Sobre el lanzamiento de SpaceX y la NASA

Escribe Lautaro Santkwosky

Tiempo de lectura: 3 minutos

La burguesía norteamericana dio un paso hacia la privatización del transporte espacial con el lanzamiento hacia la órbita baja terrestre de un cohete y una cápsula fabricados por la sociedad anónima SpaceX de Elon Musk para acoplarlo a la Estación Espacial Internacional, en un show montado para la ocasión. En la nave viajaron dos astronautas.

El lanzamiento forma parte de un programa de participación público-privada financiado en su totalidad por el estado norteamericano. Planea entregar, sólo en esta etapa, casi 7 billones de dólares en contratos (Nasa.gov, 2014). El sector privado sólo se hará cargo de los “montos fijos” de los emprendimientos, como el cisti del contratista encargado de un “monitor preventivo” de los contratos. Tim Fernholz, periodista especializado en temas del espacio en el New York Times, informa que “el enfoque encarna contradicciones. Celebra el aprovechamiento del capital privado de las compañías que se asocian con la agencia espacial de los Estados Unidos, pero ni la agencia ni las compañías revelarán cuánto se ha invertido. El proyecto que se acaba de materializar tiene un retraso de 3 años respecto a lo firmado por la Nasa y SpaceX y cuenta con cinco explosiones consecutivas del cohete Starship.

La indudable hazaña es el fruto de la investigación de miles de ingenieros y técnicos, la fuerza laboral de estos proyectos y de la enorme inversión pública en el pasado. Todo este avance científico será puesto al servicio de los negocios de un puñado de empresarios que competirán por las licitaciones, con la promesa de encontrar “pasajeros potenciales que podrían ser astronautas de países ricos con nuevos programas espaciales, como los Estados Árabes Unidos; individuos ricos, como el viaje que SpaceX ya tiene bajo contrato con la firma de turismo espacial Axiom” (NYT, 30/5). A su vez, la privatización configura un cambio de paradigma para la comunidad científica relativo a la divulgación de los descubrimientos logrados, que serán ahora propiedad privada.

Uno de los méritos más renombrados por los medios es haber bajado u$s30 millones en el costo de los viajes al espacio que EEUU pagaba a Rusia. Esta visión oculta que esos costos podrían ser más bajos si se excluye del cálculo la ganancia empresarial. Elon Musk vendría a ser el Franco Macri o el Lázaro Báez del comercio espacial, que tuvo un crecimiento acorde al vaciamiento de la NASA, desde que Bush (hijo) decidió cerrar, en 2004, el programa de transbordadores tras la tragedia del Columbia, y con el impulso de Obama en perjuicio de otros proyectos mundialmente importantes, como el telescopio Hubble, un monstruo tecnológico que dio grandes resultados y que se encuentra relativamente “jubilado”.

Trump dijo que el lanzamiento era un logro de la “unión de los norteamericanos” a pesar de que Musk es sudafricano y que “la mayoría de los estudiantes en las escuelas de posgrado de ciencias e ingenierías en EEUU son extranjeros” (1). Esta concentración del conocimiento explica la distancia que existe entre USA y el resto del continente en términos científicos y tecnológicos y quizás también sea una de las razones que explique que un becario del Conicet no cubra con su sueldo la canasta familiar. La privatización viene a profundizar esas contradicciones.

El fuego del cohete, que alcanzó los 27mil km/h, no encandiló, sin embargo, al fuego que prendían en el mismo momento decenas de miles de manifestantes por el asesinato de George Floyd, la respuesta de la juventud a la creciente crisis económica que afronta el país y a los estragos provocados por el COVID19. Las rebeliones populares son la mayor demostración del divorcio (y no la unión) que existe entre los negocios del Estado y la vida en la tierra y de la incapacidad de la burguesía como clase dirigente de garantizar las necesidades de la humanidad.

(1) De Grasse Tyson, Neil “Crónicas del Espacio” p. 38 Buenos Aires Crítica 2015

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