña. O sea, no cuenta con esa espontaneidad de origen tanto del movimiento como de su líder que se autoinventó, Mussolini. El golpe de Primo de Rivera fue producto de una colaboración entre militares y otras fuerzas del estado. “Las dictaduras de Es¬paña e Italia son dos formas totalmente distintas de dictadura. Hay que diferenciarlas bien. Mussolini tuvo dificultades para reconciliar a muchas viejas instituciones militares con las milicias fascistas. Este problema no existió para Primo de Rivera.”
En cambio, el movimiento alemán, refiriéndose al ascendente nazismo (nacionalsocialismo), sí se parece al italiano: “Es un movimiento de masas, cuyos dirigen¬tes emplean una buena cantidad de demagogia socia¬lista, la cual es necesaria para la formación de un movimiento de masas.” (Trotsky: 1932)
Sostiene además que la base “genuina” del fascismo es la pequeña burguesía característica que se repite tanto en Italia como en Alemania. Coronando con la siguiente reflexión que se entiende es central “Para poder prever algo respecto al fascismo, es pre¬ciso contar con una definición de ese concepto. ¿Qué es el fascismo? ¿Cuáles son sus bases, sus formas, sus características? ¿Cómo se desarrollará? Es necesario proceder de una manera marxista científica.” (Trotsky: 1932)
La idea de Trotsky era que la democracia era para los días de sol y no estaba blindada a las inclemencias de los desequilibrios tanto domésticos como internacionales. “El fascismo no vino en absoluto "en vez" del socialismo. El fascismo es la continuación del capitalismo, un intento de perpetuar su existencia utilizando las medidas más bestiales y monstruosas.” “Podemos anunciarlo como una ley histórica: el fascismo pudo triunfar sólo en aquellos países donde los partidos obreros conservadores impidieron al proletariado utilizar la situación revolucionaria para tomar el poder.” Estos dichos bien podrían ser respaldados en todos sus términos por el búlgaro Dimitrov (1935) y muestran el peligro de los giros electoralistas/parlamentaristas que tornan a la izquierda estéril para enfrentarse con el fascismo.
En su último artículo Trotsky (1940) aclara que el fascismo no es una “repetición” del bonapartismo, si hay un elemento del segundo en el primero. “Sin este elemento, a saber, sin la elevación del poder estatal por encima de la sociedad debido a una extrema agudización de la lucha de clases, el fascismo habría sido imposible. Pero señalamos desde el comienzo mismo que se trataba fundamentalmente del bonapartismo de la época de la declinación imperialista, que es cualitativamente diferente del de la época de auge de la burguesía.” El bonapartismo del que habla no es el bonapartismo puro ya que este es inadecuado para la época de declinación del imperialismo (sino el “bonapartismo de la época de declinación imperialista”). “…al imperialismo se le hace indispensable movilizar a la pequeña burguesía y aplastar al proletariado con su peso. El imperialismo es capaz de cumplir esta tarea sólo en caso de que el propio proletariado revele su incapacidad para conquistar el poder, mientras que la crisis social llevó al paroxismo a la pequeña burguesía.” En un esquema de excesiva concentración de los medios de producción la ley del valor se muestra incapaz de regular las relaciones económicas así la intervención estatal “se convierte en una necesidad absoluta”.
Así como la SGM es la continuación, pero no la repetición, de la PGM el fascismo le continúa al bonapartismo de la declinación. “Como regla general, una continuación significa un desarrollo, una profundización, una agudización”. Una continuación que se da como última alternativa del imperialismo para aplastar al proletariado que fue incapaz de tomar el poder. “Tanto el análisis teórico como la rica experiencia histórica del último cuarto de siglo demostraron con igual fuerza que el fascismo es en cada oportunidad el eslabón final de un ciclo político específico que se compone de lo siguiente: la crisis más grave de la sociedad capitalista; el aumento de la radicalización de la clase obrera; el aumento de la simpatía hacia la clase trabajadora y un anhelo de cambio de parte de la pequeña burguesía urbana y rural; la extrema confusión de la gran burguesía; sus cobardes y traicioneras maniobras tendientes a evitar el clímax revolucionario; el agotamiento del proletariado; confusión e indiferencia crecientes; el agravamiento de la crisis social; la desesperación de la pequeña burguesía, su anhelo de cambio; la neurosis colectiva de la pequeña burguesía, su rapidez para creer en milagros; su disposición para las medidas violentas; el aumento de la hostilidad hacia el proletariado que ha defraudado sus expectativas. Estas son las premisas para la formación de un partido fascista y su victoria.” (Trotsky 1940)
Hasta la llegada de ese momento las tendencias fascistas reaccionarias permanecen agazapadas a la espera de su momento. Las guerras de conquista fomentadas por regímenes fascistas plantean la extensión de su amenaza aún en los rincones geográficos donde no existe. De ahí al temor por el fascismo alentado entre el proletariado por parte de las burguesías de los países donde en términos objetivos no se han dado las precondiciones mencionadas en el párrafo anterior. Los trabajadores, temerosos del avance geográfico del fascismo no dejan de lado el problema del poder. Todo lo antedicho por el revolucionario ruso se da en el marco de un debate con Dwinght Macdonald y el periódico New Republic que consideraban que el fascismo era una amenaza para las democracias y los capitalismos inmaduros.
Vale destacar al respecto la respuesta a Otto Bauer del revolucionario búlgaro Dimitrov (1935) pero que también es válida para El Duce y su definición apologética “El fascismo no es una forma de Poder Estatal, que esté, como se pretende, por encima de ambas clases, del proletariado y de la burguesía […] No, el fascismo no es un poder situado por encima de las clases, ni el poder de la pequeña burguesía o del lumpenproletariado sobre el capital financiero. El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos.” incluyendo premonitoriamente a varias dictaduras tanto latinomaericanas como de otras regiones del globo.
A su vez se ocupa de darle un peso cuantitativo al terror “Tengo delante un resumen estadístico del Socorro Rojo Internacional sobre los asesinados, heridos, presos, mutilados y torturados en Alemania, Polonia, Italia, Austria, Bulgaria y Yugoslavia. Solamente en Alemania, bajo el gobierno de los nacionalsocialistas, fueron asesinadas más de 4.200 personas; detenidas 317.800; y 218.600 obreros, campesinos, empleados e intelectuales antifascistas, comunistas, socialdemócratas y miembros de las organizaciones cristianas de oposición fueron heridos y sometidos a torturas crueles. En Austria, desde los combates de febrero del año pasado fueron asesinadas 1.900 personas; 10.000 heridas y mutiladas; y 40.000 obreros revolucionarios detenidos por el gobierno fascista "cristiano". Y este resumen, camaradas, dista mucho de ser completo.” (Dimitrov, 1935)
Dado el avance, al menos en redes sociales y medios de comunicación, que ha evidenciado los mal llamados “libertarios” y el eco que se percibe en ciertos sectores de la juventud no podría estar ausente de un artículo en el que se discute al fascismo sus potencialidades y sus peligrosidades.
Este movimiento que en realidad es lo más extremo del liberalismo económico representado por la Escuela Austríaca, no será esta vez abordado desde su pensamiento económico, un verdadero “terraplanismo” económico a que no hay evidencia empírica que los despoje de sus convicciones, sino desde sus vínculos originales con el fascismo. “Desconocer o minimizar su peligrosidad proviene de un imperdonable déficit de caracterización que puede llevar a algún ❛empinado❜ dirigente de una izquierda, que a todas las luces abandonó la práctica revolucionaria, a coquetear con sus dirigentes como lo hacía el canciller menemista Guido Di Tella con los kelpers enviándoles libros del osito Winnie de Pooh.”(Farina 2020: 3)
Von Mises es considerado por los “libertarios” como la mente más brillante del liberalismo del siglo XX. En 1927 escribe en el capítulo 1 apartado 10 de su libro “Liberalism, In The Classical Tradition”. (11) En esa media decena de páginas Mises desarrolla un carnaval de glorificaciones al fascismo justificando sus falencias o excesos en sus “buenas intenciones”.
Un romántico manoseo donde no llega a definirse si él desea ser el brazo político y económico del fascismo (como de alguna manera veremos que sucedió) o desea que el fascismo sea su brazo armado a la hora de enfrentar a la clase obrera organizada. Sería prácticamente la formalización de lo que en los hechos se daba ya que confiesa que muchos liberales, entre los que tácitamente se encuentra él, aprueban los “métodos del fascismo”. Las diferencias en el plano político y económico pasan a un segundo lugar si de enfrentar a los bolcheviques se trata. Para ellos el fascismo es “el mal menor”. Pero un “mal” dicho casi por compromiso. Ya que recordemos sus “buenas intenciones” y que reconocen que el principal atractivo del fascismo es la violencia. O sea, la parte mala del fascismo, para ellos, es meramente la colectivización. “Ensaya una tibia crítica al fascismo por su falta de ideas (que los liberales sí tienen) lo que terminará provocando su derrota. En lo que constituye casi un pedido de sociedad… pongan la fuerza que nosotros aportamos el cerebro pereciera la forma que toma su convite. También critica la política exterior del fascismo que busca imponerse por la misma fuerza a otras naciones en las disputas imperiales de la época.” (Farina 2020: 4)
No se puede negar que el fascismo y movimientos similares que apuntan al establecimiento de dictaduras están llenos de las mejores intenciones y que su intervención, por el momento, ha salvado la civilización europea. El mérito que el fascismo se ha ganado así vivirá eternamente en la historia. (von Mises 2020)
Tamaña incomodidad, dada por el parentesco fundacional, llevó a los sucesivos austríacos a intentar despegar a su padre fundador de semejante cruz, al menos por lo poco marketinero del entuerto. Es así que su discípulo von Hayek (2008) escribe, un año antes de la caída de Berlín, con toda la evidencia de los crímenes del nazismo y sus aliados italianos y japoneses (entre otros), “Camino a la servidumbre” donde prácticamente no menciona a su maestro ni su obra de sólo 17 años antes. En ella ensaya una defensa desde un ataque al comunismo como si fuera prácticamente lo mismo que el fascismo.
Para ello los engloba en el “colectivismo” en oposición a su “individualismo”. Esta postura, al menos desinformada, cuando no mendaz y malintencionada, es la que frecuentemente esgrimen “sus sucesores contemporáneos que tildan de comunista todo lo que esté a la izquierda del Partido Demócrata estadounidense -incluido- pasando por cualquier gobierno que le asigne el más mínimo papel al estado más allá de la represión y la defensa de la propiedad privada.” (Farina: 2020: 5)
Son tan básicos sus argumentos que se fundan exclusivamente en algunas similitudes que creen encontrar en la organización económica de ambos regímenes. No contento con eso dedica otro capítulo a las supuestas “raíces socialistas del nazismo”. Otra vez la poca argumentación es la norma, ya que se basa en unas pobres referencias históricas por un lado y en el nombre “nacional socialismo”. “...su parábola meramente etimológica ignora la historia de las disputas entre partidos en la Alemania de la primera posguerra al punto que antojadizamente habla de una conversión de los socialistas de izquierda en socialistas de derecha en vez de reflejar la permisividad de los partidos representantes de la burguesía que, menospreciándolo y en oposición al marxismo, le abrieron el gobierno a Hitler para que desde ahí él pudiera derrotar políticamente (entendido en sentido amplio) al Partido Socialdemócrata Alemán (órgano local de la tercera internacional). Lo más curioso de esta parábola es que a la vez que las tropas soviéticas comenzaban su avance final que un año después culminaría en Berlín.” (Farina 2020: 5-6)
No llama para nada la atención la poca lectura de los austríacos ya que Hayek, sus pobres argumentos en realidad, había sido respondido por Dimitrov (1935) casi una década antes “La variedad más reaccionaria del fascismo es la de tipo alemán. Tiene la osadía de llamarse nacionalsocialismo, a pesar de no tener nada de común con el socialismo. El fascismo alemán no es solamente un nacionalismo burgués, es un chovinismo bestial. Es el sistema de gobierno del bandidaje político, un sistema de provocaciones y torturas contra la clase obrera y los elementos revolucionarios del campesinado, de la pequeña burguesía y de los intelectuales. Es la crueldad y la barbarie medievales, la agresividad desenfrenada contra los demás pueblos y países.”
Otra estéril defensa es la que desde las páginas del Mises Institute, ensaya Raico (2018). Primero argumenta que “Liberalism” fue escrito en forma precipitada y enmarcado por su temor a las masas. Sostiene que el escrito es válido para el fascismo en el período 1919-1922, pero “Liberalism” es de 1927. Tal demora en terminar su obra choca con el argumento de que había algún apuro por detrás. Pero aún más, Dertaube (2020), deja en evidencia que el Partido Liberal Italiano los acompañó en las elecciones de 1924, el primer ministro de economía fue un liberal, “...entre 1919 y 1923 el porcentaje de gasto del estado sobre la renta nacional giraba en torno al 26%; en el período que va entre 1923 y 1927 dicho gasto era ya de alrededor del 17%. [...]las primeras medidas económicas del gobierno fascista fueron la privatización absoluta de la seguridad social y la mayoría de las compañías telefónicas, dio inicio a las concesiones privadas de las autopistas y la privatización total de la sociedad Ansaldo, inmensa empresa armamentística que hacía décadas estaba mayoritariamente en manos estatales. A su vez, aplicaron la clásica y muy conocida política antiinflacionaria de la restricción monetaria.”
Prosigue “defendiendo”, o a duras penas justificando, a Mises diciendo que no era el único que apoyaba al fascismo. Para ello hace foco en Pareto que fuera nombrado embajador por Mussolini.
Si prestamos atención al siguiente desarrollo que hace Dimitrov (1935) de las estrategias políticas fascistas veremos que no distan de las que habitualmente vemos desplegar a “libertarios” en medios de comunicación y redes sociales.
El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista, muy hábil, explotando el profundo odio de los trabajadores contra la burguesía rapaz, contra los bancos, los trusts y los magnates financieros y lanzando las consignas más seductoras para el momento dado, para las masas que no han alcanzado una madurez política; en Alemania: "Nuestro Estado no es un Estado capitalista, sino un Estado corporativo"; en el Japón: "por un Japón sin explotadores"; en los Estados Unidos: "por el reparto de las riquezas", etc…
El fascismo entrega al pueblo a la voracidad de los elementos más corrompidos y venales, pero se presenta ante él con la reivindicación de un "gobierno honrado e insobornable". Especulando con la profunda desilusión de las masas sobre los gobiernos de democracia burguesa, el fascismo se indigna hipócritamente ante la corrupción (véase, por ejemplo, el caso Barmat y Sklarek en Alemania, el caso Staviski en Francia y otros). El fascismo capta, en interés de los sectores más reaccionarios de la burguesía, a las masas decepcionadas que abandonan los viejos partidos burgueses. Pero impresiona a estas masas por la violencia de sus ataques contra los gobiernos burgueses, por su actitud irreconciliable frente a los viejos partidos de la burguesía. Dejando atrás a todas las demás formas de la reacción burguesa, por su cinismo y sus mentiras, el fascismo adapta su demagogia a las particularidades nacionales de cada país e incluso a las particularidades de las diferentes capas sociales dentro de un mismo país. Y las masas de la pequeña burguesía, incluso una parte de los obreros, llevados a la desesperación por la miseria, el paro forzoso y la inseguridad de su existencia, se convierten en víctimas de la demagogia social y chovinista del fascismo.
De ninguna manera es correcto igualar a los “libertarios” con el fascismo, pero se han mostrado como extremadamente cooperativos entre ellos. Eso no se ha dado sólo con los fascismos europeos de la primera mitad del SXX sino también con los regímenes autoritarios de América Latina que estamos discutiendo aquí que tan fascistas eran. “Creo que todo lo antedicho muestra a los autodenominados ❛libertarios❜ como un grupo de cuidado, aún disperso, pero peligrosos incluso desde esa dispersión. Dispuestos a todo en pos de vulnerar derechos de los trabajadores, defensores de la libertad para pocos, incluso apoyarían seguramente cualquier escalada represiva de corte fascista a imagen y semejanza de la última dictadura militar. Es por ello que no merecen estos grupos ninguna simpatía, contemplación ni coqueteo por parte de ningún socialista revolucionario.” (Farina 2020: 11)
En la prolongación de los análisis que se refieren a la cuestión del fascismo en América Latina, se encuentran los análisis que destacan la vocación fascistizante de los regímenes militares de base militar en la América Latina de hoy. Agustín Cueva insiste en el proceso de impugnación fascista de estos regímenes, o Zavaleta Mercado, que prefiere utilizar el concepto de «dictadura militar con un proyecto de finalidad fascista». Estos autores —ambos representativos de la tendencia orientada hacia el “fascismo potencial” que reconoce las especificidades del fascismo europeo de los años treinta— comparten la idea de que la dinámica de fascistización sigue su curso en América Latina.
En un primer artículo Cueva admite que “América Latina, víctima de un proceso de fascistización, impregnada de un grado semejante de terror y de barbarie, poco se distingue del fenómeno análogo que tuvo lugar en países más avanzados”. Brasil y Chile son los dos principales casos hacia los que se inclina el autor. El primero ilustra “cómo se aplicó, de forma implacable y sistemática, un esquema de dominación militar tecnocrático, que comportaba indiscutiblemente caracteres fascistas y estaba inequívocamente al servicio del imperio americano”. El segundo, cara al “avance de la clase obrera chilena” aparecía como el producto de la “reacción del capital monopolístico” que, en la fase de fascistización anterior al golpe de Estado, “aplicó una línea de masas, movilizando amplios sectores de la pequeña burguesía y de las capas medias”. (Cueva 1977)
En un segundo artículo trata de profundizar en las condiciones a través de las cuales los “procesos de fascistización” en América Latina podrían desembocar en regímenes fascistas. Defiende la idea de que “el partido de masas” y el “apoyo de la pequeña burguesía”, así como la “ideología nacionalista chauvinista” no son propios de la formación de la experiencia fascista en Europa, sino unos simples medios destinados a esconder el más importante. Lo esencial en el fascismo, lo constituye su “naturaleza de clase” y el “cambio calificativo que imponen las fuerzas del Estado”. El hecho —añade Cueva— de que los países latinoamericanos no sean imperialistas, no les inmuniza contra el proceso de fascistización al haber progresado una profunda penetración de capital transnacional. La prolongación lógica de su argumentación viene a decir que, teóricamente, “el desmantelamiento del Estado democrático-burgués y su sustitución por un régimen de carácter fascista no va a revestir inmediatamente (el subrayado es nuestro) las mismas modalidades concretas que en Europa”. De este modo, sugiere que se le han suprimido dos características a esta nueva forma de fascismo: de una parte, su “incapacidad para beneficiarse de un apoyo popular”; de otra, su “incapacidad para implantar una política nacionalista”. (Cueva 1977: 470, 471, 474-477).
El análisis de Zavaleta Mercado (1979: 83-85), trata de relacionar el fenómeno fascista con las condiciones históricas europeas. De este modo, propone una triple distinción en la configuración del fascismo. A las concepciones tradicionales del tipo de “el fascismo como movimiento de masas” y como “estructura de poder”, añade una tercera: “el fascismo como proyecto o proposición social”. Se basa en el hecho de que, entre las actuales dictaduras latinoamericanas, “se perfila una situación en la que el proyecto de aquellos que detentan el aparato estatal no se asienta en un movimiento de masas. Por consiguiente, las dictaduras no llegan a transformarse en una estructura fascista de poder”, en la medida en que la «cuestión nacional» no se resuelve, a causa de la “presencia imperialista”. Zavaleta Mercado no explica la apatía del movimiento de masas por la misma combinación de factores económicos que Cueva, esto es, considerar que las desigualdades provocadas por factores económicos internos y la crisis del capitalismo mundial constituyen frenos estructurales a toda movilización. Llega a la conclusión de que “los elementos disponibles permiten descubrir que los regímenes atraviesan crisis estáticas de gran magnitud”, pudiendo conducir a “crisis nacionales generalizadas” e incluso a “situaciones revolucionarias”. La imposibilidad por parte de los que detentan el poder de elaborar unas directrices con respecto a la sociedad civil, que constituye en realidad una “masa no mediatizada”, tiende a provocar este tipo de situación. (12)
Por otra parte, Rieznik (2011) sostiene que los embates en favor de la derecha al final del 3er gobierno de Perón, el de Isabel y la última dictadura escondían el objetivo de arbitrar en favor de la fascista juventud sindical, en detrimento de la izquierda a la que debían exterminar.
Son frecuentes los análisis de la cuestión del fascismo desde el punto de vista clásico con exclusividad. Ese análisis si bien no es erróneo no deja de estar limitado a dejar por fuera particularidades de otras formas de fascismo que imperaron y podrían presentarse en el futuro de corto y mediano plazo. Este análisis es compartido por el progresismo y toda la izquierda argentina, incluso por nosotros tanto en términos históricos como actualmente por la Tendencia del Partido Obrero. Ante la pregunta “¿Es verdad que el fascismo es la demostración de toda la violencia del Estado?” Jorge Altamira (22/02/2020) inicia reinterpretando la pregunta diciendo: “¿es verdad que no es un aparato de gestión sino de una violencia infinita?” y comienza definiendo que “el fascismo es la demostración de que toda la violencia capitalista no alcanza para mantener el sistema capitalista”. La burguesía debe salir a la calle a disputársela al proletariado para quebrar sus organizaciones, desmoralizarla con los métodos de la guerra civil para que el estado pueda restaurar su capacidad de violencia plena.” Prosigue citando a Trotsky “Son los bajos fondos y la inmundicia de la sociedad capitalista que sale de la cloaca para destruir al proletariado” como definición de lo excepcional del fascismo. “en los debates actuales, cuando se habla de protofascismo o pseudofascismo, Putin, Xi Jinping, Trump, Bolsonaro, Salvini… son nenes de pecho. Son regímenes bonapartistas”, reprime el estado. En el fascismo se liberan las zonas a la represión paraestatal de las hordas fascistas. El contexto histórico de derrota, desmovilización de su ejército en la PGM y sumisión a través del Tratado de Versalles (13) sumado al temor del resurgimiento alemán creó el caldo de cultivo para el surgimiento del nazismo. “El fascismo no debemos estudiarlo como clasificadores de Dogmas”. “La perspectiva del fascismo está ligada a la perspectiva de la guerra y la perspectiva de la guerra está ligada a la perspectiva de cada uno de los países que deben ser preparados para la guerra.” La descripción de Altamira es indudablemente correcta desde el análisis clásico del fascismo. Podría haber coincidido con el análisis que hiciera ante la misma pregunta cualquier otro dirigente de izquierda o incluso algún intelectual progresista como Borón o Feierstein. Además, está excelentemente justificada desde ejemplos. Pero consideramos que nuestra Tendencia del Partido Obrero debe ponerse a la vanguardia de las caracterizaciones de las peligrosidades que representan los fascismos incipientes y sus potenciales socios “libertarios” y así no caer en el riesgo de menospreciarlos o vernos sorprendidos. Una nueva forma de caracterización dotaría a nuestra tendencia, ya no sólo del PO sino de toda la izquierda, de un elemento de delimitación fundamental.
El progresismo (ver Borón 2003) y la izquierda han coincidido en la definición (y aplicación de esa definición) del fascismo. Manteniendo plena actualidad de su definición clásica. Si realmente esperamos que los nuevos fascismos cumplan exactamente los pasos y condiciones que presentaron en la primera mitad del SXX nos vamos a ver sorprendidos por las mutaciones y adaptaciones que ya han mostrado y que podrán mostrar. Aceptemos la definición clásica, tomémosla como eso, como una definición clásica de esos fascismos. Pongámosla en un extremo de una línea de clasificación o en un vértice de un plano, pero no perdamos de vista cuánto se pueden aproximar diferentes regímenes a ese ideal cumpliendo características que de seguro son fundamentales ya que hacen a su objetivo final. No le pidamos al fascismo una pureza que no le pedimos al bonapartismo cuando llevamos mucho de lo que no encaja en el fascismo clásico al bonapartismo. Debemos entender que el fascismo busca exterminar cualquier organización de la clase obrera, y a otros grupos, ya no combatirla o reprimirla como el bonapartismo. Para ello se valen del control social, no del mero control político bonapartista, se valen del exterminio ya no de la mera represión; represión, que podría incluir muertes o no. Si logran o no conformar movimientos de masas para llegar al poder o mantenerse resulta algo accesorio.
Trotsky (1940) es claro en esto, el fascismo no es bonapartismo “En su muy pretencioso, confuso y estúpido artículo ["Defensa Nacional: el caso del socialismo", Partisan Review, julio-agosto de 1940], Dwight Macdonald trata de atribuirnos la opinión de que el fascismo es, simplemente, una repetición del bonapartismo. Hubiera resultado difícil inventar mayor disparate. Hemos analizado al fascismo en su desarrollo, a través de sus distintas etapas, y pusimos en primer plano uno u otro de sus aspectos. Hay un elemento de bonapartismo en el fascismo. Sin este elemento, a saber, sin la elevación del poder estatal por encima de la sociedad debido a una extrema agudización de la lucha de clases, el fascismo habría sido imposible. Pero señalamos desde el comienzo mismo que se trataba fundamentalmente del bonapartismo de la época de la declinación imperialista, que es cualitativamente diferente del de la época de auge de la burguesía. Luego diferenciamos al bonapartismo puro como prólogo de un régimen fascista. Porque en el caso del bonapartismo puro el gobierno del monarca se aproxima [...]” se encarga de diferenciarlos. Pero en el momento en el cual el fascismo se presentaba en su forma clásica. Hoy podríamos caer en el mismo error con las nuevas formas que adopte el fascismo.
“¿Corresponde manejar categorías sociales como diagramas de Venn mutuamente excluyentes? ¿No podrían existir categorías intermedias entre bonapartismo y fascismo? ¿No sería más correcto manejarse en una línea continua que vaya desde bonapartismo a fascismo? ¿tal vez incorporarle algún escalón que combine esa continuidad en la definición con cierta discreción a partir de un punto? ¿Tiene que ser una línea o podría ser un plano donde el fascismo alemán ocupe un vértice?” (Farina 2019: 15)
Estos interrogantes nos vienen abordando a los autores de estas líneas y fueron una gran motivación para estudiarlo en profundidad. Ya apareció anteriormente el concepto del umbral donde esa aproximación continua se torna discreta (14) al pasar un límite. Consideramos que el plan de exterminio es ese límite.
”Ni totalitarismo ni fascismo son conceptos puros para los estudiosos. Ambos términos, desde que comenzaron a usarse, tienen una doble función: como instrumento ideológico de categorización política negativa, […]; y como instrumento heurístico que los estudiosos han usado en un intento por ordenar y clasificar los sistemas políticos. […] En el caso del totalitarismo, Friedrich produjo una definición conceptual, pero no provee una legítima teoría del totalitarismo. En el caso del fascismo, la mayoría de los enfoques no marxistas, […], son esencialmente descriptivos y se apoyan en premisas teóricas no definidas con claridad, mientras los enfoques marxistas derivan de posiciones teóricas, pero la teoría aplicada no siempre está basada en claras definiciones conceptuales y a veces éstas hasta resultan estar muy cerca de las tautologías.” (Kershaw 2004: 56)
Las teorías del fascismo ponen el acento en la forma en que asciende el movimiento y las condiciones previas que generó el caldo de cultivo, mientras quienes hablan del totalitarismo eluden la fase de acceso al poder y se centran en los sistemas y técnicas de gobierno. (Kershaw 2004: 57)
El fascismo es uno de los términos más controvertidos de la historia contemporánea y, al no existir una definición universalmente aceptada por historiadores y científicos sociales, se usa y abusa de él, en el espacio y en el tiempo, aplicado a diferentes contextos políticos o como forma de insulto ante cualquier exhibición de comportamiento autoritario, […]. En los últimos años, sin embargo, la aparición de movimientos racistas, xenófobos y protectores del orgullo y de la identidad nacional nos han traído ecos del fascismo histórico, de aquel que echó sus semillas y creció entre 1919 y 1945. La historia avisa, aunque muchos, lejos de tomársela en serio, prefieren mentar el fascismo en vano, […]. Nolte, muy influyente en las posteriores aproximaciones revisionistas y del nuevo consenso, fue mucho más allá y defendió que la ideología y prácticas del Holocausto eran un reflejo de las purgas políticas de Stalin de los años treinta. En su provocadora sentencia, el gulag fue anterior a Auschwitz. En una imagen simplificada de la historia, que es lo que gusta a quienes la ignoran o les interesa solo su uso político en el presente, […]. A partir de esa explicación, en la que los factores sociales y económicos que condujeron al surgimiento del fascismo interesaban poco o nada, algunos autores, Roger Griffin entre ellos, pusieron énfasis en la ideología positiva del fascismo, que no solo buscaba destruir las formas políticas existentes sino crear un nuevo mundo. El fascismo, además de su parte reaccionaria y ultraderechista, tenía también su lado racional, revolucionario, una especie de síntesis de ideas de la derecha y de la izquierda, una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo. […] Los historiadores que han aportado análisis empíricos sobre el fascismo, […], se han alejado casi siempre de ese revisionismo y han destacado sus componentes antidemocráticos, antisocialistas, paramilitares y ultranacionalistas, su carácter de religión política (Emilio Gentile), manifestado en la profusión de símbolos y ritos y en el culto a los mártires. Los fascismos fueron movimientos de masas que nacieron desde la violencia callejera y, tras conquistar el poder, militarizaron al Estado y a la sociedad. No todos los casos históricos de fascismo, o sus compañeros de viaje colaboracionistas, tuvieron como componente esencial el determinismo biológico del nazismo alemán, […], cuando fueron derrotados en 1945 y pudo hacerse balance, se comprobó que todos se habían sumado a las atrocidades de la guerra imperialista, los campos de concentración, las cárceles y los asesinatos en masa del contrario (rojos, judíos, demócratas o disidentes). Y los que los copiaron y sobrevivieron a la era fascista, los regímenes de Franco y Salazar en España y Portugal mantuvieron durante sus largas décadas de dominio la misma hostilidad y violencia frente al liberalismo, el comunismo y la democracia. […] Es probable que el fascismo, como fuerza electoral y paramilitar, continúe siendo marginal en muchas partes de Europa, pero aquellos que señalan a las minorías étnicas, inmigrantes o refugiados como chivos expiatorios de los problemas que no pueden solucionar nuestros políticos y sociedades –y atacan al mismo tiempo a la democracia, al multiculturalismo y a los derechos humanos–, están sembrando la semilla de un nuevo fascismo, con su rastro de intolerancia, abuso y esclavitud. No todo lo que se opone a la política establecida es fascismo […], no es necesario equiparar todas las manifestaciones de violencia política o dictatoriales. Ni mentar el fascismo en vano. (Casanova 03/01/2018)
“El fascismo es el peor enemigo de la clase obrera y de los trabajadores.” (Dimitrov, 1935) xq viene a recomponer la tasa de ganancia por un violento aumento de la tasa de plusvalía (que expresa el nivel de explotación) con el camino allanado por el exterminio previo y simultáneo.
(1) Para la crisis del capitalismo ver: Altamira, Jorge, “Panorama Mundial”, en Defensa del Marxismo, N°, 2018. Para un análisis muy completo de la relación entre capitalismo mundial y pandemias ver: Robert G. Wallace, Big Farms Make Big Flu: Dispatches on Influenza, Agribusiness, and the Nature of Science, Monthly Review Press, 2016.
(2) Los diagramas de Venn tienen casi un siglo y medio y su enseñanza generalizada en la educación formal medio siglo.
(3) Mussolini (1932), en su Doctrina del fascismo de alguna forma autodefine al fascismo como una doctrina política del siglo XX que viene a superar las doctrinas propias del siglo XIX (socialismo -a la que adhirió en su juventud-, liberalismo y la democracia). Reivindica el carácter autoritario de su doctrina que encarna el “bien”. Una doctrina colectiva que se impondrá sobre las doctrinas del individuo. Integra a todos los actores al estado, nada ni nadie queda por fuera de él. Considera orgullosamente al fascismo como comparable a una religión. Todo hombre es visto, en consecuencia, bajo la perspectiva de una ley superior conformándose una voluntad objetiva que se imponga sobre los intereses individuales o particulares, así se “eleva” perteneciendo conscientemente a una sociedad espiritual.
(4) Para ver la evolución de la tasa de explotación durante las dictaduras latinoamericanas se puede consultar Farina, Joaquín (2018) “La tasa de explotación como medida de desigualdad global (1973-2012): Un aporte desde el Marxismo Cuantitativo” disponible en: https://www.teseopress.com/mqtesis/
(5) Primo de Rivera (22/03/1933) reivindica la esencia del fascismo, la unidad como idea, por encima de la violencia que es meramente una táctica. Sostiene que la violencia para ellos no es un dogma como para el marxismo sí lo es la violencia propia de la lucha de clases. O la violencia intrínseca de la lucha propia del sistema de partidos que promueve el liberalismo. Al contrario, el fascismo promueve la unidad permanente de clases y de partidos, a esa unidad la llama patria (La Patria, con mayúsculas). No hay una pugna entre una burguesía explotadora y un proletariado que pretende tiranizar a la burguesía. “Sino la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común, que asigna a cada cual su tarea, sus derechos y sus sacrificios.”
(6) Ver Traverso, Enzo (2009)“A sangre y fuego. De la guerra civil europea,1914-1945”. Editorial Prometeo, Buenos Aires.
(7) Esta definición se ajusta o es prima hermana y se ve ampliada en de la definición del Diccionario Soviético de Filosofía (1959) donde establece que los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero instaura una dictadura abiertamente terrorista [tomado del XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista] “con el fin de aplastar la resistencia de la clase obrera y de todos los elementos progresistas de la sociedad. El fascismo es una manifestación de esa reacción política en todos los dominios, lo que es propio del capitalismo en la etapa suprema de su desarrollo, en la etapa imperialista.”
(8) Se ha mencionado con diferentes acepciones la palabra patria. Es importante entender que no es lo mismo la Patria de los fascistas y naciones opresoras donde busca una unidad nacional para llevar a una clase obrera a confrontar y someter a nombre de su burguesía local a trabajadores de otras naciones que la patria de los oprimidos y revolucionarios que los une para enfrentar a potencias imperialistas. En el primer caso la defensa de la patria es reaccionaria, en el segundo es progresiva y hasta podría ser revolucionaria. Más allá que para los marxistas la patria y la nación son conceptos superados. (Altamira 26/07/2017)
(9) “Recordemos que Primo de Rivera se autopercibía fascista. Para no poner, en este caso, en duda el sentimiento de pertenencia del fascista español (coincidamos en que la autopercepción ideológica no tiene por qué coincidir con la ideología real de una persona) deberemos afirmar que si al decir de Trotsky que su régimen no cumple con todas las condiciones de conformación y surgimiento no alcanza con decir que no es fascista, sino que no lo es pero pretende serlo. Sería un régimen pretendidamente fascista (se desconoce si estamos acuñando un nuevo término o categoría)” (Farina, 2019: 10-11)
(10) En base a Farina (2020)
(11) Traducción al español del apartado disponible en:
(12) Zavaleta Mercado, René, “Nota sobre fascismo, dictadura y coyuntura de disolución”, en Revista Mexicana de Sociología, núm. 1, enero-marzo 1979, páginas 83-85.
(13) Esto fue predicho por Trotsky y también por Keynes (en las “Consecuencias económicas de la paz”).
(14) Contínua y discreto en términos matemáticos.
(15)
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