Tiempo de lectura: 5 minutos
La última década en Francia fue marcada por un cierto bipolarismo. No en la acepción política. Macron representó la pieza central del escenario ya que no había rivales que reunieran las condiciones necesarias para presentarse como alternativa de gobierno, aunque tenían éxitos electorales incluso mayores que el presidente francés. Pero sí en la acepción médica: la lucha de clases de repente tenía momentos vehementes donde parecía que habría estallado una rebelión popular, que el movimiento obrero estaba a un paso de una huelga general, seguidos, sin solución de continuidad, por años de paz social y de malestar canalizado por la derecha xenófoba luego que los movimientos juveniles y de los trabajadores llegaban a una frustración política. Una fuerte oscilación del humor popular.
En esos días el gobierno Bayrou, primer ministro nombrado por el presidente de la República Macron, lanzó la piedrita que puede generar una nueva avalancha política en Francia y en toda Europa. La piedrita en realidad es una roca considerable. Un ajuste fiscal de 44 mil millones de euros al balance estatal. Los recortes serán concentrados en una reducción del gasto jubilatorio, en despidos y reducción del personal público, en una quita de subsidios a los fármacos y en una modificación de la indemnización por el desempleo. En lo esencial la medida consiste en un ataque al salario indirecto del proletariado francés que libera recursos financieros para llenar los bolsillos de los acreedores de la deuda. El liberal Macron aplica una política afín, aunque más suave, a la motosierra del “libertario” de casa nuestra. Ajuste que se desarrolla en una Francia ya marcada por la crisis capitalista y el aumento de la pobreza, como se puede ver en dos datos del INDEC francés: en 2023 un desocupado sobre tres era indigente y la pobreza tocaba el 15,4% de la población (Libération, 18/07).
Una disminución del gasto público necesaria para enfrentar un déficit fiscal de 170 mil millones de euros, llevándolo del 5,8 al 4,6% del PBI (Corriere della Sera, 17/07). Significativamente en 2019 era del 2,8%: una duplicación del déficit fiscal que Macron, de la pandemia hasta hoy, utilizó para alimentar los consumos y posponer desesperadamente una depresión económica. En un cuadro preocupante para la burguesía francesa, dado que la deuda pública pasó del 65% al 100% del PBI por efecto de la “Gran Recesión” del 2008, y por ende del enorme salvataje público del capital privado, así como sufrió otro salto luego la pandemia llegando al 115% (Libération, 18/07).
La burguesía francesa se vio enfrentada a un escenario delicado, donde advierte la tensión de estar ante una encrucijada. El rearme de Europa necesario para no sucumbir a los intereses del imperialismo americano y la reactivación de la economía europea y de las inversiones privadas implican un ataque brutal a las condiciones de vida y de trabajo del proletariado europeo. El pronóstico es dúplice: o la burguesía francesa y europea procede con la carnicería social permitiendo la integración de los ejércitos y del capital bancario e industrial, o la resistencia obrera no permite profundizar el ajuste y los Estados europeos marchan a una crisis de deuda y a una fragmentación política. Esa suerte de las burguesías europeas es una llave de lectura del Brexit y de la decadencia de la burguesía inglesa: Cameron buscó con el referéndum obtener la legitimidad política para llevar adelante un ajuste presupuestario. Como fracasó en su plan, a pesar de su voluntad tuvo que reinvertir la integración económica y política del Reino Unido con la Unión Europea. La lenta eutanasia de la burguesía inglesa.
El gobierno Bayrou mira el destino de Cameron como premonición de su propio futuro. Comparte la inestabilidad política y la necesidad de imponer a la clase obrera un ajuste feroz, pero, para su “felicidad”, enfrenta una clase obrera mucho más combativa que no arrastra el reflujo político más largo de la historia: el reflujo de la clase obrera inglesa una vez traicionada y derrotada la huelga de los mineros en los ochenta. En ese caso el riesgo político consiste en una “censura” del gobierno (voto parlamentario que haría caer el gobierno Bayrou y obligaría Macron a nombrar otro primer ministro o a llamar elecciones) y sobre todo en una nueva radicalización de la lucha de clases.
El gobierno nació en forma muy precaria por una coalición de los partidos del centro y gracias al partido socialista. El último había sido votado en las listas del Nuevo Frente Popular (NFP) que representa la oposición de izquierda a Macron; sin embargo, como era cantado, rompió con aquel para apoyar desde afuera el gobierno macronista. Bajo la falsa promesa de revisar la última reforma jubilatoria, el partido socialista se abstuvo a la censura del gobierno propuesta por el NFP. Otra pieza clave para evitar la censura en ese año, Bayrou la obtuvo por la abstención del Rassemblament National (RN) de Marine Le Pen.
Los socialistas, en la medida que se desarrollará una reacción proletaria, serán obligados a votar la censura de Bayrou, esperando que esa maniobra los rescate políticamente. Bayrou sin embargo puede ver la salvación girándose a la derecha. Le Figaro publica el comentario de un parlamentario del Partido Republicano gaullista, el cual señala la única esperanza que tiene Macron para evitar la caída de su gobierno: Bayrou obtendrá la abstención del RN frente la censura política, que le permite aprobar el presupuesto, en cambio de una reforma electoral que introduce el sistema proporcional en las legislativas. Reforma que favorecería una mayor presencia del partido derechista en el Parlamento. Lo que significa en germen una crisis institucional para la burguesía francesa, que basaba su estabilidad política sobre la distorsión del voto popular a través del sistema del colegio uninominal a doble turno (donde gana el escaño parlamentario sólo el primer candidato). Significativa es la propaganda de Le Pen en estos días: la derechista francesa no explicita claramente la voluntad de oponerse a Bayrou y critica la reforma para no ser bastante austera frente la sanidad y la educación pública (Le Parisien, 16/07). El Rassemblament National, a medida que se acerca a la posibilidad de gobernar, intenta asumir una posición liberista, abandonando la demagogia estatalista, como hizo la “gemela” Meloni, para obtener el apoyo de un sector de la burguesía francesa.
Un escenario extremadamente precario que cuando en otoño se vote el presupuesto, será condicionado negativamente en la medida que se manifieste un “Otoño Rojo” de la clase obrera francesa. En estos años la izquierda trotskista y clasista creció en las facultades y en los sindicatos, signo de una radicalización incipiente de la lucha de clases. Como señala Trotsky en “La tercera internacional después de Lenin”, un texto sobre estrategia y táctica, a partir de la derrota de la revolución china en 1927, las radicalizaciones de la clase obrera luego un reflujo suelen producirse cuando previamente hubo un proceso molecular de reconfiguración de la vanguardia, o sea cuando hay una radicalización política e ideológica de los delegados obreros y de los militantes intelectuales. Proceso molecular que parecen haber dejado, en parte, los vaivenes de la lucha de clases de la última década francesa: de las huelgas en contra la Loi El Khomri (ley de reforma laboral) a las luchas en contra la reforma jubilatoria del Gobierno Borne. El peor de los presagios para Macron, el mejor de los auspicios para el proletariado y la izquierda revolucionaria europea. ¡Los ojos bien abiertos en Paris!