Escribe Jorge Altamira
La “motosierra” del capital financiero.
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La disputa electoral en Estados Unidos no estaba tan cabeza a cabeza como coincidía el 99 % de las encuestas. Donald Trump ganó en los estados-bisagra y en votos a nivel nacional. En Nueva York, un bastión del Partido Demócrata, los republicanos obtuvieron el mayor número de votos en décadas. El llamado de Kamala Harris a ir a votar (“we vote, we win”) se convirtió en un búmeran, porque la mayor afluencia electoral favoreció a su rival. El elevado número de delitos por los que debería comparecer ante la Justicia tampoco afectó a Trump, que ahora se beneficiará de una norma votada por la Corte Suprema de mayoría derechista, que ha suspendido la ley criminal para presidentes en ejercicio. El desenlace electoral culmina una crisis política que se había manifestado con mucha antelación, ante la evidencia de que Biden no reunía las condiciones para un segundo mandato. La posibilidad de retirarlo de la competencia electoral se adoptó con mucha demora, por el temor de que creara una vacancia de facto del poder en medio de guerras internacionales y de crisis políticas en varios países. La designación de Harris como candidata, sin pasar por el período de confrontación y selección en las primarias, privó al Partido Demócrata de una compulsa de alternativas y le endilgó a la misma Harris el anatema de un títere del aparato partidario.
El retorno al poder de un candidato abrumado de demandas judiciales y de la responsabilidad de un intento de golpe de Estado -que incluía el asesinato de miembros del Congreso y de su exvicepresidente- es un hecho excepcional. Pero el propio Estados Unidos atraviesa una situación extraordinaria, como es el retroceso imparable de la primera potencia capitalista del mundo. Trump se ha vuelto a presentar como una alternativa de tránsito del bonapartismo al fascismo, como un recurso extremo, aunque no último; a los 77 años, ese lugar podría ocuparlo, controversialmente, su compañero de formula, JD Vance. Trump ha planteado una deportación masiva de inmigrantes y la infiltración masiva de las instituciones del Estado por camarillas de derecha, desde los servicios de Inteligencia y espionaje, hasta los organismos de supervisión impositiva, con acceso a las cuentas de los ciudadanos. Más de una vez ha declarado su intención de gobernar con la ley marcial.
Trump es la expresión política de la declinación del imperialismo norteamericano. Estados Unidos ha cedido a China el primer lugar en el comercio internacional y en cuanto al PBI. En el primer punto se encuentra por debajo del 25 % del intercambio, aunque se realice en dólares en un 60 % y tenga el 75 % de las reservas internacionales. Sigue en el primer lugar del PBI cuando es medido en dólares, pero es segundo de China en términos de poder adquisitivo. El recurso a los aranceles de importación frente a China muestra un país a la defensiva, que recurre por otro lado a multiplicar las sanciones financieras. La potencia de alcance global está quebrando las cadenas internacionales de producción, que cuenta con la presencia de China en cualquiera de sus eslabones.
Este retroceso se convierte en derrumbe cuando se cuentan las guerras perdidas o que han concluido en manifiesto fracaso. El ejército norteamericano ha sido puesto en fuga por los campesinos musulmanes de Afganistán. El pronóstico de Biden de que la OTAN no pararía en la guerra de Ucrania hasta llegar a Moscú, pronunciado en un discurso en Polonia, en 2022 ante tropas de Estados Unidos, luce de otro modo al cabo de tres años de guerra imperialista. Los rechazos a la conscripción y las deserciones amenazan con acabar con el gobierno de Zelensky y con el Estado ucraniano. Semejante cráter en la nación más grande de Europa encadenaría crisis generalizadas en todo el continente, incluida Rusia y, por sobre todo, Estados Unidos. Para las próximas semanas se espera la dimisión del gobierno de Olaf Scholz, en Alemania, y el adelanto de las elecciones. Macron y Pedro Sánchez viven contando sus días. Trump ha prometido salir de este enorme impasse estratégico, sin entrar en mayores detalles. Lejos de un adalid de la paz, el propósito es proceder a un reagrupamiento de fuerzas de un imperialismo en retroceso, para emprender guerras decisivas, concretamente contra China.
La victoria de Trump está asociada al empobrecimiento de la población trabajadora, en un proceso que lo emparenta a Milei. En efecto, Estados Unidos ha dominado la inflación con tasas de interés punitivas y producido un crecimiento promedio del 3 % anual en nueve meses seguidos. Pero los consumidores no han recuperado el poder adquisitivo que perdieron durante la pandemia y la inflación subsiguiente. En cuanto al crédito, al consumo y las hipotecas, la situación ha empeorado. No es lo que ha ocurrido con la Bolsa, que se ha valorizado un 60 % anual, que en el caso de las tecnológicas llega a los tres dígitos. Todo esto ha creado un nuevo patrón de distribución del ingreso. A diferencia de su gestión anterior, Trump ya no habla de proteger al “cordón oxidado” de las viejas industrias; ahora es el representante de los pulpos de Silicon Valley y de la economía digital, el campo de enfrentamiento con China –semiconductores, autos eléctricos, energía limpia- sin excluir, todo lo contrario, a las grandes petroleras, que son el arma de lucha contra la OPEC, Irán y Rusia, exportadoras de combustible a China. Para financiar los gastos de capital de este “capital tecnológico”, se ha comprometido a una baja extraordinaria del impuesto a las ganancias y otras formas de rédito patronal. Trump va a llevar al déficit fiscal a arriba de los 3 billones de dólares y a la deuda pública bien por encima del 120 % actual del PBI (a los 50 billones). Es un programa de guerra internacional contra los trabajadores. Trump va a crear, para el magnate Elon Musk, una secretaría de “desregulación”, como la que Milei inventó para Sturzenegger. Una piedra libre contra los derechos de los trabajadores. Trump promete convertir al dólar en un arma de guerra contra la competencia extranjera, mediante la devaluación dirigida; convertirá a la Reserva Federal en una dependencia del Gobierno, como lo han hecho Caputo y Milei. La Bolsa de Nueva York celebró la victoria de Trump con una fuerte suba de acciones, pero con un caída de la deuda publica, luego de un corto aumento al comienzo de la rueda bursátil. Las novedades para adelante serán la hiperinflación y un aumento fuera de serie del oro.
La lectura de la elección, por casi todos los medios de comunicación, ha vuelto a adoptar el modelo de ‘explicación’ clásico: la ‘culpa’ la tiene el gobierno saliente y el o la candidata que perdió. Existe la intención manifiesta de evadir una explicación de conjunto, sistémica, más aun, histórica. El régimen bonapartista, o sea, antidemocrático, donde el arbitraje político en la sociedad recae sobre un poder personal, es la expresión de que la sociedad capitalista ha entrado en un desequilibrio estructural, cuya tendencia última es el fascismo. La decadencia de la principal potencia imperialista es la decadencia del capitalismo como tal. China no cae fuera de esta decadencia; simplemente ha recorrido a una velocidad mayor el curso histórico del capitalismo. Ha entrado en una crisis, cuyas salidas engendran un enfrentamiento militar con sus rivales planetarios. La restauración capitalista ha llegado al tope de sus posibilidades en un sistema mundial en agonía. Esta tesis fundamental de la IV Internacional ha sido confirmada por la historia concreta.
Este cuadro histórico lleva a la creación de situaciones revolucionarias. Las “catástrofes” del capitalismo tienen una contrapartida dialéctica ineluctable. Se trata de convertir en ineluctables las victorias revolucionarias, que dependen en altísimo grado de la preparación y organización de la clase obrera de todos los países.