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El diseño estratégico de guerra que lleva adelante el Gabinete de Guerra de Netanyahu para eliminar a la milicia de Hamas es fácil de discernir. Esta guerra genocida se ha cobrado, hasta el momento, la vida de unos 12 mil gazatíes, la mitad de los cuales son niños, y más de 20 mil heridos. Ha destruido decenas de miles de edificios y distintas infraestructuras, con el propósito de convertir a Gaza en un terreno plano que habilite el ataque a la red de túneles que ha construido Hamas en prevención, precisamente, de una guerra con Israel.
The Wall Street Journal (14/11) describe el seguimiento de la guerra en la Franja desde Israel, por parte de Givati, una Brigada sionista, que muestra en tiempo real la ubicación de las fuerzas palestinas e israelíes en Gaza, a partir de la información que recibe “de drones, jets de combate, unidades navales, tanques y soldados”. Este sofisticado escenario de inteligencia contrasta con lo ocurrido hace un mes y medio, cuando el asalto de Hamas al Muro que separa al sur de Israel de Gaza tomó por sorpresa a los servicios de espionaje del Estado sionista.
El diario norteamericano precisa que este seguimiento electrónico jugará un rol fundamental en las próximas semanas, cuando las tropas sionistas encaren una operación “más quirúrgica” contra Hamas, que contrastaría con los bombardeos salvajes al que fue sometido el norte de Gaza para expulsar a la población del lugar, que se estima en más un millón y medio, los dos tercios de la población total. Este trabajo ‘menos quirúrgico’ sirvió para destruir decenas de miles de edificios de viviendas, bombardear campos de refugiados y destruir la mayor parte de los centros de salud de Gaza, incluidos aquellos que son gestionados por ONGs y las Naciones Unidas. Para llegar al subsuelo de la Franja, el sionismo no ha encontrado otra herramienta que el asesinato colectivo. John Kirby y Jack Sullivan, dos funcionarios de alto rango de Estados Unidos, han apoyado en forma expresa esta estrategia militar y el mismo Biden ha considerado perjudicial para ella cualquier forma de cese del fuego, incluso transitoria. Salvo enfrentamientos ocasionales la guerra directa entre el ejército sionista y Hamas aún no ha comenzado.
En este contexto, el ejército sionista atacó e invadió, el martes pasado, el hospital Al Shifa, el mayor de toda la Franja. Los tanques sionistas ocuparon los patios del hospital y las puertas del departamento de cirugía especializada fueron voladas. El Estado Mayor sionista había asegurado que las instalaciones de Al Shifa eran usadas por Hamas y que debajo de ellas se encontraba la central de comando de la guerrilla. Al Shifa ha venido siendo castigada en forma severa, mediante el cese de la provisión de agua y combustible; en sus puertas se apilan cadáveres en estado de putrefacción a la espera de ser enterrados en fosas comunes. El centro de salud alberga a miles de personas –una mayoría de heridos que requiere atención, y también refugiados. La toma del hospital no sirvió para que la tropa de asalto israelí proveyera de ninguna prueba de que las instalaciones estaban tomadas por Hamas, salvo algunos rifles y granadas plantados por los mismos invasores. No hubo tiroteos.
Desde el punto de vista militar, la ocupación de Al Shifa, que se podría imputar como “una operación ‘más’ quirúrgica”, no ha servido para nada, salvo para tratar de imponer una evacuación masiva del personal, algo que no ha ocurrido. Es lo que sí ha ocurrido en los hospitales Al Rantisi y Al Hilo, donde la mayor parte de médicos y enfermeros siguen sin embargo atrapados. Las milicias de Hamas siguen disparando misiles en dirección al territorio de Israel y sorprendiendo a las tropas israelíes con salidas inesperadas a la superficie. La política de tierra arrasada ha servido para perpetrar innumerables crímenes de guerra, pero ninguna conquista militar efectiva. Israel no ha conseguido liberar ni un solo rehén; es probable que, aplicando la Doctrina Hannibal los prefiera muertos a salvarles la vida mediante un canje con prisioneros palestinos en las cárceles sionistas. Esta falta de resultados militares preocupa a los gobiernos imperialistas que temen una guerra prolongada de varios meses.
Netanyahu y su gabinete de guerra libran esta guerra en otro frente –el de la Cisjordania ocupada, donde el ejército y los colonos sionistas han expulsado de sus viviendas a más de mil residentes, asesinados a alrededor de 200 palestinos, la mitad de los cuales, de nuevo, son niños. La guerra en Cisjordania tiene el propósito de aniquilar políticamente a la Autoridad Palestina, a la cual Biden y la OTAN quieren ver como alternativa sustituyente de Hamas. Hay también una persecución creciente contra los llamados “árabes israelíes”, o sea palestinos, un 20% de la población de Israel. Esta divergencia de objetivos políticos con Estados Unidos se manifiesta en las marchas, en Israel, para que se vaya Netanyahu. Hay otras marchas, por el contrario, que exigen que se rescate a los rehenes en poder de Hamas mediante una negociación. Estos factores, acentuados por un franco retroceso económico del Estado sionista y sus relaciones financieras internacionales, incuban una crisis política que podría poner fin al actual gabinete de guerra.
Las masacres provocadas por el gobierno sionista no han acercado el objetivo de derrotar militarmente a Hamas ni mucho menos rescatar a los rehenes. Una acentuación de este impasse se manifiesta en la oposición creciente de algunos gobiernos del Cercano Oriente a la guerra sionista, en particular Turquía. Las enormes manifestaciones de masas que se han desarrollado en oposición al genocidio sionista en Europa y Asia ya han producido algunas crisis políticas, como las que han llevado al reemplazo de la racista inglesa Susan Braverman por David Cameron, un ‘pro-chino’, en el Ministerio de Exteriores de Gran Bretaña.
Las derivaciones históricas del asalto al Muro sionista, por parte de la milicia palestina, se encuentran en pleno desarrollo. Junto al impasse de la OTAN en la guerra que se libra en Ucrania, profundiza la crisis del imperialismo, con la secuela de guerras mayores y de rebeliones populares y revoluciones. Biden y Xi Jinping se reunieron ayer durante cuatro horas en San Francisco para intentar desenredar una crisis sin precedentes.
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