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Desde el inicio de la invasión sionista a la Franja de Gaza, Israel intensificó sus ataques contra los aliados de Teherán en El Líbano y Siria. La política de agresiones tuvo un salto cualitativo a principios de abril, cuando por lo menos 13 personas murieron en los ataques aéreos contra el consulado iraní en Damasco, capital de Siria, entre ellas siete altos mandos de la Guardia Revolucionaria iraní. Aunque Israel no se adjudicó el atentado terrorista, cuatro funcionarios sionistas confirmaron off the record esa autoría al The New York Times.
"El ataque contra un edificio del consulado iraní no tiene precedentes. Tras una larga guerra en la sombra con Irán, Israel parece haber cambiado de estrategia", opinó Arash Azizi, experto en Oriente Próximo y profesor de la Universidad de Clemson, Carolina del Sur. Azizi especuló que los iranies darían “una respuesta moderada” para no ofrecer una excusa a una intervención de Estados Unidos, que permitiera que la invasión a Gaza escalara a guerra regional.
No obstante, los iraníes prometieron que no dejarían pasar la agresión y responsabilizaron a Estados Unidos y a Occidente por no “frenar” al régimen de Benjamin Netanhayu. “Quienes ayudan al régimen sionista están contribuyendo a provocar su propia destrucción”, apuntó el guía supremo iraní, el ayatola Alí Jamenei. El miércoles 10, Jamenei volvió a amenazar: "El malvado régimen cometió un error en este sentido. Debe ser castigado y será castigado".
Fuentes de la inteligencia norteamericana consideran que la respuesta de Irán será “inminente”. Y aunque en un principio los Estados Unidos tomaron distancia del ataque en Damasco, el presidente Joe Biden reiteró este miércoles que el apoyo de su gobierno a Tel Aviv es “férreo e inquebrantable. Haremos cuanto podamos para proteger la seguridad de Israel", agregó. De hecho, el máximo comandante estadounidense para Medio Oriente, el general Erik Kurilla, se encuentra en Israel para evaluar “las amenazas a la seguridad con oficiales militares”, según anunció el Pentágono.
El ejército sionista está en un nivel de alerta alta: anuló los permisos para todas las tropas de combate, llamó a filas a reservistas de la Fuerza Aérea y reforzó las defensas antimisiles (El País, 4/4). La población israelí agotó las existencias de generadores de electricidad, comida y coca cola en previsión de un ataque. Algunas líneas aéreas europeas suspendieron sus vuelos a Israel en tanto Estados Unidos instruyó al personal diplomático a no moverse de Tel Aviv o Jerusalén.
Después de 6 meses, el régimen de Netanhayu asesinó a más de 33.000 palestinos -la mitad niños-, sumió en la hambruna a 2 millones de personas y destruyó prácticamente toda la infraestructura y el 60 % de las viviendas de la Franja de Gaza. Pero no ha logrado ninguno de los propósitos que dijo perseguir: aniquilar a la resistencia palestina, matar a sus jefes en la Franja y recuperar a los rehenes israelíes a los que, como reprochan airadamente los familiares, dejó librados a su suerte.
El ataque al consulado en Damasco se enmarca en el propósito de por lo menos una fracción del sionismo de llevar hasta sus últimos extremos la limpieza étnica, expulsar a los palestinos de Gaza y Cisjordania, y extender el conflicto más allá de las fronteras obligando a una intervención militar directa de Estados Unidos y sus aliados.
Muchos alertan sobre el destino incierto de esa aventura. Experto en asuntos militares israelíes, el general en la reserva Yitzhak Brick ha escrito en el periódico Maariv que “Israel ha perdido la guerra con Hamás; Netanyahu está haciendo retroceder la ocupación israelí y conducirá a su colapso total”, afirma.
Brick sostiene que, si el ejército no logra devolver a algunos cautivos con vida, esta guerra se perfilará “como el peor fracaso en las guerras de Israel desde su fundación (…) Necesitamos hacer una pausa, regresar a los secuestrados y preparar al ejército para la guerra regional a gran escala (15/3).
Otro factor que alarma al imperialismo es el costo político de la masacre en Gaza, que ha corroído la adhesión a “la única democracia de Medio Oriente” desenmascarando a los ojos de millones el carácter históricamente genocida de la ocupación de Palestina.
En un año electoral, Biden teme que la oposición de los votantes demócratas a su apoyo incondicional al sionismo le reste en las urnas “mucho más que los votos universitarios”. En el Partido Demócrata se comparte la inquietud. A mediados de marzo, el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, hasta ayer una de las cabezas del lobby sionista, pidió que se convoquen nuevas elecciones en Israel y acusó a Netanyahu de priorizar su "supervivencia política" por encima de la de su país. Schumer, que es el funcionario judío de más alto rango en Estados Unidos, dijo que Netanyahu había "perdido el rumbo".
Sus declaraciones, respondidas airadamente por el lobby sionista norteamericano, que lo acusó de traición, marcan una fuerte escalada de las críticas desde Estados Unidos hacia el gobierno de Netanyahu y expresan el temor de que, como dijo Schumer, “la cantidad de bajas civiles en la Franja” pueden no solo “distanciar a los aliados” sino que convertir a Israel en un "paria global”.