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Mientras la atención mediática se repartía entre los guiños de Villarruel a los genocidas o los ataques de Milei al Papa, el ministro y candidato Sergio Massa disponía una nueva vuelta de tuerca sobre la hiperinflación en curso. El gobierno, en efecto, anunció la puesta en marcha del “dólar soja 4”, con una significativa variación respecto de las versiones anteriores: aunque no modifica el dólar oficial de $350 que recibirán los exportadores, habilita a que el 25 % de la liquidación de las divisas resulte de ´libre disponibilidad´, o sea, a los dólares financieros de 760 pesos. Equivale en promedio a recibir un dólar de 450 pesos, una devaluación del 30 %. Con la ´libre disponibilidad´ parcial, Massa ha puesto en marcha el ´gradual levantamiento del cepo´ que propugnan Melconián para después de diciembre y, cada vez más, los asesores de Milei, que están dejando la dolarización para “otra etapa”.
El dólar especial para la soja impacta sobre la producción porcina y avícola, entre otros alimentos, y adelanta por lo tanto una nueva escalada inflacionaria. Después de la devaluación que siguió a las PASO, las estimaciones privadas arrojaron un 27 % de suba en la canasta alimentaria. A su turno, la inflación acumulada de agosto-septiembre se preveía entre el 23 y 25 % antes del “dólar soja 4”. La nueva medida oficial va a reforzar esta tendencia. Pero, ¿será la última devaluación? En estas horas, los analistas económicos baten el parche de que la depreciación del peso post PASO ya ha sido ´neutralizada´ por la inflación. La política oficial es el principal combustible de la híper, porque detrás de la devaluación vino un nuevo tarifazo sobre el transporte y los servicios públicos. A su turno, el Banco Central refuerza la emisión destinada al sostenimiento garantizado del valor de los títulos públicos en pesos (“put”). El gobierno de Massa-Fernández ha asegurado un sistema permanente de indexación al capital, o sea, a los precios, los intereses de la deuda, las tarifas y los beneficios. El “dólar soja 4”, en este cuadro, es una echada de lastre para evitar una nueva devaluación del dólar oficial, pero podría terminar siendo el anticipo de ella.
El golpe inflacionario en curso ha llevado al envejecimiento prematuro a las paritarias que se negociaron recientemente y, naturalmente, a las sumas fijas oficiales que en muchos casos ni siquiera se cobrarán. Con inflaciones mensuales de dos dígitos, las cláusulas de ajuste a cinco o seis meses, para “compensar el desfasaje inflacionario”, llegan irremediablemente tarde. Nadie devuelve la erosión del salario que tiene lugar en cuestión de horas y de semanas. Este trabajo implacable para quebrar a la clase obrera, por parte del tándem de Massa-Fernández, debe ser discutido en las fábricas y en las reparticiones ahora, para organizar una respuesta de conjunto.
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