Escribe El Be
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En un posteo en las redes sociales, Gabriel Solano (del aparato del PO) destacó que su charla con Martín Mosquera, editor de la revista Jacobin Latinoamérica, contó “con muchas diferencias, pero también con acuerdos importantes”, para concluir que “más allá de los matices (sic), la salida está en organizarnos y enfrentar juntos a la derecha”.
Sin ser la Revista Jacobin el órgano oficial de los Socialistas Democráticos de América (DSA), su fundador en Nueva York, Bhaskar Sunkara, ha mantenido una larga relación con ellos y varios de sus colaboradores son miembros activos de esa organización. Jacobin impulsó la candidatura presidencial de Bernie Sanders en 2016 y 2020, y recientemente la del más renombrado candidato de DSA, Zohran Mamdani. DSA, como se sabe, opera dentro del Partido Demócrata de Estados Unidos. Los “acuerdos importantes” que verificó Solano ponen en evidencia la degeneración política del aparato de su organización.
Como se describe en su página web, el Consejo Asesor de la sucursal latinoamericana de la Revista Jacobin es altamente ‘plural’. Cuenta con personalidades como el ex trotskista francobrasileño Michael Löwy; el ex-vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, un teórico del “capitalismo andino”; el (¿ex?) chavista Claudio Katz y Marilena Chaui, una prestigiosa doctora en Filosofía, ligada al aparato lulista del PT. El Consejo Asesor de la revista cuenta con colaboradores cruzados en La Izquierda Diario, como la feminista Claudia Korol (ex líder del Partido Comunista en el frustrado periodo de su “renovación”); el PTS es un invitado obligado a la presentación de lanzamiento de los números de la revista. La Revista Jacobin se integra a una red de afinidades políticas en el Partido Demócrata norteamericano; en el NPA de Francia y Die Linke en Alemania: en el indigenismo latinoamericano: y a través del ex ministro de Economía de Grecia, Yanis Varoufakis, a la infausta corriente de Syriza. Es una suerte de vocero del “establishment” democratizante de la izquierda a nivel internacional.
El vértice neurálgico que el editor de Jacobin viene sosteniendo sistemáticamente en los últimos años se basa en que, desde 2015/16, “la izquierda” (en el sentido amplio que le da Mosquera) se encontraría a la defensiva a nivel mundial. La iniciativa del momento estaría en manos de la clase dominante y en el auge de la extrema derecha. En su charla con Solano, Mosquera señaló que “hay un punto de partida de diagnóstico que coincidimos [con Solano]: estamos en los niveles más bajos de conciencia de clase de la historia”. La caracterización es por cierto curiosa, porque supone que Mosquera y Solano, así como toda la izquierda democratizante, podrían ser un barómetro de la conciencia de clase de los trabajadores, de la que ellos mismos reniegan. Enseguida, sin embargo, Mosquera se refutó a si mismo cuando sostuvo que la lucha contra la derecha “se traslada al terreno electoral”, en virtud de que “la situación es muy defensiva”. La conciencia de clase se desarrollaría entonces en el campo electoral en un período de ofensiva de la derecha, o sea de decadencia de la democracia burguesa y de guerra internacional. Mosquera señaló los casos del PT en Brasil, el Nuevo Frente Popular en Francia y Mamdani en Nueva York como los “ejemplos orientativos”, aunque sin aclarar la contribución que habrían hecho a la conciencia de clase de los explotados. El oportunismo de izquierda puede anotarse éxitos electorales, pero a costa del desarrollo político independiente de los trabajadores. Esa es, por otra parte, su función histórica. Mosquera aboga por el Frente Popular, sea en forma de coalición o de movimientismo. Mosquera sostiene que Socialistas Democráticos de América no es un ala izquierda orgánico del Partido Demócrata, sino que “utiliza instrumentalmente sus internas para impulsar candidatos”. La trayectoria de los distintos candidatos triunfantes de esta corriente prueba lo contrario; Mamdani también –que ha confirmado en su cargo a la jefa de la ‘famosa’ Policía de Nueva York, una mujer de ultraderecha y heredera de una familia de la oligarquía financiera.
Mosquera sostiene que “estamos más cerca de construir un partido socialista independiente en Estados Unidos” estando adentro de los partidos de Mamdani y de Bernie Sanders que afuera. El mismo Mamdani reivindicó, en su discurso de cierre de campaña a Eugene V. Debs -fundador del sindicalismo industrial combativo (IWW) y cinco veces candidato del Partido Socialista. Pero no es lo que representa Mamdani en Estados Unidos.
El editor de Jacobin, sin embargo -que se reivindica de tradición trotskista- negó que fuera partidario de un “entrismo” circunstancial en el Partido Demócrata, o sea que no es un ‘rupturista’. Advirtió que “no hay que construir coaliciones para hacer entrismo en el sentido de tener un papel conspirativo (sic) para luego romper”, sino que hay que construir “fuerzas más parecidas a la Socialdemocracia de fines del siglo XIX, que eran partidos amplios con varias tendencias”.
La ignorancia de Mosquera es superlativa. Un entrismo ‘conspirativo’ es un oxímoron, porque estaría ocultando su programa y su política –la condición misma para que un entrismo tenga éxito. Por eso debía estar acompañado de publicaciones propias. El mismo “entrismo” es un recurso último para un marxista, ante la falta de democracia en los partidos obreros dominados por un aparato. El ´programa´ del oportunismo obrero es construido por un aparato, que es usado para censurar divergencias, y no al revés, como una premisa que da lugar a un partido de clase. Los Socialistas Democráticos de América son, en principio, un agrupamiento oportunista y ocasional de corrientes y grupos que actúa en un partido imperialista, no en un partido obrero.
Tomó como ejemplo a Marx que, en la I Internacional, convivía, dijo, con anarquistas, republicanos de izquierda, liberales de izquierda. Pero la I Internacional era el debut de una organización obrera, no un partido imperialista con 150 años de historia y un poderoso aparato. Su propósito era reunir a las organizaciones obreras de Europa para luchar contra el capital europeo y por la independencia de Polonia del imperialismo zarista. Marx aceptó la invitación a integrar la I Internacional por su condición clasista y con el propósito de dotarla de un programa de clase. Lenin, lo mismo, luchó por unir en un solo partido a la clase obrera y los socialdemócratas de Rusia, luego de un largo trabajo preparatorio, y mediante la discusión de un programa. La escisión inmediata de ese partido nunca lo llevó a retractarse de esa iniciativa, a la que consideró “Un paso adelante” – y a la escisión como “dos pasos atrás”. Retrotraer la lucha de clases en la época actual a un pasado de más de 160 años es un atropello político e intelectual. El desafío del presente es asimilar las enseñanzas (triunfos y derrotas) en el transcurso de un siglo y medio y de las diferenciaciones políticas y sociales en la clase obrera y sus organizaciones, así como del conjunto (ascenso y decadencia) de la historia del modo de producción capitalista.
Para Mosquera, “el FIT abdica -dice con cómoda soberbia- de darse esa tarea de construir una fuerza política con perspectiva de masas que reúna a tendencias heterogéneas que puedan convivir en un mismo partido”, sin advertir que llega tarde a un planteo que esgrimen desde hace tiempo el MST y el PTS. Propone un pseudopartido sin delimitaciones políticas, o sea en la confusión y la pelea de aparatos. Solano sólo atinó a responder “la propuesta no nos convence”. Es la respuesta de un ‘aparatchik’ que dispone a su antojo de su organización. La aglomeración del tumulto oportunista es tan negativa como la del navegante solitario– se alimentan recíprocamente. En ninguna de las experiencias de las cuatro Internacionales históricas, hubo una fórmula única para formar una vanguardia proletaria, impulsar la lucha de clases independiente y abrir camino a la revolución mundial. Pero abogar por una coalición de izquierda con La Cámpora, con el clerical Grabois o con Bernie Sanders raya en el desatino desmesurado. Y no fue tumbado por nocaut. El abogado del “partido de combate” tiró la toalla antes de empezar el debate.
Mosquera se atrevió a criticar a la ‘izquierda’ por no armar coaliciones amplias con los partidos patronales; sostuvo que “la idea de pequeños grupos propagandísticos no es una idea que estuviera en Marx, ni que estuviera en Lenin, ni que estuviera en Trotsky” –en referencia a los impulsores de la reducida Liga de los Comunistas, el partido bolchevique, la oposición de izquierda en la III y la IV Internacional. Lenin reunió sus trabajos contra la guerra y el socialchovinismo en un libro “Contra la corriente”. Los futuros gobernantes de la URSS cabían entonces, con sus aliados, en un sofá. Ya en el “¿Qué hacer?” señalaba que el grupo Iskra se abría paso entre vendavales y enormes obstáculos, refugiados en llevar a la práctica sus “sueños”. Mosquera quiere una revolución sin prepararla –usufructuar resultados sin marchar contra nadie- como los adoradores de los hechos consumados. Entiende a la actividad de propaganda como un coloquio de acomodos ‘pluralistas’, como ha sido el ‘debate’ con Solano. Sin un combate claro en un período (o varios) inevitables de aislamiento, cualquier perspectiva de construcción es vana.
Mosquera no se privó de ningún macaneo. Sostuvo, por ejemplo, que seguía los lineamientos sostenidos por Trotsky ante el ascenso del nazismo, por ejemplo, en Alemania, ya que “Trotsky dijo nosotros hacemos acuerdos con el diablo, con su abuela y hasta con Noske, el asesino de Rosa Luxemburgo, (...) a ellos les proponía presionarlos hacia una política unitaria. Tenemos que presionar a las corrientes de izquierda del peronismo: Grabois, etc.”. En realidad, la frase de Trotsky fue que “en la lucha contra el fascismo, estábamos dispuestos a llegar a acuerdos prácticos y de combate [destacado nuestro] con el diablo, con su abuela e incluso con Noske y Zórgiebel” (“¿Y ahora? - Problemas vitales del proletariado alemán”, 1932). Esta estrategia no tiene ningún punto de contacto con integrarse al ala izquierda del Partido Demócrata de Estados Unidos, ni al frente de gobierno con la derecha, por parte de Lula en Brasil. Mosquera disfruta de la “ofensiva de la derecha”, para sostener toda clase de macanas.
Para Mosquera: “quien quiere el fin quiere los medios”. Pero, ¿cuál es “el fin” de Mosquera? Claramente, no la dictadura del proletariado ni el socialismo. Es apoyarse en una pata del imperialismo con el puro pretexto de disputar con la otra pata una contienda electoral. Pero a la derecha y al fascismo se lo combate con la unidad política independiente de las masas para arribar al derrocamiento del capitalismo –la simiente genéticamente modificada del fascismo. Dice: “no va a haber ninguna superación del reformismo si no derrotamos a la extrema derecha”, pero no por la acción subversiva de las masas, sino en un frente electoral con otros sectores patronales. Exactamente lo contrario del planteo de Trotsky en Alemania, unidad obrera de combate contra el fascismo, derecho de los comunistas a tener voz propia, también en los eventos electorales.
Solano evitó, de entrada, una delimitación de Mosquera. Al contrario, le pareció una “lectura muy (sic) interesante” la exposición de Mosquera, así como “muchas cosas de las que dijo las comparto”, sin decir cuáles. A la exposición de Mosquera “hay que incorporar (sic) los choques internacionales y la tendencia (sic) a la guerra”. Sin darse cuenta, probablemente, absolvió a los gobiernos “democráticos” de una política de guerra, asegurando que “los regímenes autoritarios [extrema derecha] están asociados a la “tendencia a la guerra”. Los Busch, Biden, Macron, Sunak y Starmer habrían sido niños de pecho, aunque, centreó, la tendencia a la guerra es inherente al capital. Una diferencia de ‘matiz’ fue el señalamiento de que la reforma laboral Temer-Bolsonaro no fue revertida por Lula. En esta línea enumeró los fracasos del nacionalismo burgués en América Latina, sin hacer el menor desarrollo.
Solano escamoteó todo el tiempo una confrontación política directa con el director de Jacobin Latinoamérica. Para Solano, haber conseguido una mesa debate con una revista estrella del turismo de la izquierda académica es de por sí un “éxito” que no había que arruinar. Todo lo contrario de las grandes polémicas del Partido Obrero, en el pasado. El aparato cierra las brechas con la historia de nuestra corriente en todos los terrenos.
El PTS propone invitar a la burocracia sindical a construir un ‘partido de trabajadores’ Un refrito contrarrevolucionario de la década del ’60. Por El Be, 16/11/2025.
