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Los resultados de las elecciones de ayer no han sido sorprendentes, pero sí imprevistos. Sergio Massa no sólo entró al ballotage, como lo habían advertido las encuestas, sino que lo hizo a la cabeza del pelotón. Sacó alrededor de siete puntos de diferencia a Milei, lo cual lo coloca en el umbral de la Rosada de no mediar una circunstancia excepcional. Sorpresivo para los encuestadores ha sido el estancamiento electoral del ´libertario´, el dato fundamental de las elecciones. Indica el principio de un declive, que incluso podría ser fulminante. Los movimientos improvisados no resisten una barrera a su crecimiento. El relato pseudoizquierdista acerca de la derechización del electorado ha sufrido un golpe bajo. Ha quedado expuesto que detrás de la agitación librempresista y fascistoide de Milei no había un esbozo de movimiento de masas ni siquiera en grado de tentativa.
Para los llamados medios hegemónicos habría triunfado “la campaña del miedo”. Se refieren de este modo a la dolarización monetaria propuesta por Milei. Lo curioso del caso es que esos medios fueron los que más dieron cabida a la denuncia de la dolarización, que presentaron como un callejón sin salida estratégico y explosivo en la inmediato. Antes de ganar en primera vuelta, Massa se había ganado el apoyo de la burguesía argentina. En la víspera de los comicios, las tres centrales de bancos -ABA, ADEBA y ABRAPA- hicieron público un planteo que atacaba el “desarme” de las Leliq, como planteaban Milei y Bullrich, o sea una licuación violenta de su valor en dólares o un plan Bonex, que difiriera la devolución de los depósitos en pesos. Esta licuación violenta era parte fundamental del programa de Milei y, hasta cierto punto, de Bullrich. En abril del presente año, los banqueros de ADEBA chocaron abiertamente con Bullrich por la negativa a asegurarles que no habría una reestructuración unilateral de las Leliq y de la deuda en pesos con el Tesoro. JxC buscó moderar esa posición con la designación de Melconian, sólo para dejar expuesto el nivel de la confrontación. Los vaivenes de Macri entre Milei y Bullrich responden a esta cuestión de fondo.
Más cercano en el tiempo -la semana pasada -, el asesor de Milei, Darío Epstein, chocó con los popes de la Unión Industrial cuando los emplazó a prepararse para una apertura de la economía al comercio y a la inversión extranjera en el lapso de año y medio o dos. Los planteos de Milei contra el Mercosur y su oposición a la alineación de Argentina con los BRICS abroquelaron a la burguesía nacional en una disputa estratégica. Eduardo Eurnekian, padrino de Milei, lo repudió cuando su ahijado atacó el comercio con China y la afiliación al conglomerado que encabeza China.
Este choque estratégico moldeó la primera vuelta electoral. La “campaña del miedo” fue la forma agitativa que adoptó la lucha política de la gran banca y de la gran industria contra la dolarización y contra la llamada ‘apertura’. En Brasil ocurre lo mismo, cuando se ve la oposición del gobierno Lula-Alckmin a entregar el mercado de obras y servicios públicos al capital internacional, como lo reclama la Unión Europea para firmar un tratado de libre comercio. El apoyo a Massa de la burguesía argentina, considerada en su conjunto, con sus propios vínculos y conexiones con el capital internacional, explica que la abolición de la cuarta categoría de ganancias, el descuento del IVA en alimentos, la extensión de los bonos a categorías de jubilados que se encuentran por encima de la mínima y varias otras, no provocaran el rechazo público de las entidades patronales; varias industrias insinuaron, incluso, un adelanto del pago del medio aguinaldo. Clarín y La Nación, enfrentados al kirchnerismo y a Massa por el espacio de las comunicaciones y el 5G, ahora lamen sus heridas. Las elecciones del domingo y el ballotage han sido el hilo conductor de una lucha defensiva de la burguesía nativa contra las pretensiones que considera ‘excesivas’ o ‘extorsivas’ del capital financiero internacional, como sería el caso de la dolarización o de la llamada “competencia entre monedas” (la circulación legal de las divisas extranjeras). La agudización de la crisis económica y las tendencias declaradas a una hiperinflación no hacen más que agudizar este choque de fuerzas. La crisis, en definitiva, no es sino el terreno donde se produce la mayor redistribución de patrimonio y de capital en la clase capitalista.
La victoria de Massa representa igualmente un nuevo desarrollo político. Massa saltó al ministerio de Economía con el único propósito de convertirse en candidato de la coalición peronista. Dio ese salto ante el vacío de poder creado por la crisis política de los Fernández. Lo hizo, asimismo, ante la presión de la misma crisis para montar un sistema de arbitraje entre la burguesía y las masas y entre la misma burguesía. La disposición de Massa para tomar la conducción de la crisis partía del entendimiento de que no llegaría nunca a organizar una candidatura competitiva por medio de los vericuetos burocráticos del PJ o institucionales. Cuando CFK lo quiso sustituir por De Pedro, Massa le planteó la amenaza de un gobierno que se iba a ir en helicóptero. Sergio Massa ha construido un bonapartismo (arbitraje político) muy original, desde una posición extraña, cabalgando una situación de default internacional y nacional y agravándola en el camino. Los intereses en disputa van a reorganizar su política con vistas al ballotage. El interrogante es si están dispuestos a utilizar sus recursos para precipitar una corrida cambiaria y bancaria.
El desafío de Massa es convencer a la burguesía de desplazar un golpe de mercado por un golpe económico organizado por el Estado. La ‘estabilización’ capitalista pasa por una gran devaluación del peso, aunque el plan oficial sea seguir con ajustes cambiarios mensuales a la espera del ingreso de divisas de la próxima cosecha. Cualquiera sea el monto, el ingreso de divisas por medio de las exportaciones se evaporará para pagar deudas, comerciales y financieras, e importaciones. El sector agroexportador exige una devaluación para cumplir con lo que el massismo espera. Las contradicciones del proceso económico son insalvables. El espectro de Milei ha sido usado por los capitalistas para imponer una agenda de ‘reformas estructurales’, que afecta fuertemente los derechos laborales y previsionales. El proceso económico es un canal de comunicación entre los distintos sectores capitalistas, no es solamente un campo de disputas.
La posibilidad de que la Unión Patriótica haya alcanzado una suerte de quórum en el Congreso condiciona la campaña de Milei para el ballotage, porque su victoria sería vista como más disruptiva para el sistema que en el pasado. En el caso de Massa, se trata de un quórum envenenado, porque necesita emanciparse de la tutela del kirchnerismo y porque es lo que reclaman los grupos económicos que lo bancan. La salida de la “crisis de gobernabilidad” aparece distante, en el marco de una crisis financiera de características colosales.
La nueva disposición política de fuerzas creada por las elecciones es insuficiente para afrontar la crisis económica sin un gran choque de fuerzas sociales. Los trabajadores que depositaron el voto en la UxP y Massa carecen de expectativas en una nueva gestión de quienes han llevado el derrumbe social a niveles sin precedentes. El porcentaje de votos de la UxP es el segundo más bajo de la trayectoria del peronismo; recuperó una parte menor de lo perdido en las PASO. Massa no cuenta, ni de lejos, con la capacidad de movilización que dejó el kirchnerismo en su trayecto político. El domingo pasado a la noche, las multitudes no estaban en las calles celebrando nada.