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La negociación de la deuda externa se parece cada vez más a una serie turca – al menos en duración. Los medios de comunicación se hacen eco de las versiones que les soplan los fondos internacionales y a veces de las que vienen del gobierno. Las operaciones políticas no solamente las vehiculizan los diarios, mucho más las propagan los ‘mercados’, que suben y bajan como montaña rusa, a la medida de los grandes intereses que los manejan.
Argentina acaba de dejar pasar un vencimiento de u$s503 millones sin que los acreedores gritaran ‘default’, pero el 28 de junio le cae otro por uSs650 millones, y nadie asegura que pase lo mismo. La discusión entre ambas partes gira en torno a lo que llaman “valor presente” de los títulos que se emitan en canje por los que tienen en la actualidad. Ese “valor presente” no sería otra cosa que la cotización a la que se venderían y comprarían los bonos que surjan de un acuerdo. Como se trata apenas de una especulación, los acreedores aseguran que la oferta del gobierno se traduciría en un “valor presente” bajo. Aunque el planteo inicial del gobierno se fundaba en otro criterio, a saber, qué oferta otorgaba sustentabilidad de pago a Argentina, de la lectura de los diarios oficialistas se desprende que ha entrado por el aro de los fondos internacionales, acerca de otro parámetro, arbitrario y manipulado por aquellos fondos, que cada uno calcula como quiere, como ocurre con el número de contagiados en Brasil – y no sólo Brasil.
Argentina no está en condiciones de asumir ningún compromiso de pago si se considera que tiene que pagar, más allá de la deuda externa del estado nacional con los fondos internacionales, la deuda externa de las provincias, la deuda de jurisdicción local (en pesos y en dólares), la deuda con el FMI y otros organismos internacionales, y la deuda (en pesos y en dólares) con Anses y el Banco Central y el Nación. Todo sumado, unos u$s400 mil millones. Si esto no fuera una carga suficiente, que no se puede re-negociar, Argentina ha perdido el superávit de comercio exterior e incurre en un déficit fiscal de u$s40 mil millones de dólares al año – unos cuatro billones de pesos. Esta carga financiera adicional a la deuda externa que se está discutiendo con los fondos internacionales da un “valor presente” de ella de CERO. Argentina necesita como mínimo un presupuesto aparte para desarrollar un sistema de salud y hospitalario, y la urbanización integral de las barriadas, que se han convertido en el tiro al blanco del Covid-19, como consecuencia de una miseria social largamente desarrollada por un capitalismo decadente.
La valorización de la cotización ´presente´ de la deuda externa exigiría un ajuste negativo de las condiciones sociales de Argentina, por eso se dice que un acuerdo con el FMI subiría el “valor presente” de la deuda mucho más que cualquier concesión acerca de sus plazos, su capital o los intereses. El macrismo hizo un ensayo en esa dirección y acabó en una catástrofe. Las perspectivas de conjunto de la economía mundial no lucen propicias para una recuperación de la economía de Argentina, para decirlo con ´moderación´. Las posibilidades de mantener en vida la cotización de la deuda externa depende de que pueda ser canjeada por el patrimonio estatal remanente, por la expansión de la frontera agro-industrial, y a cambio del sub-suelo minero de las tierras de la Patagonia y el suelo urbano-inmobiliario. El fondo BlackRock es un buen indicio de este desarrollo, porque se ha convertido en el principal accionista de numerosas compañías industriales internacionales de punta. Pero, de nuevo, ese ´canje´ masivo fue intentado por el macrismo, con el apoyo de la tres cuartas partes de quienes hoy integran el FdT, y así terminó. El sueño de subir al pico de la cumbre de Davos concluyó en pesadilla.
Con el macaneo del ´valor presente´, los fondos han impuesto su agenda al gobierno. Ocurre, sencillamente, que la ‘sustentabilidad’ de la deuda es una tesis insustentable. Página 12 (Alfredo Zaiat) dice que es al revés – que BlackRock capituló ante Guzmán y Stiglitz, su mentor universitario. Como dijo Kissinger ante la derrota de Estados Unidos frente a Vietnam - “gritemos victoria y vayámonos”. La oferta del gobierno, desde el comienzo, comprometía al pago entero del capital y a pagar intereses muy por arriba del promedio internacional. Sólo alargaba los plazos, como si en cuatro años Argentina se fuera a convertir en Japón. En la situación de Argentina hay una larga fila de países emergentes, entre los que ha comenzado a incluirse la posibilidad de default de Brasil, a pesar de contar con reservas internacionales brutas de más de u$s350 mil millones. La Argentina del capital no logra sustentar ni su propia decadencia.
De acuerdo a los mentideros financieros, Guzmán aceptaría, para no defoltear, desensillar en los plazos y convertir en capital los intereses del “período de gracia”. Para un gobierno que apenas hace mal un plan Detectar, sería una catástrofe. Los bonistas que se beneficiarían serían aquellos que vendan enseguida, porque el horizonte de pago de ese compromiso pinta negro. En un cortísimo plazo Argentina iría a un default, claro que si el gobierno sobrevive a la crisis política que desatará un arreglo de estas características.
El default, en el caso de los estados como de los negocios privados, es una expresión de una estructura económica y social, de unos y otros, que se ha convertido en inviable. Inviable también para el prestamista, que observa el default de su masa de clientes como el anticipo de su propia quiebra. Este es el estado en el que se encuentran hoy las principales corporaciones capitalistas y los propios estados que salen a su rescate, o sea la economía capitalista mundial en su conjunto.