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Se ha debatido bastante sobre el carácter de la cuarentena impuesta por el gobierno de FF y de si nos encontramos frente a un Estado policial que coacciona las libertades democráticas, contra el cual nos tendríamos que rebelar. Personalmente suscribo a la posición de la Tendencia y considero que las posiciones de la izquierda, que oscilan entre el foquismo y el pacifismo, le dan la espalda a la realidad de los trabajadores. Es por esa razón que quiero hacer llegar al correo de lectores una experiencia propia y amarga, pero no la única.
El mismo día que se decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, a mi cuñada, quien estuvo casada con mi hermano por más de 30 años, le diagnosticaron un tumor, que ya se había ramificado. Ese mismo día, quedó internada en una clínica de la Capital Federal. Estuvo internada por diez días, con el único acompañamiento de mi hermano. Él, a raíz del aislamiento, no pudo salir de la clínica más que para hacer alguna que otra compra necesaria. La única excepción que existió en todos esos días fue el permiso de visita de su hijo, mi sobrino. No sabíamos si mi hermano comía o podía dormir.
En todo el tiempo transcurrido, todos los que formamos parte del círculo íntimo de ambos tuvimos que conformarnos con comunicaciones telefónicas y virtuales. No pudimos abrazarnos, no pudimos acompañar de manera presencial, aun sabiendo que su salud empeoraba día a día. Y tampoco pudimos estar con mi hermano cuando después de diez días de pelear contra esa enfermedad, mi cuñada falleció.
Ese ritual tan humano, que es el de despedir a un ser querido, tuvo que ser reemplazado por llamadas, donde las lágrimas no pudieron ser amortiguadas en un hombro.
Nuestra familia pudo haber tomado la decisión de violar la cuarentena en varias ocasiones. Pero afrontamos nuestro pesar como pudimos. Ningún "Estado policial" nos obligó a quedarnos en nuestras casas. Lo hicimos porque fuimos conscientes del peligro que podía significar para toda la familia el estar juntos. Sobre todo, para los adultos mayores de la familia, que, a la vez, fueron los más impactados por el desconsuelo de semejante pérdida. Todos aceptamos estas medidas, aunque sin resignación.
Pero ¿qué ocurre? Mientras nosotros, los que vivimos de nuestro trabajo, lloramos en soledad la pérdida de un ser amado para preservar la salud y la vida de todos, del otro lado, los que viven de explotarnos, nos obligan a ir a trabajar sin las medidas de seguridad, en un transporte infectado y con un salario de miseria. Nuestros padres y abuelos son arrojados a las filas de los bancos para cobrar las monedas de su jubilación, si es que no mueren dentro de un geriátrico. Mientras los parásitos meten a las empleadas domésticas en los baúles, nuestros médicos y enfermeros enfrentan una pandemia sin recursos.
Para los que militamos por el socialismo, y no estamos enceguecidos por el parlamentarismo, esta pandemia nos obliga a mirar la realidad de frente. Nos obliga a defender la vida, y a luchar contra un sistema que solo nos puede ofrecer muerte. Luchamos con los métodos que conocemos y con las herramientas de las que disponemos.
Finalizo estas líneas enviando un gran abrazo (virtual) a todos los compañeros que están militando en este cuadro. Cada uno, con experiencias personales distintas, donde no pueden abrazar a sus hijos, padres y abuelos. O, cómo en mi caso, a los hermanos. pero las convicciones siguen intactas. Luchemos contra la barbarie. ¡Por el socialismo!