Escribe Jorge Altamira
Acerca de un editorial del Economist
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La revista inglesa The Economist dedicó la tapa de su última edición a Javier Milei. El propósito, como se lee en la bajada, es diferenciar al liberticida argentino de aquellos de otras partes del mundo, como el húngaro Orban, la ultraderechista Le Pen y hasta el neonazismo alemán, pero por sobre todo advertir a Trump contra la implementación de una guerra comercial, que perjudicaría también al Reino Unido, y contra sus declaraciones “dictatoriales”. El editorial, “Lecciones desde Argentina”, ofrece el titular a la afirmación de Milei – “Mi desprecio por el estado es infinito”. Un libertario puro y duro.
La argumentación del editorial de esta revista bicentenaria es, sin embargo, sorprendentemente torpe. Como es público, Donald Trump ha designado a Elon Musk, en una peculiar cartera de desregulación, que tendrá atribuciones más catastróficas que las que Milei asignó a Sturzenegger, a quien la publicación le otorga el estatus de “calificado ministro”. Como los Caputo y las Pettovello, Musk quiere reemplazar el servicio civil del Estado por una administración pública a cargo de consultoras privadas. Las similitudes saltan a la vista, más cuando Trump ha declarado que designará a sus ministros “en comisión” por decreto, como Milei con la cobertura de puestos en la Corte Suprema, para saltarse la confirmación por parte del Senado.
The Economist defiende a Milei como un principista del libre mercado, cuando se trata de lo contrario. Devaluó el peso en una magnitud extraordinaria, no liberando el mercado de cambios, sino por medio de una resolución que reforzó el cepo cambiario. Esto le permitió ejecutar otra medida estatista enorme, como ha sido congelar jubilaciones y salarios luego de desencadenar una inflación del 25 % en diciembre y enero pasado. También utilizó el garrote del estado para incumplir con el pago de las obras públicas, algo que la Justicia, de haberla, debía haber declarado como default. También por medios estatales transfirió al Tesoro la deuda del Banco Central con los bancos, lo que comporta una confiscación sin precedentes de los contribuyentes. Con esos mismos medios despóticos ha rifado las reservas potenciales en divisas para bajar la cotización del dólar y aumentar de ese modo la rentabilidad de los acreedores en pesos del Estado. Esta deuda se valoriza día a día gracias al ‘encepamiento’, que evita una corrida cambiaria. The Economist bautiza como libre mercado al estatismo del capital financiero. Como vocero del mercado de valores de Londres, saluda el ejercicio de la dictadura estatal como un caso de militancia liberal. Milei orilla el estado de excepción, que es el estatismo concentrado en una persona, cuando deroga por decreto una ley, como ocurre con los artículos de la ley de administración financiera. El despotismo, en este caso, apunta a ofrecer un canje de deuda extranjera aumentando la tasa de interés que deberán pagar los contribuyentes.
La Bolsa de Londres levanta su protesta porque Donald Trunp, a diferencia de Milei, se propone gravar fuertemente la importación, mientras Caputo, el libretista de Milei, reduce esos impuestos. La dislocación del comercio internacional disloca las operaciones financieras, aunque hay financistas que aseguran que sólo altera las primas de sus riesgos, o sea, de sus quiebras. Pero el propósito del norteamericano tampoco es recentrar la producción industrial en Estados Unidos, en una suerte de “capitalismo en un solo país”. Se quiere servir de esos instrumentos para coaccionar a los competidores y rivales a que se subordinen al monopolio tecnológico norteamericano. Es aquí donde intervienen Musk y los otros capos de Silicon Valley, y de donde emana la tendencia a una guerra mundial –más catastrófica que todas las conocidas-. Y es aquí donde interviene Milei con su pacto de guerra con el sionismo y la intención de integrar la producción de materias primas y de la industria a las cadenas de producción del imperialismo norteamericano.
El editorial de la publicación inglesa se reitera, curiosamente, en la advertencia de que a Argentina “todavía todo le puede salir mal”. Argentina lo sabe por experiencia propia, porque es lo que le ocurrió a los planes de las numerosas dictaduras que tuvo que soportar y a los que implementaron las pseudodemocracias que las siguieron. Es el FMI y la prensa inglesa quienes más advierten de un estallido del descomunal endeudamiento internacional público como privado. El editorial que funge como una solicitada paga del gobierno argentino, señala que Milei ha llevado el endeudamiento del estado argentino del 60 al 100 por ciento del PBI, en otra manifestación del “desprecio” que la revista y Milei comparten con ese aparato guardián del sistema capitalista. Ocurre que The Economist, como todo el capital internacional, no ha superado el trauma Liz Truss, la primera ministra inglesa admiradora de Milei, que en octubre de 2022 fue eyectada del gobierno por la Bolsa de Londres, cuando su motosierra liberal estuvo a punto de quebrar todo el sistema financiero del Reino Unido en sólo 45 días de gestión. En efecto, “todavía todo puede salir mal”.
Una ‘ley’ que ha circulado desde hace añares en Estados Unidos, la ley de Murphy, asegura que lo que puede salir mal, va a salir mal con toda certeza.