Escribe Olga Cristóbal
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Cerca de 40.000 palestinos han sido expulsados de Yenin y Tulkarem, en Cisjordania, desde el 21 de enero y el ejército israelí anunció que no les permitirá volver a sus hogares. Por otra parte, el gobierno de Netanyahu envió por primera vez en dos décadas tanques a Yenin. Naciones Unidas remarcó que es la operación “más larga” desde la Segunda Intifada (2000-2005).
En Cisjordania hay un total de 19 campos con un millón de refugiados registrados ―la población real es superior— a los que UNRWA atiende, aunque la administración depende, en general, de la odiada Autoridad Nacional Palestina (ANP), agente directa del gobierno israelí.
Las expulsiones, anunciadas por un dron o desde un tanque, se sucede en cuestión de minutos, en los que las familias toman lo que pueden o huyen sin nada antes de que comiencen los disparos.
El domingo, los tanques ocuparon Qabatiya, la segunda ciudad en importancia de la gobernación, a seis km. de Yenin y, después de destruir las carreteras y bloquear las entradas a la ciudad, comenzaron a demoler el campamento. Las excavadoras israelíes arrancaron las tuberías de agua provocando inundaciones en algunas zonas y cortando el agua corriente en gran parte de la ciudad.
También demolieron el muro exterior de un cementerio histórico que contenía un monumento en honor a 45 soldados iraquíes que murieron defendiendo Jenin en la Guerra de 1967.
Iyas Sabaaneh, director de la escuela primaria, dijo a Mondoweiss que “las excavadoras de la ocupación demolieron los alrededores de un centro médico, el juzgado, el ayuntamiento, la antigua mezquita y nuestras escuelas”.
El mercado de Qabatiya, que es la principal fuente de compra de productos agrícolas para decenas de aldeas al sur de Jenin y al norte de Nablus, está completamente cerrado. Eso afecta el acceso de la población a los alimentos, pero también a los agricultores que no pueden venir a vender sus productos. Sabaaneh explicó que muchos agricultores no pueden acceder a sus tierras y que miles de cultivos y de pollos, que dependen de sistemas de riego automatizados y de la electricidad, están «en peligro inmediato de morir».
Simultáneamente, un comunicado del ministro de Defensa Israel Katz admitió que las fuerzas israelíes habían expulsado a 40.000 palestinos de tres campos de refugiados en Jenin y Tulkarem, una cifra comunicada por la UNRWA hace semanas.
Agregó que los campos estaban ahora “vacíos de residentes”, que “la actividad de la UNRWA también se ha detenido” y prometió “continuar despejando los campos de refugiados y otros centros de terror para desmantelar los batallones y la infraestructura terrorista”.
Bezalel Smotrich, el ultranacionalista ministro de Finanzas al que Netanyahu entregó amplias prerrogativas sobre Cisjordania, lo anticipó el 6 de febrero: “Funduq, Nablus y Yenín tienen que parecerse a Yabalia”, el campamento de refugiados de Gaza donde vivían 200.000 personas al que Israel convirtió en escombros.
Pero la escalada contra Cisjordania ha recibido el apoyo de todo el espectro político sionista, incluido el líder la oposición, Benny Gantz, que opinó que Israel debe enviar aún más fuerzas.
La acción del ejército israelí “más agresiva” que nunca, busca cambiar la fisonomía de un trazado de callejones en los que los soldados israelíes, pese a su superioridad, tienen a veces complicado hacer frente a los milicianos autóctonos. “Por eso se suceden las voladuras de edificios y el paso de excavadoras de gran tonelaje para abrir espacios más anchos, como reconoce el propio Netanyahu” (El País 24/2).
El objetivo confeso es aniquilar los bastiones de la resistencia armada en los campos de refugiados de Jenin, Tulkarem y Nur Shams, sistemáticamente atacados tanto por las fuerzas israelíes como por la policía de la Autoridad Palestina. La ofensiva militar por todo el norte después del 7 de octubre, que se suma a las patotas de los colonos que queman aldeas y cultivos y se apropian del territorio, fueron extendiendo la resistencia de las ciudades al campo. Masivamente, adolescentes y jóvenes se incorporaron a las milicias tradicionales o armaron las propias, organizadas para repeler las redadas y los ataques (Mondoweiss 24/2, El País).
La mayoría de los 600 presos que Netanyahu se negó a liberar el fin de semana pasado, incumpliendo los términos del acuerdo del cese del fuego, son palestinos de la Cisjordania, detenidos en los últimos años.
Una extensa entrevista en El País de Madrid en los campamentos de desplazados recoge esas experiencias: madres con medallones con la cara de los hijos e hijas muertos o presos; padres y madres que han estado ellos mimos detenidos durante años y fueron liberados en las últimas semanas. Todos se declaran decididos a volver a su casa, aunque Israel la haya destruido.
El espejo de Gaza muestra muchas realidades: la limpieza étnica, la barbarie del imperialismo y del sionismo. Pero también la de la heroica voluntad del pueblo palestino en la lucha por su liberación.
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