“Aún estoy aquí”: retrato de la lucha contra la dictadura en Brasil

Escribe Sergio Escalas

Ganadora del Oscar y otros premios internacionales.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Un rompecabezas sin una pieza, sigue formando una imagen. Pero es la pieza que falta lo que más resalta al observar. Eso es gran parte del sentido, lo que transmite, representa “Aún estoy aquí” (“Ainda estou aquí”, en su idioma original), película ganadora del Oscar a la mejor película internacional, superando en las nominaciones a “Emilia Pérez”, de Francia; “Flow,” de Letonia; “Pigen med nålen” (“La chica de la aguja”) de Dinamarca; y “The Seed of the Sacred Fig” (“La semilla de la higuera sagrada”) de Alemania. “Aún estoy aquí” fue dirigida por Walter Salles, uno de los cineastas más célebres del Brasil (entre sus películas más destacadas, se encuentran “Estación Central” y “Diarios de motocicleta”) y protagonizada por Fernanda Torres, la hija de una de las mayores estrellas del país, Fernanda Montenegro, quien interpreta al mismo personaje en su vejez.

“Aún estoy aquí” se basa en la novela autobiográfica de Marcelo Rubens Paiva, publicada en 2015, cuyo padre, el diputado por el Partido Laborista Brasileño (PTB), electo en 1962, Rubens Paiva, fue una de las 20.000 personas torturadas durante la dictadura militar de 1964-1985, el golpe militar probablemente más importante de la historia golpista en América Latina y que representó potencialmente las condiciones de una situación revolucionaria.

La película se divide en cuatro bloques. Al principio describe a la familia Paiva intentando vivir de la manera más normal posible bajo la dictadura, con más militares de los caben por metro cuadrado desplegándose por las calles. Luego salta a los episodios que les cambió la vida -el secuestro del padre- a partir del 20 de enero de 1971 y los días posteriores, a la reacción y búsqueda de explicaciones por lo sucedido, y finalmente a la posterior resolución de los hechos veinticinco años más tarde y aún después. Dolorosa, cruda, fuerte, explícita, hasta cierto punto lo es y sin embargo su enfoque es totalmente lo contrario. Y es desde esa perspectiva, que el filme brilla con singularidad, particularmente por el aclamado trabajo de Fernanda Torres que pasa de ser una reposada y sosegada mujer, que se baña en el mar a un vendaval difícil de detener. Su actuación está llena de matices, que van desde el sentimiento del dolor al de la felicidad con la que intenta sostener a su familia, aun frente a la desaparición, a las desapariciones.

Dicho acto atroz es el catalizador narrativo, pero no necesariamente el tema central. Esto se ve reflejado en la primera parte del relato, o al menos hasta que ocurre el crimen. En primer plano está la familia. Nos hablan de sus miembros, nos llevan a simpatizar con ellos. Incluso invitándonos a su propia casa. Y en el fondo, está el tema de la bomba de tiempo de la dictadura, de la cual “escuchamos a lo lejos su temporizador”, lentamente consumiéndolo todo, a cada segundo. Esto se advierte, por ejemplo, en una escena que captura una foto familiar, en la playa durante un día soleado con toda la familia sonriendo... excepto por la madre, cuya mirada nos indica que algo está mal. Ella no sonríe, no ve a la cámara, y nos damos cuenta, posteriormente, que está mirando a los camiones militares que pasan sin cesar, armados hasta los dientes, a la par que se disfruta un hermoso día de playa.

Corresponde entender que hay una cuota de compromiso personal del director Salles con su material: en su niñez y juventud mantuvo una relación personal con la familia Paiva, y en alguna declaración periodística dijo que sentía como un deber de justicia llevar este testimonio a la pantalla. Por su parte, el alcalde de Río, Eduardo Paes, anunció que su gobierno comprará la casa donde se filmó la película en la exclusiva región de Urca, con un precio actual de 20 millones de reales brasileños (3,35 millones de dólares) para que pueda transformarse en un museo de cine y los festejos por el Oscar alcanzado desbordaron a todo Brasil, incluyendo a ciudades como Brasilia, ciudad donde los militares tuvieron injerencia en el impulso dado al golpe trumpista de Bolsonaro hace solo dos años.

La película utiliza la peripecia personal de la familia Paiva para sintetizar medio siglo de la historia de Brasil, en dictadura y después. El tránsito del relato, de la alegría al drama, al desconcierto, a la búsqueda de la verdad, a la lucha por los derechos humanos, al reconocimiento del horror y a la entereza para seguir adelante no dejó indiferente a casi nadie. Premio en Venecia a mejor guion, Globo de Oro a mejor actriz (Torres), Goya a mejor película iberoamericana, el Oscar obtenido, contrastan con la abstención política que Lula produjo al marginarse siquiera de mencionar al golpe en su aniversario 60, al pedir que la ‘disputa’ quede en el pasado, en una fecha tan sensible, siendo de esa manera el vuelto que le dio al alto mando militar.

En el filme, el suspenso es un género que también participa, donde la intriga y el miedo se hacen visibles e incluso a partir de lo auditivo. De hecho, la película destaca no solo por su guion y sus interpretaciones, sino también por su elección musical, que, en varias escenas, dialoga directamente con los discursos de los personajes. Como gran parte de la trama se sitúa en los años 1970, las canciones de la música popular brasileña (MPB) y del movimiento Tropicália fueron seleccionadas con sumo cuidado para componer el tono de las escenas y transportar al espectador al contexto histórico de la época.

Hay una razón por la que la película está basada en el libro de Marcelo Rubens Paiva y no de los hechos en sí. Esto se debe a que es su perspectiva, desde el niño que sufrió en carne propia la desaparición de su padre a manos de los aparatos represivos del Estado, hasta palpar en primera persona no solo el modo en que su madre elevó los cimientos de la lucha por la verdad y la justicia, si no también cómo era ella hasta en las fibras más íntimas de su ser. Tal es así, que Fernanda Torres contó que el director Salles cortó todas sus escenas de llantos en el filme y esto se podría deber a que Marcelo Rubens Paiva dijo en su momento que su madre Eunice nunca lloró en frente de su familia y era contenida en sus emociones.

La manera en cómo se cuenta esta historia no nos sumerge en la miseria de una desaparición, sino que incita a mantener la felicidad, pese a tenerlo todo en contra. Esto se ve fuertemente en una escena en la que unos fotógrafos van a tomar un retrato de la familia y le piden a la madre que no sonrían. Ella responde, dirigiéndose a su familia que no, que sostengan su expresión y sonrían. Como si se tratar de aprovechar al máximo cada instante de alegría que se encuentre, por más fugaz que resulte. Como si se tratara de evitar que les arrebaten lo único que puede florecer, después de semejante crimen y afrenta. En ese sentido, el título de la película contiene una fuerte carga significativa, ya que ese buen padre y amado esposo ya no está, pero Eunice sigue ahí. De frente, con el desafío salir adelante, siempre. Es la presencia de una lucha. De la lucha de una clase, aún emanando por los poros de su sentido más humano, de pervivir y persistir, enfrentando toda explotación y opresión.

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