Escriben Joaquín Antúnez y Ana Belinco
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Hace apenas días, el sábado 11/01, una charla desarrollada en un “Club Obrero”, promovida por el PTS, bajo el título de la presente nota , dejó una vez más al desnudo el abandono de todo método marxista que atraviesa a esta corriente en particular, y que no deja exenta al conjunto de la izquierda.
La charla se proponía debatir acerca de las “revueltas y revoluciones” que se dieron y dan en el siglo XXI. Lejos de una perspectiva revolucionaria, el expositor Matías Maiello, sociólogo y editor del semanario “Ideas de Izquierda”, cerró su exposición con conclusiones de incertidumbre y derrotismo.
El autor comienza desarrollando la asociación que tienen las revueltas y procesos revolucionarios con la crisis capitalista mundial que se abrió tras el crack bursátil de 2007/8 enfatizando que esta crisis en curso no alcanza la profundidad del crack del 29, es decir, no reviste un carácter tan “catastrófico” como aquella, “la más profunda que atravesó el capitalismo en su historia y que solo fue cerrada mediante la segunda guerra mundial”.
Maiello plantea que esta nueva crisis no ha generado un dislocamiento a nivel mundial “porque la burguesía aprende” y, por lo tanto, aplicó un rescate de parte de los Estados nacionales a los privados, bancos y empresas. Esto aparentemente habría aminorado la crisis, con la contrapartida de un aumento descomunal de la desigualdad a nivel mundial y de miseria por parte de las masas. De esta forma, estaríamos asistiendo a otro ciclo de crisis capitalista (recurrente), donde luego de un período de expansión le sigue uno de contracción que prepara un nuevo ciclo y así sucesivamente al infinito.
Lo cierto es que esto está muy lejos de suceder. Lo que ha conseguido el rescate es, precisamente, abortar el movimiento ‘natural’ del ciclo que describe, mediante un endeudamiento sin precedente de las compañías capitalistas, una fenomenal acumulación de capital ficticio (el otro lado del endeudamiento) y la creación de una enorme franja de empresas ‘zombies’, es decir de patrimonio negativo, porque la suma de capital y activos, de un lado, es considerablemente inferior a la del pasivo, del otro. En la mayoría de estos casos, los ingresos (‘flujo de fondos’) no alcanzan para pagar los intereses corrientes, lo cual deriva en un mayor endeudamiento.
El ‘rescate’ fue asimismo un instrumento de los estados capitalistas para subsidiar a sus burguesías en la competencia mundial. Esto explica el rebote del PBI de Estados Unidos y la recesión y estancamiento en Europa, y por otro lado la continuidad del crecimiento de China, aunque a tasas menores. Finalmente, el estado acude a un socorro del capital jamás visto antes, porque teme que un dislocamiento del régimen capitalista abra las puertas a una revolución social en las metrópolis. Es una expresión del grado explosivo alcanzado por el desarrollo capitalista. El derrumbe general del capitalismo como régimen social, pauperiza de manera creciente a las masas.
Maiello toma prestada del ex secretario del Tesoro de Clinton, Lawrence Summes, la tesis de un proceso de “estancamiento secular” del capitalismo, que se conforma a su esquema de “crisis orgánica” del capital. A Summers lo sorprende que la continua baja de las tasas de interés no reactive la economía; su ‘modelo’ se reduce a esta variable. Esto supone que el estado ya no puede hacer otra cosa que mantener en carpa de oxígeno al capitalismo durante décadas. El esquema que copia Maiello es inmune a los ‘ciclos’, a la competencia capitalista, incluidos sus estados, y a la lucha de clases. El “estancamiento secular” describe a un régimen incapaz de crear valor (cae la tasa de inversión industrial), que vive absorbiendo el valor creado (crecimiento del capital ficticio), cuyo destino es un estallido general que pone fin a la secularización.
Maiello asocia el estancamiento secular, a la falta de una China que funcione como nuevo motor para el capital, que había permitido “atrasar” la crisis que estalló en Asia en 1997/8. En este caso lo que tenemos por delante no es una curva plana de desenvolvimiento capitalista, sino un diagrama de ascensos y caídas abruptas. Esto recrudece los choques y contradicciones entre las potencias, aumentando las tendencias a la guerra. Los sucesos de Medio Oriente son hoy la demostración cabal de esta afirmación; América Latina, con sus crisis políticas, escenarios golpistas y revoluciones, se ha sumado en pleno a este curso. Es necesario un nuevo reparto del mundo, de características muy diferentes al pasado, dado el papel excluyente de Estados Unidos.
La crisis presente ha hundido todos los precarios equilibrios e instituciones que se construyeron a la salida de la 2ª guerra. Los “aprendizajes de la burguesía” no son suficientes para detener la rueda de la decadencia del capital. Pareciera que tienen que seguir aprendiendo.
Lo que encubre este análisis de la crisis capitalista, sin un abordaje geopolítico consecuente de los procesos propios de la lucha de clases, es una adaptación a las corrientes izquierdistas que disocian las crisis del capitalismo de la etapa histórica: una cosa son durante el ascenso, otra en la fase de la decadencia. Las guerras en el ascenso han sido un medio cruel para desarrollar los estados nacionales y las fuerzas productivas; en la decadencia es lo contrario, es la barbarie en desarrollo creciente.
La dialéctica y el materialismo histórico son confinadas por la sociología decadente al lugar de las “reliquias oscuras” del marxismo. El abandono de este método es la condena del marxismo como ciencia y su reemplazo por la “ciencia burguesa”. Veamos qué dice Maiello:
"Desde luego, décadas de ofensiva neoliberal a nivel global no han pasado en vano. Si, por un lado, la clase trabajadora se extendió como nunca antes en la historia, también se hizo mucho más heterogénea y sufrió un amplio proceso de fragmentación. A su vez, la estructura sociopolítica del Estado en la actualidad está diseñada para consolidar esta fragmentación. Un “Estado ampliado”, que va mucho más allá de la “espera pasiva” del consenso y se dedica a “organizarlo” a través de la estatización de las organizaciones de masas y el desarrollo de burocracias en su interior (empezando por los sindicatos) que garantizan la fractura de la clase trabajadora.”, Esto que Maiello presenta como una tesis novedosa, se encuentra mucho más desarrollada por gente como Weber o Carl Schmidt hace más de un siglo.
Maiello describe a un estado de transición entre la democracia y el fascismo, sin una derrota histórica de los trabajadores, solamente producto de la “ofensiva neo-liberal”, que en la actualidad ha convertido al mundo, inversamente, en un escenario de rebeliones populares. Este nuevo estado burgués resultaría un freno insalvable en el desarrollo de la “acción independiente de las masas”, y, por ende, de un accionar revolucionario. Maiello sostiene, por un lado, que la burguesía no tiene una salida (histórica) a la crisis, pero se encarga de dejar bien en claro que esto no significa que no tenga asegurada una recomposición.
Al abordar las dos etapas de revueltas durante el siglo XXI, Matías no diferencia aquellas de 2008-2011, que incluyen a los movimientos de “indignados” que se desarrollaron por sobre todo en las metrópolis europeas y en Estados Unidos de las revoluciones del Medio Oriente conocidas como la “Primavera Árabe”.
En cambio, describe un segundo período que comienza con los chalecos amarillos en Francia hasta la actualidad, con las movilizaciones en Medio Oriente y Latinoamérica. Suponemos que lo atrae esta revuelta de precarios y fragmentados. Ahora mismo tenemos algo superior, que es la huelga general del sector público, que en Francia involucra a una parte de la industria.
Nuestro orador define indistintamente estos procesos como movilizaciones (o irrupciones) “ciudadanas”. Estas revueltas estarían conformadas, nuevamente, por capas heterogéneas de los trabajadores y por lo tanto no habría un accionar unificado sino más bien “espontáneo y violento” que luego se disiparía en el aire. De cualquier modo, esto no autoriza a caracterizarlas como “ciudadanas”, es decir ligadas a la ‘crisis de representación’. Nos complace informar que se trata de la lucha de clases, que involucra en estos casos a las clases medias arruinadas. Estamos ante un dato positivo para el proletariado, que puede descontar, si se admite la expresión, que no quedará aislado en las luchas futuras, como no ha quedado aislado en la huelga francesa. Es diferente que la burocracia, e incluso la izquierda, no impulsen la huelga general, con el pretexto de que la ‘reforma previsional’ afecta al sector público. Para pelear por una huelga general es necesario ampliar el horizonte político de la huelga actual.
La invocada “espontaneidad de las masas” es una excusa esgrimida para esconder los procesos políticos generales, y negar que los mismos son el producto de la experiencia acumulada de luchas, derrotas y progresos anteriores. Maiello se contradice a sí mismo, ya que el solo señalamiento de un “período” o “etapa” describe una tendencia de las masas, en este caso a la revuelta, reconociendo entonces que las masas actúan bajo influencias y tradiciones anteriores, aunque resulten contradictorias una de otras. La clase obrera jamás vuelve a comenzar de cero; termina adoptando los métodos más avanzados del pasado. Lo que Lenín denominaba “ensayo general”
Sin ir más lejos, los trabajadores chilenos han estallado contra un régimen que definen como parido directamente por el pinochetismo, han desarrollado asambleas populares que funcionan como un canalizador de las masas, planteando la posibilidad de desarrollar organismos de doble poder. Lejos de una simple revuelta, desarrollan un choque irreconciliable contra el Estado, incluso contra el “Estado ampliado”, exigiendo su revocatoria. Desafían a esas burocracias políticas y sindicales para Maiello infranqueables, las lesionan en su accionar y hasta las empujan a la izquierda buscando quebrar el afán de contener y bloquear la revolución en curso.
El discurso de Maiello denota un temor al choque entre las clases y a sus consecuencias en la “vida cotidiana”. El sociólogo teme que ese curso vital altere la rutina de los análisis muertos.
Pero las revoluciones y los procesos revolucionarios no son algo que los militantes socialistas podamos elegir en tiempo y forma; sí podemos y debemos preverlos y prepararlos. Es una gran ventaja histórica la presencia de un partido preparado y fogueado con antelación a las situaciones revolucionarias. Cuando esta condición no ha sido creada, la cuestión es cómo nos transformarnos en la dirección en el curso de dichos procesos.
Para el PTS, nos cuenta Maiello, “sería equivocado pensar que la hegemonía obrera y aquellos organismos de tipo soviético se desarrollarán en forma puramente espontánea al agudizarse la lucha de clases. Es necesario que exista una organización política revolucionaria con suficiente peso que sea capaz de moldear a la vanguardia desde esta perspectiva “soviética” bajo un programa para enfrentar no solo a tal o cual gobierno sino al régimen burgués de conjunto”.
Maiello hace aquí una descripción perfecta de su impasse, pues en la mayoría inmensa de los países esa condición de un partido preexistente en el país no se da, e históricamente sólo se hizo presente en forma clara en la revolución rusa (y como sucedáneo discutible en la revolución china o en Cuba, aunque aquí el proceso revolucionario comenzó tres décadas antes de que Fidel y el Che entraran a La Habana).
Traducido, es imposible que triunfen la revoluciones en desarrollo. Aquí no tenemos, sin embargo, solamente un pronóstico agorero. Tenemos también un desconocimiento de lo que la IV Internacional dejó plantado como programa y como experiencia histórica. El método ‘espontaneísta’ de Maiello disuelve la experiencia política de las masas y también la de la vanguardia a nivel mundial. Maiello pertenece a un partido que reivindica la IV Internacional y se proponer “reconstruirla”, pero la considera histórica y políticamente ausente del escenario mundial. Lo que existe como experiencia histórica y como programa, puede convertirse rápidamente en organización, y en especial allí donde está presente un núcleo al menos de ella. Pero las caracterizaciones y pronósticos de Maiello hacen imposible que la IV Internacional juegue un papel revolucionario, porque él parte de que el partido no existe, de ninguna forma, en esta etapa de crisis, guerras y revoluciones. De aquí resulta la deplorable política del FIT y su aún más deplorable electoralismo mediático. La cuestión siempre se ha planteado al revés, al menos para los revolucionarios. O sea, cuál es la política –la caracterización, las consignas, la organización- que puede conducir a la revolución en curso y, de ese modo, desarrollar un partido y una dirección.
El ‘olvido’ de la IV Internacional refleja que el “partido revolucionario” es entendido como aparato, no como organización; la organización no existe como tal sin tradición y trayectoria política; sin programa, método, estrategia. En un proceso revolucionario que se inicia va a desarrollarse mediante la interacción con las masas, a través de una militancia fundada en un programa, y reclutando a sus mejores elementos. Por lo tanto, el problema de la dirección revolucionaria no pasa por el número de militantes o la capacidad estructural en sí misma sino por el programa y la estrategia que desarrolle un partido, en nuestro caso a partir de la IV Internacional. Establecer una separación artificial entre la clase y el partido, desconoce que éste tiene por tarea hacer consciente el proceso inconsciente que protagonizan los explotados.
El abandono del método marxista y una orientación plagada de “derrotismo” no nacen de un repollo. La izquierda democratizante teme que la revolución conlleve la pérdida de los (pequeños) privilegios obtenidos bajo el régimen social vigente. Es la penetración del Estado y la pequeño-burguesía en los partidos obreros. En definitiva, bajo el manto del “Estado ampliado” se esconde la propia cooptación.
La crisis de dirección, como sentenció Trotsky en el Programa de Transición, es la crisis de la humanidad. Y se refiere a su vanguardia revolucionaria, a la mayor o menor capacidad de ella de ponerse políticamente al frente de una acción histórica independiente de los trabajadores. Lenin advirtió, y entendemos que esto sigue siendo válido, que las situaciones revolucionarias son fenómenos “objetivos”, que reúnen la crisis de régimen, por un lado con una acción histórica independiente de los de abajo, por el otro.
La crisis capitalista mundial ha acelerado las tendencias propias del capitalismo en declinación: la contrarrevolución y las guerras, por un parte, y la revolución, por la otra. En los inicios de la masacre imperialista que comenzó en 1914, la enorme revolucionaria Rosa Luxemburgo sostenía que “si el proletariado fracasa en cumplir sus tareas como clase, si fracasa en la realización del socialismo, nos estrellaremos todos juntos en la catástrofe.” Para Luxemburgo, el socialismo no era un destino prefijado en el tiempo; cabía la posibilidad de llegar a él luego de catástrofes humanas inmensas. La revolución socialista se presenta, históricamente, como un desafío, para nada como la derivación automática de un partido preexistente. Hay que caracterizar y dimensionar el desafío y ponerse en acción, dejando de lado las prevenciones subjetivas y temerosas.
A 101 años de su asesinato por parte de la contrarrevolución, la tarea de la vanguardia obrera sigue siendo desarrollar esta perspectiva entre los trabajadores ganando a su sector más avanzado, explicando que la única garantía de paz es la revolución socialista mundial, y de ninguna manera la perpetuación y exaltación de un régimen social agonizante.