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Si alguna vez el ‘cliché’ del “voto castigo” se mostró como una monumental zoncera, ha sido en ocasión del resultado de las últimas PASO. Fue usado por enésima vez para etiquetar, en esta ocasión, el voto, dizque “sorpresivo”, a Milei. Un sector de las masas se habría tirado en brazos de la ultraderecha por despecho hacia rejuntes más antiguos como el macrismo y el peronismo – el kirchnerista y el resto. Dicho de otro modo, el agotamiento de esas experiencias volcó a una parte significativa del electorado hacia el regazo neo-liberal.
Las falacias de esta justificación del hecho consumado son varias, entre ellas que Milei es también parte de una tentativa política que ha fracasado en numerosas oportunidades. Ahi está la Libertadora, el ciclo Krieger Vasena bajo la dictadura de Onganía, Martínez de Hoz varias veces (con Frondizi y Videla) y, finalmente, Menem. Desde el agotamiento del peronismo, en 1955, Argentina vive en una regresión histórica zigzagueante. Fuera del plano electoral y gubernamental, en el proletariado han habido numerosas tentativas de alcance revolucionario – la serie de levantamientos obreros que siguió al Cordobazo, el Villazo, las huelgas generales contra el Rodrigazo, las acciones directas y las ocupaciones de empresas en 2001/2, y las luchas y autoconvocatorias que abarcaron el conjunto del período posterior.
Una de las zonceras más significativas del “voto castigo” es la ignorancia de que la lista que encabeza Milei fue la única que presentó un programa. Esta sola iniciativa del ultraderechista (denominarlo libertario es ensuciar la historia gloriosa del anarquismo como corriente de la clase obrera) fue suficiente para desestabilizar a todo el espectro político. Esto ha quedado de manifiesto en el apresuramiento desesperado de JxC para contratar a Carlos Melconián para que haga de ‘sparring’ (desafiante) de Milei. Sergio Massa, por su lado, sigue prefiriendo el vacío: asegura, junto con Alberto Fernández, que todo se arregla con las lluvias del próximo ciclo agrícola. El cuarto en con-cordia, el FITU, ya ha expuesto en forma repetida planteos desarrollistas (industialización, soberanía alimentaria, redistribución de ingresos), definitivamente exhaustos, “en un solo país”. El desarrollo de un programa por el gobierno de los trabajadores y el socialismo nunca salió de las alforjas, porque en ella hay solamente cretinismo electoral.
Milei plantea, en cambio, una contrarrevolución social centrada en la privatización entera de la economía, en la destrucción de derechos sociales entendidos en el sentido más vasto (liquidación de los de aborto y de género) y en una atomización de la clase obrera. El slogan de la dolarización ha servido para desplegar una demagogia enorme, el recurso de los caudillos que van en procura de objetivos definidos. La demagogia es la forma más elevada de la agitación política. La ultraderecha vuelve a plantear el pago de la deuda externa mediante la formación de fideicomisos para la compra de empresas estatales, financiación de la obra pública privada y de la inversión, con garantía del Estado, que se establecerá desde el exterior y que aceptará títulos internacionales de deuda a su valor nominal. Es una forma más desarrollada o extrema del menemismo. Allí donde se aplicó este planteo en forma más o menos consecuente, Gran Bretaña, acabó en quiebras generalizadas y rescates cuantiosos de parte del sector público. La entrega completa del mercado nacional de compras estatales al capital internacional, ha puesto en alerta a las Cámaras Empresariales. La defensa de este mercado para la burguesía nacional es una de las principales razones por las cuales Brasil se niega a firmar un acuerdo económico con la Unión Europea. Este thatchero-menemismo requiere una situación financiera holgada del Estado; por eso Milei plantea la liquidación de las prestaciones sociales y la previsión social, y una reforma impositiva que descanse aún más en los impuestos al consumo.
La demagogia ultraderechista acerca de la inseguridad ciudadana y los cortes de calles y rutas, necesita precisar un rumbo: o se trata de un incentivo electoral y un reforzamiento de la acción policial, o procura desarrollar un movimiento social reaccionario en un sector de la población. Es lo que han venido haciendo, en forma acotada, massistas y macristas en los últimos meses. Apunta a envenenar, contra la lucha de clases, al sector de la clase media, incluso pobre, que busca sobrevivir, en el capitalismo, a las ruinas que provoca la crisis capitalista; ve como enemigo, no al capital, sino a los obreros organizados.
El programa de LLA, sin embargo, no responde a ese interrogante acerca de si pretende ir a métodos de guerra civil. La política de pie libre al capital internacional, por otro lado, amenaza a esos sectores golpeados con un derrumbe aun peor del que atraviesa en la actualidad. Por eso, muchos representantes conspicuos del gran capital temen, y lo dicen todos los días, que ese programa thatcheriano provoque “una crisis de gobernabilidad”. El programa de Milei plantea el reforzamiento de todos los aparatos de seguridad, la legalización del espionaje interior y el indulto penal y político a los genocidas. Más de lo que ha hecho Menem. Milei es un Menem que anticipa sus acciones. Milei no es, sin embargo, el caudillo ni el portavoz de un movimiento fascista. El fascismo no es la extrema derecha del capital – constituye otra cosa: es la guerra civil contra la clase obrera. Salta por encima de las formas constitucionales de gobierno mediante la movilización reaccionaria de un sector de las masas arruinado por la crisis capitalista. En la mayor parte del mundo, las viejas denominaciones fascistas se han acomodado en el gobierno y en la oposición a las condiciones de una democracia en manifiesta decadencia. El gran capital internacional y sus gobiernos siguen prefiriendo “gobiernos republicanos” a las aventuras fascistas, e incluso libran una guerra mundial en nombre de “los valores democráticos”.
Para convertirse en gobierno, LLA necesita obtener en primera vuelta el 40% de los votos, pero con una diferencia de más de diez puntos de su inmediato seguidor. Es una variante improbable. Pero puede consagrarse con el 45% de los votos, lo cual le daría al mismo tiempo una representación parlamentaria considerable. Incluso en este caso necesitaría acuerdos parlamentarios con la oposición. Gran parte de su programa se diluiría como consecuencia de ello. En algunas ocasiones Milei ha advertido que eludiría pactos parlamentarios y gobernaría mediante decretos y plebiscitos. Esto supone dar impulso a movilizaciones reaccionarias y choques callejeros, y el ingreso a una nueva etapa política. Sujeta a la verificación de los hechos, la variante de los acuerdos suena la más probable. En caso de no ganar en el primer turno, debería ir a un balotaje. El resultado político final, para la próxima etapa, dependerá de quién lo gane, por un lado, y con quién sería la confrontación. En cualquier caso, para frenar la hiperinflación, el ganador, incluso Milei, se vería obligado, no ya a una mega devaluación sino a un zarpazo sobre la deuda pública local, tanto del Tesoro como del Banco Central. El escenario debería desembocar en una crisis pre-revolucionaria, con Milei y con quien sea. Las elecciones se volverían una ficción, porque el destino ulterior dependerá de los resultados de esa lucha de clases directa.
La tesis de que Milei representa una tentativa fascista en acción ha servido para propugnar el voto por el segundo menos malo, con la dificultad de determinar quién sería, o sea, quién tiene la mejor probabilidad de ocupar ese lugar. Si los segundos empataran en posibilidades, Milei obtendría los diez puntos de diferencia a favor para ganar en primera vuelta. Esto mide el monumental derrumbe del peronismo, cuyo cadáver encontraría, al fin, una poco encomiable sepultura. Una sepultura histórica definitiva sólo vendría de una victoria revolucionaria de la clase obrera. Que el funeral del peronismo lo haga la ultraderecha señala el poderoso agotamiento de la izquierda democratizante -el FITU- que celebra los responsos de su adversario histórico con una caída fenomenal de votos y la desaparición electoral en numerosos distritos. Con la consigna “contra el ajuste de Massa y contra Milei”, el aparato del PO ha dado inicio a otro funeral, el del FITU. Al igual que el macrismo, se ha valido de las PASO para encerrarse en una disputa interna por cargos, dando la espalda a la crisis política y a las tendencias en las masas por desencadenar una lucha de conjunto.
Carlos Melconián ha aludido a la dolarización que plantea Milei como “un salto al vacío”. Una parte de sus promotores, de la Fundación Mediterránea, apoya a Milei. En lugar de la dolarización, Melconián plantea la libre competencia entre monedas, dólar y peso, que es una vía a la dolarización o una invitación a un caos mayor. Sumado al caos de Massa, todo el mundo juega a favor de Milei. Esto es muy instructivo, porque muestra que, en medio de una crisis capitalista mundial creciente, el pasaje a una situación pre-revolucionaria está a un paso. El “voto castigo” se ha convertido en un castigo al voto – la salida hay que jugarla en las calles y en los lugares de trabajo y estudio, para desarrollar un poder obrero que permita que la clase obrera dispute el poder.
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