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Javier Milei disfrazó con tecnicismos, en estas horas, el propósito de demoler a discreción los salarios, jubilaciones y gastos sociales, con el pretexto de la necesidad imperiosa de rescatar la economía. Ha calculado el tiempo para este experimento en un año y medio o dos.
Milei presenta como una herencia “residual” el escenario de alta inflación con recesión que le deja el kirchnerismo. Ocurre, sin embargo, que parte de esa herencia la pone en el beneficio del inventario, la que se refiere a la indexación instantánea de la deuda del Tesoro y del Banco Central, que se encuentra en manos de los grandes capitales locales y foráneos. La inflación que promete, de aquí en más, no será sólo “residual”. Por un lado, porque anuncia una devaluación que llevará a un salto extraordinario en los precios, en primer lugar, de los alimentos. Lo mismo ocurrirá con la dolarización de los combustibles y tarifas de servicios públicos. El tarifazo no tiene nada de “liberal”, porque esos servicios corresponden a monopolios –sus precios son regulados por el Estado, en base a contratos de concesión leoninos-. La letra de esos contratos dolariza las tarifas.
La parte “heredada” tiene que ver con lo que Milei repite como loro: “tenemos que desarmar la bomba de las Leliqs”, es decir, la deuda que el Banco Central tomó con los bancos privados, para mantener elevada la tasa de interés. Los depósitos en los bancos corresponden mayormente a fondos de inversión y grandes corporaciones. La crisis con la ‘bomba’ de las Leliqs y con la deuda del Tesoro aún no ha sido resuelta, como lo demuestra el aparcamiento de esa deuda en cuentas de 24 horas, o sea de rápida salida del sistema. De los 25 billones de pesos de esta deuda del Central con los bancos, ya el 60% de la misma vence diariamente. La salida súbita de estas renovaciones de deuda desataría una inmediata corrida cambiaria y una hiperinflación. Es una espada de Damocles sobre el gobierno en ciernes. Milei no enfrenta, por ahora, un peligro de estanflación sino de hiperinflación. De acuerdo a los medios, Milei y Caputo han vuelto de un viaje a Washington, pagado por un financista sionista, con una mano adelante y otra atrás. Tampoco trajeron dólares para que el Central asista a los importadores para pagar la deuda comercial, del orden de los 50 mil millones de dólares. La canciller en carpeta, Diana Mondino, se atrevió incluso a decir que esa deuda sería privada. El Central no ha salido del inmovilismo: seguirá emitiendo moneda para pagar los intereses de su propia deuda con los bancos y sus grandes clientes. En una reunión con los bancos de ADEBA, Caputo aseguró que el régimen de Leliqs va a continuar, ¿por qué será que los banqueros no le creen?
Caputo-Milei, se comenta, tendrían la intención de canjear la deuda de Leliqs y pases por deuda con el Tesoro nacional, que ya ronda los 440 mil millones de dólares; pasaría entonces a los 500 mil millones.
En esta encerrona, Milei-Caputo han colocado todas las fichas en el “super ajuste fiscal’. Un ajuste fiscal para salir de un derrumbe que no es fiscal sino financiero. Tarea imposible, por eso el ajuste contra salarios, jubilaciones, prestaciones sociales y de salud, deberán ir acompañadas de una fuerte inflación. Estamos ante la versión Milei del plan de los economistas de Massa.
Consideradas en su conjunto, las condiciones del debut del gobierno de Milei son explosivas. El “golpe de estado económico” que anunciará después de su asunción no conseguirá resolver las cuestiones estratégicas que interesan a la burguesía – por caso, el levantamiento del cepo y la libertad de remisión de utilidades, que han sido aplazadas indefinidamente. Mientras tanto, las masas continuarán pagando, con infinitas privaciones.