Escribe Marcelo Ramal
Un recurso de la “inteligentzia” ‘trotskista’ para adaptarse al gobierno liberticida.
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Fernando Rosso, fundador de La Izquierda Diario -el portal auspiciado por el PTS- es actualmente columnista semanal del diario Perfil, que destaca sus notas políticas bajo el rubro “Redacción”. “La Izquierda Diario” los reproduce en su muro con frecuencia.
La última contribución de Rosso no admite dudas desde su mismo título: Milei, dice Rosso, “es el pasado”. Rosso declara literariamente fenecido al experimento liberticida sin la necesidad de una lucha decisiva de la clase obrera, que atraviesa, precisamente, una crisis política en cuanto a ese cometido. La deducción tranquilizadora de Rosso se extiende a toda la derecha mundial, y en especial a Trump, a quien también lo priva de “futuro”. Rosso se adjudica una victoria anticipada en una batalla que no ha emprendido ni que -por lo visto- está dispuesto a dar. El planteo, que suena demencial, tiene su historia y su explicación. La corriente a la que pertenece ya había caracterizado, en enero de 2021, que la burguesía norteamericana ‘prefería’ a Biden y no a Trump; a la democracia y no a un régimen de excepción; y que el golpe de Estado de aquel momento no representaba otra cosa que la acción de una turba. Es inevitable que esto nos traiga a colación la posición del PST, en 1975/6, cuando aseguró que no podía haber un golpe de Estado, y luego, con el golpe triunfante, que enseguida convocaría a elecciones. El método de Rosso tiene un largo recorrido.
Rosso instala la muerte retórica de Milei. Para graficar su planteo escribe que cuando “las nuevas generaciones” (...) comiencen a construir verdaderamente un futuro tendrán al libertarianismo en la vereda de enfrente o lo dejarán arrumbarse tras sus espaldas en el basurero de la historia”. Pero eso sólo podría ocurrir si esas nuevas generaciones combaten y derrotan a Milei, de lo contrario envejecerían sin pena ni gloria y darían paso a otras generaciones nuevas, y en todo caso no entenderían el derrumbe de Milei que se ha producido no por sino a pesar de ellas. El resurgimiento del fascismo a nivel internacional es una prueba de que el basurero de la historia sólo acoge a los cadáveres que fueron enviados allí por una revolución definitivamente triunfante, o sea a escala internacional. La retórica plagiada del “basurero” presenta a la superación política de Milei o la ultraderecha como el descarte de un producto fallado, no como un salto histórico-práctico de las masas. Rosso archiva a Milei en su imaginación, mientras Milei mismo se hace cargo de las decenas de miles de asesinados en Gaza, en la guerra genocida del Estado sionista, y desata una ofensiva contra el ‘antisemitismo’ de quienes luchan contra la continuidad de la masacre. El gobierno liberticida ha abolido al 70% del derecho laboral vigente en la Argentina. Podó salarios y jubilaciones en el 30% de su poder de compra y promovió el despido de 200.000 trabajadores formales. El señalamiento de un Milei que se “arrumba” en el “basurero de la historia” no es una manifestación de optimismo, como sí lo sería la certeza de que la clase obrera ajustará cuentas en tiempo razonable con el fascista. Es una expresión de aguda pasividad y de adaptación a los hechos consumados. No dice nada que no hubiera dicho Cristina Kirchner: en 2027 volvemos nosotros, como lo hicimos en 1972, en 1989, en 2003 y en 2019. El oficio del “tempismo”. Rosso representa la política de una corriente que se considera a si misma como revolucionaria.
Rosso ha reemplazado a la lucha de clases por otro antagonismo -entre “pasado” y “futuro”. Califica a las “derechas actuales” como “extremadamente conservadoras”, el “retorno a los valores tradicionales”, a “restaurar la familia” o “las identidades perdidas”. Derechas auténticas habrían sido las de antes, que defendían exactamente lo mismo, pero agregaban las cámaras de gas. Milei, reprocha Rosso, tiene el retrovisor en la oligarquía de los 80; Trump en los anexionistas de México (1848) y en los plantadores del sur de Estados Unidos. No miran el futuro, “no la ven”. Pero Rosso mismo no dice nada acerca del futuro, porque en ese caso hubiera debido referirse a la victoria definitiva de la dictadura del proletariado, o sea a la Comuna de París y a la Revolución de Octubre. La vara de Rosso acerca del pasado, manda al archivo la revolución socialista. La lucha por el futuro, sin embargo, viene del pasado más lejano, del carácter gregario del ser humano, de la existencia individual como relación social; pasado y futuro se relacionan dialécticamente; en eso consiste la historia. Rosso reivindica lo fugaz.
Rosso acusa a Milei de “expulsar a las masas de una mínima (sic) ciudadanía social y económica”. La conquista de esa ciudadanía, el invento del centroizquierdismo posdictadura, se ha convertido, con medio siglo de atraso, en la reivindicación del director de LID. Carlos Marx atribuyó a esta ficción del Frente Popular de la época (“la creación de un Estado social” bajo el capitalismo) la derrota del proletariado francés en junio 1848. El atraso histórico de Rosso es sideral.
Rechazar el “futuro” de Milei y la ultraderecha mundial es negar lo que uno y otro representan: el programa de la “barbarie” contra el programa del socialismo. Se trata de una guerra civil internacional, más o menos presente, indudablemente potencial, que se manifiesta en la guerra de la OTAN y Rusia y en el genocidio del pueblo palestino por el sionismo. Pero la posición del PTS sobre estas guerras no da lugar a confusión: apoyan a la OTAN bajo la consigna de la independencia de Ucrania, y han denunciado el asalto de Hamas el 7 de octubre de 2023, como una “violación a los derechos humanos”. Rosso y el PTS se han puesto arriba del muro en esta guerra mundial. La guerra no figura en la pluma del columnista de izquierda, ni cómo pasado ni como presente. Para acelerar el “arrumbamiento” de Milei o Trump es necesaria una propaganda y una agitación contra la guerra imperialista.
Rosso opone la ultraderecha actual al “fascismo clásico”, el cual sí tenía “una idea de futuro con sus mitos de hombre nuevo, la creación de una civilización, de una lengua y de una nueva nación”. Caracterizar al nazismo como una “civilización” embellece al hitlerismo, que convirtió en infrahumanos a los habitantes de los territorios ocupados. El mito del anarco capitalismo es la “libertad”, carajo, que en Estados Unidos tiene un carácter fundador. Por eso Trotsky advirtió que el fascismo norteamericano se manifestaría con los sloganes de la “libertad”. El “sin futuro” Trump, ha recibido el apoyo de Silicon Valley y los patrones de la IA, para armar un movimiento de masas por medio del monopolio de las redes sociales. En la asunción de Trump, Elon Musk prometía una nueva conquista espacial ahora centrada en Marte, mientras hacía el saludo nazi. El “tecno-feudalismo”, como caracteriza Rosso -que copia a otro centroizquierdista, el griego Varoufakis- ya existía, en el “pasado”, bajo el “fascismo clásico”, cuando Hitler se empeñó en la construcción de un fenomenal aparato tecnológico e industrial para la empresa de la guerra. Lo del ‘feudalismo” es una carta de exoneración al capitalismo.
Trotsky la tuvo muy clara cuando contrapuso la retórica mesiánica del nazismo con sus fundamentos o bases capitalistas: “la `pureza de la raza´-señaló- …tiene que ser demostrada en la esfera de la economía mediante la eficacia. Bajo las condiciones actuales, esto significa capacidad competitiva. Por la puerta trasera, el racismo vuelve al liberalismo económico desprendido de las libertades públicas” (Qué es el nacionalsocialismo, 1933). La “distinción” entre el fascismo clásico y la ultraderecha actual es funcional a la extendida versión que descarta a los Milei como fascistas por utilizar un lenguaje “liberal” o “libreempresista” en lugar del estatista de Mussolini, aunque Silicon Valley recibe un monto descomunal de subsidios oficiales, como nunca ocurrió con los abuelos de Paolo Rocca bajo el Duce. Los primeros cultores de esa distorsión son los actuales ultraderechistas, como lo acaba de probar una de las principales referentes de AfD, el partido neonazi al que Trump y Musk apadrinan en los próximos comicios de Alemania, cuando calificó a Hitler de “comunista”. El dislate apuntaba a señalar que la AfD renunciaba al estatismo económico sin apartarse un milímetro del nazismo. Ponía de manifiesto que el fascismo no es una “política económica” o “cultural”, sino la ideología y la práctica de la liquidación de la democracia y del movimiento obrero, o sea, de la civilización. Rosso, por el contrario, evita asociar a la ultraderecha mundial y a Milei con el fascismo y con la hostilidad visceral hacia los trabajadores. Rosso y el PTS no distinguen entre los regímenes políticos, de un lado, y las corrientes políticas del otro. Aunque hoy no existe un régimen político fascista en ningún lugar del mundo, las corrientes fascistas han crecido enormemente en fuerza política. La radicalización de este entorno dependerá del desarrollo de la crisis y la lucha de clases mundiales. Donald Trump no ha llegado ahora al gobierno como lo había hecho en 2017. Ahora, de entrada, ha abolido la ciudadanía por lugar de nacimiento, lo cual abre el camino a deportaciones sin precedentes. Para caracterizar a estas corrientes, Rosso recurre al adjetivo de “patriarcales” y “primarizadores”. El “patriarcado” se ha vuelto el comodín del centroizquierdismo para cualquier circunstancia.
Efectivamente, los planteos de Rosso constituyen una adaptación política al gobierno de Milei, lo mismo que hace el kirchnerismo y en especial la ‘izquierda’ de éste. En este caso se trata de una adaptación al fascista o proto fascista desde el llamado campo ‘trotskista’. Las “nuevas generaciones” tienen, literalmente, la obligación de separarse de este cuerpo en formol si no quieren sufrir las frustraciones de las generaciones pasadas.