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De acuerdo a un informe de la Secretaría de Finanzas, la deuda pública de la Administración del Estado Nacional aumentó en enero por el equivalente a 10.622 millones de dólares. De este modo, llegó a 381.272 millones. El incremento obedeció, principalmente, al ajuste de la deuda en pesos atada al dólar y a la inflación y, en segundo lugar, a un desembolso del FMI para pagar vencimientos con el mismo Fondo e intereses de la deuda externa. (Clarín, 16/2). El monto global no incorpora la deuda de provincias y municipios, la del Banco Central con la banca local, ni la deuda privada. De conjunto, el endeudamiento del estado es de 600 mil millones de dólares.
El dato es relevante para un gobierno juramentado en convertir el déficit fiscal del 6% del PBI -equivalente a 26/30 mil millones de dólares- en un superávit del 1 al 2 por ciento. El aumento de la deuda pública demuestra lo contrario, que ese déficit ha crecido todavía más, solamente que se encuentra disimulado por la renovación del pago de intereses y capital con mayor deuda. El gobierno ‘libertario’ ha convertido al déficit fiscal en mayor deuda financiera; no paga con dinero sino con títulos. Como esa deuda se puede monetizar, porque el Banco Central asumió la responsabilidad de comprarla en el mercado secundario, la emisión de moneda no se ha frenado. El gobierno desvalorizó la base monetaria (en) pesos mediante la megadevaluación, y al mismo tiempo la incrementa con nuevas emisiones. Sin la garantía o el respaldo del Banco Central, la deuda pública simplemente se hundiría.
La información no señala el crecimiento de una nueva deuda, el Bopreal, un título para los importadores en compensación por las compras en el exterior con financiamiento de proveedores. Este título ha ganado popularidad en la reventa en el mercado secundario, donde cotiza al 66 % de su precio de emisión; ahora se encuentra en la cartera de bonos de cualquier empresa. Como el Bopreal puede ser usado para pagar impuestos al ciento por ciento, las empresas han encontrado una jugosa forma de arruinar al fisco sin la necesidad de evadir. Con menor recaudación en dinero, el déficit fiscal deberá subir más, incluso cuando hay un ajuste feroz del gasto público, que volverá a ser disimulado con un endeudamiento mayor. La situación creada es simplemente explosiva, a la espera de la chispa que provoque el estallido.
Si la hiperinflación no ganó mayor tracción, el motivo es una recesión tan súbita como violenta. El poder adquisitivo del consumidor final se encuentra por el suelo; a esto se agrega que “el uso de la capacidad instalada cayó a niveles de pandemia”. Si se mira más atrás, empareja con el derrumbe de 2002. Los despidos alcanzan 160 mil trabajadores. Para los meses próximos, los precios sufrirán el aumento de los servicios domiciliarios e industriales, asi como el de la medicina privada; todos estos rubros se han asegurado una indexación mensual. La experiencia de Venezuela señala que puede haber hiperinflación sin moneda, que se desvaloriza a medida que la economía intercambia en dólares. Argentina atraviesa ahora mismo una inflación en dólares; si se acentúa, la hiperinflación en pesos no tardará en manifestarse. “Para Milei”, titula El Cronista (16/2) “todavía falta lo peor del ajuste”.
En este escenario hizo su aparición el billonario Steve Forbes para impetrar: “Señor Presidente, su revolución por la libertad estará yendo al fracaso”. Forbes otorga a la crisis argentina dimensiones universales, sin importarle que su peso económico mundial es marginal. La caracteriza como el escenario de una confrontación internacional – “sobre sus hombros (estimado presidente) descansa … la causa de la libertad y de los libres mercados del mundo”. Se trata, entonces, de una cuestión política: el desenlace de la crisis argentina tendrá relevancia internacional. La clase obrera de Argentina está llamada a desempeñar un papel histórico.
El arma que esgrime Forbes, en este embate político, es la dolarización, que no puede esperar más, que debe ser ya. Luis Caputo lo retuiteó aprobadoramente. La dolarización plantea, en primer lugar, una nueva megadevaluación del peso, o sea otra ruina para los patrimonios e ingresos en pesos. Significa también otra espiral inflacionaria, que ahora sería en dólares. Pero que los activos de la economía se re-denominen de pesos a dólares no significa que se puedan vender o comprar en dólares; es solamente simbólico. Para que los dólares reales ingresen a Argentina deberán darse condiciones propicias a lo largo de un tiempo prolongado. La deuda pública actual -un 77% en dólares- paga tasas de interés que duplican o triplican la de Estados Unidos. Imposible de pagar, Argentina entraría en default en dólares.
La dolarización es incuestionablemente política. Por de pronto requiere una ley y una reconversión del Banco Central. No puede hacerse ‘de facto’. Un proyecto de este tipo sería rechazado por más votos que los que forzaron el retiro de la ley ómnibus. No podría hacerse, obviamente, por DNU. Veamos lo que decía The Economist acerca de una dolarización, el año pasado: “El Banco Central deja de ser el prestamista de última instancia tanto del gobierno como del sistema bancario. Los defaults se convierten así en más probables. Los bancos que podrían haber sido salvados con una liquidez de emergencia, caerían, y el gobierno carece de los dólares para respaldar los depósitos, dejando a millones sin dinero en el bolsillo. Además, la mayor parte de las nuevas deudas podrían quedar bajo la ley americana, poniendo al gobierno en el banco de atrás en cualquier renegociación”.
Milei esta protagonizando un “chicken game” – una competencia a quien se baja último en una carrera hacia el abismo (el ‘libertario’ es “un rebelde sin causa”). Lo animan al juego los grandes fondos internacionales. Consiste en desorganizar el régimen económico actual hasta la supuesta llegada de dólares –por saldo exportador o entrada de capitales-. Ese saldo, para 2024, será bien inferior al de 2022, cuando hubo que pagar incluso importaciones de energía. El balance final fue una pérdida de divisas debido a la salida de capitales y pago de intereses de deuda. La entrada de capitales depende de factores aleatorios, dada la crisis de la economía y la geopolítica mundial. En Estados Unidos, la caída de la demanda de autos eléctricos está fundiendo a las fabricantes de baterías en base al litio. Todas las grandes potencias acumulan oro para protegerse de sanciones vinculadas a la guerra comercial y militar.
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