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Jorge Fischer y Miguel Ángel Bufano, jóvenes militantes de Política Obrera y delegados de la fábrica de pintura Miluz, fueron asesinados por la Triple A el 13 de diciembre de 1974, cuando tenían 23 y 25 años respectivamente. Fischer era entonces miembro del Comité Nacional del partido. Un comando de la Triple A los secuestró cerca de la fábrica. Dos días después aparecieron acribillados por cuarenta balas en un basural de la zona sur del Gran Buenos Aires.
Política Obrera explicará en sus páginas que la política desarrollada en fábrica por nuestros compañeros “se basó en educar y organizar a los trabajadores de Miluz en la unidad de clase y la independencia de todo sector burgués. Con esta orientación, Miluz alcanzó su más alto nivel de organización sindical antes y después del asesinato de nuestros dos compañeros. La democracia sindical existente, el nivel de conquista alcanzado, la unidad obrera antipatronal y antiburocrática alcanzada fueron producto de la orientación llevada por nuestro partido. Sólo mediante el más despiadado terror podía la burguesía intentar liquidar este proceso”.
La actividad de Fischer y Bufano se desarrolló en un contexto excepcional: Juan Domingo Perón había vuelto al país luego de un largo exilio para estrangular el ascenso obrero que se había iniciado con el Cordobazo.
El 20 de abril de 1974, las comisiones internas de Acindar, Metcon y Marathon convocaron a un plenario nacional de sindicatos, comisiones internas, cuerpos de delegados, corrientes sindicales y activistas antiburocráticos, en apoyo a la recuperación de la seccional de Villa Constitución de la Unión Obrera Metalúrgica.
Había emergido una nueva ola de luchas: Panam, Insud, Banco Nación, ATE Rosario y numerosas más. Política Obrera sostenía que “el plenario será una gran oportunidad, después de mucho tiempo, para que centenares de activistas antipatronales y antiburocráticos, lo mejor de la clase obrera, se reúnan para discutir los métodos y coordinación para luchar contra la política de miseria y represión creciente que impulsa el gobierno nacional”.
En ese cuadro, la comisión interna de Miluz dio mandato a Jorge Fischer para concurrir al Plenario de Villa Constitución. Fischer planteó la necesidad de la más estricta independencia política de los sindicatos, o sea, del peronismo, respecto al Estado y la independencia política de la clase obrera. Fischer y Bufano defendieron que el plenario de Villa Constitución debía ser el inicio de la construcción de un Frente Nacional Clasista, es decir, una coordinadora nacional que centralice a los miles de activistas, sindicatos y cuerpos de delegados antiburocráticos que se encontraban encabezando luchas en todo el país. Como primera medida, en defensa de Acindar, propusieron un acto conjunto para el 1° de Mayo. Bajo la presión de algunos importantes dirigentes del movimiento obrero, como Agustín Tosco y René Salamanca, pero también buena parte de las organizaciones de izquierda, el Plenario rechazó el planteo. Desde que el gobierno militar eligió la salida de promover el retorno de Perón, las direcciones de izquierda de la época (el Partido Comunista, el PRT-ERP y el PST morenista) se oponían a cualquier acción o planteo que, en su entendimiento, chocara con el llamado “sentimiento peronista de las masas”. El eufemismo, ya utilizado por el movimiento clasista de Sitrac-Sitram, simplemente consagraba el seguidismo al regreso de Perón, cuyo propósito político contrarrevolucionario era poner fin al ciclo abierto por el Cordobazo. El fracaso de ese intento de contención civil de los trabajadores marcaría la cuenta regresiva hacia el golpe militar del 24 de marzo de 1976.
El acto del 1° de Mayo escenificará esa política contrarrevolucionaria: Perón ataca abiertamente a la Juventud Peronista y a Montoneros. Lo que la historiografía oficial presentará como “una expulsión” de Montoneros de la Plaza, por parte de Perón, fue en realidad un retiro masivo de la base de la JP, que forzó a la dirección de Montoneros a seguirla. Para esa fecha, Perón ya había propiciado tres golpes de Estado: el que expulsó a Cámpora y Solano Lima y entronizó a Lastiri, el vicepresidente lopezreguista del Senado, y otros dos que hicieron lo mismo con el gobernador bonaerense Bidegain, reemplazado por su vice, el burócrata metalúrgico Calabró, y luego al gobernador y vice de Córdoba –Obregón Cano y el sindicalista combativo Atilio López-. En este último caso, Perón se valió de una asonada de la policía de la provincia.
Un mes más tarde, Perón convocaría a un nuevo acto en Plaza de Mayo, para el 12 de junio, en un intento aparente de cerrar las heridas con “los imberbes” con quienes había chocado el 1° de Mayo. Así, al menos, lo interpretó la dirección de Montoneros, sin contar con ninguna evidencia concreta, porque la camarilla lopezreguista se había afianzado más en el poder. La burocracia del sindicato de la Pintura fue, naturalmente, de la partida.
La Comisión Interna de Miluz contaba, en ese momento, con una mayoría clasista de tres miembros sobre cinco, debido al pasaje de Héctor Noriega, del peronismo, a las posiciones de Fischer y Bufano. Los compañeros advirtieron de inmediato la encrucijada política que les planteaba la convocatoria de Perón, apoyada por la CGT y la Juventud Peronista-Montoneros. ¿Cómo debía materializarse el planteo de la independencia de clase en una circunstancia semejante? Algo más todavía: ¿cómo cobraba continuidad la lucha política de nuestro partido, en la clase, contra el gobierno contrarrevolucionario del peronismo? En esa época y por supuesto en toda nuestra trayectoria, hemos seguido el método de confrontar nuestras tesis políticas con la práctica. Después de todo, era estratégicamente necesario confrontar la lucha por un partido obrero no ya con el peronismo, sino con el mismo Perón, dentro de la clase obrera misma. Los compañeros se reunieron de inmediato con nuestro dirigente, Jorge Altamira, para comprometer la responsabilidad política de nuestro partido. Todo el escenario descripto da cuenta de la conciencia de Jorge y Miguel Ángel de que vivíamos una experiencia histórica.
Ajenos, como siempre, a todo ultimatismo, concluimos en que, en primer lugar, la decisión debía ser tomada por las ocho secciones de la fábrica, mediante las respectivas asambleas; es decir, lo contrario del método de la burocracia sindical de Zambeletti. Si la fábrica decidía ir a la Plaza, íbamos todos unidos –no por seguidismo al peronismo y a Perón, sino por decisión de una mayoría luego de un debate y discusión-. Como se acostumbra a decir: “Sectarismo, las pelotas”. Pero, a diferencia de aquellos que convocan “a las bases a decidir” rehuyendo su propia responsabilidad, decidimos -los compañeros y nuestro partido- denunciar el carácter embaucador de la convocatoria y llamar a no concurrir en base a un programa de clase. Íbamos a vivir la experiencia de una lucha directa de los socialistas con Perón, el Estado y la burocracia sindical.
Con esa finalidad, Altamira, Fischer y Bufano redactaron un volante, que terminó siendo una declaración política relativamente extensa, en función de la jerarquía del momento político. La Interna decidió, por mayoría, pegar de inmediato el volante en la cartelera sindical y repartir el texto en forma masiva. La declaración fue discutida por las asambleas de las ocho secciones de la fábrica, con la participación de numerosos oradores. El resultado a favor del boicot al acto de Perón fue de siete secciones contra una. Los trabajadores de Miluz votaron “no firmarle un cheque en blanco a la patronal y al pacto social y presentar las reivindicaciones de las distintas secciones”. Veinte días antes del fallecimiento de Juan Domingo Perón pudimos pulsar la conciencia de clase de la clase obrera, cuando esa conciencia fue confrontada con un planteo político claro y consecuente. Los historiadores recogen de esa jornada la última expresión de Perón: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. Política Obrera se llevó una gran enseñanza de política revolucionaria, tanto contra el nacionalismo patronal como contra la contrarrevolución nacionalista de la Triple A.
La represalia paraestatal no se demoró, en especial la que contaba con la participación o complicidad de la burocracia sindical. “Con el ascenso del gobierno peronista, explicaba Política Obrera, la burocracia sindical se ha integrado totalmente al Estado capitalista. No sólo ha unido el destino de las organizaciones obreras al carro de la burguesía, sino que ha sido uno de los artífices principales de la política de represión, regimentación y postergación social dirigida contra los trabajadores. Apoyó la existencia del Pacto Social y el actual proceso de carestía, apoyó la ley de prescindibilidad y el despido de centenares de trabajadores estatales, avanzó en la regimentación de las organizaciones sindicales y en la represión del activismo obrero independiente, interviniendo al SMATA y Luz y Fuerza de Córdoba, a la Federación Gráfica Bonaerense de Buenos Aires, etc. Y fue cómplice constante y parte de los atentados terroristas contra el activismo obrero independiente”. A la nueva generación, estos conceptos no les resultan extraños.
Un comando de la Triple A asaltó la casa de los padres de Jorge. Política Obrera decidió que los compañeros pasaran a la clandestinidad (“en plena democracia”, como se empezó a decir más tarde), mientras mantenían el contacto con la fábrica por medio de diversos correos. La burocracia de Pedro Zambeletti participó activamente en esta persecución criminal. Política Obrera denunciaría, luego de los asesinatos de Jorge, Miguel Ángel y, finalmente de Héctor Noriega (también en situación de clandestinidad), que “frente a las amenazas que recibiera Fischer el sindicato no tomó ninguna medida; por el contrario, fueron los hombres de la burocracia quienes atacaron públicamente y amenazaron a Fischer en la fábrica. Cuando se produjo el asesinato de Jorge y Miguel el sindicato también quedó paralizado y se negó explícitamente a movilizarse”.
Dentro de las decenas de miles de compañeros y luchadores asesinados y desaparecidos por el gobierno peronista y la dictadura militar, Fischer, Bufano y Noriega ocupan un lugar histórico propio: haber movilizado políticamente a la clase obrera “peronista” contra el régimen contrarrevolucionario de Perón, en nombre de una política obrera independiente, socialista y revolucionaria. Ha pasado medio siglo, pero el legado que nos dejaron sigue más vivo que nunca.