De la represalia ‘calibrada’ de Irán a una mayor escalada de la guerra en Medio Oriente

Escribe Jorge Altamira

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El sábado pasado, Irán concretó su represalia “calibrada” contra Israel en respuesta al bombardeo de la sede diplomática de Irán en Damasco, Siria, el 1° de abril pasado, cuando la fuerza aérea sionista asesinó a siete jefes militares iraníes, incluido un general. El ataque a un espacio considerado territorio de Irán puso de manifiesto el propósito estratégico que tiene la masacre emprendida por el Estado sionista en Gaza, que no se limita a exterminar a Hamas y a expulsar al pueblo palestino de la Franja. El propósito de lanzar una guerra contra Irán ha sido reiteradamente proclamado por los gobernantes sionistas. Para la OTAN en su conjunto, la presencia de Irán en Asia Central, con nexo en el Cáucaso sur (las exrepúblicas soviéticas de Georgia, Azerbaiyán y Armenia), la convierte en pieza estratégica en la guerra contra Rusia, por un lado, y China, por el otro. Se trata asimismo de capturar el control del Golfo Pérsico, por donde transita gran parte del comercio de gas y petróleo. Este escenario de conjunto explica por qué la represalia de Irán no quedará sin respuesta, no importa cuán “calibrada” haya sido. No se trata, por supuesto, del objetivo de arrasar con un régimen que proclama “el odio al sionismo”; en la guerra Irak-Irán, en los años 80 del siglo pasado, la milicia iraní fue sostenida casi exclusivamente por el Estado sionista, mientras Washington y Moscú apoyaban a Irak (de Sadam Hussein).

En efecto, el gobierno de Irán advirtió a Washington, con 72 horas de anticipación, por medio de Turquía y otros Estados, acerca del carácter limitado que tendría su acción. Estados Unidos ha negado esta versión y atribuye su conocimiento anticipado del ataque a la eficacia de sus servicios de inteligencia. Los observadores coinciden, sin embargo, en que el escenario estaba claro de antemano. Lo confirman las características de la represalia: una abundancia de drones lanzados desde 1.600 kilómetros de distancia, que demorarían alrededor de ocho horas para llegar a destino, y un número limitado de misiles de crucero y misiles balísticos. La propaganda sionista se jacta de que los tres niveles de defensa de Israel bloquearon el ataque, pero la prensa internacional abunda en evidencias acerca del papel de las operaciones defensivas conjuntas de EE. UU., Francia, el Reino Unido, Jordania y, con seguridad, otros Estados árabes. Mientras unos destacan como una victoria política la neutralización del ataque, Irán se felicita a sí misma por haber penetrado parte del escudo defensivo y alcanzar una base militar de Israel. El periodismo que se considera especializado en cuestiones militares ya pronostica que el éxito demostrado por la defensa tendrá una fuerte repercusión en la guerra que se libra en Ucrania y en la defensa de Taiwán. Están advirtiendo, aunque no lo admitan, una mayor escalada de las guerras de la OTAN.

Con el remanido precepto de que “la venganza es un plato que se come frío”, el gabinete de guerra sionista ha empezado a “calibrar” su propia respuesta. Irán ha declarado que la consideraría una declaración formal de guerra. Putin ha advertido, en el entretanto, que apoyaría militarmente a Irán en caso de una agresión al territorio persa. Pero el ‘calibramiento’ en cuestión se discute también en Israel. Para la fracción liberal del sionismo, la articulación internacional para defender a Israel del ataque de Irán constituye una oportunidad para aislar a los Ayatolas, fortaleciendo las alianzas con los Estados árabes. Para ello sería necesario cesar la masacre en Gaza y liberar a los rehenes que hayan sobrevivido a esa masacre. Asimismo, sería necesario revitalizar a la Autoridad Palestina para que se haga cargo de la administración de los territorios ocupados. Para el ala ultraderechista, la oportunidad es otra: anexar Gaza y los territorios, acompañada de la intensificación de la guerra contra Hizbolla y los regímenes de Siria y Yemen. Pero la guerra ya ha dejado de estar localizada o de admitir soluciones locales. Curiosamente, Donald Trump ha asegurado, en una muy escueta declaración, que pondría fin a la guerra en todos los escenarios actuales. Para el magnate amenazado por diversos juicios penales, Estados Unidos debe concentrarse en preparar la guerra contra China.

La escalada bélica mundial ignora el crecimiento de la hostilidad popular a la guerra. En Ucrania se desarrolla un movimiento sordo, pero masivo, contra nuevos reclutamientos. Un estallido popular servirá de acicate para que ocurra lo mismo en Rusia y para que el repudio en los Estados de la OTAN alcance niveles de rebelión. Incluso en Israel, el choque entre las fracciones liberales y las ultraderechistas del sionismo ya se manifiesta en las calles. La destrucción del imperialismo y del capitalismo, mediante una serie de revoluciones proletarias, es lo único que puede detener esta marcha a la barbarie.

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