Escribe Maxi Duque
La compañía teatral Piel de Lava recoge los desechos de un régimen social agotado en una obra tan satírica como realista.
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Después del éxito que significó Petróleo, donde el grupo teatral conformado por Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes personificaba a un grupo de trabajadores petroleros para exponer cuestiones de género, ahora es el agotamiento del régimen político y sus miserias el que queda a la vista de todos, en una sátira que por momentos parece más realismo que otra cosa.
El Parlamento en Órbita Global sesiona en una nave ubicada en el espacio exterior, debido a que las distintas cámaras legislativas de “abajo”, en la Tierra, están siendo incendiadas por la población. Si en nuestro país el Congreso funciona vallado y custodiado por las fuerzas represivas -que no dudan en apalear jubilados, gasear niñas o apuntarle a la cabeza de un reportero gráfico con una granada de gas lacrimógeno- en Parlamento directamente se debe abandonar el planeta para que sus integrantes no sean linchados.
El Parlamento “funciona” en un escenario de blanca pulcritud donde se ubican los escaños. En claro contraste con esto, se puede observar el lugar que ocupa la presidencia de la cámara: una silla en lo alto unida a la larga escalera por la cual se accede, todo hecho de un material de tonalidad oscura, viejo en su apariencia, no muy firme. Allí, con mucha dificultad, sube y baja la presidenta -gran interpretación de Pilar Gamboa- encargada de hacer cumplir el reglamento y hacer funcionar a la cámara de representantes a como dé lugar. La sensación es que es que en cualquier momento puede caerse, la sesión, la presidenta, la silla con la escalera (el régimen político).
La sesión convocada debe aprobar el presupuesto para la reconstrucción de los edificios legislativos que han sido incendiados abajo producto del asedio de la población a sus supuestos representantes; ataques que todavía continúan desarrollándose, según expresan las parlamentarias, poniendo en escena que la distancia que separa al régimen político de las necesidades de las masas es astronómica, literal y metafóricamente.
La solución para la representante del partido Por la Libertad de Autopercibirnos en Guerra, la brasileña Neve da Cunha -interpretada por Valeria Correa- pasa por la libertad de portar y usar armas como parte de una legítima defensa personal; planteo que corporiza en su discurso de jura y que es imposible no asociar su forma con el bolsonarismo y el contenido con el “cárcel o bala” proferido regularmente por el energúmeno de José Luis Espert. Pero lo que parece ser la manifestación sólo de una ideología reaccionaria, en realidad, tiene un trasfondo económico: la diputada es dueña de una fábrica de municiones. Como el fascismo.
El resto de la cámara también está conformada por mujeres pertenecientes todas a partidos de ultraderecha: Ante el Caos de la Civilización, cuya representante es una outsider de la política, empresaria, Hortensia Caridad Morales (Laura Paredes), y Juntos Vamos a Recuperar el Deseo Original, de la diputada Messina (Elisa Carricajo). Imposible, en este punto, no hacer un contraste con la obra anterior del grupo -Petróleo- dado que ahora son mujeres corruptas, arribistas y despiadadas las que expresan las tendencias más reaccionarias ocupando cargos legislativos.
En la sesión, como no podía ser de otro modo, arrecian las chicanas, las denuncias de corrupción, la rosca; todo enmarcado en un muy buen trabajo con la gestualidad y la jerga propia de las cámaras legislativas. Son constantes los llamados al orden de la presidencia porque “la democracia pende de un hilo” y hay que mantener vivo el Parlamento. Pero es un esfuerzo inútil que se ve reflejado en su cuerpo y en su destino: la transmutación de la presidenta pone al desnudo que el régimen político utilizará hasta los últimos recursos para mantenerse en pie.
El final, en la voz de Federico Zypce -quien además está a cargo del diseño sonoro y es quien personifica a la bandera de ceremonias que preside la sesión-, recupera la canción de una famosa publicidad de mediados de los años ochenta, interpretada por niñas, niños y jóvenes en un parlamento, que hablan del futuro, de la esperanza. La sátira termina siendo implacable con el régimen político vigente: porque deja en evidencia, por medio de este gesto humorístico altamente eficaz, que su descomposición ni siquiera le permite ver que quienes ayer tenían esperanzas y hablaban del futuro en un parlamento que los contenía, son los mismos que hoy, cuarenta años después, están defendiendo lo poco que les queda de eso incendiándolo.
En tiempos donde la barbarie emerge y se extiende, es prácticamente imposible que un documento de cultura no lo refleje de alguna forma. Y el humor puede ser uno de los modos más adecuados, porque como decía Bertolt Brecht, no conocía a nadie carente de sentido del humor que fuera capaz de entender la dialéctica, o sea, el devenir de la realidad.