Escribe El Be
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El aparato del Partido Obrero ha participado recientemente de una “Conferencia de Nápoles”. Se trata de un rejunte sin principios de organizaciones que ya hemos criticado acá y acá. El alcance político de la conferencia lo resumió razonablemente bien un delegado del aparato del PO, Pablo Heller, al señalar, en lo que habría sido su discurso en el foro, que las organizaciones presentes lo único que llegaron a consensuar frente al ataque a Irán fue [“(no) hacer causa común con Israel y con el imperialismo”] https://prensaobrera.com/internacionales/esta-conferencia-internacional-es-una-necesidad-y-al-mismo-tiempo-un-desafio.
La declaración de la conferencia frente al ataque sionista a Irán se limita a un llamamiento a “detener la guerra criminal contra Irán”. De los tres párrafos de la resolución, uno está enteramente dedicado al problema de [“la liberación del pueblo iraní”] https://prensaobrera.com/internacionales/alto-a-la-guerra-criminal-contra-iran-2, o sea al derrocamiento del gobierno iraní. Es muy probable que ese derrocamiento habría “detenido la guerra criminal”, al precio de una derrota histórica gigantesca de las masas oprimidas del Medio Oriente. Los delegados del aparato olvidaron todo lo que creían haber aprendido de la guerra de Malvinas, en el Partido Obrero, que llamó al armamento del pueblo contra la flota británica. Esto hubiera servido para separar a las masas de la dictadura y para darle a la guerra un carácter verdaderamente nacional, bajo la dirección de la clase obrera. La mendacidad de la “liberación del pueblo iraní” por los bagayeros del aparato es lo mismo que impulsaron Trump y Netanyahu, para acelerar la victoria del imperialismo. La conferencia en cuestión ha logrado arribar a una posición contrarrevolucionaria, en un asunto que dejaba poco espacio para eso.
La resolución “condena al régimen político de Israel y a la administración estadounidense representada por Trump”, en estos términos y con ese lenguaje, como si el régimen político de Israel y la administración Trump fueran accidentes históricos, no fueran los representantes del sionismo y del imperialismo en Medio Oriente, al igual que todos los gobiernos que los precedieron. La resolución agrega luego, con la misma terminología, que “las consecuencias de esta guerra no se limitarán a Irán; podrían muy bien ser un paso hacia un conflicto internacional de mayor envergadura”. Así denomina la conferencia a la guerra imperialista mundial, que englobaría, en calidad de “conflicto”, al genocidio contra el pueblo palestino, las ocupaciones y desplazamientos en Cisjordania, la toma por asalto de Siria y el protectorado sobre Líbano, el bombardeo de Yemen y el asesinato de los líderes políticos y militares más importantes de toda la región. Con esa misma concepción, los conferencistas deberían actualizar su resolución para advertir que la guerra con Irán, por suerte, finalmente no pasó a mayores.
Por último, pero no menos importante, aclaran que los ataques de Israel “no está meramente dirigida a dañar al régimen iraní” sino que “se opone directamente y socava los intereses y medios de vida de las masas en Irán”. Estas líneas ponen blanco sobre negro los principios políticos de la resolución. La resolución no distingue entre países imperialistas y opresores y países oprimidos. Para poder emitir una condena al ataque de Israel, la conferencia tuvo que valerse de un subterfugio; esto es, que la guerra afecta a las masas iraníes y no sólo al régimen (una formulación por demás extraña: ¿cómo podría llevarse adelante una guerra contra un régimen en abstracto, sin que un solo proyectil afecte a la población?). Las posteriores declaraciones de Trump y Netanyahu acerca de su intención de un cambio de régimen en Irán deben haber sido música para los oídos de los conferencistas que no condenarían una avanzada imperialista contra el régimen iraní. Es, en toda la línea, una posición reaccionaria.
El delegado Guillermo Kane, recurre en su [“balance”] de la conferencia https://prensaobrera.com/internacionales/la-conferencia-de-napoles-sienta-bases-para-una-accion-internacionalista-ante-el-avance-hacia-la-guerra-mundial a un método inhabitual para el común de los mortales, pero rasgo indeleble de este sujeto: adjudicarle a la Conferencia posiciones que nunca asumió. El autor intercala posiciones de la conferencia con afirmaciones propias, diluyendo deliberadamente los límites entre lo uno y lo otro, intentando traficar así posiciones que nunca fueron votadas en ningún lado. A este esquema Ponzi de posiciones políticas sin respaldo se le suma el encubrimiento de las divergencias y debates que afirman que existieron en la conferencia. Kane explica que “los debates entre nuestras organizaciones, que no escondemos en nuestras publicaciones, incluso tendrán ahora un espacio propio en internet”. Kane afirma con descaro que no esconden debates que hasta ahora no han publicado en ningún lado. En su balance se ha limitado a afirmar que el MLPD de Alemania se negó a firmar las resoluciones “sobre Palestina, sobre América Latina, y (sobre) la campaña contra el rearme europeo”, debido a “diferencias políticas y programáticas significativas”. El carácter y la naturaleza de esas divergencias permanecerán por ahora en las sombras. ¿Acaso esta organización maoísta-stalinista apoya la política de rearme de Alemania? Para no bajarle el precio a la conferencia, que “ha demostrado ser un acierto” según el autor del balance, Kane prefiere ocultar la mugre bajo la alfombra.
Con todo este bagayo, el balance de Kane define a la conferencia como un “reagrupamiento internacionalista firmemente implantado en la lucha de clases”. Enseguida le baja el precio al presentar “la posibilidad de avanzar en las condiciones (sic) para la puesta en pie de un reagrupamiento”. Mientras que en otro momento sostiene que “la Conferencia de Nápoles sienta bases (sic) para una acción internacionalista”. Finalmente, asegura que “la conferencia ha definido la tarea de luchar por una nueva internacional obrera”. Dicha resolución “internacionalista”, sin embargo, no figura en ninguno de los textos emitidos por la conferencia, ni, por lo tanto, en las intenciones de los pseudointernacionalistas. Probablemente se trate de otro embuste del aparato del PO. Heller, incluso, emite una plegaria: rogó por “prolongar este reagrupamiento en el tiempo. No tiene que ser un agrupamiento episódico”. Al final, Kane sostiene que “no hay condiciones inmediatas para el lanzamiento de una corriente política internacional en común” debido a “la heterogeneidad”, que nunca clarifica, y “lo incipiente del trabajo” que no se sabe a dónde va. Lo que queda claro es que no ha cancelado la cuenta en la agencia de viajes. Pero, nuevamente para subirle el precio a la conferencia, Kane pasa a derramar elogios para las organizaciones que la integran, sin plantear una sola divergencia política, destacando en cada una de ellas “su rol decisivo” en la lucha de clases, su “peso significativo en la clase obrera industrial”, su rol de “vanguardia” en la lucha por Palestina, su “trabajo real en las masas obreras y sus luchas” y un largo etcétera. El aparato del PO ha sustituido la clarificación política por la obsecuencia.
Aunque aclara que “para el Partido Obrero, esa Internacional [a construir] se corresponde en su programa y perspectiva a la Cuarta Internacional”, estos largos balances omiten al gran congreso realizado en Buenos Aires en 2004 y las conclusiones programáticas que alcanzaron. Como un navío que naufraga, el aparato del PO va tirando por la borda la historia del Partido que dice representar.