Biden y Netanyahu escalan la guerra en Medio Oriente

Escribe Jorge Altamira

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El viernes último comenzó una campaña internacional orquestada que atribuye a Irán la intención de desencadenar un ataque militar contra instalaciones de diverso carácter de Israel en el extranjero e incluso a su propio territorio. Biden dio a conocer, en base a informes de los servicios de seguridad de Estados Unidos, que la represalia de Irán al bombardeo de la embajada de ese país en Damasco, Siria, era inminente. En consecuencia, volvió a desplegar el portaviones nuclear Einsenhower en el Mediterráneo y puso en estado de alerta a las bases militares norteamericanas en la región. Netanyahu y su gabinete de guerra reaccionaron en forma similar; entre otras medidas, cancelaron las licencias del personal de reserva del ejército sionista. Varios cables de prensa atizaron la histeria bélica, al concluir que si Irán no respondía con rapidez, pondría en cuestión su “capacidad de disuasión” frente a Israel. Los países de la Unión Europea han activado todo su dispositivo de policiamiento para hacer frente a una ola esperada de terrorismo. El ataque de Israel a la sede diplomática de Irán en Siria, donde mató a comandantes de las fuerzas armadas iraníes, no es otro episodio más de los bombardeos a los que somete regularmente a Siria y a Líbano, pues las embajadas son territorios del estado o el país que representan. Ese ataque equivale a un ataque al territorio de Irán. Esta declaración virtual de guerra de Israel contra Irán, con el apoyo de Estados Unidos, varias veces anunciada, significa un salto cualitativo en la escalada de la guerra en Medio Oriente.

Con el pretexto de detener una represalia que pondría al Medio Oriente en una guerra generalizada, Biden pidió a China y Turquía para que disuadan de ese propósito al régimen de los ayatolas. El objetivo, en realidad, es hacer responsables a los gobiernos de esos países por cualquier acción militar de Irán –en especial a China, declarada enemigo “estratégico” por parte del Pentágono. China y Turquía fueron instrumentales en el acercamiento entre Irán y Arabia Saudita, que abrieron sedes diplomáticas en las capitales respectivas. El operativo hizo naufragar el propósito de EEUU e Israel de alcanzar reconocimiento diplomático entre Arabia Saudita y el estado sionista; esto bastante antes del ataque de Hamas a los poblados del sur de Israel. El efecto de este ‘estado de alerta’ de parte de Washington y Tel Aviv busca distraer de la masacre del sionismo en Gaza y de la oposición creciente a Biden, en Estados Unidos, por su complicidad con ese genocidio. Busca también justificar la extensión de la guerra a Cisjordania y el Líbano, y eventualmente a otras naciones envueltas en la guerra como ocurre con Yemen. Una escalada de represalias entre Irán e Israel es asimismo funcional a Netanyahu y su gabinete de guerra, cuyos objetivos en la masacre contra Gaza se encuentran cuestionados tanto al interior de Israel como por parte de varios estados de la Unión Europea y la Corte Penal internacional.

Entre los escasos comunicados que dio a conocer Teherán se destaca la intención de aplicar una represalia “calibrada”. El régimen clerical no quiere comprometer, en una escalada bélica descontrolada, los acuerdos políticos alcanzados con Arabia Saudita. Busca, por el contrario, deshacer aquellos que se han firmado entre algunos países árabes e Israel. El régimen iraní se encuentra acosado por un descontento popular que se ha manifestado en la forma de huelgas y levantamientos, y advierte que una derrota militar precipitaría su derrocamiento. Mientras los principales estados árabes han secundado a Israel en el genocidio contra Gaza, como es el caso de Egipto y Jordania, la movilización de las masas árabes contra el estado sionista y los suyos propios no han hecho más que acentuarse.

El propósito de escalar la guerra en Medio Oriente se produce en momentos en que la OTAN discute una escalada de la guerra contra Rusia, en el contexto de una disolución del ejército de Ucrania y una creciente rebeldía de la población contra el enrolamiento de nuevos contingentes a la guerra. El imperialismo mundial teme, cada vez más, que la guerra mundial que no cesa de agravarse dé paso a una gran rebelión popular.

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