Escribe Jorge Altamira
Tiempo de lectura: 4 minutos
El escenario político norteamericano, a pocas horas de las elecciones del 5 de noviembre, ha crecido en términos de violencia política y polarización. Donald Trump, en uno de los actos de campaña más importantes, basureó a la población de Puerto Rico y se comprometió a deportar a once millones de inmigrantes. Uniendo la palabra a la acción, un grupo de ‘trumpistas’ prendieron fuego a tres urnas, en diferentes localidades, que recogen los votos que se emiten por adelantado. Kamala Harris, su contendiente, acabó pronunciando el vocablo fatal: “fascismo”. Para algunos comentaristas, la candidata habría cometido un error de campaña, como es meter miedo con el rival en lugar de infundir confianza en los planteos propios. Pero Harris no ha ofrecido, ni tardíamente, un programa de lucha contra el fascismo. Todo el mundo coincide en que habrá un final reñido, que reeditaría la violencia que rodeó a las elecciones Bush-Gore, en el 2000, y la tentativa de golpe de estado de Trump en enero de 2021, incluido el intento de asesinato del vicepresidente Mike Pence (que no quiso plegarse al golpe) y de Nancy Pelosi, la entonces presidenta de la Cámara de Representantes. La violencia de la campaña de Trump es una preparación para esa circunstancia.
Así lo presentan, precisamente, destacados exponentes del capital financiero. “Si Trump”, escribe Martín Wolf, editorialista del Financial Times (30.7), “lograra designar a leales devotos para el departamento de Justicia, las agencias de Inteligencia y el Servicio Interno de Recaudación, podría proceder a perseguir enemigos sin restricciones….Con el control de las Fuerzas Armadas podría libremente declarar la ley marcial”. Es lo que ha estado haciendo exactamente, comentario aparte, Milei, que ya maneja el ministerio de Justicia con la AFI y la AFIP. La Corte Suprema de EEUU, que ya tiene mayoría trumpista, ha establecido que un presidente en funciones no se encuentra alcanzado por la ley criminal. Para reforzar su planteo, Wolf añade que Trump "es por lo menos 'fascistizante' y puede ser llamado, creíblemente, un fascista". Cita al ex jefe del cuerpo de 'Marines' de la Armada norteamericana, John Kelly, para quien Trump "reúne la definición de un fascista".
Estas caracterizaciones 'extremas' de personajes insospechables no explican el fenómeno que describen de un modo simplista. El régimen político norteamericano y el monopolio del sistema bipartidario capitalista se encuentran sacudidos por la declinación histórica de la primera potencia capitalista, o sea del capitalismo en su conjunto. Es lo que se manifiesta en el desarrollo de la presente guerra mundial, que es la expresión del estallido de las contradicciones del capitalismo, como un sistema históricamente determinado. El impasse catastrófico de la guerra en Ucrania y la guerra genocida en Palestina y Líbano, consentida y animada por todo el imperialismo mundial, han hecho saltar los tapones en los regímenes políticos de los principales países. La guerra, naturalmente, agrava las condiciones de vida de las masas. Mientras la Reserva Federal norteamericana reivindica el descenso de la inflación, el servicio de estadísticas esconde la consolidación de la carestía en la llamada postpandemia, y el ocultamiento del encarecimiento de la vivienda, el mayor rubro del gasto familiar, que no es recogido en el índice de precios. En cuanto a Europa, el hundimiento de la industria automotriz ha desatado una ola de cierres de fábricas y cortes de salarios. En otro aspecto, el crecimiento comercial de China asesta un duro golpe a sus rivales internacionales, mientras China misma es golpeada por una crisis financiera y una crisis de sobreproducción, que ha llevado al gobierno a subsidiar con decenas de miles de millones de dólares el ingreso de capitales a las Bolsas de Shanghai y Shenzen. La clase dominante de Estados Unidos da por descontado que el imperialismo norteamericano deberá ir a la guerra contra China.
La lucha de clases en Estados Unidos se ha ido acentuando. Hay huelgas en todas las industrias, en forma sucesiva. La burocracia de los sindicatos, un pilar del imperialismo, ejerce más que nunca su función de carnera, pero con márgenes que se estrechan, porque crece la militancia obrera. El proteccionismo industrial que Trump promete llevar a niveles sin precedentes, en la guerra geopolítica con China, afectará el costo de vida y el costo de producción de Estados Unidos. La rebaja de impuestos a las corporaciones, otro compromiso, afectará a un deficit fiscal, que se acerca al 10 % del PBI y a tres billones de dólares, y a una deuda pública, de aproximadamente 35 billones de dólares, que representan el el 120 % del Producto Bruto Interno. El destino del dólar, como moneda internacional, está jugado, sin que otra divisa opere en su reemplazo. La transición será signada por una quiebra de las cadenas de valor y una fragmentación del comercio mundial.
La política contrarrevolucionaria que la clase dominante necesita imponer en Estados Unidos, se manifiesta en el apoyo de los capitales de tecnología a Trump. Personajes como Elon Musk, que apoya a Trump, ha sido asociado, por su papel en el sistema de redes satelitales, al sistema de espionaje norteamericano, por el gobierno actual. Estamos todavía, sin embargo, a nivel de la “carta de intenciones”; el gran capital tendrá que conquistar los recursos para su política por medio de una guerra contra la clase obrera, incluso a nivel internacional. El fracaso del primer gobierno de Trump ha demostrado lo que varias veces hemos señalado desde estas páginas -que el fascismo deberá encontrar la forma de su desarrollo a través de crisis inmensas y una aguda lucha de clases-. Trump representa a la lumpen burguesía dentro de la red del gran capital.
En las vísperas del comicio, es claro que las urnas no servirán para atenuar la crisis política ni para calmar las aguas; todo indica que podría ser un ‘remake’ multiplicado de la crisis de enero del 21, aunque esta vez Trump no tiene las riendas formales del Estado. Es necesario armar al proletariado norteamericano de un programa, pero también de consignas precisas en condiciones de virajes políticos abruptos. La clase obrera debe defender la democracia política y sus derechos con sus propios métodos: los piquetes antifascistas, las manifestaciones y las huelgas. Es, precisamente, lo que buscarán evitar los caciques del Partido Demócrata, incluida, especialmente, su ‘izquierda’, y la burocracia de los sindicatos, algunas de cuyas fracciones apoyan a Trump.