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Todo intento de censura desde el aparato del Estado o el clero tiene como contrapartida una respuesta vigorosa de respaldo al censurado. Una tradición que abreva en lo mejor del espíritu democrático.
Los libros del programa Identidad Bonaerense, condenados como pornográficos por la vicepresidenta Villarruel y su armada Brancaleone familiarista y retrógrada, no fueron la excepción. Después de la brutal andanada, Cometierra, el libro de Dolores Reyes, que fue editado en 2019, quedó prácticamente agotado en las librerías.
Cometierra, contra lo que trataron de imponer con una furiosa campaña funcionarios y trolls en las redes sociales, NO es un libro erótico sino un libro sobre los femicidios. Sobre las infinitas violencias que viven las mujeres de la clase trabajadora en las barriadas, las más pobres, las que no tienen a donde acudir, las despreciadas por la Justicia.
Su protagonista es una chica pauperizada del conurbano que vive con un hermano que la cuida amorosamente, rodeada de los amigos del barrio que van a la casa de estos adolescentes solos a compartir alegrías, charlas y cervezas. La muchachita Cometierra tiene un don que le da el nombre: cuando come tierra, tiene visiones que le muestran qué pasó con los desaparecidos, en general desaparecidas, mujeres asesinadas por sus maridos. Así se entera de que su mamá fue muerta por la pareja, que huyó y está impune.
Cuando se corre la voz, mucha gente desesperada se acerca a pedirle que trate de “ver” donde están sus desaparecidos o qué les pasó a sus muertos. Gente como ella comienza a dejarle en el jardín botellitas de tierra con un teléfono. Cometierra es una vidente a su pesar, que padece enormemente física y emocionalmente lo que ve. Sus visiones la atormentan, se conecta con las muertas, con su enorme sufrimiento. El abrazo del hermano, la compañía de los amigos, son el consuelo.
La escena erótica que Villarruel y sus secuaces no pueden soportar es un intenso encuentro sexual con el chico que quiere y que la quiere. Una escena de sexo oral entre dos adolescentes, consensuada, que ocupa media página de todo el libro. Y que muestra que las asperezas del erotismo no tienen nada que ver con la violencia. Y, agrega quien suscribe, que la violencia no tiene nada que ver con las asperezas del erotismo. Cometierra, la novela, enseña sin proponérselo. ¿Se puede brindar algo mejor a los adolescentes en un contexto de noviazgos violentos y una muerta cada 30 horas?
En un lenguaje tan brutal como poético, la novela de Reyes denuncia de facto el enorme desamparo, la indiferencia del Estado con los más pobres, la falta de acceso a la Justicia, la complicidad del poder con los violentos. Que la novela refleja una dramática problemática social que no conoce fronteras es evidente: fue traducida a 12 idiomas.
En alguna entrevista, Reyes contó: “Algunas personas piensan que yo soy Cometierra; otras, que tiene una existencia real y la conozco. A veces se olvidan de mi nombre y me paran por cualquier lado: '¡Cometierra!', me gritan. También me preguntan por la vidente, porque la necesitan para resolver algún problema. Eso es duro. Porque ahí atrás viene generalmente la historia de una mujer desaparecida”. (Clarín 21/4/23)
Milei repudió fragmentos de Cometierra sin tener la menor idea sobre lo que versa. Villarruel puso en su Instagram dos párrafos que atribuyó a Cometierra cuando en realidad el primero correspondía a Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. Una novela extraordinaria y multipremiada que cuenta el Martín Fierro desde la perspectiva de la mujer del gaucho.
Son las obras que el gobierno salió a denunciar como pornografía. Las hayan leído o no, no les falló el olfato represor. Cuando la literatura da estatura artística a la barbarie en la que vivimos abre también los caminos para la comprensión política.
Las lecturas colectivas se multiplicaron en todo el país a partir de que más de un centenar de escritores convocaron el sábado 23, en un desbordante Teatro Picadero, a una "lectura colectiva" de Cometierra. Cada uno leyó un párrafo. Tras poco más de dos horas intensas, la jornada terminó con una Dolores Reyes emocionada que gritó: "¡Aguanten los libros siempre!".
“Estábamos allí para defender que no se prohíba este libro, que no lo saquen de las bibliotecas escolares, secundarias y de institutos docentes", señaló Claudia Piñeiro, una de las organizadoras.
Dolores Reyes sabe de lo que habla en carne propia. Es madre de siete hijos y, antes de dedicarse a la escritura, trabajó como docente en escuelas públicas de los barrios sobre los que escribe, compartió las penurias de sus alumnos y de las familias.
En una entrevista, Ernesto Tenembaun le preguntó qué le diría a Villarruel. Primero dijo ¡Nada! Pero después agregó: "Que conteste dónde están los bebés que todavía se están buscando en Argentina". Reyes, otra visionaria a su modo.