Chile: la rebelión popular y los barrios

Escribe Javiera Sarraz

Balance y consideraciones.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Las motivaciones para la conformación de las primeras Asambleas Populares en los barrios de Chile fueron reivindicaciones concretas: “viviendas dignas”, “No más AFP”, “Educación y salud gratuita”, “no más zonas de sacrificios”, etc., y esas reivindicaciones se encontraban conectadas a “Fuera Piñera” y “Asamblea Constituyente Libre y Soberana”.

Luego, con la rápida aparición del Acuerdo por la Paz y Nueva Constitución, las tareas organizativas y la composición de sus integrantes cambiaron. En algunas asambleas, las actividades giraron principalmente en torno a las campañas por el “apruebo” – el plebiscito que debió hacerse en abril pasado para validar la convocatoria a una Constituyente. El proyectado plebiscito motivó a la oposición parlamentaria a enviar operadores políticos a las asambleas (principalmente el PC y el Frente Amplio). Los operadores frenaron decididamente el desarrollo de cualquier plan de lucha en torno a las reivindicaciones particulares, con el pretexto de “no generar canales de luchas paralelos” a la campaña por el apruebo para la constituyente, prevista, originalmente, para octubre del corriente año.

Con el cambio de ejes, entraron nuevos vecinos a las asambleas y salieron otros. Entró la juventud universitaria -que tiene una un carácter de clase y una historia de lucha por la educación distintos a los de los secundarios- y otros sectores pequeñoburgueses y progres, que no se sentían convocados a organizarse en torno a la vivienda, la salud o el trabajo, pero sí por la disputa electoral del plebiscito. Los vecinos que salieron de las asambleas fueron los obrero/as, desocupado/as, secundario/as y jubilado/as.

Otras asambleas giraron hacia actividades autogestionarias, como huertos comunitarios, talleres de serigrafía, o inclusive iniciativas esotéricas, sumándose o no al plebiscito; no supieron dirigirlas hacia planes de lucha que confrontaran al Estado. Esto también convocó a nuevos vecinos del barrio, como jóvenes de tendencias anarquistas, feministas, ecologistas, animalistas, etc. Y en estos casos, también salieron de las asambleas los vecinos de extracción más proletaria. Por supuesto, también surgieron versiones mixtas de asambleas – un poco progres y un poco hippies.

La pandemia

La cuarentena voluntaria de las asambleas, y también el regreso de los militares a las calles, paralizaron por un tiempo la organización de los barrios. Pero luego, con el aumento del desempleo y el alza de los precios de los alimentos, las antiguas organizaciones barriales hicieron “ollas comunes”; y también surgieron ollas sin asambleas que las precedieran.

Lo interesante de las ollas comunes organizadas bajo la consigna “sólo el pueblo ayuda al pueblo”, es que los alcances de la crisis económica y sanitaria mostraron a los trabajadores chilenos los límites de las tendencias autogestionarias; y ahora han salido a protestar para responsabilizar al Estado y a Piñera por la falta de comida y sueldos, exigiendo “salud, pan y trabajo”.

Consideraciones

Frente a la contención de las burocracias sindicales, que bravuconean con huelgas que luego no convocan, el rol que deben jugar las organizaciones populares en los barrios será fundamental para el curso de la rebelión. Corren con ciertas ventajas con relación al sindicalismo desmantelado durante la Dictadura, que se recompone a paso lento.

La primera ventaja es que la asistencia que entrega el Estado chileno a las organizaciones barriales son prácticamente ninguna, de manera que no hay en Chile una gran cooptación por parte del Estado; y las pequeñas burocracias ya existentes al interior de los territorios (como las juntas vecinales), no controlan ningún recurso con el que puedan llegar a extorsionar y contener al barrio, ni tampoco tienen ninguna legitimidad.

La segunda ventaja, y sobre todo en un contexto de Estado de sitio, es que la organización barrial tiene más posibilidades de resistir a un desmantelamiento a manos de la represión, y amplias condiciones para sostener los aspectos operativos de la violencia organizada de la población. Esto ya se vio durante las jornadas de protestas nacionales contra Pinochet, las que luego de ser reprimidas en las fábricas y otros puestos de trabajos, se sostuvieron principalmente gracias a la protesta barrial. Y también se pudo constatar desde del 18O.

Tercero, la insurrección de los barrios genera presión sobre otros frentes. Después de que los secundarios saltaran los molinetes, las protestas de los centros de las ciudades se trasladaron a los barrios, y fue luego de la insurrección generalizada y sostenida de éstos, que las bases sindicales presionaron a sus direcciones para que tomaran posición y acciones; y finalmente, convocaron a las huelgas generales.

Cuarto, considerando que la declaración de cuarentena para Santiago limita las actividades de agitación y propaganda, las ollas comunes se pueden transformar en un puente para llegar a otros frentes, pues en todos los barrios hay estudiantes y trabajadores ocupados, algunos de los cuáles, pueden estar eventualmente trabajando en las escuelas o centros de salud cercanos.

Dicho esto, serán tareas fundamentales para los revolucionarios chilenos levantar e intervenir en los comités de cesantes, ollas comunes u otros espacios, y proponer un programa de organización comunal y coordinación entre comunas de una misma región. Hay que arrancarle al Estado y sus superintendencias y municipalidades, cada una de las reivindicaciones que tengan las comunas y regiones, y preparar el camino para el levantamiento de los territorios y para una Asamblea Constituyente soberana.

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