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Winston Churchill y el ascenso del bolchevismo 1917-1927

Escribe Jodie Collins

Tiempo de lectura: 32 minutos

El período de 1917 a 1927 fue uno de agitación social y política significativa y de revolución en todo el mundo, pero en ninguna parte tanto como en Rusia, cuando el 7 de noviembre de 1917 tuvo lugar la Revolución Bolchevique. El poder fue transferido a los soviets en todo el país, desalojando al Gobierno Provisional que había gobernado desde el derrocamiento del zar durante la Revolución de Febrero a principios de año. La recién formada República Socialista Federativa Soviética de Rusia declaró una "dictadura del proletariado", planteando un nuevo desafío dramático a las relaciones internacionales.

Como G. H. Bennett resume sucintamente, la Rusia soviética era "vista con tanta preocupación porque existía en una variedad de formas potenciales: subversión interna dentro de Gran Bretaña o el Imperio; un avance victorioso del Ejército Rojo en toda Europa; acción hostil contra el Imperio Asiático de Gran Bretaña; el socavamiento de las convenciones establecidas de comportamiento internacional con el repudio de las deudas de Rusia y la nacionalización de las inversiones extranjeras; y el peligro de que el colapso económico y social de Rusia se extienda a otros países’’.

El miedo inducido por la Revolución de Octubre entre los políticos británicos se explorará a lo largo de este documento, con un enfoque en la actitud y las políticas de Winston S. Churchill hacía varios eventos significativos que tuvieron lugar durante este período, en un intento de comprender la psique de la clase más alta durante este período de inestabilidad. Nacido en 1874, Churchill fue, en palabras de David Cannadine, "por nacimiento y por conexión, un miembro del encantador 'círculo rojo' de Gran Bretaña". Churchill se convirtió probablemente en el político británico más importante de la primera mitad del siglo 20, mejor conocido por liderar a Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial y más tarde por su discurso de la "Cortina de Hierro". Pero durante el Gobierno de la Coalición de Lloyd George de 1918-1922, llegó a ser "ampliamente considerado un reaccionario" -aparentemente una desviación de su anterior reputación como un "radical" a favor del progreso social- y se hizo su fama como el principal antibolchevique y antisocialista en el gobierno.

El anticomunismo en el período de entreguerras es un tema relativamente descuidado, eclipsado por el 'Miedo Rojo' después de 1945. Muchos de los que han explorado esta área concluyen que la hostilidad de Churchill hacia el Estado bolchevique naciente era estratégica y se centraba en los intereses nacionales británicos. Sin embargo, aunque las consideraciones estratégicas, por supuesto, desempeñaron un papel importante, había razones ideológicas fundamentales para la actitud y las políticas de Churchill en ese momento. Aunque algunos se han referido a este período como una "pequeña guerra fría", este documento respaldará la opinión menos popular de que la Guerra Fría realmente comenzó cuando los bolcheviques llegaron al poder, y que la posición de Churchill durante este período reivindica esta posición.

Este documento argumentará que Churchill, como representante de la clase capitalista dominante, encarnó una expresión militante de los temores de la clase dominante británica y la reacción a la revolución bolchevique y la perspectiva de que el comunismo se extendiera por Europa y Gran Bretaña. La actitud y las políticas de Churchill durante este tiempo comunican que tan ideológicamente polarizada se había vuelto la política en Gran Bretaña y Europa -debido en gran parte a los efectos de la Revolución Rusa- y revelan algunas de las semillas que sembraron el crecimiento del fascismo en toda Europa.

La Revolución de Octubre y la Gran Guerra

La Revolución Bolchevique presentó más que simplemente un desafío militar o diplomático para las democracias liberales occidentales. Ocurrió en un momento de la historia en el que el orden social estaba extremadamente frágil en todos los países que habían peleado en la Gran Guerra, y presentó un desafío ideológico radical al sistema mundial capitalista. Como escribe G. H. Bennett, “la ejecución del Zar Nicolás II, la nacionalización de la propiedad, y la naturaleza revolucionaria internacional y anticapitalista del Estado bolchevique” causaron profunda ansiedad no sólo entre las clases dominantes británicas, pero, de hecho, entre el resto de las clases dominantes de Europa.

Churchill personificó esta actitud. Tuvo un “odio primitivo por la revolución bolchevique”, y “sus emociones lo superaban” cuando hablaba de los bolcheviques, empleando la retórica más ponzoñosa contra ellos. Consideraba a los bolcheviques “los enemigos de la raza humana y que debían ser derribados a toda costa”. Lloyd George remarcó en su momento cómo, siendo un aristócrata, la sangre ducal de Churchill se heló ante el destino de la nobleza rusa.

El desafío estratégico inmediato que enfrentaron los aliados después de la Revolución de Octubre fue que Rusia se había retirado de la guerra contra Alemania, tomando efecto desde el 3 de marzo de 1918 con la firma del Tratado de Brest-Litovsk. Esto causó gran ansiedad en los círculos diplomáticos de Gran Bretaña, y significó que las potencias aliadas tuvieran que enviar tropas por toda Rusia en "un frenético esfuerzo por reconstituir un frente oriental". Al mismo tiempo, Rusia estaba comprometida en una guerra civil entre el Ejército Rojo, dirigido por los bolcheviques, y el Ejército Blanco antibolchevique, al cual las tropas aliadas comenzaron a ayudar.

Sin embargo, cuando las potencias centrales colapsaron a fines de 1918, poniendo fin a la Gran Guerra, se planteó la duda sobre la necesidad de una intervención aliada en Rusia porque, por supuesto, el renacimiento del frente oriental contra Alemania ya no era necesario. Como explica Sharman Kadish, esto dio paso a “una lucha puramente ideológica contra el bolchevismo”, y “por lógica extensión de esta política, los aliados cortejaron a los nuevos estados que estaban emergiendo en Europa Oriental -especialmente Polonia- para actuar como un bastión tanto contra la expansión del bolchevismo como contra un renacimiento alemán”. Churchill, aspirando ser “el gran estratega de la intervención de los aliados”, se convertiría en el principal defensor de la acción militar colectiva a gran escala en Rusia para derribar a los bolcheviques. En La Crisis Mundial, 1911-1918, Churchill recuerda cómo, el 11 de noviembre de 1918, propuso la creación de un gran ejército europeo -un “sueño de armisticio”- que incluiría a los derrotados alemanes, con el propósito de “liberar” a Rusia y reconstruir Europa Oriental.

Churchill fue Ministro de Municiones cuando la Gran Guerra finalizó, pero al convertirse en Secretario de Estado para la Guerra en enero de 1919, ganó la responsabilidad directa de las tropas que permanecían en Rusia y dedicó “el conjunto de su energía dinámica y genialidad a organizar una intervención armada” contra lo que llamó “la bestia sin nombre” del bolchevismo. Él revelaría su disposición a una guerra a gran escala contra los bolcheviques más tarde en un discurso en abril de 1919, en el cual remarcó que “de todas las tiranías en la historia, la tiranía bolchevique es la peor, la más destructiva, y la más degradante. Es pura patraña fingir que no es mucho peor que el militarismo alemán”. Apoyado por sus colegas Lord Curzon y Alfred Milner, Churchill urgió a Lloyd George a lanzar un intervención militar a gran escala en Rusia para reemplazar lo que vió como el esfuerzo a medias que los líderes aliados esperaban que sea suficiente para derrocar al régimen bolchevique, que había repudiado sus deudas y promovido una revolución mundial “permanente”. El Primer Ministro David Lloyd George remarcó en ese momento que esta era una política “puramente desquiciada” desarrollada “por el odio a los principios bolcheviques”.

Se dispersó propaganda por Gran Bretaña en un intento de movilizar apoyo público por una intervención contra los bolcheviques. La prensa antibolchevique “se enfocó menos en las implicancias políticas [del bolchevismo] que en relatos gráficos de presunto... terror y ferocidad”, mientras se llamaba a los ciudadanos a unirse “en defensa de la civilización occidental”. Churchill contribuyó con sus propios artículos en los que regañaría a los bolcheviques como “fracasados”, “criminales” y “trastornados”. Como resalta Gisela Lebzelter, “como prueba del ‘deseo demente de los bolcheviques de regresar a lo primitivo’, frecuentemente se aducía que comunalizaban a las mujeres”. Esto era, por supuesto, reconocido como enteramente falso, aunque la idea “fue completamente explotada en un volante especial dirigido a las votantes femeninas británicas -a quienes se les había dado recientemente el voto para las mayores de 28- “en el cual las alentaban a usar sus derechos democráticos recién adquiridos en apoyo a la civilización contra la barbarie”. Se alegó que los “bolcheviques no permitían la educación adecuada… desterraban la religión y forzaban a todas las mujeres de entre 17 y 32 años a registrarse con autoridades locales para estar a disposición de cualquier ciudadano que las solicite”.

Sin embargo, los grandes esfuerzos de Churchill por la guerra serían en vano, ya que finalmente no logró obtener suficiente apoyo del gobierno. "He descubierto que tu mente está muy obsesionada con Rusia", escribió Lloyd George a Churchill. Lloyd George sintió que todas las fuerzas de intervención británicas restantes debían retirarse y que "los Rusos Blancos no merecían prodigar ayuda militar o financiera" debido a su naturaleza reaccionaria, que representaba "a las clases propietarias cuya actitud había sido el estímulo para la revolución en 1917". Además, sería difícil ganarse el apoyo del público británico para un mayor despliegue de tropas después de una guerra mundial tan larga y sangrienta.

El objetivo de Churchill, como explica Paul Addison, era derrocar al régimen comunista y establecer una constitución liberal. Este habría sido el resultado deseable para todos los políticos británicos involucrados en el debate, pero la principal objeción de Lloyd George y otros en el gobierno "no era que una Rusia liberal fuera indeseable, sino que era imposible", y que "Gran Bretaña no poseía los medios financieros o militares para llevar a cabo una contrarrevolución”. Además, Lloyd George insistió en que "no había forma más segura de establecer el poder del bolchevismo en Rusia... (que) intentar reprimirlo con tropas extranjeras".

Sin embargo, la cruzada de Churchill por la intervención no terminó ahí. En 1979, escribiría que "no podría haber paz en Europa hasta que Rusia sea restaurada", y esa política fue considerada una vez más por el Gabinete de Guerra durante la Conferencia de Paz de París a petición suya. Destacó que los bolcheviques "cada día eran más fuertes" y "previó la amenaza de una eventual alianza entre Alemania, Japón y la Rusia bolchevique". En un discurso en el Aldwych Club el 11 de abril, Churchill "recordó a las nuevas autoridades alemanas que el gobierno del Kaiser había desencadenado la revolución bolchevique al enviar a Lenin de regreso a Rusia en un tren sellado", y propuso que la lucha contra el bolchevismo podría ser su camino hacia la redención. "Combatiendo el bolchevismo, siendo el baluarte contra él, Alemania puede dar el primer paso hacia la reunión definitiva con el mundo civilizado", pregonaba. Y, en un intento de obtener el apoyo de los franceses para sus propuestas, Churchill jugó con las ansiedades de Francia de una Alemania resurgente, apelando a su Ministro de Municiones, Louis Loucheur:

“Entiende, amigo mío, que no estoy pensando en ningún peligro inmediato, sino sólo en los peligros de dentro de cinco o diez años. Temo más de lo que puedo expresar el reencuentro de Rusia y Alemania, ambos decididos a recuperar lo perdido en la guerra, uno por ser nuestro aliado, el otro por ser nuestro enemigo, y ambos convencidos de que actuando juntos serán irresistibles.”

Churchill no participó directamente en las negociaciones de la Conferencia de Paz de París, aunque habló abiertamente en todo momento e hizo varios intentos para influir en su resultado. Sin embargo, hizo una aparición en la Conferencia en ausencia de Lloyd George, lo que aprovechó al máximo para tratar de persuadir a los pacificadores de que persiguieran su "sueño de armisticio" de un "gran ejército europeo" que incluyera a los alemanes para combatir los bolcheviques. Lloyd George estaba profundamente preocupado porque Churchill estaba "planeando una guerra contra los bolcheviques" y envió un mensaje implorándole "que no comprometiera a este país en lo que sería una empresa puramente loca por odio a los principios bolcheviques". Se abandonaron los planes de intervención; la Guerra Civil Rusa siguió su curso, y Churchill una vez más fracasó en cumplir su sueño.

El gobierno británico ya había donado para el 31 de marzo de 1919 un total de 45,5 millones de euros a las fuerzas del Ejército Blanco en Rusia. Cuando 1919 llegó a su fin, todas las fuerzas británicas restantes se habían retirado del territorio ruso y, para febrero de 1920, la guerra civil rusa había terminado efectivamente después de la ejecución del líder blanco clave, el general Kolchak. Los bolcheviques salieron victoriosos y "la intervención y la contrarevuelta blanca habían terminado en un fracaso ignominioso y costoso". Churchill, citado en 1929, creía que "si la Gran Guerra se hubiera prolongado hasta 1919, la intervención, que ganaba impulso cada semana, debería haber tenido éxito militar". El armisticio destruyó así de un plumazo la principal motivación de los gobiernos occidentales -y de sus pueblos- para intervenir en la Guerra Civil Rusa de una manera realmente determinada'.

Consolidando Europa

Las ansias de Churchill por una intervención aliada intensificada en Rusia no era solo una cuestión de destruir el bolchevismo sólo en Rusia. Tenía mucho miedo de la amenaza que representaba para los gobiernos de toda Europa. Como resume Addison, “los políticos británicos contemplaron un mundo desordenado por la Gran Guerra. Alemania estaba al borde del caos y toda Europa estaba bajo la sombra de la revolución bolchevique. El triunfo de Sinn Fein había resultado en el colapso de la autoridad británica sobre la mayor parte de Irlanda. La propia Gran Bretaña fue barrida por una oleada de malestar industrial y el gobierno temía la declaración de una huelga general’’. Churchill creía firmemente que "debe hacerse todo lo posible para reparar estos dolorosos golpes al orden europeo".

La Internacional Comunista -la "Comintern"- fue creada por los bolcheviques en 1919 para difundir la Revolución de Octubre por todo el mundo. Como escribe Inbal Rose, la naturaleza expansionista y subversiva del bolchevismo "expuso a la Europa de la posguerra a la amenaza de una 'invasión y revolución combinadas'". Si no se rechazaba, sería casi imposible "para Europa en su conjunto volver a algo parecido a las condiciones normales". Así, el gobierno británico tuvo que dar forma a su política aliada para Europa dentro del contexto del creciente atractivo del bolchevismo.

Este miedo al expansionismo bolchevista fue resaltado en muchos discursos y cartas escritas por Churchill durante este tiempo. Por ejemplo, en un discurso dado el 3 de enero de 1920 en Sunderland, advirtió sobre la amenaza que supuso el bolchevismo para Europa y el Imperio Británico. Doce días después, un comunicado de la Oficina de Guerra Británica, basándose en el discurso de Churchill, advirtió que si el bolchevismo no era contenido, podría “unir manos con el ascenso del nacionalismo de Islam en Oriente y con el desesperado nacionalismo de la derrotada Alemania en Occidente”.

Churchill también reconoció que permitir el sufrimiento que los alemanes enfrentaron después de la guerra podría exacerbar el problema del bolchevismo. El 10 de noviembre de 1918 -la víspera del armisticio con Alemania- remarcó que “fue importante poner de pie a Alemania de nuevo por miedo a la expansión del bolchevismo”. Esto no fue buena idea para el Primer Ministro Lloyd George, ya que había una elección en camino en ese momento, y él estaba a la cabeza de un gobierno de coalición que había prometido “exprimir a Alemania como se exprime un limón”. A pesar de eso, Churchill continuaría argumentando su caso en un discurso en Dundee el 27 de noviembre. Mientras Alemania “sería forzada a pagar hasta los límites máximos de su capacidad por el daño que ha causado”, él agregó que “debemos tener cuidado con este asunto, porque si Alemania colapsara en el bolchevismo absoluto no habría nada que sacarle”.

Los miedos de Churchill parecían estar volviéndose realidad. Alemania experimentó un enorme tumulto político y social mientras la Gran Guerra llegaba a su fin y el país descendía a la ruina económica. “El 3 de noviembre de 1918,” narra Anthony Read, “los marineros de Alta Flota Marina Alemana establecida en Kiel organizaron un motín militar a gran escala. Los sindicatos locales declararon una huelga general en apoyo, y para la noche, banderas rojas volaban por encima de toda la ciudad. Los motines y las huelgas se extendieron rápidamente a otros puertos del norte de Alemania, luego a mayores ciudades, donde los concejos de soldados y obreros, modelados a partir de los soviets rusos, tomaron el control.” Esto llevaría a la abdicación del Kaiser el 9 de noviembre, resultando en varios meses de tumulto revolucionario que duró hasta 1919, similar a lo que Rusia había experimentado a lo largo de 1917. Al enterarse de la agitación en Alemania, Churchill le imploró a Lloyd George que “envíe de urgencia una docena de grandes barcos repletos de provisiones a Hamburgo”. En enero de 1919, el levantamiento espartaquista ocurrió en Alemania como la presentación al mundo de “el último horror de un frente comunista alemán-ruso”. Churchill estaba seguro de que un “gobierno bolchevique o espartaquista intentaría extender un guerra civil o social por todo el mundo”.

Mientras Churchill intentaba realizar su “sueño de armisticio” en la Conferencia de Paz de París, también presionó por una “paz generosa” con Alemania. Estaba contra “cualquier amenaza de reanudación de la guerra si los alemanes se negaban a firmar el Tratado”, e insistió ante el Gabinete de Guerra en que Alemania fuera "tratada humanamente y alimentada adecuadamente, y sus industrias se reiniciaran". El 3 de enero, remarcó en un discurso que los Aliados deben ser “muy cuidadosos” de que no presionen a Alemania “al punto en el que se rompa bajo… presión”. Dos meses más tarde, cuando la Conferencia había concluido, comentaría a Lloyd George que, aunque Rusia puede haberse arruinado… Alemania quizás todavía se salve”. Continuó:

“Deberías decirle a Francia que haremos una alianza defensiva con ella contra Alemania si y sólo si altera enteramente su tratado de Alemania y acepta lealmente la política británica de ayuda y amistad hacia ella. Luego, deberías [sic] enviar un gran hombre a Berlín a que ayude a consolidar los elementos anti-Ludendorff y anti-espartaquistas en un fuerte bloque de centro izquierda. Para esta tarea, deberás tener dos palancas. I. Alimento y crédito, que debe ser generosamente concedido a pesar de nuestras propias dificultades (que [sic] de lo contrario empeorarán). En segundo lugar, revisión temprana del Tratado de Paz por una Conferencia a la que [sic] la Nueva Alemania será invitada como una par en la reconstrucción de Europa. Usando estas palancas, debería ser posible reunir todo lo que es bueno y estable en la nación alemana.”

La “receta sucinta” de Churchill para una política británica para contrarrestar estos asuntos era “Matar al Bolche. Besar al Alemán”, y “Alimentar a Alemania; combatir al bolchevismo; hacer que Alemania combata al bolchevismo”. Los intentos de Churchill de influenciar y revisar la Conferencia de Paz fueron moldeados considerablemente por sus miedos a la penetración del “virus bolchevique” en el suelo alemán. Casi “cada discurso que dio sobre Alemania en estos años de posguerra incluyó referencias a Rusia”. Una Alemania débil sería con seguridad una Alemania más vulnerable, y si el bolchevismo echara raíz allí, seguramente precipitaría la revolución por todo el resto de Europa.

De hecho, la idea de que el bolchevismo podría volverse un fenómeno global no estaba muy lejos de la realidad. Aún sin la cuestión de Alemania, la Europa de posguerra fue objeto de una ola de huelgas, motines y rebeliones que tenían un serio potencial de seguir el ejemplo revolucionario de Rusia. Esto se vio en Austria, Hungría, Francia, Checoslovaquia, y en otros lugares de Europa. Italia, por ejemplo, experimentó lo que ahora es conocido como el “Biennio Rosso” -los Dos Años Rojos- desde 1919 a 1920. Italia vio “ola tras ola de huelgas, ocupaciones de tierra, manifestaciones, acciones de dirección, [y] conflictos” a lo largo del país. Un total de 1.267.953 obreros se unirían a la huelga en 1920, perdiendo 16.398.227 días de trabajo. Y, para septiembre de ese año, medio millón de obreros metalúrgicos habían ocupado sus fábricas por toda Italia”. Las plantas fueron ocupadas por concejos de fábrica defendidos por “Guardias Rojos”. La afiliación sindical aumentó, y la afiliación a la federación sindical socialista, conocida como la Confederazione Generale del Lavoro (Confederación General del Trabajo), alcanzó los dos millones, un incremento enorme de los meros 250 mil miembros que tenía al final de la guerra. En una carta al Partido Socialista Italiano en agosto de 1920, Lenin, Bukharin y Zinoviev escribieron que Italia en este punto poseía “todas las condiciones más importantes para una gran revolución proletaria genuinamente popular” y que “Italia será Soviética”.

Convulsión social en Gran Bretaña y el Imperio

Gran Bretaña también enfrentó división social y convulsión en los meses que siguieron al armisticio. De hecho, Chanie Rosenberg ha afirmado que “Gran Bretaña se acercó a una revolución obrera más que nunca antes”, a medida que los británicos enfrentaban una creciente escasez de alimentos y vivienda, desempleo y una lenta desmovilización del ejército, mientras que los especuladores de la guerra disfrutaban “lujos conspicuos”. A lo largo de enero de 1919, hubo una serie de motines y huelgas de soldados, tanto en el país como en el exterior. En un punto, “en el área de Calaris, 20.000 hombres y grandes cantidades de mujeres auxiliares y enfermeras crearon comités de huelga en cada campamento, coordinados por un concejo electo de entre 20 y 30 soldados y marineros que se reunían en cafeterías y emitían pedidos diarios e incluso permisos. Como escribe Anthony Read, esto “se veía peligrosamente como una insurrección al estilo soviético”. En el interior, un total de 38 huelgas de mineros de carbón se habían materializado para fines de enero, momento para el que ya habían “paralizado” Belfast y Glasgow. La Secretaría de Estado de Escocia reportó al gabinete que, en Glasgow, “esto no es una huelga sino un levantamiento bolchevista”. Como consecuencia, diez mil tropas fueron enviadas para restaurar el orden.

Más tarde, el 26 de febrero, hubo un “motín británico a gran escala en Arcángel” en Rusia, en el que el regimiento de Yorkshire “se negó a relevar a las tropas americanas en el frente del río Dvina.” Las tropas francesas también siguieron su ejemplo. En septiembre, el sindicato de trabajadores ferroviarios llamó a una huelga de sus 600.000 miembros en un intento de salvar sus salarios, que se amenazaba cortar. El gobierno trató a esta huelga como “una emergencia nacional”, afirmando que los hombres estaban “siendo usados por extremistas para propósitos siniestros”. Después de 9 días, los huelguistas triunfarían, manteniendo sus salarios y finalizando la huelga. El gobierno británico revelaría el alcance de su preocupación acerca de la amenaza del bolchevismo en el país cuando ordenó a su agencia de inteligencia “que presente informes quincenales sobre ‘organizaciones revolucionarias en el Reino Unido’, cubriendo, entre otras, las actividades de las organizaciones de trabajadores, el Partido Laborista Independiente y las sufragistas”.

Churchill reconoció la polarización de clase que emergía en la sociedad británica después del armisticio, y acentuó en un discurso en Dundee el 26 de noviembre de 1918 que, en la era de posguerra, Gran Bretaña necesitaba continuar el esfuerzo nacional libres de conflictos de clase: “Cinco años de esfuerzo concertado por todas las clases, como el que hemos dado en la guerra, pero sin sus tragedias, crearía una abundancia y prosperidad en esta tierra, sí, a lo largo de los mundos, como nunca hasta ahora se ha soñado. Cinco años de facción, de disputas, de celos de clases y espuma de partidos, no solamente no nos dará prosperidad, nos llevará a una privación absoluta y universal.”

Poco más de un año y medio más tarde, en julio de 1920, escribiría en el Evening News: “El objetivo bolchevique de una revolución mundial puede ser perseguido igualmente en paz o guerra. De hecho, una paz bolchevista es sólo otra forma de guerra. Si por el momento no abruman con ejércitos, pueden socavar con propaganda. … Los campesinos son despertados contra los terratenientes, los obreros contra sus empleadores, los servicios ferroviarios y públicos son inducidos a la huelga, los soldados son incitados a amotinarse y matar a sus oficiales, las multitudes son alzadas contra las clases medias para asesinarlas, saquear sus casas, robar sus pertenencias, corromper a sus esposas y llevarse a sus hijos; una red elaborada de sociedades secretas enreda una acción política honesta; la Prensa es sobornada donde sea posible.”

De hecho, la polarización de clase que emergía en Gran Bretaña en los años posteriores a la guerra fue tal que comenzó a haber especulaciones acerca de “la muerte de la clase media… y los vastos peligros políticos que sobrevendrían si no fuese revivida”.

Las preocupaciones de Churchill sobre el bolchevismo no fueron confinadas meramente a Gran Bretaña y Europa. Fue un defensor ardiente del Imperio Británico, y era extremadamente consciente de la influencia potencial que la Revolución Rusa y la Internacional Comunista podrían tener en colonias y dependencias. Recordaría en 1938 cómo, durante el período en cuestión, “se esforzó con toda su energía contra el comunismo ‘porque en ese tiempo consideraba al comunismo, con su idea de revolución mundial, el mayor peligro para el Imperio Británico”. Este fue un tiempo de gran agitación social a lo largo del Imperio, particularmente en Egipto e India, ya que sus respectivos movimientos de independencia desafiaban la autoridad de los británicos. Churchill hablaría del “disturbio” del bolchevismo en Afghanistan y Persia, y la “gran agitación y convulsión” que habían provocado en “cientos de millones” en India, que había supuestamente "hasta ahora se había mantenido en paz y tranquilidad bajo el dominio británico", en un discurso en enero de 1920. Continuó: “Una nueva fuerza de un carácter guerrero turbulento ha llegado a existir en las tierras altas de Asia Menor, que se acercan con una mano a los ejércitos bolcheviques que avanzan desde el norte, y con la otra a los árabes ofendidos en el sur. Una conjunción de fuerzas entre el bolchevismo ruso y el mahometanismo turco sería un evento lleno de peligro para muchos estados, pero para ningún estado en el mundo estaría más lleno de peligro que para el Imperio Británico, el mayor de todos los estados mahometanos.”

Más tarde ese año, sugeriría un vínculo fundamental del bolchevismo entre la convulsión en Egipto, India e Irlanda: “El peligro en este momento no existe solamente, o incluso principalmente, en estas islas. ¿Qué pasa con India, Egipto, Irlanda? ¿No creen posible que haya alguna conexión entre todos los elementos revolucionarios y subversivos por los cuales estamos ahora siendo asaltados? Cuando ellos vieron todos estos movimientos de tantas partes surgiendo simultáneamente, ¿no parecía que se estaba haciendo un juego muerto contra el Imperio Británico? ¿Por qué, por ejemplo, deberían los extremistas egipcios dar dinero al Daily Herald? ¿Por qué Lenin les envía dinero, también? ¿Por qué también le envía dinero a Sinn Fein? Sabemos que se están haciendo esfuerzos intensos para causar un gran colapso del comercio y la industria en el país con la esperanza de crear desempleo y, en consecuencia, sufrimiento y descontento… De hecho, se está desarrollando una conspiración mundial contra nuestro país, diseñada para privarnos de nuestro lugar en el mundo y para robarnos los frutos de la victoria. … Ya sea la banda de asesinos irlandeses o la sociedad de venganza egipcia, o los extremistas sediciosos en la India, o los architraidores que teníamos en casa, sentirán el peso del brazo británico.”

En febrero de 1921, Churchill tomó una posición en la Oficina Colonial, dejando la Oficina de Guerra. Eso significó que ya no era directamente responsable de tratar con la Rusia soviética. Aun así, Churchill siendo Churchill, esta pérdida de influencia directa sobre la formulación de políticas no marcó un fin para su obsesión con “todo lo conectado con el bolchevismo”, ya que continuó vociferando fuertemente sus visiones “tanto en lo privado como en público -a veces a riesgo aparente considerable para sus posibilidades de avance político”. De hecho, su rol como el nuevo Secretario de Estado para las Colonias significó que podía llamar más la atención a la amenaza que la “conspiración mundial bolchevique” planteaba al Imperio Británico y sus influencias informales en Asia y Medio Oriente.

Comercio y reconocimiento del régimen soviético

Como León Trotsky describió en un discurso en septiembre de 1921, “Si, en un país tan devastado como Rusia, un país cansado y sacudido hasta lo más profundo, una hambruna que se ha apoderado de decenas de millones de personas no ha reducido el aparato soviético a un estado de completa indefensión; … si el aparato continúa trabajando sin cesar bajo estas condiciones extremadamente arduas - esto prueba a la burguesía … que el poder soviético no es un fenómeno pasajero o temporal, sino un factor a ser tenido en cuenta por un cierto número de años por delante.

El gobierno británico ahora enfrentaba el dilema de formar una nueva política hacia un poder contra el cual había librado una guerra no declarada sólo unos años antes. De hecho, con la desmovilización de tropas británicas, la intervención estaba firmemente fuera de juego, y habría sido una política muy resentida por el público, también. El problema de la Rusia bolchevique no iba a irse; había pocas opciones razonables que no fueran “aceptar el hecho de que tendrían que coexistir”, y por eso Lloyd George dio los pasos para abrirse a comerciar.

Sin embargo, el comercio con la Rusia soviética ciertamente no estuvo exento de ventajas para Gran Bretaña. Había habido una ruptura severa en las relaciones entre el gobierno y el trabajo y el desempleo masivo se afianzó en Gran Bretaña desde el verano de 1920; para Navidad del 1921, el 18% de la población trabajadora estaría desempleada. Kenneth O. Morgan resalta que, “en cada importante industria de productos básicos… la fuerza de trabajo activa cayó a un bajo nivel sin precedentes. … el gabinete reconoció desde el verano de 1920 en adelante que se avecinaba una caída masiva del comercio y que sería a una escala mundial prolongada hasta ahora desconocida". En el gabinete del 17 de noviembre, el ex Primer Ministro conservador Arthur Balfour se lamentó: “No hay órdenes en camino. Los clientes no compran. Tal vez tengamos el peor período de desempleo que cualquiera de nosotros haya conocido.” Trotsky también era consciente de esta situación. En el mismo discurso de septiembre de 1921, explicó que “Europa necesita urgentemente este [acuerdo de comercio], por lo que ahora está pagando el precio por la guerra, en la forma de una crisis económica terrible”.

Como observó Stanley Baldwin en su momento, los miembros del Parlamento que habían sido electos en 1918 fueron conocidos como “un montón de hombres de rostros duros que parecían haber salido bien de la guerra... un tipo de negocios que parecía bastante exitoso". Mientras tanto, Lord Davidson (más tarde 1er Visconte Davidson) observó que “los señores del campo a la antigua, apenas están representados.” Alrededor de 260 hombres de negocio habían sido electos para la Cámara de los Comunes, y otros 277 lo fueron para la Cámara de los Lores. Los partidarios de Lloyd George en el parlamento “representaban capital a un valor medio de cincuenta y un millones de libras por cabeza.” Sin embargo, hubo una ruptura en los intereses de las clases propietarias en el Parlamento. Aquellos cuyas propiedades habían sido nacionalizadas en Rusia, y, por lo tanto, tenían grandes reclamos contra el gobierno soviético, apoyaron una actitud intransigente hacia Rusia. Sin embargo, al mismo tiempo, otros parlamentarios alentaron el comercio precisamente debido a las terribles circunstancias económicas, y vieron al comercio en Rusia como una forma de ayudar a la recuperación de asistencia y así expandir su negocio.

“A regañadientes,” escribe G. H. Bennett, el gabinete había aceptado que “si Gran Bretaña carecía de los hombres y el dinero para asegurar el derrocamiento del gobierno bolchevique, entonces debían intentar convivir con el nuevo régimen". El 18 de noviembre, el día después del discurso de gabinete de Balfour, un acuerdo de comercio fue alcanzado con Rusia. Después de advertir a los fabricantes del riesgo de comerciar con Rusia, Churchill se puso a la cabeza de la facción irreconciliable de los negocios británicos junto a Lord Curzon. Votó contra la decisión, enfurecido de que un acuerdo con los bolcheviques haya sido incluso considerado. Churchill fue un obstáculo para cualquier gobierno que deseara establecer relaciones pacíficas con los Soviets, y parecía "listo, de hecho ansioso, para renunciar por la política rusa del gobierno de coalición".

La actitud de Churchill hacia el acuerdo se enfriaría para diciembre de 1921, “aunque continuó considerando [al régimen Soviético] como “el gobierno tirano de estos comisarios judíos”. Sin embargo, retrocedería rápidamente a una “hostilidad sin ambigüedades” y estaba listo una vez más para renunciar en marzo de 1922 debido a que Lloyd George se movió para establecer el reconocimiento general europeo de jure del gobierno bolchevique, con la condición de que los soviéticos acordaran no difundir propaganda bolchevique en Europa. Este acuerdo nunca se materializaría, sin embargo, ya que la Conferencia de Génova donde esto sería discutido se rompió debido a la ausencia de cooperación de Francia. Churchill mantuvo su posición, pero amenazó con renunciar una vez más cuando Lloyd George intentó reabrir negociaciones para el reconocimiento soviético en julio de 1922, aunque de nuevo esto no llegaría a nada ya que la agresión de Churchill bastó para hacerlo retroceder.

El comportamiento de Churchill a lo largo de este episodio no se debió completamente a un odio crudo por el bolchevismo; también era oportunista. Como resalta David Carlton, para 1922 se consideraba que el gobierno de coalición dirigido por Lloyd George estaba al borde del colapso, "y Churchill, como el más destacado de los seguidores liberales de Lloyd George, no puede haber ignorado que el resultado más probable sería una elección general que produciría una nueva Cámara de los Comunes polarizada entre los conservadores y laboristas, con los liberales como él muy presionados". De este modo, su postura antibolchevique de línea dura en este momento también pudo haber sido conveniente para fortalecer su atractivo para los conservadores en caso de que deseara abandonar a los liberales. La coalición fue terminada por los conservadores en octubre de 1922.

El movimiento laborista y el antisemitismo

Como resalta Paul Addison, el giro político de Churchill hacia la derecha no fue un asunto aislado, sino más bien un síntoma de la naturaleza crecientemente polarizada de los políticos británicos durante el temprano período de entreguerra. “La desintegración del Partido Liberal, el ascenso del Laborista, el desafío sindical, y el miedo a la subversión bolchevique sacaron a relucir en él el conservadurismo latente de la era eduardiana. Los de derecha "fallaron cada vez más en hacer la distinción entre un tipo de socialista y otro" y "bolshie" se usó popularmente como un término de abuso para los de políticas izquierdistas. Para empeorar las cosas para la derecha, se formó un gobierno laborista minoritario en enero de 1924, bajo el liderazgo de Ramsay MacDonald.

Esta paranoia anticomunista alcanzó su pico con la publicación de la Carta de Zinoviev en octubre de 1924. Este fue un documento que presuntamente “urgía a los comunista británicos a comprometerse en actos subversivos”, supuestamente firmado por Grigory Zinoviev de la Internacional Comunista, establecida en Moscú. Fue recogido y filtrado por el Daily Mail, y tomado “como prueba de que Moscú estaba intentando diseñar el caos en Europa Occidental fomentando la lucha de clases y la militancia industrial”. La carta fue “usada inescrupulosamente por los oponentes como un medio para dar a entender que el Partido Laborista estaba de alguna manera vinculado a los planes de Moscú”. Por supuesto. Churchill dirigió este Susto Rojo; en un punto, regañando a MacDonald por su supuesta “camaradería con estos carniceros sucios y asquerosos de Moscú”. Ahora se considera ampliamente que la carta fue una falsificación, y ciertamente no enviada por Zinoviev, pero esta asociación de los laboristas con la "amenaza bolchevique" perjudicó severamente sus perspectivas para las elecciones, y finalmente serían derrotados por los conservadores, que habían ganado votos de los liberales en parte gracias a este hostigamiento rojo.

Para Churchill, el bolchevismo y el socialismo eran claramente "no-británicos", y esto estaba estrechamente relacionado con una corriente de "anti-alienismo" en la sociedad británica. Sharman Kadish ha destacado cuantos conservadores "consideraron el bolchevismo en Rusia como una 'importación extranjera', y por lo tanto 'consideraron el socialismo con la misma vara'". Esto ayuda a explicar el antisemitismo que estaba ligado al antibolchevismo en Gran Bretaña. Desde la década de 1880, "la inmigración judía a gran escala había ido acompañada de una hostilidad contra los inmigrantes... el término 'extranjero' era ampliamente considerado como sinónimo de la palabra 'judío'. El malestar social y la subversión estaban explícita e implícitamente vinculados al 'extranjero'; a menudo militantes irlandeses de Sinn Fein 'pero principalmente judíos rusos'".

Como dice Kadish, "el miedo a los alemanes dio paso al miedo a los 'Bolches' y el 'Fantasma judío'... se convirtió, para algunos, en sinónimo de estos últimos". Churchill lo señaló en 1920: “Este movimiento entre los judíos no es nuevo. Desde los días de Spartacus-Weishaupt [una referencia al filósofo judío del siglo XVIII Adam Weishaupt] hasta los de Karl Marx y hasta Trotsky (Rusia), Bela Kun (Hungría), Rosa Luxemburgo (Alemania) y Emma Goldman (Estados Unidos), esta conspiración mundial para el derrocamiento de la civilización y para la reconstitución de la sociedad sobre la base del desarrollo detenido, de la malevolencia envidiosa y la igualdad imposible, ha ido creciendo constantemente.”

El rol jugado por estos “judíos internacionales y mayormente ateos” en la revolución bolchevique fue ciertamente “uno muy grande”, y “probablemente pese más que todos los otros”, afirmaba Churchill. En un discurso en Sunderland en enero, atacó a los socialistas ingleses que, dijo, "creen en el Soviet Internacional de Rusia y en los judíos polacos". Semanas más tarde reforzaría estos puntos de vista cuando fue cuestionado por su colega H. A. L. Fisher, reafirmando en una carta que "creo firmemente que los judíos de este país harían bien en admitir los hechos más abiertamente de lo que lo hacen y reunir el apoyo de aquellas fuerzas en Rusia que ofrecen alguna posibilidad de establecer un gobierno fuerte e imparcial’’.

Esta teoría de la conspiración judía era, como argumentó Lebzelter, "un tema conveniente para la derecha conservadora que se enfrentaba a acontecimientos políticos que no se ajustaban a sus puntos de vista, en particular la consolidación del régimen bolchevique en Rusia y el progreso del Partido Laborista en Gran Bretaña''. Aunque puede haber sido cierto que muchos bolcheviques eran judíos, "no se puede deducir con justicia que los judíos como tal fueron los instigadores de la caída del Imperio Ruso". De hecho, como explicó Lebzelter, la judería rusa, al igual que las comunidades judías de otros lugares, “estaba dividida políticamente de izquierda a derecha”. Se hizo poco o ningún intento de analizar por qué muchos judíos pueden haberse sentido atraídos por las ideas radicales. "Intuitivamente, esto no se atribuyó a su prolongada opresión en Rusia, sino a inclinaciones inherentes arraigadas en el carácter y la religión judíos".

La huelga general de 1926

La huelga general de 1926 reavivaría el miedo de Churchill a la revolución social y política. El malestar industrial y la posibilidad de una huelga general habían aumentado considerablemente desde 1925. Una industria minera que ya sufría la caída de la demanda de carbón de la posguerra se vio afectada por una mayor caída debido a la crisis causada por la reintroducción del patrón oro por parte de nadie más que Churchill, que había sido nombrado Canciller de Hacienda bajo el nuevo gobierno conservador en noviembre de 1924. "Tanto el sindicato de propietarios como el de mineros rechazaron la racionalización y los propietarios querían jornadas más largas, recortes salariales y el fin de la negociación nacional como manera de reducir costos -una solución que aseguraba que todo el costo de mejorar la posición de la industria recayera sobre los trabajadores''. En junio de 1925 se anunciaron recortes salariales de entre el 10 y el 25 por ciento, y los mineros se prepararon para la huelga. Otros sindicatos, ''actuando en parte por simpatía y en parte por la convicción de que otros industriales intentarían más tarde seguir el ejemplo de los dueños de las minas, ofrecieron su ayuda’’.

El 25 de julio, Churchill había acordado con el Primer Ministro Stanley Baldwin un subsidio de nueve meses para mantener los salarios y horarios existentes para los mineros, mientras una Comisión Real emprendía una investigación sobre la industria minera. Sin embargo, Carlton escribe que "la sospecha debe ser que Churchill, al menos, solo estaba involucrado en una maniobra táctica para que se pudieran hacer los preparativos adecuados para una posterior confrontación con todo el movimiento laboral nacional que, a pesar de la timidez en la mayoría de los asuntos que había sido revelado por el gobierno laborista, él seguía creyendo que había sido peligrosamente infectado con el virus bolchevique''. De hecho, proclamó en un discurso en Battersea el 11 de diciembre que no hay ningún país en el que los bolcheviques, "esta banda de conspiradores cosmopolitas", golpeen tanto como Gran Bretaña. Aparentemente, Baldwin finalmente deseaba evitar una huelga por completo, "pero en mayo de 1926, cuando se habían gastado 23 millones de euros en el subsidio a la industria, sus colegas de línea dura, incluidos Winston Churchill, Austen Chamberlain, Joynson-Hicks y Lord Birkenhead, rechazaron más concesiones''.

El Ministro de Salud de ese momento, Neville Chamberlain, comentó que en los días previos a la huelga, Churchill estaba “lleno de emoción y entusiasmo frenéticos por comenzar la batalla”. Baldwin comentaría que estaba "aterrorizado de cómo iba a ser Winston", y le asignó la dirección editorial de la British Gazette, para "mantenerlo ocupado, evitar que haga cosas peores". The Gazette fue un periódico de corta duración creado "para ganar la guerra de propaganda contra los huelguistas" y "azotar el frenesí revolucionario" con titulares como: "Un desafío al gobierno ordenado"; ''Atraco a la Nación''; ''La Constitución o un soviet''.

El ‘’enfrentamiento’’ finalmente se materializó el 4 de mayo de 1926, y la economía británica se paralizó durante poco más de una semana, ya que ''más de tres millones de trabajadores en las industrias de la impresión, el transporte, el hierro y el acero, el gas, la electricidad, la construcción, la ingeniería y la construcción naval, así como el carbón'' se declararon en huelga para defender a los mineros de los enormes recortes salariales y la ampliación de las jornadas laborales. Fue, como la describe Melvin C. Shefftz, "la mayor huelga que jamás haya tenido lugar en Europa occidental y provocó mucha amargura de clase".

Martin Pugh escribe cómo la huelga general ''causó ira y consternación'' en los círculos derechistas, con la creencia de que el bolchevismo finalmente podría materializarse en Gran Bretaña. Irónicamente, fue el gobierno británico y "las fuerzas del conservadurismo, dirigidas por Churchill y su Gaceta Británica'", quienes estaban más convencidos de que la revolución estaba sobre la mesa; ningún escritor soviético o de la Internacional consideró la huelga general como "un intento de transferir el poder a los sindicatos". La Unión Soviética dio la bienvenida a la huelga general, y la inteligencia británica indicó que tanto el Partido Comunista de Gran Bretaña como los huelguistas estaban recibiendo fondos de los soviéticos, lo que "parecía confirmar la noción ampliamente difundida de que Gran Bretaña era el objetivo de una conspiración internacional judeo-germano-bolchevique''. Pero, como explica Carlton, es "poco probable que los bolcheviques desempeñaran un papel significativo en cualquier fase de las relaciones laborales británicas de entreguerras... Y, sobre todo, pocos o ninguno de los miembros del Consejo General del TUC durante los años de entreguerras eran leninistas o incluso marxistas''. Sin embargo, este miedo a la revolución no era simplemente la paranoia de unos pocos "fanáticos marginales", argumenta Pugh, sino la de "muchos en la corriente principal, incluidos los ministros del gabinete".

Churchill fue considerado como el "villano" de la Huelga General de 1926, que llevó a cabo una acción de mano dura contra los huelguistas. Clive Ponting describe cómo estaba feliz de respaldar "cualquier acción firme de las autoridades, legal o de otro tipo", y apoyó otorgar a las fuerzas armadas una indemnización para que pudieran tomar, en palabras de Churchill, "cualquier acción que puedan encontrar necesaria para emprender un esfuerzo honesto para ayudar al Poder Civil". Advirtió que "si empezamos a discutir por detalles mezquinos, tendremos una policía cansada, un ejército disipado y una revolución sangrienta". Pero la idea de entregar "un cheque en blanco" a las fuerzas armadas no cayó bien entre sus colegas, e incluso el Rey escribió al Primer Ministro para protestar contra las opiniones de Churchill.

Después de nueve días de acción, la huelga general fue suspendida el 13 de mayo, ya que ‘’los líderes moderados antibolcheviques del TUC... habían captado las implicaciones constitucionales'', por lo que los mineros quedaron frente a su derrota. Sin embargo, Churchill continuaría afirmando que "siniestras fuerzas prosoviéticas habían estado seriamente involucradas", y ayudaría a dar forma a la Ley de Conflictos Laborales de 1927, que "hizo ilegales las huelgas solidarias, prohibió a los empleados estatales afiliarse a sindicatos y sustituyó un sistema de contratación para pagar la tasa política por uno de contratación externa''.

Consecuencias de la huelga general

La huelga general había inflado el sentimiento antiobrero en Gran Bretaña, así como el miedo predominante a la llamada amenaza roja, por lo que el papel de Churchill en la exitosa derrota de la huelga le sería de gran utilidad en su intento de conseguir apoyo para su perspectiva. El 15 de octubre de 1926, participaría en un mitin celebrado en el Albert Hall, uno en un puñado de manifestaciones de "Echemos a los Rojos" destinadas a protestar contra la subversión comunista y soviética en Gran Bretaña. Esta había sido organizada por Oliver Locker-Lampson, diputado conservador por el distrito electoral de Birmingham Wandsworth en ese momento, que se asociaba cada vez más con fascistas. De hecho, estas manifestaciones de "Echemos a los Rojos" atrajeron a cientos de simpatizantes del fascismo, y en particular a la que asistió Churchill en octubre, nada menos que 1.500 fascistas participaron.

Como parte de su intento de internacionalizar su antibolchevismo, Churchill pronunciaría un infame discurso en Roma en enero de 1927, en el que colmó de "extraordinarios elogios" a Benito Mussolini y su rama del fascismo italiano, que había aplastado al movimiento revolucionario en Italia: “Si hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría estado contigo de todo corazón de principio a fin en tu lucha triunfal contra los apetitos y pasiones bestiales del leninismo. Pero en Inglaterra no hemos tenido que luchar contra este peligro de la misma forma mortífera. Tenemos nuestra manera de hacer las cosas. Pero que lograremos luchar contra el comunismo y ahogarlo hasta la muerte, de eso estoy absolutamente seguro.”

“Sin embargo, diré unas palabras sobre un aspecto internacional del Fascismo. Externamente su movimiento ha prestado un servicio al mundo entero… Italia ha demostrado que existe una forma de luchar contra las fuerzas subversivas que puede movilizar a la masa del pueblo, debidamente dirigida, para que valore y desee defender el honor y la estabilidad de la sociedad civilizada. Ella ha proporcionado un antídoto necesario para el veneno ruso.”

Churchill concluyó en su discurso de Roma que "ninguna gran nación contará con un medio definitivo de protección contra los crecimientos cancerosos, y cada líder sindical responsable en cada país debería sentir que sus pies están más firmemente puestos en resistidas doctrinas niveladoras y temerarias". Aunque el gobierno conservador había derrotado con éxito la huelga general en Gran Bretaña, Churchill no estaba convencido de que se hubiera llegado a la misma conclusión bajo un gobierno laborista. Como argumenta Pugh, sus comentarios finales en su discurso en Roma sugieren que Churchill "evidentemente había llegado a la conclusión de que los métodos del fascismo para contrarrestar al comunismo seguirían siendo una opción válida, incluso en Gran Bretaña, si el desafío planteado por la izquierda reaparecía en una segunda, y mejor organizada, huelga general''.

Conclusión

Churchill no era un reaccionario solitario que empujaba contra la corriente. El antibolchevismo estaba muy extendido y alentado en Gran Bretaña, y ningún político en el gobierno se habría disgustado de haber visto el fin de la Rusia Soviética. Como recuerda Lloyd George en La verdad sobre los Tratados de Paz, había “en todos los países aliados, especialmente entre las clases adineradas, un odio implacable, nacido de un miedo real, al bolchevismo”.

Sin embargo, Churchill estuvo ciertamente a la vanguardia de este Miedo Rojo temprano, y en 1927 había revelado hasta que punto estaría dispuesto a ir para derrotar al comunismo. Esto fue estimulado en parte por su egoísmo y su obsesión '’con la gloria de hacer algo espectacular que debería erigir monumentos a él’', como comentó una vez Neville Chamberlain. Churchill explotó la política polarizadora de la década de 1920 para lograr sus propios intereses políticos y, como señala Paul Addison, al pedir la creación de un bloque antisocialista permanente, estaba tratando de resolver el problema de su propia identidad política.

Fundamentalmente, Churchill era un representante de su clase -la clase dominante y propietaria- y su intransigente hostilidad hacia el bolchevismo y las políticas que perseguía contra el eran un reflejo de los temores generales de las clases altas británicas. En palabras de Trotsky, Churchill era un arquetipo del "ala extrema y rabiosa de los imperialistas británicos". La revolución rusa y el gobierno bolchevique fueron la materialización de su antítesis ideológica, y aunque había jugado un papel clave en una guerra contra el militarismo alemán, el bolchevismo encendió su odio mucho más intensamente. Fue esta oposición visceral al marxismo y al bolchevismo lo que definiría su carácter político tras la Primera Guerra Mundial.

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